3. Sus manos (El contacto)
1) Liberación y poder
a) Curaciones
Comúnmente, aun en presencia de una multitud, Jesús ponía las manos sobre cada uno de los enfermos, expresando de esta manera un contacto personal. En Lucas 4:40, a pesar de ser numerosos, Jesús lo hizo con cada uno de ellos. Pero en Marcos 6:5, a causa de la incredulidad del pueblo, puso las manos sólo sobre unos pocos enfermos. En Lucas 6:17-19, “toda la gente procuraba tocarle, porque poder salía de él y sanaba a todos”.
Los evangelios también nos presentan algunos casos específicos:
- La suegra de Pedro (Marcos 1:29-31): Simón invitó —aparentemente para el almuerzo— a los primeros discípulos de Jesús, los cuales acompañaban al Maestro. Cuando llegaron a la casa, se encontraron con un lamentable cuadro: “La suegra de Simón estaba acostada con fiebre”. ¿Qué se podía hacer? En seguida, hablaron de ella al Señor. “Entonces él se acercó, y la tomó de la mano y la levantó; e inmediatamente le dejó la fiebre, y ella les servía”. En Mateo 8:15, el original griego dice: “ella le servía”. ¿Cómo serviríamos al Señor hoy si no es, entre otros medios, sirviendo a los suyos?
- En los tres evangelios sinópticos, uno de los primeros milagros de Jesús es la curación de un leproso (Mateo 8:1-4; Marcos 1:40-45 y Lucas 5:12-16): “Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio”. Una vez curado, ¿podía el leproso olvidar la mano que lo tocó para sacarlo de la miseria, a pesar del riesgo de contagio real de entonces?
- En Marcos 8:22-25 no vemos una curación instantánea, sino progresiva: “Le rogaron que le tocase”. Jesús tomó “la mano del ciego, le sacó fuera de la aldea; y escupiendo en sus ojos, le puso las manos encima”. Pero el hombre todavía no veía bien. Jesús “le puso otra vez las manos sobre los ojos”; entonces el hombre vio todo “claramente”. ¿No es lo que a menudo ocurre espiritualmente? Criado en un medio cristiano, un joven conoce a Jesús, pero no tiene la seguridad de ser salvo. El Espíritu de Dios trabaja en su conciencia y en su corazón, y progresivamente llega, por la fe, a la seguridad de la salvación: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9). La Escritura añade: “El que creyere en él, no será avergonzado” (9:33).
- En Mateo 9:27, dos ciegos lo seguían, diciendo: “¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David!” Jesús no respondió; prosiguió su camino. Sin embargo, cuando llegó a la casa, los ciegos vinieron a él, y él les preguntó: “¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dijeron: Sí, Señor. Entonces les tocó los ojos, diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho. Y los ojos de ellos fueron abiertos”.
- En Marcos 9:17, un padre condujo a su hijo a Jesús. Sintiendo todo el peso de las consecuencias del pecado, Él pidió que se lo trajera. “Cuando el espíritu vio a Jesús, sacudió con violencia al muchacho, quien cayendo en tierra se revolcaba, echando espumarajos”. No se trató de la única crisis, pues ya desde niño, en varias ocasiones un espíritu malo había procurado matarlo. Al “si puedes hacer algo” del padre, Jesús le respondió que todas las cosas son posibles a aquel que cree. El padre, clamando, dijo: “Creo; ayuda mi incredulidad”. Jesús, siempre movido de compasión, mandó al espíritu que saliera del muchacho. Este último tuvo una crisis tan terrible que muchos decían: “Está muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le enderezó; y se levantó”. En Lucas 9:42 está añadido: “Y se lo devolvió a su padre”. En otra ocasión también, Jesús, después de tocar “el féretro... dio a su madre”, viuda, su hijo único, a quien llevaban para enterrarlo (7:11-15).
- Jesús vio en medio de la multitud a una mujer encorvada desde hacía dieciocho años que no podía enderezarse. Ella ni clamó ni vino a él. Sin embargo, Jesús vio la fe en su corazón y, poniendo las manos sobre ella, la curó: “Ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios” (13:11-13).
- Aun en Getsemaní, cuando uno de sus discípulos cortó la oreja del siervo Malco, Jesús, “tocando su oreja, le sanó” (22:51).
b) Resurrecciones
La hija de Jairo (Marcos 5:23, 41, 43): La fe del padre fue puesta a prueba. Dejó a su hija que agonizaba para ir en busca de Jesús. El tiempo pasaba. Jesús, habiendo atravesado el lago, por fin estuvo allí; pero la multitud le impedía avanzar. Una mujer tocó su manto por detrás; Él se detuvo hasta que ella viniera a sus pies y, postrándose ante él, declarara públicamente “toda la verdad”. Llegó gente de casa de Jairo para decirle con rudeza: “Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas más al Maestro?” Al instante, Jesús tranquilizó al pobre padre: “No temas, cree solamente”. “Vino a casa del principal de la sinagoga, y vio el alboroto y a los que lloraban y lamentaban mucho”. Cuando dijo: “La niña no está muerta, sino duerme”, se burlaron de él.
En el silencio del cuarto fúnebre, Jesús tomó consigo al padre, a la madre de la niña y a tres de sus discípulos. Entró adonde estaba la niña (v. 40). Tomó su mano y dijo: “Niña, a ti te digo, levántate. Y luego la niña se levantó y andaba”. Tenía doce años. Todos quedaron atónitos sobremanera, pero el Salvador les mandó encarecidamente que nadie lo supiese; lo esencial era “que se le diese de comer”. Es una expresión cargada de sentido espiritual para todos los padres cristianos, los que son llamados a nutrir el alma de sus hijos desde su niñez.
El mayor milagro que hizo Jesús fue el de la resurrección de Lázaro en Juan 11. Jesús, “profundamente conmovido”, fue al sepulcro y mandó que se quitase la piedra. Pero Marta, la hermana de Lázaro, objetó: “Señor, hiede ya, porque es de cuatro días”. Llegó la respuesta del Señor, tan notable: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” Cuando Jesús, después que la piedra fue quitada, clamó a gran voz: “¡Lázaro, ven fuera!”, aquel que había estado muerto salió, las manos y los pies atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadle, y dejadle ir”. El poder divino resucitó a Lázaro, pero los discípulos fueron los que debieron desatar las vendas que le impedían avanzar.
De la misma manera, aquellos que rodean a un recién convertido deben cuidar de él a fin de que sea “desatado” de lo que puede impedir su crecimiento espiritual. Luego podrán “dejarle ir”.
Después de la transfiguración, los discípulos fueron sobrecogidos de gran temor. Acercándose, Jesús “los tocó y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo” (Mateo 17:6-8).
El creyente debe ver por la fe “a Jesús solo”, después de haber sido tocado por él. Fue la parte de Pedro, quien vivió esta escena. Al final de su vida, pudo escribir: “Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8).
c) Bendiciones
Jesús bendijo primeramente a los niños. Los discípulos reprendían a aquellos que los traían. Sin embargo, Jesús puso sus manos sobre esos pequeños (Mateo 19:13-15). De nuevo, en Marcos 10:14-16, indignado de la oposición de los discípulos, Jesús tomó a los niños en sus brazos y, poniendo las manos sobre ellos, los bendijo. ¡Qué estímulo para los padres que, en sus oraciones, presentan con fe a sus hijos al Señor!
En Hechos 11:21, “la mano del Señor” estaba con los que habían sido dispersos tras la muerte de Esteban. ¡Qué sustento para aquellos que el Señor llama a difundir el Evangelio de su gracia!
2) Sus manos horadadas
Los judíos lapidaban a los condenados a muerte; en cambio, los romanos los crucificaban si eran esclavos. El salmo 22:16 nos describe con anticipación la horrorosa muerte de Jesús en la cruz: “Horadaron mis manos y mis pies”. Zacarías 13:6 lo predijo: “¿Qué heridas son éstas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos”.
Los hombres pusieron fin al ministerio de gracia del Hombre Cristo Jesús clavando las manos que tantos milagros habían hecho, y que tantas bendiciones habían traído. Trataron de igual manera sus pies, los que habían recorrido incansablemente los caminos de Galilea y Judea, desde Nazaret hasta Jerusalén.
En Mateo 27:28-29 pusieron sobre él un manto de escarlata, sobre su cabeza una corona de espinas, y una caña en su mano. Pilato quería presentarlo así al pueblo. En Juan 19:2-4, dijo: “Mirad, os lo traigo fuera”. La Palabra inspirada añade: “Y salió Jesús”; él de sí mismo ponía su vida (Juan 10:18). Pilato jamás habría podido hacerlo salir contra Su voluntad.
“Él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota; y allí le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio” (Juan 19:17-18). Los evangelios no nos dan ninguna descripción mórbida de la crucifixión.
Las manos del Resucitado llamaron la atención a sus discípulos. Cuando partió el pan en Emaús, es probable que los dos discípulos vieron sus manos, aunque no sea mencionado. Pero cuando apareció a los suyos en el aposento alto, les dijo: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy;... les mostró las manos y los pies” (Lucas 24:39-40).
Cuando vino en medio de los discípulos reunidos, en Juan 20:19-20, “les mostró las manos y el costado”. Sus manos nos recuerdan los sufrimientos infligidos por los hombres; su costado perforado, de donde corrió la sangre redentora, habla de todos los sufrimientos padecidos por nuestra salvación durante las tres horas de tinieblas.
Tomás, uno de los doce, no quería creer en la resurrección de Jesús, a menos que metiese “su mano en su costado” (v. 25). Mas cuando Jesús apareció ocho días después, le dijo: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado”. No se nos dice que Tomás lo haya hecho, pero declaró arrepentido: “¡Señor mío, y Dios mío!” Jesús añadió: “Bienaventurados los que no vieron, y creyeron”.
Cuando se separó de sus discípulos, “alzando sus manos, los bendijo” (Lucas 24:50).
Ahora, puesto que el Señor permanece para siempre, “puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25).