6. Su cabeza (su rostro, su faz, sus oídos)
“Dios… es el que resplandeció en nuestros corazones,
para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.”
(2 Corintios 4:6)
(El Señor no está considerado en este estudio en el sentido figurado de cabeza del ángulo o de cabeza del Cuerpo).
1) El Hombre obediente y humillado
En 2 Samuel 23:2 el Espíritu de Dios usa a David para proferir estas palabras del Mesías: “Sacrificio y ofrenda no te agrada; has abierto mis oídos” (Salmo 40:6). En Hebreos 10:5-7, este versículo es traducido así: “Me preparaste cuerpo… He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”. En ese cuerpo, Cristo iba a glorificar a Dios en la tierra (Juan 17:4). Isaías lo vio como el Hombre obediente que dijo: “Jehová el Señor… despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios. Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás” (Isaías 50:4-5). Como figura del “siervo hebreo”, Moisés dijo de Él: “Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos, no saldré libre”. Entonces, su amo debía horadarle la oreja con lesna. “Y será su siervo para siempre” (Éxodo 21:5-6). El evangelio de Marcos nos presenta el cuadro de este Siervo perfecto. “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). En virtud de esta obediencia, llegó el día en que “afirmó su rostro para ir a Jerusalén”. Isaías lo anunció: “Puse mi rostro como un pedernal” (Lucas 9:51; Isaías 50:7).
Siguiendo Jesús el camino que él mismo escogió, sufrió la “contradicción de pecadores contra sí mismo” (Hebreos 12:3). No tenía ningún descanso: “El Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza” (Lucas 9:58). Los samaritanos rehusaron recibirlo porque “su rostro estaba dirigido hacia Jerusalén” (Lucas 9:53, V.M.).
Fue tan maltratado que el profeta Isaías dijo: “Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres” (Isaías 52:14).
Su obediencia lo condujo finalmente hasta Getsemaní, donde dijo a sus discípulos: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte”. Jesús “se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:38-39).
2) El Hombre despreciado
Isaías ya lo había anunciado: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 53:7).
Tras vendarle los ojos, “escupieron en el rostro” de Jesús, “le dieron puñetazos, y otros le abofeteaban, diciendo: Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó” (Mateo 26:67-68; Lucas 22:64). El Salmo 69 bien lo había anunciado: “Confusión ha cubierto mi rostro… El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado. Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; y consoladores, y ninguno hallé” (v. 7, 20).
Jesús fue llevado a juicio, primeramente ante los judíos. Compareció ante Anás, y después ante Caifás, quien aquel año era sumo sacerdote. En esa ocasión, Pedro negó a Jesús (Juan 18:13, 24-27). Luego, lo llevaron ante el representante romano. Éste preguntó: “¿Qué acusación traéis contra este hombre?” Pilato, molesto, les pidió que ellos mismos lo juzgaran según la ley judía; pero los judíos pretextaron que no les estaba permitido dar muerte a nadie. Pilato volvió a entrar en el pretorio donde estaba Jesús, quien reconoció ser el Rey de los judíos.
Pilato “salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito”; y según la costumbre de la Pascua, quería soltarlo. Ellos dijeron: “No a éste, sino a Barrabás” que era un ladrón (18:28-40).
Para satisfacerlos, Pilato mandó que azotaran a Jesús. Lo dejó en manos de los soldados, quienes “entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza”. “Le vistieron con un manto de púrpura” y se burlaron de él: “¡Salve, Rey de los judíos!” También le dieron bofetadas. Pilato, procurando satisfacer al pueblo una vez más, les dijo que traería a Jesús fuera, para que entendieran “que ningún delito” hallaba en él. Sin embargo, no fue Pilato quien lo llevó fuera. “Salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura”, acogido por los gritos de los principales sacerdotes y de los alguaciles, quienes clamaron: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!” Pilato les dijo: “Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo delito en él”. Ante los gritos de éstos, el gobernador cedió y “lo entregó a ellos para que fuese crucificado. Tomaron, pues, a Jesús, y le llevaron” (19:1-16).
El evangelio de Juan no menciona a Simón de Cirene llevando la cruz de Jesús, sino que nos muestra a Jesús mismo “cargando su cruz” y yendo a Gólgota, donde “le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado”.
Por encima de Su cabeza, Pilato mandó colocar un título: “Jesús nazareno, Rey de los judíos”. Fue la única acusación que el gobernador podía hacer.
Luego, empezó el desfile de todos aquellos que lo injuriaban; no solamente el pueblo, sino también los principales sacerdotes, los escribas, los fariseos y los ancianos se burlaban de él (Mateo 27:39-43).
Llegaron, pues, las terribles horas en que Jesús fue abandonado por Dios, como está escrito: “Por nosotros lo hizo pecado” (2 Corintios 5:21). “Llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24). “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros… Por la rebelión de mi pueblo fue herido” (Isaías 53:6, 8).
La Biblia relata siete palabras que Jesús pronunció en la cruz. Tres de ellas, las dijo antes de las horas de tinieblas, dirigiéndose la primera al Padre: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34); aseguró al malhechor que se arrepintió: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43); cuando vio a su madre y al discípulo a quien él amaba, dijo: “He ahí tu hijo… He ahí tu madre” (Juan 19:26-27). Después, viene la palabra central: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46; Marcos 15:34). Luego, pronunció las tres últimas. Sabía que todas las cosas ya estaban consumadas; pero, para cumplir la Escritura (Salmo 69:21), añadió: “Tengo sed” (Juan 19:28). Por fin, cuando tomó el vinagre que le ofrecieron, dijo con alivio: “Consumado es” (Juan 19:30). Fue éste el grito de victoria, mencionado en los tres primeros evangelios (compárese Colosenses 2:15). Después que inclinó1 la cabeza (Juan 19:30) se oyó su séptima palabra: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46). Todo esto atestigua que Jesús no murió a causa de la crucifixión (Marcos 15:44), sino que de cierto dio voluntariamente su vida (Juan 10:17-18).
3) El Hombre glorificado
En los primeros evangelios, María derramó el perfume sobre la cabeza del Mesías (Mateo 26:7), y del Siervo profeta (Marcos 14:3); pero en Juan 12:3 lo hizo sobre los pies del Hijo de Dios, quien iba a morir. Hebreos 1:9 declara: “Te ungió Dios… con óleo de alegría más que a tus compañeros”.
Durante la transfiguración en el monte, “resplandeció su rostro como el sol” (Mateo 17:2).
Cuando apareció a Juan en Patmos, “su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana” (Apocalipsis 1:14). Y cuando, bajo la forma de “otro ángel fuerte”, descendió del cielo, se mostró “con el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol” (Apocalipsis 10:1). Para ejecutar los juicios en la tierra, estaba sentado sobre una nube; y “tenía en la cabeza una corona de oro” (Apocalipsis 14:14), tal como lo había anunciado el Salmo 21:3. En su gloriosa aparición de Apocalipsis 19:11-16, “había en su cabeza muchas diademas”. Le fueron dados muchos nombres: “Fiel”, “Verdadero”, “el Verbo de Dios”, “Rey de reyes y Señor de señores”. Por encima de todo, llevaba “un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo”. Profundidad insondable de la misma Persona que, “siendo en forma de Dios... se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo”, y recibió “un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:6-11).
4) Ver su rostro
Durante una conversación íntima con Jehová en el monte Sinaí, Moisés le pidió: “Te ruego que me muestres ahora tu camino” (Éxodo 33:13). Dios le prometió: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso” (v. 14). Un poco más tarde, Moisés repitió: “Te ruego que me muestres tu gloria” (v. 18). Dios respondió: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro”, pero añadió: “No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá”. Dios completó: “He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado… mas no se verá mi rostro”.
En contraste con ello, el Nuevo Testamento nos revela de la gloria de Dios en Cristo, como está escrito en Juan 1:14: “Vimos su gloria” (moral); y en el versículo 18 se halla: “El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”.
En el monte de la transfiguración se nos dice que los discípulos “vieron la gloria de Jesús” (Lucas 9:32), es decir la gloria del Mesías y la del Hijo amado del Padre.
Jesús alentó a sus discípulos antes de dejarlos: “Vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver (en el momento de la resurrección), y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo” (Juan 16:22).
Conducidos por el Espíritu, en los evangelios podemos ver a Jesús ir de un lugar a otro, terminar en el Calvario y cumplir la obra de la cruz (compárese también 2 Corintios 3:18). Nada puede alegrar más nuestro corazón que descubrir a esta Persona maravillosa en todas las páginas de la Palabra. Cuando Jesús les abría las Escrituras a los discípulos que iban a Emaús, sus corazones ardían, mientras les hablaba en el camino (Lucas 24:32).
Pero llegará el día en que ya no veremos como ahora, “oscuramente; mas entonces veremos cara a cara” y conoceremos tal como fuimos conocidos (1 Corintios 13:12).
Apocalipsis 22:3-4 nos dice: “Sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes”.
El Salmo 17:15 ya lo había anunciado: “Estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza”.
- 1En el original griego es la misma palabra que cuando dijo: “El Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20).