1. La gracia
El Fuerte de Jacob
¿Quién puede escudriñar tu gracia,
Tu amor y tu fidelidad?
Cuando Jacob llegó al final de su agitada carrera, la historia completa de su vida fue traída nuevamente a su memoria con todo detalle. Abrazó con la mirada todas las dificultades y necesidades de que fue partícipe (Génesis 48-49). Durante su vida, demostró que era verdaderamente un “Jacob” (“el que suplanta”, nota Génesis 25:26), pero su Dios se compadeció de él y manifestó que quería ser el “Dios de Jacob” (Salmo 146:5).
A pesar de sus debilidades y de que anduvo por sus propios caminos, depositó toda su esperanza y confianza en su Dios, quien nunca lo abandonó. Dios fue para él “el Dios que me mantiene desde que yo soy hasta este día”. Muchas malas acciones empañaron la vida de Jacob, pero el Ángel siempre lo libró (Génesis 48:15-16).
Dios lo encontró en Peniel, y Jacob pudo testificar: Yo (es decir, un «Jacob» o «uno que suplanta») “vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma” (32:24-30). ¡Qué revelación del poder de la gracia divina! Fue un fugitivo a causa de sus propias faltas, pero Dios le hizo una séptupla promesa. Lo guardó de Labán, de Esaú y de los habitantes de Siquem. Lo fortaleció en las más penosas y difíciles circunstancias de su vida. Su amada Raquel murió; sin embargo, en ese sombrío día ella llamó el nombre de su hijo Benoni (hijo de mi tristeza) mientras que Jacob recibió la gracia de proclamar con el poder de la fe: “Benjamín” (hijo de la mano derecha; 35:18). Luego, al bendecir a José en su lecho de muerte, llamó a Dios: “el Fuerte de Jacob” (49:24); no el Fuerte de Israel, pues cuando hablaba sobre el Fuerte pensaba en el poder de la gracia tan poderosa que convirtió a Jacob en Israel, de modo que no pudo hallar otro nombre mejor que “el Fuerte de Jacob”.
Más tarde, en el Salmo 132, se habla dos veces del Fuerte de Jacob (v. 2, 5). Este salmo muestra el regreso del arca al lugar de su morada. David la puso en Sion, y Dios respondió a los ruegos de su siervo. De qué manera conmovedora resaltó en ese momento la gracia de Dios manifestada con poder. Del lado del pueblo, todo parecía perdido. “Icabod” (“¡traspasada es la gloria de Israel!”), eso era lo que caracterizaba toda la situación (1 Samuel 4:19-22).
Sin embargo, fue en esa misma situación que “el Fuerte de Jacob” intervino con el poder de su gracia. El amor de Dios superaba todas las esperanzas del pueblo. La satisfacción de Dios es el fundamento de lo que Él cumple en su gracia. Más de lo que la fe en Dios puede desear, Él quiere darlo por gracia (compárese Salmo 132:8 con v. 14-15; v. 9 con v. 16; v. 10 con v. 17-18).
Isaías también menciona algunas veces al “Fuerte de Jacob”, en los capítulos 49:26 y 60:16. En el capítulo 1:24, Dios es llamado “el Fuerte de Israel”, donde se trata de la restauración del pueblo que solamente será posible a través del juicio, por el camino del verdadero arrepentimiento. El Fuerte de Israel salvará a su pueblo, pero no a expensas de su honor. No obstante, todo será de pura gracia, tal como nos lo demuestran maravillosamente otras porciones de Isaías. Fuerte será el dominador, el tirano, el que mantendrá presa a Sion, pero ésta será liberada y su enemigo aplastado. Sion no tendrá ningún derecho a recibir ayuda, pero tendrá a Dios, el Salvador, el Libertador. El Fuerte de Jacob la salvará. Todo será de gracia, que obra con poder.
En efecto, qué gracia poderosa vemos en todo ello: en la historia de Jacob, en el regreso del arca a Sion y en el restablecimiento final del pueblo de Jacob. Este precioso pensamiento está incluido en el nombre del “Fuerte de Jacob”. El Dios de gracia manifestará su poder ante todos. “Conocerás que yo Jehová soy... el Fuerte de Jacob”, se dice al pueblo de Israel en Isaías 60:16. En el capítulo 49:26 leemos: Lo “conocerá todo hombre”.
El poder de la gracia lo vemos también en la historia de José, quien a pesar de todo era un hombre igual que nosotros. Era hijo de Jacob y Raquel. Muchas veces, Jacob procuró refugio y auxilio humanos, Raquel buscó la protección en un ídolo, pero Dios tuvo compasión de él y se acordó de Raquel en gracia. Del nacimiento de José leemos: “Se acordó Dios de Raquel, y la oyó Dios, y le concedió hijos (Génesis 30:22). Así, el origen de José testifica de la gracia y sólo de ella. Y, de este modo, el comienzo de la historia de José nos habla, a través de su nacimiento, del poder de la gracia que el “Fuerte de Jacob” se complacía en revelar. Esta poderosa gracia formó y fortaleció a José, permaneciendo con él hasta el fin. El “Fuerte de Jacob” también fue el Fuerte de José.
2. Su juventud
El arco de José
Cuando Jacob bendijo a José en su lecho de muerte, habló de él como de un arquero cuyo “arco se mantuvo poderoso” (Génesis 49:23-24). Recordó los caminos peligrosos por los cuales José anduvo, así como sus triunfos en cada combate, y cómo su arco se mantuvo poderoso y sus brazos vigorosos en toda dificultad y prueba.
Para José, la lucha comenzó antes de que tuviera diecisiete años. Desde entonces, debía compartir el trabajo con sus hermanos: apacentar las ovejas de su padre (37:2). Hasta esta edad vivió en la tienda de su padre. Trece años de lucha, de afrenta, de tentación y de sufrimientos fueron luego su parte (41:46). Sin embargo, durante todos estos años, permaneció fiel ante Dios y ante los hombres. Salió triunfante de donde muchísimos se hubieran tropezado. Con su arco, mantuvo a distancia a cada enemigo, o los hizo caer. Resulta que Jacob dijo: “Le causaron amargura, le asaetearon, y le aborrecieron los arqueros; mas su arco se mantuvo poderoso, y los brazos de sus manos se fortalecieron por las manos del Fuerte de Jacob (por el nombre del Pastor, la Roca de Israel)” (49:23-24). Entonces, de esta manera Jacob vio a José, con un poderoso arco y manos fortalecidos. Pero, tal era el poder del Fuerte de Jacob. Las manos del Fuerte de Jacob reposaban en los brazos de José, fortaleciendo sus manos en el combate para triunfar, incluso en los mayores peligros.
Diferentes partes de las Escrituras describen la espada y el arco en un sentido espiritual. La espada es un arma que se utiliza en la batalla cuerpo a cuerpo. Así, pues, la espada del Espíritu es la Palabra de Dios (Efesios 6:17). Cuando el enemigo nos ataca, poseemos un arma poderosa en la Palabra de Dios, que podemos utilizar en comunión con el Espíritu de Dios para derrotarlo. De esta misma manera el Señor Jesús actuó al ser tentado por Satanás en el desierto (Mateo 4:1-10).
Sin embargo, el arco servía para mantener al enemigo a distancia y para herirlo. Se requerían dos cosas para el buen manejo del arco: fuerza e inteligencia; la fuerza para poder tensar bien el arco, y la sabiduría para medir la distancia con buen ojo y apuntar con precisión para dar en el blanco. ¿Qué conseguiríamos si sólo tuviéramos fuerza y no sabiduría, o viceversa?
El arco de José permaneció tenso. Durante años tuvo la fuerza y la sabiduría para apuntar con precisión y alcanzar con exactitud el blanco deseado, lo cual dio lugar a sus triunfos en cada combate. Pero, ¿de quién recibió José este arco, esta fuerza y esta sabiduría, cuando él, un joven de diecisiete años, apareció por primera vez en público? La respuesta es que recibió todo ello en los años de quietud y soledad que pasó con su padre, cuando todavía vivía Isaac, aquel hombre de oración, pacífico, sosegado y meditativo. Jacob también experimentó el poder de la gracia de Dios en su agitada vida.
El joven José, cuyo corazón había sido abierto por Dios, escuchó con atención lo que le hicieron saber su padre y su abuelo. Al igual que siglos más tarde el joven Timoteo escuchó a su madre y a su abuela. Aquí oímos hablar a varones de Dios llenos de experiencia, y José recibió de ellos el conocimiento de los pensamientos de Dios. Con el ejemplo de ellos, aprendió a levantar las manos hacia Él. Aunque las Escrituras no mencionan ninguna oración de José, las palabras de Jacob en su lecho de muerte nos hacen entender que su vida transcurrió en presencia de Dios, en una continua dependencia. Además, su historia lo demuestra.
Aunque sólo el Señor pudo decir, en el sentido pleno de la palabra: “mas yo oraba” (Salmo 109:4), quiso decir que toda su vida fue una oración. De igual modo se deduce que la vida de José fue una vida de oración.
Al comenzar su servicio, José ya poseía el poderoso arco, pero también, y hasta el final, la sabiduría y la fuerza para utilizarlo convenientemente. Sin embargo, esta sabiduría y fuerza no la recibimos de nosotros mismos. Las manos del Fuerte de Jacob fortalecieron los brazos de José, porque sus manos eran utilizadas para la oración. La fuerza de José era la que Dios da, y aquella que José deseaba recibir del Fuerte de Jacob en la conciencia de su debilidad. En el poder de la gracia de Dios, José podía vencer. Estaba bien provisto, fuerte en su Dios, y así continuó hasta el fin.
La Escritura nos muestra aún a un joven que fue un hábil arquero, Jonatán (1 Samuel 18:1-4), y referente a él nos gustaría hacer un par de observaciones a fin de guardar una estrecha relación con el tema del arco. Jonatán era un héroe y, por su nacimiento, fue llamado a reinar. Pero cuando vio la victoria de David sobre Goliat, y le escuchó hablar, su alma se apegó a la de David. Renunció a todas las señales de dignidad por él y las puso a los pies de David. Entre esos objetos, también estaban su espada y su arco. En efecto, desde entonces el arco de Jonatán iba a ser utilizado para bendición del pueblo, y esto todo el tiempo que anduvo en comunión con el ungido de Dios, el vencedor de Goliat. Jonatán también utilizó el arco con mucha sabiduría, particularmente para hacer saber a David que el tiempo de la persecución había llegado para él. Luego, Jonatán hizo traer el arco y las saetas a la ciudad, lo que representó una conmovedora separación, y dejó que David siguiera solo en el camino de la persecución, gozando él, en cambio, de la tranquilidad en su propia casa en la ciudad (1 Samuel 20:35-42).
Más tarde, Jonatán vino una vez más a David, a Hores, siendo necesario para ello el valor y el poder de Dios. Pero, luego regresó a casa (23:16-18). El poder de Dios habría podido capacitarlo para participar en los sufrimientos de David, pero no lo quiso. Pasado algún tiempo, cayó en la última batalla y derrota vergonzosa del ejército de Saúl contra los filisteos. Los arqueros de los enemigos se acercaron hacia la familia real, pero, ¿qué pudo hacer Jonatán con su arco cuando no permanecía junto a David? Estaba totalmente desprovisto de fuerzas, y cayó. Los filisteos lo despojaron de sus armas con afrenta y colgaron su cuerpo en el muro de Bet-sán (1 Samuel 31).
Antes de este tiempo, los arqueros del linaje de Saúl comprendieron afortunadamente a última hora que, aun estando ellos bien preparados para la batalla, sólo podían utilizar su poder al lado de David, de modo que abandonaron el ejército de Saúl para unirse a David en Siclag (1 Crónicas 12:1-3).
Cuando David recibió noticias acerca de la muerte de Saúl y Jonatán, compuso una endecha triste —el cántico “del Arco” (2 Samuel 1:18, V.M.)—, y quiso que todos los hombres de Judá la aprendieran. Todos debían estar plenamente convencidos de que incluso héroes como Saúl y Jonatán tenían que ser derrotados si no se luchaba la batalla con la ayuda de Dios (2 Samuel 1:17-27).
Jóvenes creyentes, tomen bien a pecho estas cosas. También a ustedes les espera la lucha. Pero Dios quiere darles un arco. Quiere comunicarles el conocimiento de Sus pensamientos y de Su Palabra. Con este fin, quiere también utilizar a los mayores que han pasado por la escuela de la experiencia. ¡Escúchenlos! El joven rey Uzías buscó a Dios y se hizo instruir por Zacarías, entendido en visiones de Dios. Y cuando lo buscó, prosperó (2 Crónicas 26:5). Provistos de la Palabra de Dios, tienen un arco en la lucha contra Satanás, contra las pruebas y tantos peligros. Pero estén bien convencidos de que el arco debe utilizarse en comunión con Dios. En nosotros mismos no hay ninguna fuerza, pero el Señor quiere ser nuestra fuerza. Si tenemos nuestras manos en actitud de oración, entonces descansarán en nuestros brazos las manos del Fuerte de Jacob, y esto nos convertirá en fuerte en la batalla.