Leamos el segundo capítulo de Jeremías con cuidado, como si se tratara de nosotros mismos, y notemos cómo Dios busca alcanzar tanto la conciencia como el corazón. “¿No te acarreó esto el haber dejado a Jehová tu Dios, cuando te conducía por el camino?” (Jeremías 2:17). Todo lo que les sucedió era el fruto de su propia actividad. “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gálatas 6:7-8). No podemos echar un puñado de semilla y después obtener una cosecha diferente a la producida por esta semilla. Si sobrevienen el dolor y la prueba, preguntémonos si no es el fruto de alguna mala semilla que hemos sembrado estando alejado del Señor quizás años antes. Vuelto a Él, tal vez me sorprenda de lo que estoy cosechando. Pero ¡no debo olvidar que soy yo mismo quien lo sembré!
“Ahora, pues, ¿qué tienes tú en el camino de Egipto, para que bebas agua del Nilo? ¿Y qué tienes tú en el camino de Asiria, para que bebas agua del Eufrates?” (Jeremías 2:18). Después de ser liberado, ni Egipto, ni Asiria tuvieron algo que ver con Israel hasta que se alejó de Dios. Pero los corazones alejados de Dios aspiraron a malas asociaciones y recibieron su justa recompensa. Con toda certeza Dios debe decir: “Tu maldad te castigará, y tus rebeldías te condenarán; sabe, pues, y ve cuán malo y amargo es el haber dejado tú a Jehová tu Dios, y faltar mi temor en ti, dice el Señor, Jehová de los ejércitos” (v. 19). Aquí encontramos la primera mención de la palabra “rebeldía” que caracteriza el principio del libro de Jeremías (véase 3:6, 8, 11, 12, 14, 22). Pero deja la puerta abierta para el retorno, para que el corazón vuelva a Dios, pues el Señor desea tenernos bien cerca de Él. ¿No aman nuestros corazones encontrarse cerca de Él? Pero si estoy alejado del Señor, y su mano pesa sobre mí, ¿es Él responsable? Por supuesto que no; ¡lo conozco demasiado bien para decirlo!
Si un corazón se ha alejado del Señor, esta palabra es cierta: “Faltó mi temor en ti” (2:19). Pienso que es el primer paso en el alejamiento; el sentimiento del temor del Señor se apaga progresivamente en el alma, y en ese momento comienza la decadencia. Pero para nada sirve que el que se aleja trate de restablecer las cosas del exterior. Una purificación exterior no conviene. El interior, el corazón, debe ser puesto en orden. “Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor” (v. 22). Luego muestra cómo el pueblo se parecía al “asna montés” (v. 24), y al ladrón que “se avergüenza… cuando es descubierto” (v. 26) porque cayó en una completa idolatría (v. 27). Dios conoce bien nuestros pobres corazones. Si estamos tan alejados del Señor y sobrevienen la pena y el dolor, ¿qué haremos? “En el tiempo de su calamidad dicen: Levántate, y líbranos” (v. 27). Pero el Señor tiene derecho de responder: “¿Y dónde están tus dioses que hiciste para ti? Levántense ellos, a ver si te podrán librar en el tiempo de tu aflicción” (v. 28). Que las cosas de las cuales se ocupaba lo liberen. ¡Evidentemente esto es imposible!
¡Qué pregunta conmovedora hace Dios aquí!: “¿He sido yo un desierto para Israel?” (v. 31). ¿Era estéril mi país? ¿Son estériles las cosas del cielo? ¡Qué sorprendente expresión emplea Dios hablando a su pueblo! Pero es así. Si el corazón pierde el sentimiento de la gracia, cesa de encontrar sus delicias en Cristo y el resultado inevitable es: “Nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano” (Números 21:5).
Agrega: “¿Se olvida la virgen de su atavío, o la desposada de sus galas? Pero mi pueblo se ha olvidado de mí por innumerables días” (Jeremías 2:32). ¿Qué cosas Dios hizo cada día? Había velado sobre su pueblo y cuidado de él. Bendito sea su nombre, ¡pensó continuamente en ellos! Nosotros lo hemos olvidado tal vez, pero Él no nos olvida jamás. Estamos esculpidos en las palmas mismas de Sus manos (véase Isaías 49:16), y su única preocupación para con los que se alejaron es su restauración.
En el capítulo 3 de Jeremías, Dios toma otra imagen y compara el pecado de su pueblo con la prostitución. Aunque su pecado sea tan grave como eso, leemos: “Mas ¡vuélvete a mí! dice Jehová” (v. 1), porque su deseo de restaurar a Israel es muy grande. Después se comparan los hechos de Judá e Israel. Dios prefiere la realidad del estado de nuestro corazón antes que fingir y profesar una proximidad inexistente. Había rebelión y alejamiento manifiesto de parte de las diez tribus (Israel). Pero ¿qué hizo Judá? “No tuvo temor la rebelde Judá” (v. 8). “Judá no se volvió a mí de todo corazón, sino fingidamente, dice Jehová” (v. 10). Tenemos aquí una gran lección, queridos hermanos y hermanas. El Señor quiere solamente la realidad. En los días del rey Josías se había producido un despertar. Podríamos pensar que el pueblo se había vuelto verdaderamente a Dios, pero lo hizo simplemente bajo la influencia de Josías. ¡Fue hecho con falsedad! Que el Señor nos guarde de tener solo la apariencia de piedad, negando su eficacia (2 Timoteo 3:5).
Admiremos la manera con que Dios trabaja para volver a traer las diez tribus infieles. “Y me dijo Jehová: Ha resultado justa la rebelde Israel en comparación con la desleal Judá. Ve y clama estas palabras hacia el norte, y di: Vuélvete, oh rebelde Israel, dice Jehová; no haré caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo, dice Jehová, no guardaré para siempre el enojo. Reconoce, pues, tu maldad…” (Jeremías 3:11-13).
Tal vez usted se pregunte: ¿Cómo puedo volver? Es cierto que Dios habló a mi alma por medio de su Palabra: he bebido de cisternas rotas (véase 2:13). Pero ¿cómo tengo que volver? He aquí la respuesta: “Reconoce, pues, tu maldad”. Hay solo un camino para volver, ¿cuál es? La confesión. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). ¡Cuán tierno es este llamamiento: “Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo”! (Jeremías 3:14). Por parte de Dios las relaciones no están cortadas. Note los alientos de los versículos 14 y 15: “Os tomaré… os introduciré… y os daré pastores…”. Desde el versículo 16 al 20 se nos muestra cómo Dios terminará por ganar y restaurar a Israel como pueblo: las diez tribus y Judá. El versículo 21 revela el estado moral que precede a la restauración, es decir el “llanto de los ruegos”. Luego viene otro llamamiento conmovedor: “Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones”. ¿Quién puede resistir a este llamamiento? ¿Qué alma desdichada podrá decir: ¿Cómo puedo volver? ¿Qué camino seguir? Considere este versículo: “Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones”. Note el efecto de este llamamiento: “He aquí nosotros venimos a ti, porque tú eres Jehová nuestro Dios” (v. 22). ¡Hemos decidido venir! Aquellos que obedecen a este llamamiento para volver, responden: “Venimos a ti, porque tú eres Jehová nuestro Dios”. Si esta respuesta esperada no es dada, ¿sabe usted lo que sucederá? Las cosas irán de mal en peor. Si no prestamos atención a la palabra de reprensión, llegaremos al versículo 6 del capítulo 5: “Sus rebeliones se han multiplicado, se han aumentado sus deslealtades”. ¡Cuán solemne es!
Y no es todo, porque el pecado no juzgado abre la puerta a un mal más grave aún. En Jeremías 8:5 Dios pregunta: “¿Por qué es este pueblo de Jerusalén rebelde con rebeldía perpetua? Abrazaron el engaño, y no han querido volverse”. Si no escucho la palabra para volver, caeré en esta condición terrible de una rebeldía perpetua. “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo… para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado” (Hebreos 3:12-13).
Existe solamente una manera de ser sacado de ese terrible camino de decadencia: reconocer sinceramente nuestro propio estado y mirar simplemente a Dios para ser librado. Podemos expresarnos así: “Aunque nuestras iniquidades testifican contra nosotros, oh Jehová, actúa por amor de tu nombre; porque nuestras rebeliones se han multiplicado, contra ti hemos pecado” (Jeremías 14:7). No pienso que los que hablen así ya estén restaurados, sino que esta oración revela los ejercicios que llevan al camino de la restauración.
Ahora leamos el último capítulo de Oseas. Aquí Dios nos presenta con otras palabras la manera en que el alma vuelve a Él. “Vuelve, oh Israel, a Jehová tu Dios; porque por tu pecado has caído” (v. 1). He aquí un nuevo llamamiento de Dios con su conmovedora invitación. Hasta le dicta lo que debe decirle: “Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y acepta el bien, y te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios” (v. 2). Tal es la forma de hablar de alguien que vuelve teniendo el sentimiento de la gracia. “No nos librará el asirio; no montaremos en caballos, ni nunca más diremos a la obra de nuestras manos: Dioses nuestros; porque en ti el huérfano alcanzará misericordia” (v. 3). El sentimiento de la gracia y de la misericordia hace volver el alma a Dios. ¿Y cuál es ahora la respuesta de Dios? “Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia; porque mi ira se apartó de ellos” (v. 4). ¿Puede haber algo más bendito? ¿Qué podría animar más a un alma a volver al Señor? Es la victoria del amor sobre la falta de amor.
Luego siguen los efectos de la restauración. “Yo seré a Israel como rocío; él florecerá como lirio, y extenderá sus raíces como el Líbano. Se extenderán sus ramas, y será su gloria como la del olivo, y perfumará como el Líbano. Volverán y se sentarán bajo su sombra; serán vivificados como trigo, y florecerán como la vid; su olor será como de vino del Líbano. Efraín dirá: ¿Qué más tendré ya con los ídolos? Yo lo oiré, y miraré; yo seré a él como la haya verde; de mí será hallado tu fruto” (v. 5-8).
Hermano que se alejó, no suponga que al abandonar al Señor, todo se terminó para usted y que no puede ser restaurado. No; si vuelve, días mejores han sido preparados para usted. El propósito de Dios es conducirnos a un estado práctico mejor del que hemos perdido al alejarnos. De esto resulta que gustamos mucho más la gracia, tenemos más confianza en el Señor y desconfiamos más de nosotros mismos. “Serán vivificados como trigo, y florecerán como la vid; su olor será como de vino del Líbano”: estas son imágenes maravillosas de la prosperidad y frescor de un alma restaurada. Cuando es restaurada, dice como Efraín: “¿Qué más tendré ya con los ídolos?” Y Dios responde: “Yo lo oiré, y miraré”. Efraín agrega: “yo seré a él como abeto verde” (V.M.). El abeto es uno de los árboles más hermosos, verde todo el año. Es la figura de aquel que tiene el sentimiento continuo del favor de Dios, y del amor del Señor. Pero Dios precisa: “De mí será hallado tu fruto”. En el versículo 8 tenemos un diálogo que expresa el arrepentimiento consciente de que la bendición proviene enteramente de Dios.
Oseas puede terminar su libro con estas palabras: “¿Quién es sabio para que entienda esto, y prudente para que lo sepa? Porque los caminos de Jehová son rectos, y los justos andarán por ellos; mas los rebeldes caerán en ellos” (v. 9).
Nos dé Dios a todos tomar en cuenta su Palabra y considerar que sus caminos son caminos de ternura, en especial para aquellos que se alejaron. Amigo, si tal es su caso, sea severo con usted mismo, pero recuerde que el corazón de Dios está lleno del amor más fiel y solo busca su restauración para Sí mismo.
Tu tierno amor, cual Tú, invariable,
Atrae mi alma para gozar
En la luz tuya, dicha inefable,
Que sus destellos da sin cesar.
Si alguna nube se me presenta,
De Ti quitándome el resplandor;
Divino Amigo, tras la tormenta
Como antes brillas con tierno amor.
Que de Ti nada pueda apartarme
Y si de nuevo, Señor Jesús,
En mi flaqueza vuelvo a desviarme
Haz que muy pronto torne a tu luz.