3. Hacia los amigos
(ejemplos del Antiguo Testamento)
Las verdaderas amistades se forman generalmente al principio de la vida, a veces más tarde; cuán preciosas son aquellas que duran toda la vida. Deuteronomio 13:6 nos dice: “Tu amigo que es para ti como tu misma alma” (V.M.). Si hay una verdadera confianza y una discreción total, la intimidad es recíproca, y qué ayuda cuando la amistad es “en el Señor”. La fidelidad es hermana de la amistad: “En todo tiempo ama el amigo” (Proverbios 17:17). “Y amigo hay más unido que un hermano” (18:24). En realidad, ningún amigo humano puede serlo plenamente; únicamente al Señor Jesús pueden aplicarse de veras estos versículos. En Juan 15, él dice a sus discípulos: “Os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer” (v. 15). En Lucas 12:4, cuando va a animar el corazón de ellos en vista de las dificultades y la oposición que van a encontrar, les dice: “Os digo, amigos míos...”
Dios llama a Abraham “mi amigo” (Isaías 41:8), y Santiago 2:23 lo confirma: “fue llamado amigo de Dios”. ¡Cuán marcada era la comunión que disfrutaba el patriarca! Dios hablaba a Moisés cara a cara, como un hombre habla con su compañero (Éxodo 33:11). La proximidad era tal que Moisés llega hasta a desear ver la gloria de Jehová. ¿Cuál fue la respuesta? “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro... y tendré misericordia del que tendré misericordia... No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá” (v. 18-20). Dios, quien “habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver” (1 Timoteo 6:16), ¡qué intimidad tenía con su siervo!
1) Job y sus amigos
Dios quiso consagrar todo un libro de su Palabra a un solo hombre. Tenía una lección esencial que enseñarnos. Los dos primeros capítulos nos describen las pruebas por las que Dios permitió que pasara su siervo: los bienes, la salud y sus hijos le fueron quitados; su mujer le incitaba a maldecir a Dios; sus amigos guardaban silencio. Durante siete días, estos últimos, sentados a su alrededor, mantuvieron un silencio cada vez más penetrante. Job entonces estalla y provoca los discursos que manifiestan la falta de comprensión de sus tres amigos. Sin embargo, ellos habían venido para consolarle, y querían mostrarle su verdadera amistad. Venían de lejos, pero al final ¿qué trajeron? Condenaron a Job (32:3). No supieron convencerle: “Lo vence Dios, no el hombre” (v. 13). No condujeron a Job a la presencia de Dios.
Sin embargo, Dios mismo había dicho del patriarca en dos ocasiones que era “perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:8; 2:3). Tal vez sus hijos habían pecado mientras celebraban sus fiestas; por eso Job ofrecía holocaustos por ellos “conforme al número de todos ellos” (1:5). ¡Pero él no ofrecía por sí mismo! No conocía el fondo de su corazón; la prueba iba a abrir sus ojos, lo que sus amigos no supieron hacer. Al igual que su mujer, fueron un estorbo para Job y no tuvieron ni una palabra de consuelo. Sus razonamientos podían ser justos, pero eran inadecuados.
Elifaz habla de su experiencia: “como yo he visto” (4:8). No comprende el sufrimiento de Job.
Bildad pone por delante la tradición de los padres: “Pregunta ahora a las generaciones pasadas, y disponte para inquirir a los padres de ellas... ¿no te enseñarán ellos?” (8:8-10).
Zofar le acusa directamente: “Tú dices: ... soy limpio delante de tus ojos. Mas ¡oh, quién diera que Dios hablara, y abriera sus labios contigo... Conocerías entonces que Dios te ha castigado menos de lo que tu iniquidad merece” (11:4-6). Aquí tenemos al legalista: Dios exige; está contra ti; es tu acreedor.
El problema de Job no se resuelve; al contrario, sus amigos le irritan por medio de sus acusaciones. Entonces Job, para justificarse, llega a decir: “Hasta que muera, no quitaré de mí mi integridad... no me reprochará mi corazón en todos mis días” (27:5-6). Acusa a Dios: “Dios me ha quitado mi derecho”. “Yo soy limpio y sin defecto... él buscó reproches contra mí” (34:5; 33:9-10).
Dios permite entonces que un amigo verdadero, uno más joven, se presente: Eliú. Éste va a conducir a Job a la presencia de Dios para que sea, por sí mismo, conducido a la solución de su doloroso problema. El espíritu que estaba dentro del joven le apremiaba (32:18) y el soplo del Omnipotente le había dado la vida (33:4).
Eliú se pone al mismo nivel de Job: “De barro fui yo también formado” (33:6). No quiere adularle, ni apesadumbrarle, sino que le presenta claramente la reprensión: “Tú dijiste... soy limpio y sin defecto; soy inocente... él buscó reproches contra mí... sin embargo, en una o en dos maneras habla Dios... entonces revela al oído de los hombres... para quitar al hombre de su obra... Si tuviese cerca de él algún elocuente mediador muy escogido, que anuncie al hombre su deber (juzgándose a sí mismo); que le diga que Dios tuvo de él misericordia... que halló redención” (33:8-24). Entonces se producirá en el corazón de Job lo que se conoce en el Nuevo Testamento como un nuevo nacimiento: “Pequé, y pervertí lo recto, y no me ha aprovechado, Dios redimirá mi alma para que no pase al sepulcro... todas estas cosas hace Dios... con el hombre... para iluminarlo con la luz de los vivientes (33:27-30).
Eliú también tiene unas palabras para Dios: “Dios es grande, pero no desestima a nadie... No apartará de los justos sus ojos... Despierta además el oído de ellos para la corrección... ¿Qué enseñador semejante a él?” (36:5, 7, 10 y 22). Eliú, el amigo fiel, la ayuda preciosa, se calla; Job no tiene nada más que añadir (31:40); entonces Dios puede hablarle directamente (capítulos 38 a 41). Job se inclina finalmente y reconoce la grandeza de Dios: “Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti... por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí... te preguntaré, y tú me enseñarás. De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (42:2-6). ¡Qué horror, haber acusado a Dios en lugar de juzgarse a sí mismo!
Entonces Dios restablece el antiguo estado de Job cuando ha orado por sus amigos, quienes tanto le habían hecho sufrir y no le habían hablado de Dios como convenía (42:7). Le da el doble de todo lo que había tenido, excepto los hijos, porque no estuvieron perdidos: se había ofrecido sacrificios tanto por ellos como por los amigos (1:5 y 42:8).
2) Samuel y David en Naiot (1 Samuel 19:18)
David tuvo que huir ante la ira de Saúl y se refugió con Samuel en Ramá, explicándole todo lo que Saúl le había hecho. Luego se fueron los dos por algún tiempo a Naiot, aparte (como el Señor Jesús y sus discípulos en Marcos 6:31). El futuro rey entraba en la escuela de Dios, de la que el viejo siervo estaba saliendo. Este último le fue de mucha ayuda a su joven amigo, como más adelante lo fue Pedro con el joven Saulo durante quince días (Gálatas 1:18).
¡Qué ayuda puede encontrar un joven o una joven en un hermano o una hermana con experiencia, a quien pueda abrirle su corazón, presentarle sus problemas y preguntas para recibir el consejo apropiado!
Samuel había llevado luto por Saúl. Dios le había conducido a ungir a David en la intimidad de su familia (1 Samuel 16:13). Ahora el anciano veía al rey decaído y mostrándose tal cual era y aprendía a conocer mejor a aquel de quien Dios le había dicho: de los hijos de Isaí “me he provisto de rey” (16:1). El anciano profeta había estado dispuesto para ungir al joven pastor; en este día de pena para David, también estuvo dispuesto para acogerle. Dios quiera que en los diversos lugares de reunión pueda haber quienes, por haber andado con el Señor, puedan ser una verdadera ayuda para los jóvenes que se confían a ellos, como también abuelos dispuestos a animar a sus nietos.
3) Abigail (1 Samuel 25)
“Mujer de buen entendimiento y de hermosa apariencia” (v. 3), Abigail tiene un esposo duro y malvado, Nabal, el cual rehúsa dar a los hombres de David los alimentos que merecen por los servicios prestados. Con propósitos de venganza, las espadas ceñidas, David y sus hombres suben para matar a Nabal. Abigail, informada de ello, se apresura a ir al encuentro de los atacantes, llevándoles alimentos y deteniendo a David: “Cuando Jehová... te establezca por príncipe sobre Israel, entonces, señor mío, no tendrás motivo de pena ni remordimiento por haber derramado sangre sin causa, o por haberte vengado por ti mismo” (v. 30-31). David bendice a Dios por haberla enviado a su encuentro; por medio de ella Dios ha desbaratado el plan del enemigo, el que quería hacer caer a David. Ella le pide que se acuerde de su sierva. David le responde: “Te he tenido respeto” (v. 35). Admiración y respeto mutuos, tacto en las actitudes y en las palabras. Pero Abigail está unida en matrimonio a Nabal. Sólo después de fallecer éste, David la toma por esposa; y ella le responderá que quiere ser su sierva. Ella fue una gran ayuda para David en un momento preciso, y los dos supieron esperar la hora de Dios para unirse.
Las amistades entre distintos sexos pueden ser espiritualmente provechosas si se está dependiente del Señor, pero se imponen la reserva y la prudencia. Un hogar puede destruirse muy fácilmente, sobre todo si los contactos son demasiado frecuentes o demasiado largos: compañeros de trabajo con los que uno se encariña, atracciones culpables. ¡Que Dios nos ayude en estas situaciones delicadas! Hay casos en los que la separación inmediata es indispensable, aunque sea dolorosa, como lo dijo el Señor Jesús mismo (Mateo 5:28-29).
4) Jonatán
David vuelve, después de haber derrotado al gigante filisteo, con la cabeza de Goliat en su mano. Lleno de admiración hacia él, el corazón de Jonatán se siente ligado al de David. “Lo amó Jonatán como a sí mismo” (1 Samuel 18:1). Es su amigo fiel a través de las dolorosas circunstancias en las que Saúl quiere desembarazarse de David dándole muerte.
Jonatán se despoja de su manto real, de otras ropas suyas, de su espada, de su arco y su talabarte y se lo da todo a David (aquí figura de Cristo). Muchas veces dará ánimos a su amigo, expuesto a los mortales celos de su padre.
Después de una última entrevista, se separan para no volverse a ver más (23:16-18). Si pensamos en las circunstancias históricas, Jonatán, a pesar de Éxodo 20:12 (“Honra a tu padre...”) ¿debió haber abandonado a su desdichado padre por haber querido matar a su propio hijo en dos ocasiones? Así habría seguido a David durante su estadía con los filisteos y se habría expuesto a combatir contra su propio pueblo. Al volver junto a su padre, es muerto en el monte de Gilboa. Trágico dilema que ninguno de los dos amigos podía prever. Claro que, si vemos en David una figura de Cristo, el Señor puede conducir, por analogía, en casos muy extremos, a que un creyente se separe de sus padres para seguir a Jesús, a pesar de que un testimonio fiel en una familia hostil pueda ser bendecido por la gracia. De todos modos, David no tuvo ningún rencor contra Jonatán; por el contrario, en su endecha recuerda: “Me fuiste muy dulce. Más maravilloso me fue tu amor” (2 Samuel 1: 17, 26).
5) Ahitofel y Husai (2 Samuel 15:31-37; 16:15-17, 23)
David tuvo que huir de Jerusalén para escapar de su hijo Absalón. Entre otros se nos presentan dos amigos suyos: Ahitofel y Husai. David se entera que el primero de ellos, su consejero, se encuentra en Jerusalén entre los que conspiraron con Absalón. ¡Cuán triste es la traición de un amigo!
Cuando llega a la cumbre del monte de los Olivos, David encuentra a su otro amigo, Husai, a quien el rey le pide que vuelva a Jerusalén para desbaratar las intenciones de Absalón. David había orado a Dios, poco antes, en ese sentido (15:31). Dios responde a la oración y hace que el consejo de Husai prevalezca sobre el de Ahitofel. Éste se suicida (17:23), mientras que Husai, amigo fiel que ha arriesgado su vida al volver a Absalón, permanece apegado al rey. Su hijo Baana será uno de los gobernadores de Salomón (1 Reyes 4:16).
6) Jonadab (2 Samuel 13:3-5, 32-33)
Jonadab, amigo y primo de Amnón, el hijo mayor de David, era un mal consejero, muy hábil y astuto, pero cínico. Sin discreción, da un muy triste consejo a su amigo acerca de Tamar, su media hermana, y Amnón lo sigue para su propia perdición.
Cuando Absalón hace matar a Amnón, Jonadab lo sabía de antemano. Él tranquiliza a David: “No diga mi señor que han dado muerte a todos los jóvenes hijos del rey, pues sólo Amnón ha sido muerto; porque por mandato de Absalón esto había sido determinado desde el día en que Amnón forzó a Tamar su hermana” (v. 32). Jonadab habría podido prevenir este asesinato advirtiendo a su amigo Amnón o a David, pero no hace nada. Cuidémonos de los amigos del mundo que no temen a Dios, ya que pueden tener motivos interesados y arrastrarnos a trampas a veces mortales.
7) Daniel
Daniel, deportado a Babilonia con muchos otros jóvenes de la dinastía real, encuentra entre ellos tres amigos. Juntos, a pesar de los riesgos, toman la firme decisión, bajo la influencia de Daniel, de rechazar las delicadas comidas del rey por haber sido presentadas a los ídolos (Daniel 1:8). Dios honra su fidelidad. Les sobrevienen otras pruebas, las que les conducen a orar juntos (2:17-18). Dios les responde maravillosamente. Más tarde, los tres amigos, sin Daniel, desafían la orden del rey, rehúsan inclinarse delante de la estatua (cap. 3) y Dios responde a su fe. Daniel mismo tendrá otras pruebas, sin contar entonces con el apoyo de sus amigos, pero el recuerdo de los días vividos juntos será una ayuda tanto para el uno como para los otros.
8) Ebed-melec (Jeremías 38:7-13)
Jeremías es echado en la cisterna de la cárcel, donde se hunde en el cieno y va a morir (Lamentaciones 3:52-54). Entonces clama a Dios, quien le responde: “No temas”. Dios se sirve de Ebed-melec, un etíope eunuco en la casa del rey. Conmovido por todo el mal que habían hecho al profeta, se presenta delante de Sedequías y suplica en favor del desgraciado Jeremías, a quien quiere ayudar. El rey le concede treinta hombres para sacar a Jeremías del foso. Ebed-melec, lleno de consideración, busca trapos viejos y ropas raídas para que Jeremías se los ponga en los sobacos a fin de evitar que le lastimen las sogas que servirán para sacarle de la cisterna en la que estaba aprisionado por el cieno. Ayuda oportuna de un extranjero que tuvo compasión de la desgracia del hombre de Dios. Dulzura que recuerda la de Dios hacia su pueblo: “Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor” (Oseas 11:4). Ebed-melec no será olvidado por Dios, quien promete salvarle (Jeremías 39:16-18).
Para ayudar verdaderamente a nuestros amigos, ¿no es necesario primero estar “arraigados y cimentados en amor”? (Efesios 3:17).