Eliseo, el varón de Dios /3

2 Reyes 2:19-25 – 2 Reyes 3 – 2 Reyes 4:1-7

4. Los hombres de la ciudad (2 Reyes 2:19-22)

El mundo en medio del cual Eliseo es testigo de la gracia de Dios no solo es un mundo incrédulo, sino que, a causa de su incredulidad, es además un mundo bajo maldición. Así, muy oportunamente, la misión de gracia de Eliseo comienza en Jericó, el lugar de la maldición. Josué había dicho: “Maldito delante de Jehová el hombre que se levantare y reedificare esta ciudad de Jericó. Sobre su primogénito eche los cimientos de ella, y sobre su hijo menor asiente sus puertas”. Y fue lo que sucedió, pues, en los días de Acab, un hombre se levantó y desafió a Dios construyendo Jericó, pero perdiendo a sus dos hijos, “conforme a la palabra que Jehová había hablado por Josué hijo de Nun” (Josué 6:26; 1 Reyes 16:34).

El lugar era bueno, pero las aguas eran malas y la tierra estéril. Así es este mundo; exteriormente agradable a veces, pero por todos lados saltan a la vista las consecuencias desastrosas de la maldición. Sus refrescantes fuentes no satisfacen. Promete mucho, pero nada lleva a madurez. No puede responder a las necesidades del hombre.

Pero Eliseo está ahí, con la gracia que sana; magnífica imagen de Cristo que, no teniendo nada de los bienes de este mundo, dispensa sin embargo la bendición por todos lados, poniendo la gracia al servicio de los demás. Los hombres de la ciudad tienen fe para beneficiarse de la gracia que está en Eliseo. Vienen a él con sus necesidades. El profeta pide una vasija nueva, y hace que le pongan sal, lo que nos habla de ese carácter de la gracia que preserva del mal, y que se une, no a la carne, sino a “una vasija nueva”. ¿No ha sido Cristo la “vasija nueva” llena de la gracia santificante de Dios?

Luego se dice de Eliseo: “saliendo él a los manantiales de las aguas, echó dentro la sal, y dijo: Así ha dicho Jehová: Yo sané estas aguas, y no habrá más en ellas muerte ni enfermedad (o esterilidad)”. Será así en los días venideros: en el mismo lugar donde la maldición fue pronunciada, donde la maldición cayó, ahí la maldición será quitada. Dios habitará con los hombres, vasijas nuevas, hechos semejantes a Cristo, llenos de la gracia santificante. Entonces efectivamente, no habrá más muerte ni maldición, puesto que las primeras cosas habrán pasado.

5. Los burladores de Bet-el (2 Reyes 2:23-25)

Al leer la historia de Eliseo, siempre debemos recordar que su misión era presentar la gracia de Dios a una nación culpable. Por esta razón, sus milagros son, casi sin excepción, milagros de gracia. Las tres excepciones —la maldición de los jóvenes burladores, la lepra que se pegó a Giezi (5:27), y la muerte del príncipe sobre cuyo brazo el rey se apoyaba (7:2)— están en perfecta armonía con la misión del profeta. En cada uno de esos casos, el juicio es el resultado directo del desprecio de la gracia.

Si, pues, en muchos milagros notables, se da testimonio a la gracia soberana de Dios, también hay un testimonio al inevitable juicio que caerá sobre aquellos que rechazan, falsifican o desprecian la gracia de Dios. Al comienzo de su ministerio, Eliseo debe aprender que, si él trae la gracia y la bendición al lugar de la maldición, deberá enfrentar a aquellos que rechazan la gracia y se burlan de su mensajero. Así, mientras que el profeta subía a Bet-el, se encuentra con una banda de muchachos que ridiculizan la ascensión de Elías. Para burlarse, dicen a Eliseo: “¡Calvo, sube! ¡calvo, sube!” (2:23).

Los hijos de los profetas manifiestan ignorancia e incredulidad en cuanto a la ascensión. Los “hombres de la ciudad” quizá son indiferentes, pero los muchachos de Bet-el se burlan de ella. En Bet-el, el lugar que en la historia de Israel tiene el carácter de la casa de Dios, encontramos una banda de burladores. No ha cambiado esto en el presente día de la gracia. Todavía hay ignorancia e incredulidad en el círculo religioso, e indiferencia entre los hombres del mundo; pero la más terrible señal de los postreros días será la aparición de burladores en la profesión cristiana, que dice públicamente ser la casa de Dios. Para los tales, no hay nada más que el juicio, un juicio que comienza por Su casa (2 Pedro 3:3; 1 Pedro 4:17).

Era así en los días de Eliseo. La ascensión de Elías al cielo, la doble porción de espíritu que reposaba sobre Eliseo, las actividades de la gracia para la bendición del hombre, no son otra cosa que motivos de burla. El solemne resultado es que aquel que es el ministro de la gracia invoca el juicio sobre aquellos que la rechazan.

6. Los reyes y sus ejércitos (2 Reyes 3)

Hasta aquí Eliseo ha sido el ministro de la gracia en un círculo limitado; ahora comienza su ministerio público en relación con la nación apóstata. Por su intervención, tres reyes y sus ejércitos son preservados de la destrucción y una gran victoria es obtenida sobre los enemigos del pueblo de Dios. Toda la escena presenta de manera viva la baja y humillante condición del pueblo que profesaba estar en relación con Dios. Joram, rey de las diez tribus, aun cuando quita algunos ídolos, hace lo malo ante los ojos de Dios y no se aparta de los pecados de Jeroboam por los cuales hizo pecar a Israel. En el gobierno de Dios, se le permite a Moab rebelarse. Para reprimir esta rebelión, Joram busca la ayuda del rey de Judá. Josafat, un hombre en sí mismo temeroso de Dios, cae en la trampa. Abandona la separación según Dios, entra en una alianza profana con Joram y así se rebaja al nivel de ese malvado rey. Se une a él para pelear sus batallas, diciendo: “Iré, porque yo soy como tú; mi pueblo como tu pueblo, y mis caballos como los tuyos”.

Además, estos dos reyes —que profesan adorar a Dios— se encuentran aliados al rey pagano de Edom, enemigo de Dios. Tenemos así la alianza extraña de un rey malvado, de un rey que teme a Dios y de un rey pagano.

Sin pensar en Dios ni consultarlo, estos tres reyes hacen sus planes y se proponen llevarlos a cabo. Todo parece estar bien hasta el momento en que, al cabo de siete días, se encuentran confrontados a circunstancias que amenazan su destrucción, no de la mano del enemigo, sino por la falta de agua.

Movido por una consciencia intranquila, el rey de Israel ve en las circunstancias la mano de Dios que, supone él, ha llamado a estos tres reyes para entregarlos en la mano de Moab. Pero si bien la prueba despierta los culpables temores del rey apóstata, ella también manifiesta el carácter piadoso del rey de Judá. Los dos reyes piensan en Dios; uno de ellos ve en la prueba solo la mano de Dios contra ellos en juicio; el otro ve una ocasión de volverse hacia Dios como único recurso. Josafat dice: “¿No hay aquí profeta de Jehová, para que consultemos a Jehová por medio de él?”. Mucho mejor hubiera hecho si hubiese consultado a Dios antes de haberse lanzado en esta expedición en compañía del rey de Israel. No obstante, frente a estas terribles circunstancias, es traído de vuelta a Dios.

Este asunto trae a Eliseo a la escena. Las primeras palabras del profeta son un valiente testimonio contra el malvado rey de Israel a quien rehúsa asociarse, puesto que pregunta: “¿Qué tengo yo contigo?”. Esta pregunta no solo desenmascara la apostasía del rey de Israel, sino que también es un reproche al rey de Judá, Josafat, un creyente, pero que, andando según la carne, había concluido una alianza profana con Joram y había dicho: “Yo soy como tú; mi pueblo como tu pueblo”. Eliseo, caminando según el espíritu de Elías, rehúsa cualquier asociación con Joram, diciendo: “¿Qué tengo yo contigo?”.

El rey de Judá sin duda jamás habría consentido hacer compromisos con la religión de Joram. Sin embargo, se deja arrastrar, para combatir a los enemigos de Dios, en una alianza con alguien con quien no puede adorar. Por desgracia, ¡cuántas veces en los días del cristianismo esta escena se ha vuelto a repetir! Con el pretexto de amor y colaboración en el servicio del Señor, el creyente ha sido arrastrado a asociarse con aquellos con los que no podría unirse para rendir culto. Tales alianzas ponen la bendición a los hombres por encima del honor debido al Señor. ¿No se nos pone así en guardia contra un acto de bondad fácil de la naturaleza humana que puede a veces llevarnos a decir desorientados a los que están en una falsa posición: “Yo soy como tú; mi pueblo como tu pueblo”? ¿No oímos la advertencia: “Velad y orad, para que no entréis en tentación”? (Mateo 26:41). No solo “Velad” contra las trampas del enemigo, sino “orad” para que cada paso sea hecho en la dependencia de Dios. Es bueno volverse hacia Dios cuando un mal paso que hayamos dado nos ha hundido en las dificultades; pero es infinitamente mejor andar en un espíritu de oración y de dependencia, y así evitar todo sendero tortuoso.

Eliseo, aunque rehúsa asociarse con Joram, y reprime indirectamente a Josafat, no duda en unirse con lo que es de Dios, con el hombre que, aunque sea en una pequeña medida, está del lado de Dios. Tiene respeto por la presencia de Josafat; de otra manera no habría mirado al rey de Israel ni lo hubiera visto.

Sin embargo, la confusión causada por esta alianza profana entre los dos reyes es tan grande que Eliseo no llega a discernir el pensamiento de Dios. Entonces hace llamar a un tañedor (alguien que toca el arpa). Su espíritu debe estar liberado de todo lo que le rodea y puesto en contacto con las escenas celestiales para conocer el pensamiento de Dios. Un tañedor no era necesario para condenar al rey apóstata de Israel ni para reprimir la locura y la debilidad del rey de Judá; pero cuando se trata de discernir el pensamiento del cielo, entonces de inmediato es necesario un tañedor. El varón de Dios debe tener su espíritu alejado del caos generalizado que reina a su alrededor, de la destrucción que acecha al pueblo de Dios y de la consecuente angustia en la que están inmersos. No puede conocer el pensamiento de Dios deteniéndose en el lamentable estado de la situación. No es indiferente; no lo ignora; pero debe aprender cómo Dios quiere que él obre, debe ser elevado por encima de las penosas circunstancias de una escena terrenal, hasta la serena calma de esta escena celestial en la cual Elías había ascendido y de la cual Eliseo había venido para traer la gracia soberana de Dios en medio de un pueblo arruinado. Hoy en día ¿no necesitamos a veces un tañedor, o lo que significa uno que toca el arpa? ¿No estamos muy a menudo confrontados a circunstancias en las que el mal es tan manifiesto que es fácilmente detectado y condenado sin que sea necesaria una gran espiritualidad? Pero discernir el pensamiento del Señor demanda un nivel espiritual mucho más alto. Para esto, es necesario que nuestro espíritu sea liberado de las cosas de la tierra a fin de que, mirando al Señor sin distracción, podamos ver la condición de los suyos como Él la ve, y así tener Su pensamiento. El hecho de que sea fácil descubrir el mal que aflige al pueblo de Dios pero difícil encontrar el remedio, muestra solamente cuánta necesidad tenemos de un tañedor: solo haciendo abstracción en nuestro espíritu de la confusión que reina en el seno del pueblo de Dios podremos aprender cuál es el pensamiento del Señor.

Si Eliseo hubiese tenido en cuenta solo la maldad de Joram, la falta de Josafat y las penosas circunstancias a la que esta alianza profana los había arrastrado, habría podido decir que los reyes no hacían más que cosechar lo que habían sembrado y que claramente era el pensamiento de Dios que sufriesen una gran derrota.

Mediante el tañedor, Eliseo es elevado por encima de las circunstancias del pueblo de Dios en la tierra, a la calma de la presencia de Dios en el cielo, para aprender que el pensamiento de Dios es muy diferente de lo que el pensamiento de la naturaleza podría esperar. Eliseo descubre que Dios iba a utilizar la ocasión de fracaso y angustia de Su pueblo para reivindicar Su propia gloria y magnificar Su gracia. No solo preservaría a su pueblo de la destrucción que su propia locura merecía, sino que les concedería una brillante victoria sobre sus enemigos. Y fue lo que aconteció: los reyes y sus ejércitos son salvados por la intervención llena de gracia y milagrosa de Dios, y obtienen una gran victoria sobre sus enemigos.

Sin embargo, es importante notar que, a pesar de la gracia de Dios que libera a su pueblo de la destrucción y le da la victoria sobre sus enemigos, no hay una vuelta a Dios. En Judá, hay ciertos despertares, como también victorias concedidas al pueblo; pero en toda la triste historia de las diez tribus, incluso si Dios viene a socorrerlos en su angustia, no se menciona ningún despertar hacia Dios.

7. El aceite de la viuda (2 Reyes 4:1-7)

El Dios que “cuenta el número de las estrellas”, y que “a todas ellas llama por sus nombres”, es el Dios que “sana a los quebrantados de corazón”. Las estrellas son demasiado altas y el dolor de un corazón quebrantado es demasiado profundo para que podamos alcanzarlos; pero el Dios que puede contar los millones de estrellas del cielo, puede inclinarse para curar un corazón quebrantado en la tierra (Salmo 147:3-4). La gracia de Dios que ha salvado a los reyes y a sus ejércitos de la destrucción, puede responder a la necesidad de una viuda desolada. Eliseo también, el ministro de esta gracia, está tan preparado para venir en socorro de esta humilde viuda, como antes había sido el siervo bien dispuesto de los reyes. Si libera a los grandes de la tierra de sus dificultades, también salva a los pobres de sus angustias.

La viuda de un hijo de los profetas —alguien que temía a Dios— está amenazada con la pérdida de sus dos hijos para hacer frente a las exigencias de un acreedor. El hecho de que la viuda de un profeta fuese reducida a tal extremo constituye ciertamente una solemne imagen del triste estado de la nación.

Sin embargo, la mujer tiene fe para echar mano de la gracia que llega por Eliseo. Ella expone su caso ante el profeta. Él pregunta: “¿Qué te haré yo? Declárame qué tienes en casa”. No solamente ella tiene grandes necesidades, sino que es evidente que sus propios recursos son totalmente insuficientes para satisfacerlas.

Esto ciertamente está en armonía con la manera de obrar del Señor; porque en su tiempo, cuando los discípulos le hablan de las necesidades de la multitud, manifiesta, antes de ejercer su gracia, la total incapacidad de ellos para resolver el caso preguntando: “¿Cuántos panes tenéis?” (Marcos 6:38). La pregunta del Señor revela que solo tienen cinco panes y dos peces. Pero, “¿qué es esto para tantos?” (Juan 6:9). Así también, la pregunta de Eliseo pone de manifiesto que la viuda no tiene en su casa nada más que “una vasija de aceite”. Y ¿cómo eso podía resguardarla de las exigencias del acreedor?

Tales preguntas, ya sean de parte del Señor o del siervo, preparan el camino para el despliegue de la gracia de Dios. El Señor toma los cinco panes y los dos peces y, levantando los ojos al cielo, los bendice. Pone así la escasez de los discípulos en contacto con la abundancia del cielo, y las necesidades de la multitud son más que satisfechas. Igualmente con la vasija de aceite de la viuda: una vez puesta en contacto con el poder de Dios en gracia, hará más que responder a sus necesidades.

Pero Eliseo se sirve de la vasija de aceite como también el Señor se sirve de los panes y de los peces. En ambos casos, estas provisiones vienen de Dios y, como tales, no son ignoradas. Alguien dijo: «Dios no permite que seamos puestos en circunstancias que no muestren evidencias claras de sus recursos de gracia. Estas pueden ser pequeñas y débiles, pero la fe se apropia de ellas y, fortaleciendo su alma en Dios, proclama: “El Señor es mi ayudador” (Hebreos 13:6), no independientemente de sus recursos, sino a través de ellos». Dios había provisto a la viuda los recursos necesarios para responder a sus necesidades, pero ella debía ser dirigida en cuanto a la manera de utilizarlos en la dependencia de Dios. Los vecinos solo pueden proveer la ocasión de hacer uso de los medios de que ella disponía. Respecto a esto se ha dicho: «El hecho de pedir que le presten vasijas vacías, declaraba que ella —conocida por estar en una apremiante necesidad— tenía algo que verter. Sin duda se le habría podido echar en cara su notoria indigencia y decirle que era una locura pedir vasijas vacías. Ella solo tenía que responder osadamente: «Dios es mi ayudador». Al usar lo que tenía en su mano, debe, no obstante cerrar la puerta a cualquier influencia exterior y expresar con eso su dependencia de Dios. Así, mientras que la gracia de Dios interviene para responder a su necesidad, Dios no ignora el don que ella tenía a su disposición, por modesto que fuese. Empleándolo en la dependencia de Dios, ella descubre que se multiplica, al punto que sus deudas son pagadas y que es suficiente para su subsistencia. Tal es la gracia de Dios y la manera que usa para responder a nuestras necesidades. Así fue con la multitud en los días del Señor: sus necesidades fueron plenamente satisfechas, pero la gracia de Dios era mayor que sus necesidades. Cuando todos estuvieron saciados, recogieron los pedazos sobrantes: doce cestas llenas.

Además, esta escena mística ¿no tiene un significado espiritual para los creyentes? Aquí tenemos a alguien que tenía necesidad de una bendición de Dios, pero que solo tenía en su casa una vasija de aceite. Sin embargo, en la vasija de aceite, se hallaba el medio potencial provisto por Dios para responder a todas sus necesidades y hacer frente a su subsistencia. Pero para que Dios pueda hacer uso del aceite, necesita vasijas vacías. La función de la mujer era proveer las vasijas vacías; Dios las llenaría. El aceite no faltó. La carencia vino del lado de la mujer. El aceite cesó porque no había más vasijas.

De igual manera es hoy para el creyente que desea ver todas sus necesidades espirituales satisfechas y gozar de la plenitud de la vida. Tiene el poder de esta vida en el don del Espíritu Santo del cual el aceite, en la Escritura, es la figura constante. La exhortación está ahí: “Sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:18). Pero para eso, es necesario que Dios disponga de vasijas vacías. A menudo nos sucede que dejamos libre a la carne sin ser juzgada. El corazón está lleno de tantas cosas que no son Cristo. El mundo en diferentes grados, y la carne de variadas formas, son admitidos, y así queda poco lugar para el aceite. Nos hace falta cerrar la puerta al mundo y a la carne para que el Espíritu que poseemos pueda llenar nuestros corazones y que, andando así según el Espíritu y pensando en las cosas del Espíritu, podamos encontrar la vida y la paz, “porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Romanos 8:6). Como bien lo expuso alguien: «¿Qué hemos de hacer cuando Dios quiere dispensarnos una bendición? Llevar la vasija vacía de un sediento corazón».

La aplicación de este incidente tampoco se limita al individuo. La Iglesia, viuda como consecuencia de la ausencia de Cristo, no ha cumplido sus responsabilidades. Pero el Espíritu Santo permanece y, al reconocer su presencia y estar sometidos a su ministerio, somos hechos capaces de hacer frente a todas nuestras responsabilidades y, como resultado de la operación de Dios, vivir de lo que resta. Toda la plenitud de la Deidad, tal como es presentada en Cristo en la gloria, está a nuestra disposición.