2. ¿Esperanza actual o futura?
Se impone ahora la pregunta acerca de si la venida del Señor es una esperanza inmediata o si debemos atenernos a acontecimientos que la precederán. Es un punto vital. Consideraremos cuidadosamente la enseñanza de las Escrituras sobre este tema.
De una manera general, se puede decir que hay tres palabras empleadas en el texto griego original del Nuevo Testamento en relación con la segunda venida. La primera palabra es «parousia», la que significa sencillamente «venida» o «presencia». Ella se aplica tanto a la venida de un individuo cualquiera como a la de Cristo. Véase como ejemplo de su empleo en relación con un individuo cualquiera: 1 Corintios 16:17; 2 Corintios 7:6; Filipenses 1:26. Se la encuentra quince veces en relación con el retorno de Cristo: Mateo 24:3, 27, 37, 39; 1 Corintios 15:23; 1 Tesalonicenses 2:19; 3:13; 4:15; 5:23; 2 Tesalonicenses 2:1, 8; Santiago 5:7, 8; 2 Pedro 1:16; 3:4. El empleo del término —por su significación propia— es general y por sí mismo no indica el carácter preciso del acontecimiento al cual está asociado. Se le encuentra también, como se ve a través de los pasajes citados, tanto en Mateo 24 como en 1 Tesalonicenses 4.
Una segunda palabra es «apokalupsis», que significa «revelación». Cristo vendrá de una manera visible; será visto por todos los hombres en la tierra. Ésta se encuentra cuatro veces: 1 Corintios 1:7; 2 Tesalonicenses 1:7; 1 Pedro 1:7, 13, al cual también se podría añadir 1 Pedro 4:13. Este término siempre se refiere a la revelación de nuestro Señor desde el cielo, es decir, a su venida con sus santos y en juicio para la tierra.
La última palabra es «epiphaneia», la cual significa «aparición» o «manifestación». Está empleada una vez en 2 Timoteo 1:10, a propósito de la primera venida del Señor, y cinco veces (si incluimos 2 Tesalonicenses 2:8, donde se encuentra juntamente con «parousia»), para designar su venida futura.
Aun se puede agregar que, cuando el Señor mismo anuncia su venida, como en Apocalipsis 22:7, 12, 20, él se vale de la palabra griega «erchomai»: “vengo”.
La dificultad es la siguiente: Si tenemos que esperar la aparición o la revelación de Cristo en juicio para la tierra y para reinar, es evidente que no podemos alentar la esperanza del retorno inmediato del Señor en el aire. La Escritura nos enseña, en efecto, que muchos acontecimientos deben preceder a su aparición en gloria. Así, por ejemplo en 2 Tesalonicenses 2:8, el “inicuo” o, en otra palabra, el anticristo, aparece primeramente en la escena. Ello requiere, como se nos enseña, la restauración de los judíos en su propio país, la reconstrucción de su templo y el restablecimiento de sus servicios religiosos (Mateo 24:15; Daniel 9:26-27; Apocalipsis 11 a 13, etc.). Además, ellos deben pasar, en ese caso, por la gran tribulación con todos sus terrores, antes de la aparición del Señor.
En primer lugar, no se puede negar que se habla de creyentes que aguardan la aparición (véase nota página 6) o revelación de Cristo (manifestación pública vista por todos les hombres), tanto como su venida. En 1 Corintios 1:7, el apóstol Pablo dice: “Nada os falta en ningún don, esperando la manifestación (apokalupsis) de nuestro Señor Jesucristo”. Al escribir a Timoteo, le dice: “…que guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la revelación (epiphaneia) de nuestro Señor Jesucristo” (1 Timoteo 6:14). Y aun en su epístola a Tito: “…aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación (epiphaneia) gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13).
Los creyentes de la época actual, es decir, la Iglesia, ¿permanecerán en la tierra, pues, hasta la aparición de Cristo? Al examinar cuidadosamente la Escritura se ve que hay dos acontecimientos distintos y claramente definidos: la venida del Señor Jesús para buscar a sus santos (1 Tesalonicenses 4:15-17) y la venida de Cristo con sus santos (3:13). Pablo nos enseña con la mayor precisión en Colosenses que la venida de Cristo con sus santos tendrá lugar en el momento de su aparición: “Cuando Cristo, vuestra vida se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Colosenses 3:4). Así, los santos tienen que haber sido levantados para estar con él antes de su retorno a la tierra en manifestación pública.
Si dejamos por un momento la dificultad mencionada más arriba, con el único propósito de darle una solución más completa, podemos preguntar: ¿Hay algo —que la Palabra enseñe— que se interponga entre el cristiano y el retorno del Señor? En otras palabras, ¿puede el cristiano estar continuamente en espera de Cristo? La enseñanza de nuestro precioso Salvador ha sido citada en la primera parte de este artículo y, tanto en la parábola de las vírgenes como en la de los talentos, no se autorizan sacar otras conclusiones de sus palabras. Las vírgenes que se adormecieron son las mismas que se despiertan al grito de “¡Aquí viene el esposo!”, y los siervos que recibieron los talentos son los mismos que rinden cuentas a su regreso (Mateo 25:1-30).
Al leer los versículos en los cuales el Señor habla de su venida, no dudamos un solo instante de que Su anhelo es que esperemos su retorno en cualquier momento, incluso el más inesperado (ver Marcos 13:34-37; Lucas 12:35-37; Juan 21:20, 21, etc.).
Pablo emplea un lenguaje de igual significado. Al escribir a los corintios acerca de la resurrección de los cuerpos de los creyentes, hace énfasis en decir —por el Espíritu— “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados” (1 Corintios 15:51). En 1 Tesalonicenses 4:15 dice: “…nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor…”. Está claro que, al emplear la palabra “nosotros”, Pablo se incluía entre aquellos que se hallasen vivos en el momento del retorno del Señor. Nada le impedía pensar que la venida del Señor en busca de los suyos tendría lugar mientras él —Pablo— estuviera todavía en la tierra. También Pedro pensaba que ello fuera probable, tal como surge del hecho que él recibió una revelación especial informándole que debía pasar por la muerte (2 Pedro 1:14). Los términos del penúltimo versículo de la Palabra inspirada: “Ciertamente vengo en breve” (Apocalipsis 22:20) no hacen más que reforzar la misma conclusión.
A pesar de todo, subsiste la pregunta: ¿Quedarán los cristianos —la Iglesia— en la tierra hasta la aparición en gloria del Señor? Comparemos Mateo 24 con Colosenses y hallaremos la respuesta, precisa y sencilla. “E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro” (Mateo 24:29-31). Tenemos aquí el orden de los acontecimientos en ocasión de la aparición del Hijo del hombre, y el lector notará que se suceden: 1) la tribulación; 2) el desarreglo de los astros; 3) la señal del Hijo del hombre en el cielo; 4) la lamentación de las tribus de la tierra; 5) la visión del Hijo del hombre viniendo, etc., mientras los escogidos están todavía en la tierra y no están reunidos. En Colosenses 3:4 está escrito: “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”. En Apocalipsis también, cuando Cristo sale del cielo para ejecutar el juicio (su aparición), “los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio le seguían en caballos blancos” (19:14). ¿Quiénes son ésos? Sus vestiduras son características y dan la respuesta; en el versículo 8 vemos que “el lino fino es las acciones justas de los santos”.
Es evidente, pues, que los escogidos de Mateo 24 no pueden ser la Iglesia, ya que los santos que la componen aparecen con Cristo. En efecto, son los escogidos de Israel, el residuo judío. Dios los preparó por su Espíritu para el tiempo en que el Señor vendrá súbitamente a su templo (Malaquías 3:1).
Se concluye que el Señor Jesús vendrá a buscar a los cristianos antes de su aparición. También destruirá al anticristo “con el resplandor de su venida” (2 Tesalonicenses 2:8). Por consecuencia, el arrebatamiento de la Iglesia debe tener lugar antes de que el “inicuo” se ensalce y también antes de la gran tribulación, ya que ésta se halla en relación con el tiempo del anticristo.
Todos los acontecimientos antedichos, los cuales son aguardados antes de la aparición del Señor, están en relación con la restauración de Israel, el pueblo terrenal de Dios y con los designios del hombre de pecado, el hijo de perdición (el anticristo). Según lo revelan las Escrituras, no debemos esperar ningún acontecimiento especial entre el momento actual y la venida del Señor para buscar a los cristianos.
¿Cómo, pues, podemos explicar que la Escritura hable de esperar la aparición tanto como la venida, puesto que, cuando Cristo aparezca, nosotros apareceremos con él? Cada vez que se plantea la cuestión de la responsabilidad, el objetivo es la aparición y no la venida, porque, como la tierra es la escena de la responsabilidad, ella será también la escena de la recompensa. Ello no cambia el hecho de que la venida de Cristo en busca de sus santos en cualquier momento sea la esperanza del creyente. Por otra parte, ello arroja más luz acerca de los designios de Dios en cuanto al gobierno de su pueblo y hace resaltar un nuevo rasgo de la perfección de su manera de obrar para con sus servidores. Al partir, el Señor les confió dones para su servicio, diciéndoles: “Negociad entre tanto que vengo” (Lucas 19:13). La responsabilidad de los siervos en cuanto al empleo de lo que les fue confiado sólo se extiende a su estadía en la tierra. Por eso el resultado de su responsabilidad será declarado cuando el Señor vuelva a la tierra. Sin embargo, no sólo hallamos este principio en el uso de los dones, sino también en relación con toda clase de responsabilidad de los santos. Los corintios no carecían de ningún don de gracia mientras esperaban la revelación de nuestro Señor Jesucristo (1 Corintios 1:7). Los tesalonicenses eran exhortados a mirar más allá, hacia el bendito desenlace de sus persecuciones, hacia el momento en que el Señor Jesús sea revelado desde el cielo con los ángeles de su poder (2 Tesalonicenses 1:7). Timoteo debía guardar “el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo” (1 Timoteo 6:14). Entonces Él viene “para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron” (2 Tesalonicenses 1:10). También tendrá lugar la manifestación pública del resultado del camino del cristiano en el mundo. Es el final y la cosecha del servicio del creyente, como así también el momento en el cual los derechos del propio Señor Jesús serán declarados y reivindicados. En consecuencia, bajo este aspecto está dicho que amamos su aparición (2 Timoteo 4:8, V.M.).
Como lo hemos mostrado según las Escrituras, el Señor volverá por los suyos antes de su aparición en gloria. Por eso dirijamos nuestras miradas hacia su venida. Es el objeto propio de la esperanza cristiana. Si nuestros corazones están pendientes de Él, desearemos el momento en el cual, según su Palabra, él vendrá para tomarnos consigo, a fin de que, allí donde él está, nosotros también estemos (Juan 14:3). Tal es, pues, nuestra actitud. Como los israelitas, la noche de la Pascua, esperaban la señal de partida con sus lomos ceñidos, sus calzados en sus pies y el bordón en sus manos (Éxodo 12:11), nosotros también deberíamos tener ceñidos nuestros lomos y nuestras lámparas encendidas, esperando al Señor, quien descenderá del cielo “con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios” para levantarnos de esta escena terrenal y tomarnos consigo para siempre (1 Tesalonicenses 4:16-17). ¿Mantenemos permanentemente esta actitud? ¿Empezamos el día con el pensamiento de que antes de llegar la noche podemos ser transportados a la luz sin sombras de su presencia? Y cuando nos acostamos por la noche ¿recordamos que antes de despuntar la aurora podemos ser arrancados de nuestros lechos? ¿Están todos nuestros asuntos en un orden tal que no tengamos necesidad de cambiar nada si al momento siguiente debemos estar con el Señor? ¿Son emprendidos y proseguidos todos nuestros proyectos, todas nuestras ocupaciones con esta maravillosa perspectiva ante nuestros ojos? Nada de menos debería satisfacer a aquellos que viven en espera del Señor. ¡Quiera Él conducirnos en sumisión al poder de esta preciosa verdad, para separarnos cada vez más de todo lo que no conviene a su persona, ocupar y absorber nuestros corazones, presentándose ante nosotros en toda su belleza como la estrella resplandeciente de la mañana!