1. La esperanza de la Iglesia
Como cada día se hace más evidente que estamos en los “tiempos peligrosos”, de los cuales el apóstol Pablo hablaba a Timoteo (2 Timoteo 3:1), es importante que el pueblo de Dios esté siempre atento al retorno del Señor. Hace más de ciento setenta años que resonó el grito: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” (Mateo 25:6). Hasta ese momento, la Iglesia estaba sumida en un profundo sueño, como anestesiada por las diversas influencias del mundo. La verdad acerca del regreso del Señor en busca de sus santos había caído en el olvido, ignorada e incluso negada. Sin embargo, cuando ese grito se hizo oír por la acción del Espíritu de Dios, millares de personas fueron despertadas y arreglando sus lámparas, salieron al encuentro del Esposo. Durante algún tiempo vivieron en la diaria esperanza de su retorno. El efecto producido en sus corazones y sus vidas fue tan poderoso que las apartó de todo lo que no convenía a Aquel a quien esperaban. Con los lomos ceñidos y las lámparas encendidas, fueron semejantes a hombres que aguardan a su señor (Lucas 12:35-36). Desde entonces, la doctrina de la segunda venida1 ha sido comprendida y enseñada por cada vez mayor número de creyentes. Esta verdad sin duda alguna ha sido el ánimo y el consuelo para muchos cristianos piadosos. Hoy en día, uno puede preguntarse si ella no ha perdido su frescor y su poder para numerosos santos. Es evidente que el principio de la separación se ha relajado más y más; la mundanalidad aumenta; los hijos de Dios se permiten asociaciones que en otro tiempo habían dejado. Muchos de entre nosotros, pues, están en peligro de dormirse una vez más, aunque tengamos a flor de labios la doctrina de la esperanza.
Ahora insistimos nuevamente a fin de que la verdad a este respecto penetre en los corazones y las conciencias de los creyentes. El Señor está cerca y anhela que los suyos estén despiertos, deseando y esperando ardientemente su retorno. “Es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos” (Romanos 13:11). “Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará” (Hebreos 10:37). Jesús mismo dijo: “Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles” (Lucas 12:37).
A través de la Escritura mostraremos las pruebas de que la venida del Señor Jesús es la esperanza que caracteriza a la Iglesia. Casi cada libro del Nuevo Testamento lo atestigua. Citaremos algunos versículos para suprimir toda duda al respecto.
Primeramente, el Señor mismo preparó a sus discípulos para mantener, después de su partida, la expectativa de su retorno. “¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo? Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. De cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá” (Mateo 24:45-47). Luego el Señor continúa describiendo al siervo malo, quien dice: “Mi señor tarda en venir” (v. 48), e indica el castigo al cual éste se expone. Las dos parábolas que siguen (la de las vírgenes y la de los talentos) aluden también claramente a la venida del Señor.
Igual pensamiento se encuentra en Marcos. “Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo. Es como el hombre que yéndose lejos, dejó su casa, y dio autoridad a sus siervos, y a cada uno su obra, y al portero mandó que velase. Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa; si al anochecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o a la mañana; para que cuando venga de repente, no os halle durmiendo. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad” (Marcos 13:33-37).
En el evangelio de Lucas, la misma verdad está repetida varias veces. Ya hemos citado el pasaje sorprendente de Lucas 12:35-37. Se le puede agregar otro: “Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: Negociad entre tanto que vengo” (19:12-13). Allí, como en Mateo, le encontramos volviendo y examinando qué uso sus siervos habían hecho del dinero que les había confiado (v.15).
Ahora vamos al evangelio de Juan. Los discípulos estaban sumidos en la tristeza ante la perspectiva de que su Señor iba a dejarles. ¿Cómo responde Él al estado del corazón de ellos? Dice: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:1-3).
Los cuatro evangelios se aúnan, pues, en un testimonio preciso acerca del retorno del Señor para buscar a los suyos y proclaman que este acontecimiento debe constituir su esperanza durante la ausencia de Él. Pasemos ahora a los Hechos y a las epístolas.
Después de su resurrección, el Señor se apareció a los discípulos “durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios” (Hechos 1:3). Luego, al llegar el momento de su subida, los condujo hasta Betania (Lucas 24:50). Cuando hubo terminado de darles sus instrucciones, “fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:9-11). ¡Qué lenguaje más preciso, más significativo! ¿Cómo podría ser mal interpretado? Ellos habían visto cómo su Señor los dejaba. Se había elevado de la tierra; le habían mirado hasta que una nube le recibió y le ocultó de sus ojos. Mientras están allí, mudos de asombro, reciben ese mensaje, según el cual Jesús volvería de la misma manera, tal como le habían visto subir al cielo. Es lamentable que conociendo esas palabras tan precisas, la Iglesia haya perdido la esperanza del retorno del Señor.
El testimonio de las epístolas no es menos claro y categórico. “Nada os falta en ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 1:7). “Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). “Os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo” (1 Tesalonicenses 1:9-10; ver también 2:19; 3:13; 4:15-18; 2 Tesalonicenses 1:7; 2:1; 3:5). “Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13). “Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (Hebreos 9:28; véase también Santiago 5:7-8; 1 Pedro 1:7, 13; 2 Pedro 3; 1 Juan 3:2; Apocalipsis 3:11; 22:12, 20).
Aunque estos pasajes de las Escrituras no sean más que unos pocos de aquellos que podrían ser citados, revelan cuán extensamente es tratado el tema en la Palabra de Dios. Al considerarlo, la razón de ello es que la vuelta del Señor está íntimamente ligada —como mezclada— a la esencia misma del cristianismo. Quite usted la esperanza del retorno del Señor y suprimirá el verdadero carácter del cristianismo. Ésta no es una doctrina que uno pueda aceptar o rechazar a su antojo, sino que ella integra la verdad misma. Ella está en relación con la vocación y la posición del creyente, su vínculo con Cristo y su dicha futura. Por eso Pablo recuerda a los tesalonicenses que se habían convertido para esperar del cielo al Hijo de Dios. Hoy cada creyente es convertido con el mismo fin. Sin esta esperanza y sin esta expectativa el creyente ignora su parte en Cristo.
Resulta, pues, que la actitud normal del creyente es esperar a Cristo. Más aun: todos aquellos que son conducidos sobre el terreno cristiano tienen este carácter distintivo, aun cuando no se den cuenta de ello. La Palabra dice que las diez vírgenes, de las cuales cinco son insensatas, toman sus lámparas y salen al encuentro del Esposo. Incluso aquellas que no tienen aceite afirman esperar a Cristo.
¿Cuál es su actitud? ¿Espera usted la venida del Señor Jesús? Esta bienaventurada esperanza ¿regocija su alma durante su solitario peregrinaje? ¿Están sus ojos siempre fijos en la Estrella resplandeciente de la mañana o, en cambio, las cosas presentes le absorben a tal punto que, a semejanza de las vírgenes, está adormecido? Si lamentablemente ello fuera así, quiera Dios que las palabras: “He aquí yo vengo pronto” (Apocalipsis 22:12) y “¡Aquí viene el esposo” (Mateo 25:6) le despierten mientras es tiempo, para que Su venida repentina no le encuentre durmiendo. Quizá conoce usted la verdad de Su venida; pero la cuestión es: ¿Espera usted a Cristo? Conocer la doctrina es una cosa; algo muy diferente es vivir hora tras hora y día tras día con la esperanza del retorno del Señor. Si usted espera, todos sus afectos estarán concentrados en Aquel a quien está esperando. Se alejará de todo lo que no es según Su pensamiento y Su voluntad. No estará ligado a aquello que tiende la naturaleza. Con un corazón desbordante de gozo usted podrá responder al anuncio que Él hace acerca de su pronta venida: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20).
- 1Nota del E.: Para aclarar la exposición del tema usaremos las palabras “venida”, “aparición”, “manifestación” y “revelación” con el siguiente significado:
– “venida”: retorno de Cristo para arrebatar a su Iglesia e introducirla en la morada del Padre (Juan 14:2-3).
– “aparición”, “manifestación” y “revelación”: vuelta de Cristo con los suyos a esta tierra para establecer su reino después de los juicios.
La versión Reina-Valera utiliza a veces indistintamente los cuatro términos.