7. El reino de Cristo
En la época actual, la gracia reina por la justicia (Romanos 5:21). En el estado eterno, la justicia morará (2 Pedro 3:13). Pero en el reino milenario la justicia reinará. Ello lo caracterizará, según las palabras del profeta Isaías: “He aquí que para justicia reinará un rey” (Isaías 32:1) o las del Salmo 45:6: “Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; cetro de justicia es el cetro de tu reino”. Encontramos en la Escritura a Cristo representado como rey bajo dos aspectos. David es una figura de Él como Rey de justicia y Salomón como Rey de paz. Estos dos tipos están reunidos en “Melquisedec, rey de Salem... cuyo nombre significa primeramente Rey de justicia, y también Rey de Salem, esto es, Rey de paz” (Hebreos 7:1-2). Se encuentran allí, como se verá, los dos rasgos distintivos del imperio de Cristo, uno precediendo y, de hecho, produciendo al otro. “El efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Isaías 32:17).
Es evidente que Cristo no puede ser llamado Rey de la Iglesia. Su relación con ella es más íntima: es la de Jefe (o Cabeza), pues los creyentes están ya unidos a él por el Espíritu de Dios y, en consecuencia, son miembros de su Cuerpo.
Es cierto que él es Rey por derecho, aunque actualmente sea un Rey rechazado, y es muy cierto también que el creyente no reconoce otra autoridad que la Suya. Sin embargo, pretender que Cristo reina hoy en día, es confundir las épocas. Ello ocurrirá, pero no antes de que Él aparezca de la manera descrita en el capítulo precedente. Ahora está sentado a la diestra de Dios, y allí permanecerá hasta que sus adversarios le sean sometidos. Entonces aparecerá y hará que se le sujete todo orden, toda autoridad y todo poder, ya que debe reinar “hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies” (1 Corintios 15:24-25). Es el reino tal como lo consideramos en este artículo.
Actualmente existen tanto “el reino de los cielos” (Mateo 13) como “el reino de Dios” (Juan 3:5); también está dicho que los creyentes son transportados al “reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13). Pero el reino de Cristo como Rey está limitado al milenio. Se le dice a María, respecto a Jesús, que “el Señor Dios le dará el trono de David su padre” (Lucas 1:32). Hasta ahora no ha sido cumplida esta promesa, porque cuando Él fue presentado a los judíos como su Mesías, ellos no quisieron recibirle y finalmente gritaron: “No tenemos más rey que César” (Juan 19:15). Sin embargo, cada término de la Palabra de Dios permanece, de manera que Él será el Rey de Israel, y no sólo de Israel, pues como Hijo del hombre, hereda glorias aun más grandes, “y todos los dominios le servirán y obedecerán” (Daniel 7:27). Israel será el centro de este dominio universal, y por medio de este pueblo Él gobernará a las naciones de la tierra.
Primeramente, desde que Cristo suba a su trono (y hemos visto que ello seguirá a su aparición) Él actuará en juicio, como lo hizo David; es decir, juzgará todo según la justicia. Por eso el salmista puede decir: “Oh Dios, da tus juicios al rey, y tu justicia al hijo del rey. Él juzgará a tu pueblo con justicia” (Salmo 72:1-2). Por ese motivo recogerá “de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad” (Mateo 13:41), y “Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre” (Zacarías 14:9). En Mateo 25 tenemos una escena notable que manifiesta este carácter. Una vez establecido su trono en justicia, todas las naciones son reunidas ante Él para el juicio. Ello está en íntima relación con su reino: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones” (v. 31-32). Es la única vez que nuestro Señor se da a sí mismo el título de rey: “Entonces el Rey dirá...” (v. 34). Ello prueba que el reino ha sido fundado e indica de hecho el comienzo de su dominio milenario. Si examinamos ahora los detalles de esta sesión judicial, comprobaremos que no hay razón alguna para confundirla con la del gran trono blanco (Apocalipsis 20) o para deducir la idea popular de un juicio general de creyentes e incrédulos juntos. Es un juicio de las naciones vivientes, pues no hay ningún precedente en la Escritura que permita llamar a los muertos “las naciones”.
En Mateo 25:31 a 46 hay tres clases: las ovejas, los cabritos y los “hermanos” del Rey. Se notará que la manera en que las naciones han tratado a los “hermanos” del Rey constituye la razón de su clasificación: ovejas o cabritos. Este hecho es la clave de toda la escena. ¿Quiénes son los “hermanos” del Rey? Está claro que deben ser los judíos, sus parientes según la carne, pero además sus fieles servidores. Sin duda encontramos una alusión a ellos en Isaías 66:19. Allí, después que Cristo vino en juicio, algunos de los que son salvos son enviados para contar su gloria entre las naciones. Por eso, en la escena que nos ocupa, los “hermanos” del Rey evidentemente han partido como sus mensajeros entre las naciones. Ellos ocupan un lugar especial y son investidos de autoridad, como los embajadores de un soberano de hoy en día son revestidos de toda la dignidad de aquel a quien representan. El principio según el cual son enviados es el mismo que hizo que el Señor enviara a los doce: “El que a vosotros recibe, a mí me recibe” (Mateo 10:40). El Rey dice, pues, a aquéllos colocados a su derecha: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”; y la parte que les toca es heredar el reino que les está preparado desde la fundación del mundo. Mientras que a los que están a su izquierda les dice: “En cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (25:40-46).
Cristo, como Rey, obtiene el dominio universal por la manifestación de su poder en justo juicio: “Los reyes de Tarsis y de las costas traerán presentes; los reyes de Sabá y de Seba ofrecerán dones. Todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán” (Salmo 72:10-11). Entonces, después de haber abolido todo orden, toda autoridad y todo poder, Él reina como Príncipe de paz. “Será su nombre para siempre, se perpetuará su nombre mientras dure el sol. Benditas serán en él todas las naciones; lo llamarán bienaventurado” (Salmo 72:17).
Aconsejamos al lector que estudie por sí mismo, en los Salmos y los Profetas, los detalles que conciernen al reino de mil años. Sin embargo, deseamos indicar algunos de sus rasgos principales.
- Jerusalén volverá a tener la gloria de otro tiempo e incluso su condición futura superará en mucho la antigua, como la gloria de Cristo Rey eclipsará la de David y Salomón. “Extranjeros edificarán tus muros, y sus reyes te servirán; porque en mi ira te castigué, mas en mi buena voluntad tendré de ti misericordia. Tres puertas estarán de continuo abiertas; no se cerrarán de día ni de noche, para que a ti sean traídas las riquezas de las naciones, y conducidos a ti sus reyes... La gloria del Líbano vendrá a ti, cipreses, pinos y bojes juntamente, para decorar el lugar de mi santuario; y yo honraré el lugar de mis pies. Y vendrán a ti humillados los hijos de los que te afligieron, y a las pisadas de tus pies se encorvarán todos los que te escarnecían, y te llamarán Ciudad de Jehová, Sion del Santo de Israel. En vez de estar abandonada y aborrecida, tanto que nadie pasaba por ti, haré que seas una gloria eterna, el gozo de todos los siglos” (Isaías 60:10-15). “Y serás corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo” (62:3). ¡Por cierto que es conveniente que la capital del reino del Mesías esté a la altura de la dignidad y la gloria del Rey!
- El templo y sus servicios serán restablecidos con un esplendor que superará el de otros tiempos (Ezequiel 40 a 46). El restablecimiento de los sacrificios ha planteado ciertas dificultades a algunos. Pero esta dificultad desaparece cuando se recuerda que estos sacrificios están en relación con un pueblo terrenal y que tendrán un carácter conmemorativo. En el antiguo período no tenían eficacia alguna fuera de su relación con Cristo, pues no era posible que la sangre de toros y de machos cabríos quitaran los pecados (Hebreos 10:4). En el milenio, dirigirán las miradas hacia este único sacrificio por el pecado que fue ofrecido en la cruz y del cual los sacrificios de la época de Moisés eran imagen. Entonces, estos sacrificios no harán más que recordar, a los corazones agradecidos y llenos de adoración del pueblo de Dios, la sangre de Jesucristo, la cual purifica de todo pecado.
- Todas las naciones subirán a Jerusalén para adorar. Leemos en Isaías 2:2 y 3: “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová”. Zacarías menciona un acontecimiento análogo: “Todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos” (Zacarías 14:16).
- La creación animal compartirá la paz y la bendición de ese día. “El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey” (Isaías 65:25; véase 11:6-9). Está escrito también: “La creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Romanos 8:21).
- La maldición será quitada de la tierra. Después de la caída de Adán, el suelo fue maldecido a causa de él. Por más que haya sido aligerada esta sentencia con Noé, ella no será completamente abrogada hasta el reinado del Mesías. Por eso el salmista puede cantar: “Te alaben los pueblos, oh Dios; todos los pueblos te alaben. La tierra dará su fruto; nos bendecirá Dios, el Dios nuestro” (Salmo 67:5-6). Y Amós profetiza asimismo: “He aquí vienen días, dice Jehová, en que el que ara alcanzará al segador, y el pisador de las uvas al que lleve la simiente; y los montes destilarán mosto, y todos los collados se derretirán” (9:13). En ese tiempo “se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa. Florecerá profusamente, y también se alegrará y cantará con júbilo; la gloria del Líbano le será dada, la hermosura del Carmelo y de Sarón. Ellos verán la gloria de Jehová, la hermosura del Dios nuestro” (Isaías 35:1-2).
- No habrá más muerte durante todo el curso de los mil años, excepto por juicio. “No habrá más allí niño que muera de pocos días, ni viejo que sus días no cumpla; porque el niño morirá de cien años, y el pecador de cien años será maldito” (Isaías 65:20). Parece que este pasaje significa que la muerte será excepcional y aun solamente como consecuencia de un justo juicio que castigue inmediatamente al transgresor. La edad de Matusalén (Génesis 5:27) no sólo será alcanzada sino también superada durante este tiempo bendito del reinado del Mesías.
- La injusticia será instantáneamente reprimida. Esto es lógico bajo el justo gobierno del Mesías. Por eso leemos: “Él librará al menesteroso que clamare, y al afligido que no tuviere quien le socorra. Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso, y salvará la vida de los pobres. De engaño y de violencia redimirá sus almas, y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos” (Salmo 72:12-14). Pensar —como algunos lo hacen— que entonces será alcanzada la cima del progreso humano es ignorar u olvidar la incurable corrupción de la naturaleza humana. Si todo el mundo recibiera leyes justas e iguales, los hombres fallarían también en su administración o su aplicación. No; Cristo es la única esperanza para la tierra y para el creyente, pues “vino a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud” (Salmo 98:9).
- Sin embargo, a pesar de todas estas bendiciones, habrá rebeliones incluso bajo el reinado de Cristo. El Salmo 66:3 dice: “Por la grandeza de tu poder se someterán a ti (fingidamente, V.M.) tus enemigos”. Se encuentra la misma expresión en el Salmo 18:44: “Al oír de mí me obedecieron; los hijos de extraños se sometieron a mí” con disimulo (versión francesa de J.N.D.). Resulta de estas declaraciones que la manifestación del poder de Cristo en juicio será tan aplastante —y seguramente lo será en el juicio de las naciones reunidas contra Jerusalén— que muchos que no se habrán sometido de corazón se sentirán aterrados y aceptarán su dominio. Profesarán estar sometidos pero sus corazones permanecerán alejados de Él. Por eso serán fácilmente tentados, tanto de negarle como de someterse a su imperio. Vemos, en consecuencia, que después del establecimiento del trono de Cristo —quizá incluso poco después— Gog y muchos pueblos con él, “gran multitud y poderoso ejército”, sube contra su pueblo Israel “como nublado para cubrir la tierra”. Pero no viene más que para encontrar una destrucción inmediata y completa, tan grande que “la casa de Israel los estará enterrando por siete meses, para limpiar la tierra” (Ezequiel 38:15-16; 39:12).
Luego, al fin del milenio, tendrá lugar una rebelión más importante todavía, atribuida directamente a la acción de Satanás. “Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada” (Apocalipsis 20:7-9). De tal manera, cada época termina en fracaso, sorprendente testimonio del carácter y de la naturaleza del hombre. Probado de diversas formas —sin ley, bajo la ley, bajo la gracia y finalmente bajo el reinado personal del Mesías— el hombre revela que no puede ser mejorado. La carne siempre es la misma; no se somete a la ley de Dios ni puede hacerlo. Los designios de la carne son enemistad contra Dios. Los judíos prefirieron a César, y hasta a Barrabás, antes que a Cristo. Finalmente el hombre aceptará al propio Satanás y, bajo su mando, subirá para atacar y destruir “el campamento de los santos y la ciudad amada”, los cuales estarán bajo la protección personal del Mesías glorificado. Sólo habrá un resultado. Dios no podrá más que reivindicar la justicia del trono de Cristo; y entonces “de Dios descendió fuego de cielo, y los consumió. Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 20:9-10).
Así terminará este período de mil años. Comenzará por el juicio y acabará en juicio. Sin embargo, será un tiempo de bendición y de gozo para la tierra, pues no debe olvidarse que Satanás estará atado hasta el final de este período. Aunque la carne sigue siendo la misma, al estar ausente el poder del mal, todas las influencias a las cuales el hombre estará expuesto se encontrarán del lado de Cristo. Será un cambio total del presente estado de cosas; de manera que el salmista puede exclamar, con todo derecho: “Alégrense los cielos, y gócese la tierra; brame el mar y su plenitud. Regocíjese el campo, y todo lo que en él está; entonces todos los árboles del bosque rebosarán de contento, delante de Jehová que vino; porque vino a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con su verdad” (Salmo 96:11-13).