2) Apartarse de las falsas asociaciones
Si Elimelec ilustra el camino de la caída, en Noemí vemos el de la restauración. Lejos del país de Jehová durante unos diez largos años, ella buscó su bienestar en el país de Moab y encontró sólo la aflicción. Pero, finalmente, la disciplina del Señor llega a su meta, porque leemos: “Entonces se levantó con sus nueras, y regresó de los campos de Moab” (Rut 1:6). ¿Qué la obliga a volver? ¿Los sufrimientos y las dolorosas pérdidas? No. Las buenas nuevas de la gracia del Señor la atraen. Cuando ella oye decir que “Jehová había visitado a su pueblo para darles pan”, se levanta para volver al país.
Las penas no nos incitarán a volver a Dios, aunque pueden enseñarnos cuán amargo es alejarse, y preparar así nuestros corazones para recibir las buenas nuevas concernientes al Señor y su gracia hacia los suyos. No fueron la miseria y las privaciones, la esclavitud cruel, las algarrobas y el hambre sufridos en el país lejano los que trajeron al hijo pródigo a la casa paterna, sino el recuerdo de la abundancia en la casa, y la gracia del corazón de su padre lo llevaron a decir: “Me levantaré e iré a mi padre” (Lucas 15:18). No fue la miseria del país lejano que lo rechazó, sino la gracia del corazón del padre que lo atrajo de nuevo a casa. Es lo mismo para Noemí: En el país de Moab donde todo le fue tomado, oye hablar del país de Judá y de lo que Dios da allí a su pueblo. Y porque ella tiene ante sus ojos a Dios, puede levantarse por encima de todas sus faltas y ponerse en marcha para volver a su país.
Su primer paso en el camino del regreso es liberarse de sus falsas asociaciones con Moab. “Salió, pues, del lugar donde había estado” (Rut 1:7). Este acto particularmente práctico influye de repente sobre otros. Sus dos nueras salen “con ella”. Testificar contra una posición falsa quedándose en ella no ejerce ninguna influencia sobre los demás. Si la posición es falsa, lo primero que hay que hacer es apartarse.
Es lo que hace Noemí. Se vuelve, ella y sus dos nueras. Rompen con sus malas asociaciones teniendo delante de sí la meta correcta, porque “comenzaron a caminar para volverse a la tierra de Judá”.
3) La profesión de Orfa
No obstante, el hecho de apartarse de una posición errónea y proponerse volver a una posición correcta no implica necesariamente un ejercicio real en el corazón de todos los que dan ese paso. De las tres mujeres, Noemí es una creyente descarriada pero está en el camino de la restauración; Rut es el testigo de la gracia soberana de Dios y se caracteriza por la fe y un abnegado afecto, mientras que Orfa se contenta con una profesión aparente pero vacía, y jamás alcanzará la tierra prometida.
Tanto Orfa como Rut hacen profesión de abnegación para con Noemí. Ambas declaran que desean ir con Noemí a su pueblo y comienzan a caminar hacia la tierra de Dios. Pero, como siempre, la profesión es puesta a prueba. Noemí dice: “Andad, volveos cada una a la casa de su madre” (1:8). Se le ofrece a cada una la oportunidad de volverse atrás. Esta prueba pondrá de manifiesto si lo más profundo de sus pensamientos concuerda con lo que profesan. Si recuerdan el país de donde salieron, entonces tienen la posibilidad de volver (compárese con Hebreos 11:15). El pensamiento íntimo de Orfa se manifiesta de inmediato. Su corazón queda apegado al país de su nacimiento. Veremos que Rut, al contrario, desea “una patria... mejor” (Hebreos 11:14-16). Cierto, Orfa hace una hermosa profesión, pero no pasa de allí. Está muy emocionada, a tal punto que alza su voz y llora (Rut 1:9). Sus afectos son conmovidos, puesto que besa a su suegra (v. 14) y sus palabras no faltan de belleza: “Ciertamente nosotras iremos contigo a tu pueblo” (v. 10). Pero llama la atención que solamente Rut menciona al Dios de Noemí; Orfa se contenta con hablar de Noemí y del pueblo de Noemí. Así, a pesar de sus declaraciones, de sus lágrimas y besos, deja a Noemí, al Dios de Noemí y al país de bendición para volver “a su pueblo y a sus dioses” (v. 15), y al país de sombra de muerte.
4) El apego de Rut
¡Cuán diferente es la historia de Rut! Esta joven será el testigo de la gracia de Dios. Como Orfa, Rut hace una profesión notable. También expresa bellas palabras, y se muestra tan conmovida como su cuñada, porque alza su voz y llora con ella. Pero en Rut hay más. En ella se encuentran las “cosas... que pertenecen a la salvación”, la fe, el amor y la esperanza (Hebreos 6:9-12).
En Orfa, el amor se reduce a una simple manifestación exterior de afecto. Puede besar a Noemí para despedirse, como en cierta medida lo hizo más tarde Judas al traicionar al Señor con un beso. La Biblia no nos dice que Rut besara a su suegra; aunque la expresión exterior esté ausente, la realidad puede ser otra, porque se nos dice que “Rut se quedó con ella” (o “estrechóse con ella”, Rut 1:14, V.M.). El amor real no renuncia a su objeto, y la compañía de la persona amada le es indispensable. Por eso Rut agrega: “No me ruegues que te deje, y me aparte de ti” (v. 16).
Además, la fe de Rut está a la altura de sus afectos. La energía de la fe la hace capaz de vencer los lazos naturales de su país natal, de la casa de su madre, de su pueblo y de sus dioses. Rut toma resueltamente el camino del peregrino, ya que declara: “A dondequiera que tú fueres, iré yo”. Acepta sufrir el destino del extranjero, diciendo: “Dondequiera que vivieres, viviré”. Se identifica con el pueblo de Dios mediante estas palabras: “Tu pueblo será mi pueblo”. Finalmente, y sobre todo, ella pone su confianza en el verdadero Dios, porque no solamente hace suyo el pueblo de Noemí, sino que agrega: “y tu Dios mi Dios” (v. 16). Ni siquiera la muerte la hace volver atrás, porque exclama: “Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada”. Tanto en la muerte como en la vida, se identifica con Noemí, y, como consecuencia, reivindica para sí misma al pueblo y al Dios de Noemí; y todo esto cuando, a la vista de los hombres, Rut no tenía delante sino a una mujer anciana quebrantada. Como lo dijo alguien, Rut unió su destino al de Noemí «a la hora de su viudez, de su exilio y de su pobreza».
Para el hombre inteligente de este mundo, la elección de Rut es insensata. Dejar las comodidades de Moab, la ternura de su hogar y de su país natal, para empezar un viaje a través de regiones incultas, de las cuales se ignora todo, para llegar a un país desconocido, con la única compañía de una viuda en la miseria, parece ser el colmo de la locura. Pero es sólo el principio de la historia. El final no puede ser vislumbrado en este eslabón. Lo que Rut llegará a ser “aún no se ha manifestado” (compárese con 1 Juan 3:2). La fe puede ser llevada a dar su primer paso en un contexto de debilidad y de miseria, pero, al final, será justificada, y recibirá su esplendente recompensa, en circunstancias de poder y de gloria. Al principio de nuestro relato, Rut se identifica de todo corazón con una mujer anciana y desolada; al final, es presentada a todos como la esposa del poderoso Booz. Aún más, su nombre, incluido en la genealogía del Señor, será transmitido a todas las generaciones futuras.
En su época, Moisés, dotado de todas las ventajas que la naturaleza puede dar, con todas las glorias del mundo a su alcance, fue también un ejemplo resplandeciente de esta misma fe. Dejando atrás los deleites del pecado y la opulencia de los faraones, “teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios” (Hebreos 11:26), hizo a un lado el mundo y todas sus glorias para encontrarse en el desierto con un pueblo pobre y sufriente. ¡Qué locura a los ojos del mundo! Pero la fe podía decir en ese momento: lo que será “aún no se ha manifestado”. La fe debía esperar dieciséis siglos antes de percibir lo que será Moisés: entonces se le permite a la fe ver a este siervo de Dios aparecer en gloria sobre la montaña de la transfiguración en compañía del Hijo del hombre —visión efímera de una gloria que no pasará jamás— (Lucas 9:28-31). Y cuando, por fin, Moisés entre en las glorias del reino venidero en compañía del Rey de reyes, entonces será evidente para todos que las glorias del mundo que Moisés rechazó eran insignificantes comparadas con el eterno peso de gloria que habrá obtenido.
Hoy en día no es distinto. El camino de la fe puede parecer el colmo de la inconsciencia a los ojos de este mundo. Rechazar la gloria que nos ofrece, identificarse con el pueblo de Dios pobre y despreciado, salir hacia Cristo fuera del campamento, llevando su vituperio, puede parecer, a simple vista, una locura para la razón natural del hombre. Pero la fe repite: “Aún no se ha manifestado lo que hemos de ser”. La fe estima que “esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Corintios 4:17). Y la fe recibirá su recompensa, porque cuando al fin raye el día de la gloria, y la fe sea cambiada en vista, cuando el gran día de las bodas del Cordero llegue, entonces los cristianos, hoy pobres y despreciados, aparecerán con él y serán semejantes a él, como “la desposada, la esposa del Cordero” (Apocalipsis 21:9).
Además, si las cosas que pertenecen a la salvación —la fe, el amor y la esperanza— están activas en nosotros, nuestros corazones se verán profundamente resueltos. Así ocurrió con Rut. Sin consideración para el país que dejaba, libre de todo vano pesar, estaba “resuelta” a ir con Noemí. “Anduvieron, pues, ellas dos hasta que llegaron a Belén” (Rut 1:18-19). Qué beneficio para nosotros si a su vez, animados por la fe, el amor y la esperanza, olvidamos lo que queda atrás y nos extendemos a lo que está delante, prosiguiendo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (véase Filipenses 3:13-14).
5) La restauración de Noemí
Esta parte de la historia de Rut termina naturalmente con el recibimiento del alma restaurada.
Vimos cómo la amargura envenena el sendero del corazón extraviado, y cómo el Señor lo restaura en su gracia. Ahora aprendemos que la respuesta correcta a un trabajo de restauración es la recepción del alma restaurada en el seno del pueblo de Dios. Con sus ojos dirigidos hacia el país y el pueblo de Dios, la creyente restaurada y la joven convertida prosiguieron su camino “hasta que llegaron a Belén; y aconteció que habiendo entrado en Belén, toda la ciudad se conmovió por causa de ellas” (Rut 1:19). ¡Qué pena! Debemos reconocer que hoy hay poco poder de restauración entre nosotros; ¿no será porque nos falta compasión hacia aquellos que caen? Un creyente puede caer, el mal ser juzgado, y el culpable tratado como conviene sin que seamos “conmovidos” por él, de manera que es raro que el creyente extraviado reencuentre su lugar entre el pueblo de Dios. El mundo está lleno de corazones tristes y quebrantados, de cristianos errantes; ¡cuán raramente son restaurados y cuán poco somos conmovidos por ellos!
No hay nada que pueda completar mejor el trabajo de restauración en un alma que la compasión de los creyentes. Así ocurrió con Noemí. El amor con que ella fue recibida permitió a su corazón abrirse y expresar una confesión notable, que atestigua la realidad de su restauración.
- Ella reconoce que Dios no la abandonó jamás, cualquiera hayan sido sus faltas. En cuanto a sus años de extravíos, confiesa que “en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso” (v. 20), admitiendo implícitamente que no cesó de ocuparse de ella. A veces nos despreocupamos de Dios, pero él nos ama demasiado para que cese de ocuparse de nosotros. Felizmente es así, porque como dice el apóstol: “Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos... Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos” (Hebreos 12:7-8).
- Por esta confesión, Noemí muestra aún que si el Señor se ocupa de los suyos extraviados, su manera de actuar será sentida como muy amarga. El apóstol nos lo recuerda también: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza” (Hebreos 12:11).
- Es necesario hacer notar la hermosa actitud de Noemí, que reconoce toda su propia responsabilidad de su alejamiento. Declara: “Yo me fui...” (Rut 1:21). No obstante, al principio del capítulo leímos: “Un varón de Belén de Judá fue a morar en los campos de Moab” (v. 1). Noemí no hace ningún reproche a su marido. No atribuye la falta a otro para excusarse.
- Si, por un lado, Noemí no traslada a otro la entera responsabilidad de su alejamiento, por el otro, y con razón, atribuye toda la certeza de su restauración a Dios. Puede decir: “Jehová me ha vuelto”. Soy yo la que me fui, pero es Dios el que me hizo volver. David puede declarar en ese mismo estado de espíritu en el salmo 23:3: “Hará volver mi alma” (V.M.). Puede haber momentos en que, llenos de autosuficiencia y de confianza en nosotros mismos, pensamos poder volver al Señor cuando nos parezca bien; pero, en realidad, ningún creyente alejado podría volver al Señor si Él no tomara la iniciativa de restaurarlo. La oración del Señor a favor de Pedro antes de que caiga y la mirada del Señor en el momento de su falta quebrantaron el corazón del discípulo y lo condujeron a su restauración. Pedro había seguido de lejos, luego cayó; pero el Señor lo hizo volver.
- Noemí no dice sólo que Dios la hizo volver, sino que la ha vuelto «a casa» (según la versión inglesa de J.N.Darby). Cuando el Señor hace volver a un creyente, siempre lo trae de nuevo al calor y al amor del círculo familiar. ¿Qué hace el Pastor cuando encuentra la oveja perdida? La trae a su casa. Es como si dijese: «Es lo único que conviene a mi oveja».
- Además, Noemí debe reconocer que si Dios la hizo volver a casa, ello fue “con las manos vacías”. Todo el tiempo que estamos alejados del Señor, no hacemos ningún progreso espiritual. Él puede permitir, en su disciplina, despojarnos de muchas cosas que impiden a nuestras almas progresar. Junto con Noemí, debemos confesar: “Yo me fui llena, pero Jehová me ha vuelto con las manos vacías”. Como todos los que se alejan, Noemí debe sentir el sufrimiento. Es cierto, conoce una bendita restauración, vuelve a casa, al pueblo y al país de Dios, pero no encontrará jamás a su marido y a sus hijos. Se fueron para siempre. Ella buscó el bienestar y quiso evitar las luchas y los ejercicios, pero encontró sólo la muerte y las privaciones. Volvió con las manos vacías.
- Sin embargo, si el Señor nos trae con las manos vacías, quiere hacernos volver a un lugar de abundancia. Cuando Noemí llegó a Belén era al “comienzo de la siega de la cebada” (v. 22).
¡Qué consuelo para nuestros corazones saber que si faltamos en compasión los unos para con los otros, el Señor no falla jamás! Dentro de poco tiempo, el Señor traerá a su casa a sus pobres ovejas alejadas, y no faltará ni una. Entonces, en el amor de la casa eterna, gozaremos de la siega celestial: será el “comienzo” de una siega de gozo y bendición que no terminará jamás.