Capítulos 3 y 4 Rut la esposa
“Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará;
se gozará sobre ti con alegría, callará de amor,
se regocijará sobre ti con cánticos.”
(Sofonías 3:17)
Espigar, como lo vimos, constituye el tema principal del capítulo 2. En los capítulos 3 y 4, el tema central es el reposo. En el primer versículo del capítulo 3 se menciona ese reposo en relación con Rut: “Hija mía, ¿no he de buscar lugar de descanso para ti?” (V.M.). En el último versículo, aparece en relación con Booz: “aquel hombre no descansará hasta que concluya el asunto hoy”.
Sin duda que hay un progreso metódico en las verdades presentadas en los cuatro capítulos del libro de Rut.
En el capítulo 1, Rut representa la fe, el amor y la energía de un alma recién convertida.
En el capítulo 2, Rut es la imagen del crecimiento en la gracia, por medio de la cual el creyente hace progresos espirituales.
En el capítulo 3, Rut busca la paz del corazón, la única que da satisfacción al creyente.
En el capítulo 4, la historia de Rut se termina alcanzando el reposo, y muestra cómo Cristo y el creyente llegan al reposo de Dios.
Sólo Cristo satisface el corazón
Espigar en los campos de Booz y recibir las bendiciones de sus propias manos, por más justo y feliz que sea, no puede dar entera satisfacción ni perfecto reposo al corazón de Booz ni al de Rut. Nada sabría poner al corazón en reposo excepto la posesión del ser amado. Por tal razón, en el capítulo 3, Rut busca granjearse el afecto de Booz, y Booz no ahorra esfuerzos para hacer suya a la joven. El amor no se satisface jamás con dones, por más preciosos que fueren: sólo quiere tener al dador.
Hasta aquí, Booz se comportó frente a Rut con una gracia maravillosa. Puso a su disposición sus campos, su grano, sus jóvenes criadas y criados. Le dio agua de su pozo, del grano tostado (V.M.) de su mesa, y espigas de los manojos que se dejaron caer intencionadamente. Sin embargo, todas esas bendiciones, si bien permitieron ganar la confianza de Rut y despertar sus afecciones, no satisficieron su corazón.
Una vez que los afectos fueron conquistados, sólo la posesión de la persona que los suscitó puede llenar el corazón. Esto es válido tanto para las relaciones humanas como para las relaciones divinas. Lo repetimos, la gracia y los favores con los cuales Booz supo despertar el amor de Rut no podían por sí solos satisfacer esos afectos. Lo que colma el corazón no son las bendiciones, sino la posesión de aquel que bendice.
Así son los caminos del Señor para con los creyentes. Él actúa para con nosotros de manera tal de llevarnos a la convicción de que él es mayor que todas las bendiciones que concede. Es una dicha haber aprendido que las bendiciones no pueden traer satisfacción en sí mismas. Sólo Cristo puede satisfacer el corazón.
¿No es ésta la gran lección que Pedro tuvo que aprender en Lucas 5? El Señor le concedió una gran bendición temporal. Le concedió hacer la mayor pesca de su vida. Era una bendición tan importante que no podía ser contenida en su red y en su barca, pero precisamente mediante ese don el Señor se reveló a Pedro de tal modo que vino a ser mayor en la estima de su discípulo que la bendición dada. Efectivamente leemos a continuación: “Dejándolo todo, le siguieron” (Lucas 5:11). ¿Qué? ¿Dejar los peces por el Señor? Sí, Pedro abandonó todo —redes, barca, peces— para seguir al Señor. ¡Si alguna vez hubo una pesca que Pedro hubiese querido guardar para sí con toda razón, esa pesca habría sido la que el Señor le acababa de dar! Pero él dejó la bendición para seguir a Aquel que es la fuente de toda bendición.
Otra humilde creyente hizo la misma experiencia: María Magdalena. Había estado sometida al poder del diablo, ya que el Señor había echado de ella siete demonios. Fue ricamente bendecida, pero su corazón se ligó a la fuente de sus bendiciones. Por eso, en la mañana de la resurrección, cuando los discípulos se volvieron a los suyos, María estaba fuera llorando junto al sepulcro (Marcos 16:9; Juan 20:10-11). Las bendiciones recibidas no eran suficientes para ella; no podía encontrar reposo en este mundo sin Cristo. Con él, era feliz; sin él, inconsolable.
El Señor se ocupó de la misma manera de un hombre que, en otro tiempo, había blasfemado el nombre de Cristo y perseguido a los creyentes. La gracia lo tocó y lo bendijo de tal manera que Cristo vino a ser para él mayor que todas las bendiciones que podía haber recibido de su parte. Todo su deseo se encontraba expresado en estas palabras: “a fin de conocerle” y “para ganar a Cristo” (Filipenses 3:8 y 10). No estaba satisfecho con simplemente conocer todas las bendiciones sobre las cuales Cristo le había dado derechos; le era necesario conocer al dador de esas bendiciones. No le bastaba con ganar el cielo, tenía que ganar al que le había asegurado el acceso allí.
Desgraciadamente, somos muy lentos para aprender que Cristo, y Cristo solamente, puede satisfacer nuestros corazones. A veces, buscamos el reposo en nuestras bendiciones espirituales. Dedicamos nuestros esfuerzos a mantener vivo en nuestras almas el gozo de la conversión, y el sentimiento de las bendiciones que hemos recibido. Pero aunque sea legítimo gozar de la salvación, tales esfuerzos están destinados al fracaso. No podemos gozar de las bendiciones aparte de Aquel que las da; Dios no tuvo nunca tal intención. Todas las bendiciones recibidas tienen su origen en Cristo, y pueden ser gustadas solamente en su compañía.
Otros buscan satisfacción ocupándose intensamente en el servicio. Ciertamente que es deseable estar ocupados en el servicio del Señor, pero si ese servicio se hace con el fin de encontrar reposo, nos daremos cuenta de que, como Marta, antes que darnos reposo, más bien nos perturba (véase Lucas 10:40). El servicio es bueno en sí, pero no satisface el corazón.
Así, por una razón o por otra, estamos obligados de admitir que, como cristianos, conocemos muy poco la satisfacción del corazón. Ciertamente, todo verdadero cristiano es salvo, pero una cosa es ser salvo y otra cosa es estar satisfecho. Una vez salvo por la obra de Cristo, sólo podemos encontrar satisfacción en la persona de Cristo.
La medida en la cual nos gozamos en la compañía de Cristo es también la medida de nuestro reposo y de nuestra satisfacción. La satisfacción perfecta, la conoceremos cuando aparezca la aurora del gran día del cual está dicho: “Han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado” (Apocalipsis 19:7). Esta gran verdad nos es presentada en misterio al final de la bella historia de Rut. Los dos primeros capítulos mostraron, en figura, cómo el amor por Cristo es despertado. Los dos últimos nos enseñan cómo el amor puede ser satisfecho.
El secreto para tener el reposo
Comencemos notando la instrucción dada a Rut en los versículos 1 a 5 del capítulo 3. Con el fin de asegurar la felicidad a Rut, Noemí le enseña el secreto del reposo. Primero, dirige sus pensamientos hacia la persona de Booz, diciéndole quién es y qué hace. Le declara que es “nuestro pariente”. Expresa en cierto modo: «Booz es uno de los nuestros y tenemos derechos sobre él». También nosotros tenemos derecho a considerar a Cristo como “nuestro”: Se hizo carne, habitó entre nosotros, murió por nosotros y, después de su resurrección, nos llama sus hermanos. Puede decir a María: “Ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17).
En segundo lugar, Noemí dice a Rut qué está haciendo Booz: “He aquí que él avienta esta noche la parva de las cebadas” (v. 2). Del mismo modo, nuestro divino Pariente, nuestro Booz, pasa toda la larga y sombría noche de la época actual, si podemos decirlo así, aventando su cebada. Hoy el Señor Jesús no se ocupa de la paja. Lo hará en juicio en un día futuro; ahora se ocupa de los suyos, “avienta... las cebadas”. Dicho de otro modo, santifica su Iglesia, a fin de presentársela a sí mismo sin mancha ni arruga ni cosa semejante (Efesios 5:26-27). En los cielos, el Señor se ocupa de los suyos en vista del día venidero.
Después de recordar a Rut sus derechos sobre Booz, Noemí sigue con su instrucción mostrándole en qué estado se necesita estar en la presencia de Booz. Si discernimos que somos “parientes” de Cristo, que le pertenecemos y que él es por nosotros, seguramente desearemos su compañía. Pero estar conscientes de su presencia requiere un estado de alma apropiado, manifestado en figura mediante las instrucciones impartidas a Rut: “Te lavarás, pues, y te ungirás, y vistiéndote tus vestidos” (v. 3).
La primera condición necesaria, “te lavarás”, lleva nuestros pensamientos al lavamiento de los pies en Juan 13. Juan debe primero tener los pies lavados antes de poder estar recostado al lado de Jesús (v. 23). Es necesario que el lavamiento de los pies preceda al reposo del corazón. El Señor debió declarar a Pedro: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo” (Juan 13:8). Su obra nos aseguró una parte en él, pero para tener una parte con él para gozar de su comunión con él, en el lugar donde está, debemos tener los pies lavados; lamentablemente, ¡qué descuidados somos en esto! Permitimos que las nefastas y contaminantes influencias del mundo se infiltren furtivamente en nosotros, y dirijan nuestros afectos hacia las cosas de la tierra.
Cuando se descuida el lavamiento de los pies, las manchas se acumulan hasta entorpecer nuestro espíritu y embotar nuestros afectos de tal modo que nuestra comunión con Cristo se vuelve una cosa rara y hasta desconocida. Estemos atentos a la advertencia del Señor: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:17). No era suficiente que Rut aceptara la instrucción de lavarse; ella tenía que hacerlo. Asimismo, el bien que podemos hallar en Juan 13 no reside en el conocimiento de la verdad presentada en ese capítulo, sino en ponerla en práctica.
Sin embargo, se necesita más todavía. Después de lavarse, Rut debe también ungirse. No basta con purificar la mente de influencias contaminantes, sino que necesitamos también recordar la exhortación del apóstol Pablo: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8). El lavamiento es un acto negativo, en el sentido de que se quita la mancha. La unción, en cambio, es un acto positivo, que deja un perfume que desprende un aroma agradable. No sólo es preciso purificar nuestras mentes y afectos de las malas influencias que los contaminan, sino que también es menester mantenerlos ocupados con todo lo que es de Cristo, para que derramemos alrededor de nosotros un olor de Cristo, que conviene en su presencia.
Después de la mención de ungirse, Noemí agrega: “vistiéndote tus vestidos”. Esto nos habla del lino fino, el que simboliza “las acciones justas de los santos” (Apocalipsis 19:8). Filipenses 4:8 nos habla de la unción, el versículo 9 nos da una respuesta en cuanto a las acciones justas: “Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced”. La palabra clave del versículo 8 es “pensad”; la palabra clave del versículo 9 es “haced”. Si tuviésemos una percepción más profunda de la hermosura de Cristo, ¿no desearíamos con más ardor su compañía y el gozo consciente de su presencia? Tales deseos ejercitarían aún más nuestro corazón para guardar nuestros pensamientos, nuestros afectos, nuestras palabras y nuestros caminos puros de toda mancha, y para estar ocupados en lo que complace a Cristo.
Una vez que Rut está preparada para estar en la presencia de Booz, su línea de conducta es clara: debe acostarse a los pies de Booz y oír sus palabras porque, como lo dice Noemí, “él te dirá lo que hayas de hacer” (Rut 3:4). Esto lleva nuestros pensamientos hacia esa feliz escena de Betania, descrita en Lucas 10:39, en la cual vemos a María sentada a los pies de Jesús, oyendo su palabra. ¡Es lo que tanto nos hace falta hoy! En medio de esta vida agitada y estresante, se torna muy difícil hallar un tiempo para estar a solas con el Señor y oír lo que Él quiere decirnos. Sin embargo, él nos dice: “sólo una cosa es necesaria” (Lucas 10:42). Que podamos oír su voz a través de Noemí y responder como Rut: “Haré todo lo que tú me mandes” (v. 5). Así, lavados, ungidos, y revestidos, podremos sentarnos en su presencia y escuchar su Palabra.
A los pies del divino Booz
Una vez que Rut está a los pies de Booz, el relato se concentra naturalmente en lo que éste último hace. Booz va a obrar para satisfacer los deseos que su amor y su gracia suscitaron, pero también va a actuar en vista de satisfacer su propio corazón. Todo esto evoca el misterio mucho más profundo de Cristo y de sus deseos hacia su Iglesia. Nada podrá satisfacer su corazón excepto el hecho de tener a los suyos con él y semejantes a él. Su amor debe gozar de la compañía de sus amados. Vamos al cielo porque el amor nos desea allí. Para el padre no fue suficiente suplir las necesidades del hijo pródigo; lo quería en su propia compañía, digno de su presencia, revestido con el mejor vestido, sus pies calzados y un anillo en su mano (Lucas 15:22). Igualmente, el corazón de Cristo no se contentaría con liberarnos del juicio y purificarnos de nuestros pecados; quiere tenernos con él siendo semejantes a él.
Con este fin reunía a las almas alrededor de sí mientras atravesaba este mundo. En efecto, cuando llamó a los doce, era en primer lugar “para que estuviesen con él” (Marcos 3:14).
Esto fue el objeto de su oración en Juan 17: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo” (v. 24).
Con este fin murió, “para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él” (1 Tesalonicenses 5:10).
Con este mismo fin él igualmente sirve a los suyos hoy, lavándonos los pies para que tengamos parte con él (Juan 13:8).
También tiene esto en vista cuando recoge a uno de sus redimidos: quiere que partan y estén “con Cristo” (Filipenses 1:23).
Finalmente, cuando el Señor venga en las nubes para tomarnos con él, será para que allí donde él esté, nosotros estemos también, “siempre con el Señor”(1 Tesalonicenses 4:17).
Tal es la verdad que aprendemos a sus pies. No sólo lo deseamos a él, sino que él también nos desea a nosotros. Si es poco extraño que lo anhelemos, su anhelo hacia nosotros será un motivo para maravillarnos eternamente. María aprendió a los pies del Señor que Él puede prescindir de todo nuestro servicio, pero no de nosotros mismos. “Yo soy de mi amado, y conmigo tiene su contentamiento” (Cantares 7:10) es la verdad —cuán grande y gloriosa— que aprendemos a sus pies. De esta misma verdad nos habla Rut, porque a los pies de Booz, la joven aprendió que no solamente ella lo ansiaba, sino que también él la deseaba. Maravillada por este descubrimiento, Rut puede desde entonces esperar y dejar concluir el asunto (Rut 3:18).
Cristo asegura el reposo
El modo de obrar de Booz para asegurar el reposo y la satisfacción de su propio corazón, así como el de Rut, es muy significativo. Primero está lo que hace con Rut, y luego lo que hace para Rut. En el capítulo 2, él gana su amor; en el capítulo 3, le da la valentía de buscar satisfacer ese amor que él suscitó.
Después de haber rechazado seguir a otro que no sea Booz, ella recibe en primer lugar la certeza de la bendición: “Bendita seas tú de Jehová” (v. 10). En segundo lugar, Booz quita de su corazón todo vestigio de temor, diciéndole: “No temas” (v. 11). Luego, le asegura que todos los obstáculos para cumplir su propósito serán superados (v. 12-13). Mientras tanto, provee ricamente a sus necesidades y le da seis medidas de cebada. Cuando Rut había buscado su propia bendición, había obtenido una medida de cebada (2:17); pero cuando busca la persona misma de Booz, ella obtiene seis. No obstante, notemos que hay seis y no siete, el número perfecto. La cebada, cualquiera sea la cantidad, no puede dar una satisfacción completa.
Hoy, el Señor actúa del mismo modo para con los suyos. Hay una bendición especial reservada para aquellos que aprendieron el gran secreto, a saber: que el Señor nos quiere para sí mismo. ¿No quita esta certeza todo temor de nuestros corazones? Al contrario ¿no nos da una santa audacia, además de la certeza de que ningún obstáculo podrá impedir el cumplimiento de su propósito para con nosotros? Mientras lo esperamos, suple todas nuestras necesidades, y nos hace capaces de permanecer tranquilos, con la firme convicción de que no descansará hasta que haya terminado lo que comenzó. “El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
La poderosa obra del Redentor
En el último capítulo, vemos cómo Booz obra en favor de Rut. En este trabajo, Rut no tiene ninguna participación. Booz está solo cuando sube “a la puerta” (4:1). La puerta de una ciudad era el lugar donde se ejercitaba el juicio. En realidad, la justicia debe ser satisfecha antes de que Rut pueda ser bendecida o el propósito de Booz llevado a cabo. En la puerta, Booz responde a todo y soluciona lo que hubiese podido ser un obstáculo. Diez testigos son convocados. Les pide sentarse, pues no tienen otra cosa que hacer sino verificar la incapacidad del pariente “más cercano” (3:12; 4:2, 4) y además para tomar nota de que sus derechos son plenamente reconocidos y satisfechos. Vemos en esto una figura de la obra poderosa de nuestro gran Redentor, el que subió solo “a la puerta”, el lugar del juicio. Allí, sobre la cruz, arregló todo problema entre el creyente y Dios. Allí también demostró plenamente la incapacidad de la ley para responder a nuestra situación, pero sin dejar de reconocer y de satisfacer sus justas exigencias.
Así, una vez removido todo obstáculo, llega finalmente el día de las bodas en el cual “Booz, pues, tomó a Rut, y ella fue su mujer” (v. 13). “Y dijeron todos los del pueblo que estaban a la puerta con los ancianos: Testigos somos”. Son testigos de la bendición de Rut, pero atribuyen el poder y la gloria a Booz: “Tú seas ilustre en Efrata, y seas de renombre en Belén” (v. 11).
Este final feliz de la historia de Rut constituye una hermosa figura de ese gran día en vista del cual la Iglesia fue desposada a Cristo (2 Corintios 11:2), y el cual aún aguardamos; día del que leemos: “Han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado” (Apocalipsis 19:7). Contemplando esta visión, el profeta Juan oye de nuevo, si podemos decirlo así, la voz de “todos los del pueblo que estaban a la puerta con los ancianos” elevarse en alabanzas, aunque ésta ahora se haya amplificado en un himno de un poder infinito, ya que Juan oye “como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria” (Apocalipsis 19:6-7).
El día de las bodas del Cordero será la gran respuesta a la obra de la redención. La gloria responde a la cruz. Ese día, la Esposa será infinitamente bendecida, pero el poder y el honor serán para el Cordero. Toda la gloria será para Él; más aún, el Señor Jesús verá en ese día “el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Isaías 53:11). Nosotros también veremos su rostro en justicia, y estaremos satisfechos cuando despertemos a su semejanza (véase Salmo 17:15).