Crecer en la gracia: el libro de Rut /4

Rut 2

Los siervos del Señor

Los segadores y los criados también son útiles para Rut. Son mencionados en los versículos 4, 5-7 y 9 de nuestro capítulo. Siervos de Booz, ofrecen una imagen real de las cualidades requeridas de los siervos del Señor que se dedican al ministerio para ayudar a los hijos de Dios.

La primera cosa necesaria para todo siervo de Dios es la presencia del Señor. Oímos a Booz saludar a sus segadores con este deseo: “Jehová sea con vosotros” (v. 4). Encontramos este mismo espíritu en la época del Evangelio: “Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor” (Marcos 16:20).

En segundo lugar, para cumplir eficazmente el servicio de Booz, los segadores deben someterse al criado establecido sobre ellos. No sólo necesitamos la compañía del Señor, sino también el control del Espíritu, la persona divina prefigurada por ese siervo anónimo (v. 5).

En tercer lugar, los segadores preceden a Rut, como lo dice ella misma: “Te ruego que me dejes recoger y juntar tras los segadores entre las gavillas” (v. 7). Las Escrituras reconocen la existencia de pastores o conductores espirituales entre el pueblo de Dios que nos exponen su Palabra y de los cuales debemos imitar la fe. Somos llamados a obedecer y someternos a tales conductores porque velan sobre nuestras almas (Hebreos 13:7 y 17).

En cuarto lugar, esos jóvenes —los criados de Booz— sacan el agua del pozo. Si bien el privilegio de Rut era beber de esta agua, la responsabilidad de los criados era sacarla. No todos son llamados, ni capaces, de sacar el agua de los pozos profundos de Dios, pero todos pueden beber esta agua vertida en las vasijas adaptadas a la capacidad de cada uno. Muchos son los que no pueden alcanzar el agua en el fondo del pozo, pero ella está a disposición de todos en las vasijas. Por eso, la orden para Rut es: “Vé a las vasijas, y bebe” (v. 9). Timoteo fue invitado a ocuparse “en estas cosas”, a permanecer en ellas. Seguramente que esto corresponde a sacar el agua; pero el resultado, su “aprovechamiento”, debía ser “manifiesto a todos” (1 Timoteo 4:15). Esto es el agua en las vasijas, accesible a todos.

En quinto lugar, para ser aptos para el servicio de Booz, los segadores reciben directivas especiales de su amo. “Y Booz mandó a sus criados, diciendo: Que recoja también espigas entre las gavillas, y no la avergoncéis; y dejaréis también caer para ella algo de los manojos, y lo dejaréis para que lo recoja, y no la reprendáis” (v. 15-16). Para responder a las necesidades específicas de los individuos, es necesario recibir directivas particulares de parte del Señor. Cuán cerca del Maestro debe estar el siervo si desea saber, durante su servicio, dónde y cómo dejar caer el puñado de espigas que corresponda a la necesidad específica del momento, y hacerlo sin reproche ni reprensión. El Señor, como siempre, es el ejemplo perfecto para nosotros. En el día de la resurrección, cuando envía un mensaje a Pedro, diciendo: “...id, decid a sus discípulos, y a Pedro...”, ¿no deja caer algunas “espigas entre las gavillas” para su pobre oveja extraviada, sin agregar reproche ni condenar? (Marcos 16:7).

Finalmente, el trabajo de los segadores lleva al final de la siega, porque Booz ordena a Rut que se quede junto a sus criadas “hasta que hayan acabado toda mi siega” (v. 21). Es lo mismo para los siervos del Señor como para los de Booz, ya que el apóstol Pablo evoca la gloriosa esperanza puesta ante nosotros como un estimulante en el servicio. “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre...” (1 Corintios 15:58).

La acción del Espíritu Santo

El criado de Booz establecido sobre los segadores también desempeña su papel en los progresos hechos por Rut cuando espiga. No se lo nombra y raramente aparece en la narración, pero, no obstante, está detrás de todo lo que se pasa y, en nombre de Booz, controla a cada segador que trabaja en los campos de su amo. Es él quien la presenta ante Booz. Hace un informe verdadero sobre la joven Rut, sin agregar ni una palabra despreciativa sobre ella; también anticipa el pensamiento de Booz al permitirle espigar en sus campos (v. 5-7). En todo esto, el criado actúa en perfecto acuerdo con el pensamiento de su amo. Ciertamente que tenemos aquí una figura llamativa de la gloriosa Persona del Espíritu Santo, que vino de parte de Cristo glorificado, en nombre de Cristo, para representar los intereses de Cristo. Alguien que no habla de sí mismo, que es invisible a los ojos del mundo pero que dirige a los siervos del Señor y que, por su trabajo de gracia en las almas, las pone en contacto con Cristo. Alguien que vino a la tierra para centrarse en los intereses de Cristo, que piensa y actúa en perfecto acuerdo con el pensamiento y el corazón del Padre y del Hijo.

Cristo, el gran Redentor

Finalmente, tenemos a Booz que representa a Cristo bajo dos aspectos. Primero en la gloria de su persona y de su obra, luego en su manera de actuar, llena de gracia, hacia nosotros, individualmente.

Personalmente, Booz es presentado como un “pariente” y un “hombre rico” (v. 1 y 20). La palabra “pariente”, empleada varias veces en el libro de Rut, es reemplazada en otras partes por “redentor”, término que indica el verdadero alcance del servicio de pariente. El pariente tenía tanto el derecho como el poder de redimir a su hermano y su herencia, si el uno o el otro había caído en manos de un extranjero (véase Levítico 25:47-49).

Por la caída, el hombre perdió todos sus derechos sobre su herencia terrenal. Él mismo cayó bajo el poder del enemigo y, como pecador culpable, se encuentra expuesto a la muerte y al juicio. No puede ni redimirse a sí mismo ni redimir a la tierra del poder del pecado, de la muerte y de Satanás. Necesita un redentor, alguien que tenga tanto el derecho como el poder de cumplir la redención. Cristo es el gran Redentor, aquel del cual Booz es sólo una figura. Redime a los suyos de manera doble, por un acto de redención y por un acto de poder. El precio de la redención (o del rescate) que pagó es su propia vida dada por nosotros. Hemos sido rescatados “no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18-19). Además de esto, nos redimió por un acto de poder, porque no sólo su sangre fue vertida, sino por la resurrección anuló el poder de la muerte y del sepulcro. Habiendo sido ya redimidos por su sangre, ahora esperamos la redención en poder, es decir el momento en que librará nuestros cuerpos de toda traza de mortalidad transformando “el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:21). Finalmente, obtendremos nuestra herencia —una rica posesión que él adquirió— que rescató del poder del pecado, de la muerte y de Satanás, y de la cual gozaremos juntos con él para alabanza de su gloria (véase Efesios 1:14).

Los caminos de gracia y de verdad

En Booz vemos no sólo una imagen de las glorias de nuestro gran Redentor, sino también una exposición magnífica de sus caminos de gracia hacia cada uno de nosotros. Es nuestro privilegio que, además de aprender a conocer la verdad concerniente a su persona y su obra, hagamos la experiencia de sus cuidados llenos de gracia, que nos hacen profundizar este conocimiento. ¡Ojalá que todos los creyentes deseen llevar una vida más auténtica, más determinada con Cristo en el secreto de su alma —vida de la cual no podrían contar gran cosa— conocida solamente por Cristo y por ellos mismos, en la cual nadie sabría intervenir!

De esta relación entre Cristo y el alma nos habla la actitud benévola de Booz, el hombre rico, para con Rut la extranjera. Lo que caracteriza su actitud es la gracia y la verdad, evocando para nosotros a Aquel que vino “lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14 y 17). En nuestra debilidad, sucede que manifestamos gracia en perjuicio de la verdad, o mantenemos esta última en detrimento de la gracia. En Cristo, la expresión infinita de la gracia viene acompañada del perfecto mantenimiento de la verdad.

Con una conmovedora gracia, Booz pone todas sus riquezas a disposición de la extranjera proveniente de Moab, quien, según la ley, no estaba autorizada a entrar en la congregación de Dios, ni aun hasta la décima generación (Deuteronomio 23:3). Sus campos, sus criadas, sus criados, sus vasijas, su grano, todo es puesto a disposición de Rut. Ella debe quedar en sus campos, estar junto a sus criadas, espigar tras los segadores y beber de su pozo. Booz no hace ninguna alusión a su origen, a su condición de extranjera ni a su pobreza. De su boca no sale reproche alguno en cuanto a su pasado, ni amenazas con relación al futuro, ni exigencias reclamando algo por su generosidad presente: todo es dado en una gracia soberana e ilimitada. Cristo actúa de la misma manera para con los pecadores que somos nosotros. La gracia pone los dones, los más excelentes, a disposición de una pecadora en el pozo de Sicar (Juan 4:1-42), la gracia imparte órdenes a los peces del mar para un hombre pecador como Pedro (Mateo 17:24-27), y la gracia abre el paraíso de Dios al malhechor moribundo (Lucas 23:39-43). De la misma manera, la gracia nos bendijo con todas las riquezas insondables de Cristo, “sin dinero y sin precio” (véase Isaías 55:1).

Sin embargo, las riquezas de la gracia no empañan el resplandor de la verdad. Al contrario, es justamente la gracia la que hace resaltar la verdad. Booz no necesita recordar a esta extranjera su origen humilde: ella misma lo confiesa. Pero, es su gracia la que la incita a tal confesión. Baja su rostro y se inclina a tierra ante Booz, echándose a un lado en la conciencia de la grandeza de la persona ante quien está, y a quien debe toda bendición. Con la pregunta que Rut hace: “¿Por qué he hallado gracia en tus ojos...?” ella reconoce que nada en sí misma merece tal gracia. Reconoce igualmente que, por naturaleza, no puede pretender nada de Booz, ya que confiesa: “siendo yo extranjera” (v. 10). Sólo en presencia de la gracia de Booz ella le da el lugar que le corresponde a él, y permanece ella misma en el suyo. Esto nos trae a la memoria otros ejemplos hermosos de los caminos de gracia y de verdad manifestados por nuestro Señor cuando estaba aquí abajo.

Si la gracia propone a una pobre pecadora el don gratuito del agua viva, que salta para vida eterna, también va a manifestar la verdad referente a ella. La simple frase de Jesús: “Vé, llama a tu marido”, es la verdad que descubre sus actos, y la invitación que sigue: “y ven acá” (Juan 4:16) es la gracia que le abre el acceso a todo el amor del corazón de Dios. La verdad le revela la maldad de su corazón, pero la gracia le revela un corazón que, sin ignorar para nada los hechos cometidos durante su vida, puede amarla e invitarla a venir a él.

En otra ocasión, con otra mujer extranjera como Rut, una cananea, vemos el mismo despliegue de la gracia y la verdad. Los discípulos defienden la verdad en detrimento de la gracia: “Despídela”, le dicen. El Señor no obra así, pero tampoco da la gracia a expensas de la verdad. Por eso, actúa con esta cananea de manera tal que la verdad salga de los propios labios de ella, al llevarla a confesar: “Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Plenamente de acuerdo con su interlocutor, discierne también en él la gracia que no sabría rehusar una migaja hasta a un perro. La gracia del Señor la conduce a reconocer la verdad en cuanto a sí misma. Entonces recibe la recompensa de la fe, porque el Señor responde con gozo a los llamamientos hechos a su gracia. Le puede decir: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres” (Mateo 15:21-28).

¡Qué momento bendito durante el curso de nuestras vidas, cuando, solos con el Señor, somos llevados a tomar conciencia de la maldad de nuestros corazones en presencia de la gracia que llena el suyo! ¡Qué bendición aprender en tales instantes que, por más viles que podamos ser, la gracia en Su corazón provee a todo!

Booz, pues, consuela el corazón de Rut. Ella reconoce la verdad: “siendo yo extranjera”, y Booz con su respuesta parece decirle que todo lo que ella puede contarle referente a sí misma, él ya lo sabe: “He sabido todo lo que has hecho” (v. 11). En adelante, ningún temor puede subsistir en su ser interior de que algo sea descubierto un día y que lleve a Booz a retirarle sus dones de gracia. Liberada, puede decirle: “Porque me has consolado, y porque has hablado al corazón de tu sierva...” (v. 13). Nada toca, gana y consuela tanto el corazón como la certeza adquirida en la presencia del Señor de que Él sabe todo y que me ama a pesar de todo.

La presencia del Señor

Sin embargo, la historia de Rut no termina aquí. Booz dio prueba de la gracia, Rut confesó la verdad, de esto resultó la paz en la conciencia y el gozo en el corazón. Pero eso no es todo. Booz no se contenta con traer consuelo a Rut y dejarla con el corazón lleno de gratitud. Aunque esta mujer podría estimarse colmada, el corazón de Booz no está satisfecho. Si bien Rut no espera otras bendiciones, Booz tiene más para dar. No se consideraría satisfecho sin la compañía de aquella a quien había hablado al corazón. Por eso agrega: “Ven aquí” (v. 14). De una manera más profunda aún ¿no actúa así el Señor con nosotros? Si apacigua nuestros temores, habla a nuestros corazones y gana nuestros afectos, es para poder gozar de nuestra compañía. El amor no está satisfecho sin la presencia de la persona amada. Con este fin murió, para que, “ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él” (1 Tesalonicenses 5:10). Somos bienaventurados si prestamos atención y respondemos a la invitación llena de gracia que nos hace: “Ven aquí”.

Así Rut se encontró sentada en medio de un pueblo que hasta entonces no conocía. Pero si “ella se sentó junto a los segadores”, lo hizo en la compañía de Booz, porque leemos: “y él mismo le alcanzó el grano tostado (V.M.)”. Dichosos de nosotros si, conscientes de la presencia personal del Señor, tomamos lugar entre los suyos. Seremos nutridos con “grano tostado” del país. Como Rut, seremos saciados y dejaremos restos (v. 14). En su presencia, nuestras almas serán alimentadas y nuestros corazones satisfechos; y el corazón satisfecho, sacando de su plenitud, tendrá para dar a los demás.