El Espíritu Santo /1

Introducción – La persona del Espíritu Santo

Su presencia y poder en el creyente y en la Iglesia

Introducción

“Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese,
el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré…
Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad;
porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere,
y os hará saber las cosas que habrán de venir. 
Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.”
(Juan 16:7, 13-14)

Hoy en día, muchos cristianos aspiran a una vida con abundantes experiencias espirituales. Ante el temor de cualquier forma de costumbre, buscan el frescor, la acción, la simplicidad, con cierto infantilismo de corazón. Este deseo de realidad, de autenticidad, es totalmente loable. El apóstol Juan escribía: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18).

No obstante, no debemos buscar las experiencias espirituales por sí mismas, por más atractivas que puedan parecer. Es al Señor a quien debemos buscar para glorificarlo en nuestra vida, guardando su Palabra. Sólo cuando acudamos a Jesús por la fe, seremos llenos del Espíritu Santo. Entonces experimentaremos su presencia y poder en nuestras vidas. Nuestro espíritu será fortalecido, nuestra fe consolidada, nuestro corazón lleno de fervor. De lo más profundo de nuestra alma “ríos de agua viva” saldrán (Juan 7:38), para bendición de los que nos rodean.

Lo que nos ilumina para discernir lo que viene del Espíritu Santo, es haber entendido el sentido de su misión. Su ministerio siempre está centrado en la persona del Señor Jesús (1 Juan 4:2). El Espíritu Santo glorifica a Cristo. Particularmente lo hace por medio de las Escrituras. Nos conduce a comprender su sentido y a ponerlas en práctica. Hay un lazo directo e íntimo entre la obediencia a la Palabra y el andar por el Espíritu.

Quizá seamos más sensibles a los dones del Espíritu Santo que a su presencia. No olvidemos que es el Espíritu Santo. Lo veremos en las páginas que siguen: No es tan sólo una influencia ni un mero poder. Es una persona divina, digna de nuestro mayor respeto. Es un huésped sensible que podemos desgraciadamente contristar e incluso apagar. Es el Consolador1 que sostiene a cada creyente, lo consuela, lo conduce por un mundo opuesto a Dios. Su presencia personal en los creyentes y en la iglesia es el gran evento del período cristiano. Cuando los creyentes se reúnen como iglesia (1 Corintios 11:18), el Espíritu da todo lo que se necesita para la edificación y el crecimiento del conjunto y de cada uno.

Las páginas que siguen son una exposición relativamente breve de estos temas tan ricos. En la primera parte se presenta la enseñanza de la Biblia referente a la persona del Espíritu Santo, luego su obra en el creyente, en la Iglesia y, por último, en relación con la Palabra de Dios. En el apéndice, se propondrán elementos de respuestas a preguntas hechas con frecuencia, y una breve lista de algunos nombres y símbolos del Espíritu Santo en la Biblia.

 

La persona del Espíritu Santo

1) El Espíritu en el Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento afirma que Dios es uno, en contraste con los múltiples dioses falsos que adoraban las naciones paganas. Se reveló primero a los patriarcas como el Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Luego, se dio a conocer a su pueblo como Jehová (Yahweh), el gran “Yo soy”. Tanto a unos como a otros se reveló como el único Dios.

Dios es único pero ello no es contradictorio con el hecho glorioso de que hay una pluralidad en él. Esta verdad está velada en el Antiguo Testamento, pero sugerida en varios textos (Números 6:24-26; Isaías 6:3; 61:1; 63:9-10). En particular, algunos versículos dejan entender una distinción entre Dios y su Espíritu (Isaías 48:16; Hageo 2:5; Zacarías 4:6).

a) El Espíritu, poder y vida

“Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca” (aliento o espíritu; véase Job 26:13); (Salmo 33:6).

“Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra” (Salmo 104:30).

La palabra “espíritu”, en hebreo “ruach”,2 al principio significaba “aliento, viento”, al igual que la palabra “espíritu” en griego (“pneuma”). La imagen del aliento evoca lo que es invisible, pero real y activo (Juan 3:8). La idea del aliento se vincula además con la de vida, pues la señal de que una persona vive, es que respira.

El viento recuerda el poder, y a veces también la violencia. En Éxodo 10:19, se trata de un fortísimo viento que Dios hizo soplar. En Éxodo 15:8, este mismo hecho es recordado con la expresión “el soplo de su aliento”. En Isaías 30:28, el aliento de Dios es comparado a un “torrente que inunda”.

Así, el Espíritu Santo se vincula con el misterioso e invisible poder de Dios, tal como se manifiesta en el viento (Éxodo 10:13, 19), y en el “hálito” de vida (Salmo 104:29-30).

El Espíritu está activo con respecto a la creación, pero también con el origen de toda vida y la mantiene. “Si él… recogiese así su espíritu y su aliento, toda carne perecería juntamente, y el hombre volvería al polvo” (Job 34:14-15). Como en la visión de Ezequiel 37, sólo cuando el “Espíritu” (o el Soplo) actúa, los muertos cobran vida y llegan a ser un ejército grande en extremo (v. 9-10). No puede haber vida, ni física ni espiritual, sin la acción del Espíritu Santo.

b) El Espíritu entre los hombres

“El Espíritu de Dios vino sobre Zacarías hijo del sacerdote Joiada; y puesto en pie, donde estaba más alto que el pueblo, les dijo: Así ha dicho Dios: ¿Por qué quebrantáis los mandamientos de Jehová? No os vendrá bien por ello; porque por haber dejado a Jehová, él también os abandonará” (2 Crónicas 24:20).

La obra del Espíritu no se limita a dar y mantener la vida. Él también actúa para dar a los hombres un conocimiento intuitivo de Dios: “El soplo del Omnipotente le hace que entienda” (Job 32:8). Él es “quien… detiene”, el que pone freno al mal (2 Tesalonicenses 2:7). Actúa en la conciencia de los hombres para llevarlos al arrepentimiento.

Además, por el Espíritu Santo cualquier creyente está en relación con Dios. Esta acción primordial del Espíritu está claramente revelada en el Nuevo Testamento, pero ya se entreveía en el Antiguo, anunciado por los profetas. Ezequiel habla del día en el que Dios purificará a su pueblo de toda iniquidad. Le dará corazón nuevo y espíritu nuevo (Ezequiel 36:26-27). Nicodemo, un maestro de la ley, debería haber sabido que, para ver el reino de Dios, era necesario nacer de nuevo, nacer del Espíritu (Juan 3:3, 5).

El Espíritu Santo califica a los creyentes para la obra que Dios les manda a realizar. Le da a Moisés la fuerza para llevar “la carga” de todo el pueblo; llena a Bezaleel de sabiduría e inteligencia; equipa a Josué para que esté a la cabeza del pueblo, etc. (Números 11:11; Éxodo 35:31; Deuteronomio 34:9). Él viene sobre los jueces para darles un poder y una intrepidez extraordinarias (Jueces 14:6).

El Espíritu Santo inspira a los profetas para ser de esta manera portavoces de Dios. Viene sobre ellos para darles las palabras que deben transmitir. También les da la fuerza para expresar el mensaje (Ezequiel 11:5; 2 Crónicas 24:20). Las palabras que los profetas pronuncian no son el resultado de sus reflexiones personales, o de su propia interpretación de la situación, sino que son el fruto de la inspiración del Espíritu Santo en ellos.

c) El Espíritu de santidad

“Ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su Santo Espíritu” (Isaías 63:10).

El Espíritu de Dios comunica sensibilidad y fuerza para vivir “sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:12). Su acción en el creyente reviste a éste de fuerza moral, de sabiduría y de dignidad.

Guarda al creyente del mal: “Todo el tiempo que mi alma esté en mí, y haya hálito de Dios en mis narices, mis labios no hablarán iniquidad, ni mi lengua pronunciará engaño” (Job 27:3-4). Después de su pecado, David ora para que Dios no le retire su santo Espíritu (Salmo 51:11). Nuestros pecados contristan al Espíritu. Él es el Espíritu de Dios quien, con bondad, busca instruirnos y hacer que volvamos al camino (Nehemías 9:20).

Encontramos esta acción del Espíritu en los profetas. Les da un claro discernimiento de lo que deben denunciar, y les infunde el valor necesario para dar un mensaje a menudo impopular, puesto que se dirige a las conciencias: “Mas yo estoy lleno de poder del Espíritu de Jehová, y de juicio y de fuerza, para denunciar a Jacob su rebelión, y a Israel su pecado” (Miqueas 3:8).

2) El Espíritu en el Nuevo Testamento

a) Una revelación más completa

“Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:16-17).

Varios profetas del Antiguo Testamento habían anunciado una nueva acción, mayor, más profunda del Espíritu de Dios (Isaías 44:3; Ezequiel 36:26; Joel 2:28). Isaías la relaciona con la venida del Mesías (Isaías 11:1-3) quien iba a abrir un nuevo día en el cual el Espíritu sería derramado sobre todo el pueblo de Dios (Isaías 59:21). Es lo que también dice Juan Bautista, el último profeta enviado a Israel: “Él (el Mesías) os bautizará con Espíritu Santo” (Marcos 1:8).

En efecto, era necesaria la venida del Hijo de Dios, su muerte, su resurrección y su elevación a la gloria para que el Espíritu Santo sea claramente conocido en su persona y en su misión. Así, el conocimiento del Espíritu Santo está directamente relacionado con el del Señor Jesús. Él es “el Espíritu de Jesús”, “el Espíritu de Jesucristo”, “el Espíritu de Cristo”, “el Espíritu de su Hijo” (Hechos 16:7, V.M.; Filipenses 1:19; Romanos 8:9; Gálatas 4:6).

b) El Espíritu, una persona divina

“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 2:7).

Muchos cristianos piensan en el Espíritu como una fuente de fuerza, un poder divino, pero no como un ser personal.3 Es verdad que la palabra “Espíritu” evoca menos a una persona que la palabra “Padre” o “Hijo”. El Espíritu, por ejemplo, no se encarnó como el Hijo. Su actividad es ante todo interior y secreta.

No obstante, el Espíritu Santo ya se ve, entre líneas, como una persona en ciertos textos del Antiguo Testamento (Ezequiel 3:24; Isaías 40:13; 63:10; etc.). Se lo ve de forma más clara en el Nuevo Testamento. Para estar convencidos, basta con leer el libro de los Hechos de los Apóstoles. Con frecuencia leemos que “el Espíritu dijo” (Hechos 8:29; 10:19; 11:12; 13:2; 20:23; véase también 1 Timoteo 4:1…), que él conduce, escoge, envía, da testimonio, pone, etc. (Hechos 13:4; 16:6; 20:28). Todas estas acciones son propias de una persona. Podemos, desgraciadamente, mentirle (Hechos 5:3), pero también escuchar su palabra y obedecerle (Hechos 10:19-21).

Las últimas palabras del Señor (Juan 14 a 16)4 y las epístolas de los apóstoles también atribuyen al Espíritu Santo hechos que son propios de una persona. Él da testimonio (Juan 15:26; Romanos 8:16), enseña (Juan 14:26; 16:13-15), conoce (1 Corintios 2:11), reparte como él quiere (1 Corintios 12:11), puede ser contristado (Efesios 4:30).

Puesto que el Espíritu es una persona (y no sólo un poder), ¡yo no puedo disponer de él! Antes bien, debo someterme a él. Él es libre de obrar como quiera. Debo tener cuidado de no contristarlo, dejarme conducir por él y obrar por su poder (Romanos 15:13).

c) La divinidad del Espíritu Santo

“Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad? Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios” (Hechos 5:3-4).

En Isaías 6:9 leemos: “Dijo (el Señor): Anda, y di a este pueblo…”. Y en Hechos 28:25-26, se dice: “Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías a nuestros padres, diciendo: Ve a este pueblo, y diles…”. Así, las palabras del Señor a Isaías son atribuidas al Espíritu Santo en los Hechos. De la misma manera, Jeremías atribuye una profecía al Señor (Jeremías 31:33-34), y el autor de la epístola a los Hebreos cita esta profecía como un testimonio anunciado por el Espíritu (Hebreos 10:15-17). Pedro habla de haber mentido al Espíritu Santo y en el versículo siguiente prosigue diciendo que se ha mentido a Dios (Hechos 5:3-4).

El Espíritu Santo posee todos los atributos divinos. Es santo, eterno, omnipresente (Hebreos 9:14; Salmo 139:7). Lo sabe todo; “todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Corintios 2:10). Es todopoderoso (Zacarías 4:6), da vida (Juan 6:63). En resumen, el Espíritu Santo realiza todas las obras de Dios.

Otro testimonio dado a su divinidad es la expresión “templo del Espíritu Santo”. El apóstol Pablo dice: “¿Ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo…?” (1 Corintios 6:19). Un templo señala la habitación de Dios.

Por fin, varios versículos asocian claramente al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo (Mateo 28:19; 2 Corintios 13:14; 1 Corintios 12:4-6; Efesios 3:14-17; 4:4-6).

d) El Espíritu Santo y la Trinidad

“La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Corintios 13:14).

La palabra «Trinidad» (o «Tri-unidad») no se encuentra en la Biblia. No obstante, este término expresa, de una manera clara, lo que se nos revela en el Nuevo Testamento respecto de Dios. Efectivamente, el Nuevo Testamento presenta a Dios como el único Dios. Y al mismo tiempo, es cuestión del Padre que es Dios, del Hijo que es Dios, y del Espíritu Santo que es Dios (1 Corintios 15:24; Tito 2:13; Hechos 5:3-4).

Jesús dijo a sus discípulos: “Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19). Él no dice: «en el nombre del Padre, en el nombre del Hijo y en el nombre del Espíritu Santo», sino solamente dice “en el nombre…”. Puesto que hay sólo un Nombre, el nombre único, el nombre del único Dios verdadero, el del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Algunos versículos del Antiguo Testamento presentan una triple bendición (Números 6:24-27), o una triple alabanza (Isaías 6:3). Otros versículos unen a Dios, a su Espíritu y al Mesías (Isaías 61:1; 63:9-10). Al Señor, Dios, Todopoderoso, los cuatro seres vivientes no cesaban de decir: “Santo, santo, santo” (Apocalipsis 4:8). Todas esas menciones triples son una alusión al misterio de la Deidad.

El cristiano no cree en tres dioses. Cree en el único Dios que existe y que es revelado en tres personas. «No puedo pensar en Uno sin estar inmediatamente rodeado por el resplandor de los Tres. Y no puedo distinguir Tres sin ser traído de inmediato a la noción de Uno» (Gregorio de Nisa).

La diferencia entre las personas divinas no se sitúa en términos de naturaleza, sino de relaciones. Considerado en sí mismo, Cristo es llamado Dios; pero respecto al Padre, es llamado Hijo. De la misma manera el Espíritu es Dios (Hechos 5:3-4), pero respecto al Padre y al Hijo, es llamado el Espíritu Santo. El Espíritu es dado por el Padre, como respuesta a la oración de Jesús (Juan 14:16). Es enviado por el Padre, en el nombre del Hijo (Juan 14:26), y enviado por el Hijo, procedente del Padre (15:26). El Espíritu procede del Padre (Juan 15:26), pero procede del Hijo puesto que todo lo que es del Padre es igualmente del Hijo (Juan 16:15; 17:10). Es llamado “el Espíritu de vuestro Padre”, “el Espíritu de Cristo” (Mateo 10:20; Efesios 3:14, 16; 1 Pedro 1:11; Romanos 8:9).

Así, Dios es uno en su esencia, vivo en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, quienes obran juntos en perfecta armonía. “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo” (1 Corintios 12:4-6).

3) El Espíritu en la vida de Jesús

El capítulo 2 del Levítico evoca la santa humanidad del Señor Jesús por medio de la imagen de la ofrenda vegetal. Esta ofrenda estaba hecha de flor de harina (imagen de la humanidad de Jesús), con aceite (imagen del Espíritu Santo). Las tortas estaban amasadas con aceite: Jesús nació del Espíritu Santo. También eran untadas con aceite: el Espíritu Santo vino sobre Cristo al principio de su ministerio público. Por fin, el aceite era derramado sobre la ofrenda partida: “Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios” (Hebreos 9:14).

a) El nacimiento de Jesús

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35).

Jesús nació de María por el poder del Espíritu Santo. En su naturaleza humana es santo. Es llamado Hijo de Dios, no sólo en su relación eterna de Hijo del Padre, sino también como hombre nacido en la tierra.

b) Su bautismo

“Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Lucas 3:21-22).

Al bautizarlo Juan, el Padre distingue cuidadosa y gloriosamente a Jesús. Lo designa como su Hijo amado. Y el Espíritu Santo viene sobre él. Pudo “descender” sólo sobre el hombre santo y puro, el hombre Cristo Jesús.

El Espíritu Santo no viene para formar la relación de Jesús con el Padre. Desciende sobre Jesús como testigo de una relación existente. Su venida cumple aquello de lo que hablaba la unción de aceite sobre la ofrenda vegetal sin levadura (Levítico 2:4). El Espíritu ungió a Jesús para inaugurar su servicio en la tierra, y ser la fuerza y el sustento del Hombre perfecto (Hechos 10:38).

El Espíritu que desciende sobre Jesús para permanecer sobre él cumple lo que fue anunciado por el profeta Isaías: “Reposará sobre él (el Mesías) el Espíritu de Jehová” (Isaías 11:2). Esto fue la prueba irrefutable para Juan Bautista de que Jesús era ciertamente el Mesías prometido (Juan 1:32-33).

c) La tentación en el desierto

“Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo” (Mateo 4:1).

Adán había sido vencido por la serpiente antigua en el huerto de Edén. Jesús afrontó al diablo en el desierto, y lo venció. Lo consiguió permaneciendo confiado en su Dios, dependiente del Espíritu, fundamentado en la Palabra. El Espíritu condujo a Jesús para que se enfrentara con el enemigo y, por medio de la Escritura —la espada del Espíritu—, Jesús venció a Satanás. La Escritura estaba en los íntimos afectos de Jesús, el hombre perfecto, quien consiguió la victoria. Así pues, conducido por el Espíritu Santo, Jesús fue puesto a prueba y manifestado perfecto.

d) Su servicio público

“Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra de alrededor” (Lucas 4:14).

“El Espíritu del Señor está sobre mí” (Lucas 4:18). Al mencionar al Espíritu Santo, el Señor Jesús comenzó su predicación pública. Todo lo que hizo durante su servicio en la tierra, lo hizo por el Espíritu de Dios. En el poder del Espíritu, Jesús venció al enemigo, sanó a los leprosos, devolvió la vista a los ciegos, predicó el reino de Dios (Hechos 10:38).

Esta primera predicación del Señor Jesús en Nazaret contiene en germen todos los grandes temas de su servicio público. En él se cumplen todas las promesas divinas de salvación y de liberación. Por eso, no reconocer la acción del Espíritu en él, y atribuir a los demonios la autoridad que él manifestaba y los milagros que hacía, era entonces en la tierra cometer el pecado tan grave de blasfemia contra el Espíritu (Mateo 12:28; Marcos 3:22-30).5

e) Su muerte y su resurrección

“Cristo… mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios” (Hebreos 9:14).

“Nuestro Señor Jesucristo… que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos” (Romanos 1:3-4).

En Juan 10, leemos que Jesús iba a poner su vida libremente, de sí mismo. Al mismo tiempo, había recibido ese mandamiento de su Padre. Su muerte era la copa que el Padre le había dado (Juan 18:11). Este sacrificio de sí mismo, ofrenda perfecta, Jesús lo hizo “mediante el Espíritu eterno”.

Hijo eternal, de Dios imagen pura,
Sublime amor del seno paternal;
Señor Jesús, el cielo a Ti se postra;
¡Loor a tu nombre, nombre sin igual!

 

  • 1Para más amplia información sobre este tema, véase en el Anexo (2) al final de este estudio.
  • 2La palabra “espíritu” también traduce a veces el término hebreo “neshamah” que literalmente designa una apacible respiración.
  • 3Al principio, la palabra “persona” fue empleada con respecto a las personas divinas de la Trinidad. Una persona es un ser que se sitúa en el mundo de los seres, un ser que dice: «yo», un ser relacional. El hombre creado a la imagen de Dios es una persona. Al decir que el Espíritu es una persona, no queremos de ninguna manera rebajarlo al nivel de una persona humana o de un individuo, sino que queremos decir que posee todos los atributos de la persona: autonomía, voluntad, palabra, conciencia de sí mismo, sentimientos, etc.
  • 4El Señor habla del Espíritu como de “otro Consolador”. En el original, la palabra “Consolador” (o Paracletos) (Juan 14:16) está en masculino (una persona) y no en neutro (un poder). El Espíritu es designado “otro” con respecto a Jesús.
  • 5La blasfemia contra el Espíritu designa el hecho de atribuir a los demonios el poder divino del Espíritu manifestado en Jesús. Era un pecado que no tenía perdón en la tierra, ni bajo la ley, ni cuando el Señor Jesús reine (Mateo 12:32).