Su presencia y poder en el creyente y en la Iglesia
6) Los atributos del Espíritu Santo
Las Escrituras presentan al Espíritu Santo como el Espíritu de Dios, el Espíritu de Jehová, el Espíritu de Cristo, el Espíritu de Jesucristo, el Espíritu de su Hijo, el Espíritu Santo, el Santo Espíritu, el Espíritu de vuestro Padre. También dicen que él es el Espíritu de verdad, de santidad, de vida, de adopción, de gracia, el Espíritu eterno, el glorioso Espíritu de Dios. En Isaías 11, es llamado espíritu de sabiduría y de inteligencia, de consejo y de poder, de conocimiento y de temor de Jehová. Encontramos estos caracteres del Espíritu Santo en algunos versículos del Nuevo Testamento: espíritu de sabiduría y de revelación en su conocimiento, espíritu de poder, de amor y de dominio propio, espíritu de mansedumbre1 … Todos estos versículos nos dicen algo del inefable misterio del Espíritu de Dios.
Además, la Escritura emplea varios nombres para presentar al Espíritu Santo:
a) El soplo de Dios
“El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida” (Job 33:4).
“Habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22).
Como lo hemos visto al principio de estas páginas, la palabra “espíritu” puede traducirse literalmente por “soplo”, ya sea en el original hebreo o griego. La mención del soplo está vinculada a veces al juicio (Isaías 40:7), más frecuentemente a la vida (Job 33:4). Ella señala nuestra total dependencia del Espíritu de Dios. Si el hombre no respira, muere. En cuanto al aspecto espiritual, vivimos por el Espíritu (Gálatas 5:25). Si el Espíritu ya no puede más obrar en mí, mi vida cristiana se debilita. Cuando creó al hombre, Dios sopló en él aliento de vida, y Adán fue un ser viviente (Génesis 2:7). En el crepúsculo del día de su resurrección, el Señor Jesús sopló en sus discípulos. Por este acto, les comunicó su Espíritu, como poder de una nueva vida, su vida de resurrección. Así fueron vivificados espiritualmente con él (Efesios 2:5). Pero sólo en Pentecostés el Espíritu Santo vino como persona divina para bautizar a los discípulos en un solo cuerpo y así formar la naciente Iglesia (Hechos 2).
b) El don de Dios
“Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
La venida del Espíritu Santo en el creyente es frecuentemente presentada en el Nuevo Testamento como un don de Dios (Juan 4:10; Hechos 2:38; Romanos 5:5; 1 Juan 3:24). Esta evocación del don recuerda toda la riqueza de la gracia de Dios, su superabundante generosidad.
En Juan 4, el Señor Jesús presenta este don del Espíritu como agua viva que apaga para siempre la sed de nuestro ser, sed de vida, sed de amor… Está escrito que el Espíritu vive (Romanos 8:10).2 El Espíritu es el poder de la nueva vida que recibimos al creer en Jesús.
Es muy importante comprender que el don inicial del Espíritu es por la fe (Gálatas 3:2). En la vida práctica, lo repetimos, cuando acudimos a Jesús somos llenos del Espíritu. Entonces nuestra sed espiritual es satisfecha y podemos ser de bendición para otros.
c) El sello del Espíritu
“Habiendo creído en él (en Cristo), fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1:13-14).
El uso del sello era corriente en la época del Nuevo Testamento. Era la estampilla o la firma hecha con un sello sobre un objeto (o una persona) para atestar a quien pertenecía. Puesto sobre un documento, el sello constituía un derecho de propiedad y la autenticidad del documento.
Del mismo modo el sello del Espíritu Santo es el título de propiedad del Señor. La presencia del Espíritu en el creyente atestigua que este último no se pertenece a sí mismo, sino que pertenece a Cristo (1 Corintios 3:22-23; 6:19). Este hecho tiene muchas implicaciones para la santificación. El sello del Espíritu es una protección, una salvaguardia. En el Cantar de los Cantares, el amado (quien es una figura del Señor) puede decir a su amada (imagen de los creyentes): “Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa mía; fuente cerrada, fuente sellada” (4:12). El gozo del redimido consiste en guardarse puro para el Señor.
El sello del Espíritu es también la garantía de seguridad, lo que no podía hacer un sello humano (2 Corintios 1:21-22). Nada ni nadie puede arrebatar a un creyente, por débil que fuere, de la mano del Hijo y de la mano del Padre (Juan 10:28-29). Este vínculo indestructible entre el creyente y el Señor, es justamente el Espíritu Santo. El sello del Espíritu es pues la señal de la seguridad eterna del creyente en las manos del Padre. De este sello fluye la certidumbre interior que el Espíritu da al creyente, de ser un hijo de Dios (Romanos 8:16).
Finalmente el sello habla de una obra cumplida. Un sello puesto sobre un documento prueba que está completo. Lo mismo es respecto de nuestra salvación. Cuando hemos creído el Evangelio de nuestra salvación, hemos sido sellados con el Espíritu Santo atestiguando que la obra necesaria para nuestra salvación es perfecta y ha sido consumada. La salvación del espíritu y del alma es una realidad presente, la salvación del cuerpo una esperanza cierta.
d) Las arras de nuestra herencia
“Quisiéramos ser… revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu” (2 Corintios 5:4-5).
Si el sello atesta que el creyente pertenece al Señor, las arras atestan que la heredad pertenece al creyente, aun cuando todavía no la posea en su totalidad. Las arras nos dan la certidumbre de la heredad.
Cuando recibimos las arras, quiere decir que ya tenemos una parte de la heredad. No recibimos una parte del Espíritu, sino el Espíritu sin medida (Juan 3:34). Él mismo es las arras, la prueba y una parte, de lo que será nuestra heredad (Efesios 1:10-12). Podemos, y deberíamos, gozar de las riquezas de la gloria de esta heredad en los creyentes, pero la posesión de esta heredad es todavía futura.
En 2 Corintios 5, Pablo habla de nuestros nuevos cuerpos. Todavía estamos en nuestros cuerpos de debilidad, pero nuestro Salvador “transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Filipenses 3:21). Cuando venga, recibiremos un cuerpo nuevo, un edificio de parte de Dios, y “una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5:1). Hoy, gemimos en nuestro cuerpo, pero tenemos la certidumbre de que un día tendremos cuerpos nuevos; nuestros cuerpos mortales serán vivificados porque tenemos las arras del Espíritu Santo (Romanos 8:11).
e) La unción
“La unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros” (1 Juan 2:27).
Respecto del creyente, las epístolas nombran tres veces al Espíritu como una unción (2 Corintios 1:21-22; 1 Juan 2:20, 27). Este término nos lleva al aceite de la unción, que es uno de los símbolos del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento. El profeta, el sacerdote, el rey eran designados e investidos en su misión con la unción de aceite. Ahora, por el Espíritu los creyentes pueden entender y anunciar la Palabra de Dios (1 Corintios 2:14), como también adorar a Dios (Filipenses 3:3; V.M.). La unción tiene el sentido de una consagración para un servicio.
La unción también evoca la inteligencia y la mansedumbre (1 Juan 2:20; Gálatas 5:23). El apóstol Juan escribe: “Vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas” (1 Juan 2:20). Esto no quiere decir que desde el momento en que nacemos de nuevo lo comprendemos todo. Hay un crecimiento en la inteligencia de los pensamientos de Dios, pero creyendo en Jesús y habiendo recibido el Espíritu, hemos recibido la capacidad de comprenderlos, de conocer los diferentes aspectos cuando éstos nos son presentados. Somos capaces de reconocer la voz del buen Pastor y de diferenciarla de las voces de los extraños. Esta capacidad de discernimiento es vital en nuestros días en los que tantas voces extrañas se hacen oír.
Por la unción, tenemos el conocimiento; por el sello tenemos la certeza, y teniendo las arras en nuestros corazones, gozamos con anticipación de la bendición conocida, en vista de la cual somos sellados.
f) El Consolador
“Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:16-17).
La palabra griega «Paracleto», traducida aquí por Consolador, aparece cuatro veces en las últimas pláticas del Señor en las que nombra al Espíritu (Juan 14 a 16), y una vez en la epístola de Juan, en la cual la atribuye a Jesús. Aquí se traduce por abogado (1 Juan 2:1). Esta palabra, con abundancia de sentidos, señala a alguien que sostiene la causa de una persona, la ayuda y la asiste. Si bien el Señor Jesús es el Paracleto de los creyentes ante el Padre, si bien intercede constantemente por cada uno de sus redimidos, el Espíritu Santo es el otro Paracleto que está al lado de los creyentes pero también en ellos. Lo hace con el fin de sostenerlos, guiarlos, aconsejarlos en un mundo que les es hostil. Atestigua para ellos las realidades celestiales.
Consolar: La acción del Espíritu consolador a favor de los creyentes es pues muy extensa. Primero, está al lado de los creyentes, los defiende, los sostiene, los consuela, los hace fuertes. Está presente cerca de los creyentes pero también en ellos, y esto para siempre. Por medio de él, el Padre y el Hijo hacen su morada en los que guardan la palabra del Padre.
El Espíritu Santo es Dios. Su presencia en el creyente y en la Iglesia es una inmensa bendición. Vemos un bello ejemplo de esta acción consoladora del Espíritu en la Iglesia en Hechos 9:31: “Las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo”.
Enseñar (Juan 14:26; 16:13-15): El Espíritu hace entender el sentido y el alcance de las palabras de Jesús. Guía a toda la verdad. Para eso, ilumina en profundidad todo lo que Jesús ha dicho, y que con frecuencia quedaba velado para los discípulos. También comunica a los creyentes lo que oye de Jesús glorificado, y lo que extrae de él.
Dar testimonio (Juan 15:26; 16:8-11): El Espíritu enviado a los creyentes da testimonio en sus corazones a favor de Jesús. Da testimonio con nuestro espíritu, escribe Pablo (Romanos 8:16). Por la acción secreta e íntima del Espíritu de verdad, tenemos la certeza absoluta de que lo que Dios dice en su Palabra es verdad. De ahí fluye nuestro testimonio para con los hombres.
El Espíritu convence “al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). El Espíritu Santo obra respecto al mundo mediante los cristianos, particularmente para exponer lo que pasó en el Gólgota. Es así como Dios ofrece la salvación a todos. El Espíritu Santo está en los creyentes, y no en el mundo. Este hecho establece que el mundo está perdido porque ha rechazado la revelación de Dios por Jesús (Juan 1:5; 15:18-25).
La venida del Espíritu Santo también da testimonio de la justicia de Dios en el hecho de que la gloria del Señor Jesús, en su persona y en su obra, es manifiesta por la resurrección y por su elevación a la diestra de Dios el Padre. Estos eventos muestran la victoria suprema de Dios sobre las tinieblas del mundo caído.
7) Símbolos y figuras del Espíritu Santo
En la Escritura, el Espíritu Santo está asociado a varios símbolos o figuras que muestran diversos aspectos de su gloria.
a) La paloma
“He aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él” (Mateo 3:16).
La paloma es el emblema de la pureza y de la dulzura. Después del diluvio, la paloma que Noé había soltado no había hallado donde sentar la planta de su pie, y volvió al arca (Génesis 8:9). El Espíritu Santo vino sobre Jesús durante su bautismo bajo la forma de una paloma. Él pudo venir sólo sobre el hombre santo y puro, el hombre Cristo Jesús.
La imagen de la paloma evoca pues la pureza y la sensibilidad del Espíritu. Debemos velar para no contristarlo (Efesios 4:30). Los ojos de la amada del Cantar de los Cantares son como palomas (Cantares 1:15).
b) Lenguas… como de fuego
“Se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2:3-4).
En Babel, Dios había confundido el lenguaje de los hombres (Génesis 11:7). Las lenguas nacieron así como señal del juicio de Dios contra los hombres rebeldes. En Jerusalén, en contraste, el día de Pentecostés, las lenguas aparecieron como señal de la gracia de Dios que sobrepasa los límites de su pueblo terrenal e iba a llegar a todos los pueblos en su propia lengua (Hechos 2).
Por su Espíritu, Dios iba a formar un pueblo nuevo, la Iglesia procedente “de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Apocalipsis 5:9). Dios iba a ser alabado por creyentes de todas las lenguas.
Cuando el Espíritu Santo vino sobre el Señor Jesús, lo hizo como paloma, símbolo de dulzura. Esto correspondía al carácter del ministerio de gracia del Señor Jesús (véase Mateo 12:19-20). Sobre los discípulos, la venida del Espíritu fue acompañada de “un estruendo como de un viento recio” —señal de su poder— y de “lenguas repartidas, como de fuego” —señal del juicio—. El Espíritu iba a convencer “al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8-11). Esta acción del Espíritu se relaciona con el poder penetrante de la Palabra de Dios que “discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12).
c) El viento
“El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8).
Las lenguas originales de la Biblia emplean la misma palabra tanto para “viento” como para “espíritu”. El viento evoca la obra potente y misteriosa del Espíritu de Dios (Éxodo 15:10; Juan 3:8).
Potente: Como lo hemos visto, Dios obra por el poder del Espíritu. El Espíritu da la capacidad de entender y de recibir los pensamientos de Dios (1 Corintios 2:4), vivifica (2 Corintios 3:6), da la fuerza a los creyentes para el servicio de Dios (Miqueas 3:8). Ha bautizado a los creyentes en un cuerpo (1 Corintios 12:13), hace llevar fruto para la gloria de Dios (Gálatas 5:22), etc.
Misteriosa: Varios versículos señalan este aspecto misterioso de la obra de Dios. Su acción nos supera. Entonces no se trata de ser pasivos, sino de tomar nuestro lugar ante Dios, con reverencia y temor; y también con confianza para ser activos apoyándonos en su gracia, esperando el socorro de su Espíritu. “Como tú no sabes cuál es el camino del viento, o cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta, así ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas. Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno” (Eclesiastés 11:5-6).
d) El aceite
“¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras” (Salmo 133:1-2).
El aceite está especialmente vinculado con la unción, que es uno de los atributos del Espíritu. El aceite de la unción se hacía con cuatro plantas aromáticas añadidas al aceite (Éxodo 30:22-24). Esta composición evoca la acción del Espíritu que toma de lo que es de Cristo y nos lo comunica (Juan 16:14). Toma el carácter y la vida de Cristo para aplicarlos al creyente. Este aceite no podía ser imitado. Dios no puede aceptar otra cosa que la manifestación de la vida de Jesús.
Todo lo que había sido ungido con aceite era santificado (Éxodo 40:9-13). Del mismo modo el Espíritu Santo santifica al creyente, y lo pone aparte para Dios (1 Corintios 6:11; Romanos 15:16; 2 Tesalonicenses 2:13; 1 Pedro 1:2). Aquí corresponde a la imagen del sello.
El aceite también es un símbolo del Espíritu de unidad (Salmo 133:1-2). Es el Espíritu quien produce la unidad según Dios (1 Corintios 12:13) y debemos ser solícitos en guardar la unidad del Espíritu (Efesios 4:3).
Por fin, el aceite servía para alumbrar la lámpara (Éxodo 27:20; Mateo 25:8). Es el Espíritu quien nos guía y nos hace entender la Escritura.
e) Agua viva
“El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él” (Juan 7:38-39).
“Me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero” (Apocalipsis 22:1).
El agua es condición y símbolo de vida (Génesis 21:16-20; Éxodo 15:24; etc.). La falta de agua conduce a la muerte. La vida, en el pleno significado de este término, implica más que el hecho de existir. Ella significa la plenitud de todo nuestro ser, que se realiza cuando estamos en relación con Dios. Por eso el agua es a veces una figura de la revelación de Dios. Aquel que encuentra su delicia en la ley de Dios es como árbol plantado junto a corrientes de aguas (Salmo 1:3; Proverbios 13:14).
Si comparamos el agua viva en Juan 4:10 con los ríos de agua viva en Juan 7:38, comprendemos que se trata del Espíritu Santo. El Espíritu hace entender la Escritura que nos comunica el amor de Dios y la vida de Cristo.
Es muy notable que, para apagar nuestra sed, no seamos invitados a acudir al Espíritu sino a Jesús; y ello también es cierto para gozar del reposo y conocer la luz (Mateo 11:28; Juan 8:12). Por su Espíritu obrando en nuestros corazones, el Señor Jesús apaga nuestra sed, apacigua nuestro corazón, ilumina nuestro espíritu. El agua viva es así el símbolo del Espíritu como poder de vida que refresca y santifica (Levítico 14:49-53).
El río de agua de vida que sale del trono de Dios y del Cordero señala el hecho glorioso que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.
f) Un fuego
“Delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios” (Apocalipsis 4:5).
En la Escritura, el fuego está vinculado con el juicio de Dios. El Espíritu Santo está presentado como lámparas de fuego (Apocalipsis 4:5). Esto señala la santidad divina, absoluta, de la cual el Espíritu es el garante. Es el Santo. En Hechos 2, los discípulos vieron “lenguas repartidas, como de fuego”. No de fuego, pues habrían sido consumidos, sino como de fuego, lo que recordaba la absoluta santidad del Espíritu de Dios.
En 1 Tesalonicenses 5:19, somos exhortados a no apagar al Espíritu. Esta llama del Espíritu no es, en este versículo, señal de juicio sino de calor y de consuelo. «No debemos entristecerlo por medio de nuestro andar, ni apagarlo en sus dones».
- 1Romanos 8:9; Filipenses 1:19; Gálatas 4:6; Isaías 63:11; Mateo 10:20; Juan 14:17; Romanos 1:4; 8:2, 15; Hebreos 10:29; 9:14; 1 Pedro 4:14; Isaías 11:2-3; Efesios 1:17; 2 Timoteo 1:7; Gálatas 6:1.
- 2El don del Espíritu Santo no es exactamente el don de la vida eterna (1 Juan 5:11), si bien ambos están estrechamente enlazados (Efesios 1:13-14).