El Espíritu Santo /3

El Espíritu Santo y la Iglesia

Su presencia y poder en el creyente y en la Iglesia

El Espíritu Santo y la Iglesia

1) La Iglesia

Toda la obra de Cristo tiene vínculos y consecuencias para los creyentes individualmente y para la Iglesia colectivamente. Podemos decir lo mismo de las operaciones del Espíritu Santo:

  • Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros y por la Iglesia (Efesios 5:2, 25).
  • Fuimos rescatados con la sangre de Cristo; Dios adquirió a la Iglesia al precio de la sangre de su propio Hijo (1 Pedro 1:18-19; Hechos 20:28; V.M.).
  • Los creyentes nacieron “de agua y del Espíritu”, y la Iglesia fue formada por el bautismo del Espíritu Santo en Pentecostés (Juan 3:5; Hechos 2; 11:16).
  • Fuimos sellados personalmente con el Espíritu Santo. Colectivamente, fuimos bautizados por un solo Espíritu en un cuerpo (Efesios 1:13; 1 Corintios 12:13).
  • El Espíritu Santo mora en cada creyente y en la Iglesia (2 Timoteo 1:14; 1 Corintios 3:16).
  • El Espíritu Santo es el vínculo vital entre Cristo glorificado y cada uno de los suyos; Él lo es entre Cristo, Cabeza del cuerpo, y la Iglesia, cuerpo de Cristo en la tierra.
  • Los dones del Espíritu son confiados a personas, pero Dios los “puso… en la iglesia” (1 Corintios 12:4-11, 28; Efesios 4:11-12).
  • Oramos en el Espíritu y “el Espíritu y la Esposa dicen: Ven” (Judas 20; Apocalipsis 22:17).

Limitar la obra del Espíritu a lo que él realiza en el creyente sería una gran equivocación. Él también obra en relación con la Iglesia de Dios.1 “Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo… y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:13). La unidad de la Iglesia es la de un organismo vivo. El Señor Jesús es el centro y la fuente, y el Espíritu Santo es el poder.

a) La Iglesia universal

“Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:13).

“…Siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:20-22).

Los creyentes del Antiguo Testamento tenían la vida divina, pero no estaban sellados con el Espíritu Santo y no fueron “bautizados” conjuntamente “por un solo Espíritu”. Antes de la ascensión de Cristo a la gloria y de la venida del Espíritu Santo a la tierra, la Iglesia no existía. El mismo Señor Jesús, antes de morir, anunció su formación diciendo: “Edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18). Cumplió esta promesa en el día de Pentecostés (Hechos 2) después de haber resucitado y ascendido al cielo de donde envió al Espíritu Santo.

Ese día, todos los creyentes fueron juntamente bautizados por un solo Espíritu en un solo cuerpo. La Iglesia no es, pues, el resultado de fuerzas o acuerdos humanos, sino el fruto directo de la venida del Espíritu Santo. Su origen es divino. Su formación es atribuida a las tres personas de la Deidad: a Cristo (Mateo 16:18), al Padre (Hechos 20:28, según el original griego), y al Espíritu Santo (1 Corintios 12:13). Por eso la Iglesia no puede ser reducida a una institución, ni a una agrupación de personas que piensan lo mismo. Es un organismo vivo, formado por todos aquellos que han sido redimidos en virtud de la sangre de Cristo, nacidos de Dios, sellados con el Espíritu Santo. Es celestial, moralmente separada del mundo,2 pues es formada por el Espíritu Santo, cuya presencia aquí abajo establece la condenación de este mundo (Juan 14:17; 16:8-11).

Cuando todos los que componen la Iglesia hayan sido salvados, el Espíritu habrá cumplido la misión para la cual fue enviado a este mundo, y entonces se irá. Lo hará con toda la Iglesia, es decir con todos los creyentes que ha sellado, con quienes estén vivos en ese momento y con los que hayan dormido en Jesús (Juan 14:16). Este evento se producirá cuando el Señor venga para llevarse a los suyos (1 Tesalonicenses 4:16-17). Eso no significa que después el Espíritu Santo no obrará más en este mundo. Continuará sus actividades divinas hasta el estado eterno donde Dios —Padre, Hijo y Espíritu Santo— será todo en todos (1 Corintios 15:28).

En la Escritura encontramos varias expresiones que indican lo que es la Iglesia. Se habla del cuerpo de Cristo, de la casa (o morada) de Dios, de la esposa de Cristo, de la santa ciudad (Apocalipsis 21:2).

La morada de Dios (Efesios 2:22): La Iglesia es un edificio espiritual, la casa o morada de Dios en el Espíritu. El Espíritu mora en cada hijo de Dios, pero también mora en la Iglesia. Puesto que ella es la casa de Dios, la Iglesia debe manifestar los caracteres de su divino propietario. Es así un lugar de santidad (Salmo 93:5), de vida (133:3), de misericordia (36:7-8), de poder y alegría (1 Crónicas 16:27; Salmo 43:4; Isaías 56:7), de gloria (Salmo 29:9)… Puede mostrar esos caracteres porque es la morada de Dios en el Espíritu. La presencia de Dios es para su pueblo fuente de santidad, de vida, de gozo, de paz…

El cuerpo de Cristo (Efesios 1:23): Todos los creyentes, sellados con el Espíritu Santo, están unidos por él a Cristo Jesús, el hombre glorificado en el cielo. Constituyen su cuerpo. La noción del cuerpo subraya esta unidad de la Iglesia, que está por encima de los países, de las clases sociales, e incluso de los lazos naturales. Esta unidad resulta de la acción del Espíritu para formar la Iglesia. “Un cuerpo, y un Espíritu” (Efesios 4:4). El cuerpo de Cristo no es una simple comparación, sino una realidad divina (1:23 y Colosenses 1:24). También es verdad respecto de la esposa (Efesios 5:23-32 y Apocalipsis 19:7; 21:9).

La esposa de Cristo (Apocalipsis 19:7): Este aspecto de la Iglesia subraya el amor de Cristo por ella. “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). En cambio, el Espíritu forma los afectos de la Iglesia por Cristo. Los cristianos están “desposados” a Cristo (2 Corintios 11:2). El Espíritu obra para que crezca en cada uno de los redimidos el amor y el respeto por el Señor Jesús. Es lo que evoca figurativamente el siervo que conduce a Rebeca hacia su esposo (Génesis 24). Y vemos en la última página de la Biblia que el Espíritu se asocia a la Esposa para formar en ella, y expresar al Señor, el deseo de su venida (Apocalipsis 22:17).

b) Las iglesias locales

“Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo” (Hechos 9:31).

“A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos” (1 Corintios 1:2).

En la Biblia encontramos a la Iglesia y a las iglesias. ¿Qué relación hay entre ambas? La Iglesia (en singular) abarca a todos los cristianos nacidos de nuevo y sellados con el Espíritu. La iglesia local, por otro lado, se compone de todos los creyentes que viven en una misma ciudad en un momento dado. En el tiempo de los apóstoles, no había varias iglesias en una misma localidad, aun cuando los creyentes se reuniesen en diversos lugares. Pablo escribe a la iglesia de Dios que está en Corinto, a las iglesias de Galacia, etc. Los creyentes que estaban en Corinto o en Galacia, no podían reunirse regularmente en Jerusalén. Había, pues, iglesias en diversos lugares, cada una reconocida como la iglesia de Dios en ese lugar.

Al principio del cristianismo, no había, pues, iglesias independientes unas de otras: católica, ortodoxa, reformada, bautista, pentecostal, etc. Las «iglesias», se ha dicho, han suplantado a la Iglesia de Dios. En lugar de ser un testimonio a la unidad de la Iglesia, ellas son más bien un triste testimonio a sus propias divisiones. Esta parcelación niega, en la práctica, la obra del Espíritu para con todos los cristianos.

c) Congregados en el nombre del Señor Jesús

“Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20).

Esta dispersión de los cristianos en múltiples congregaciones cristianas es un tema de tristeza y de humillación. Pero podemos contar con la promesa del Señor Jesús de estar presente allí donde, aunque no sean más de dos o tres, estén reunidos en su nombre. Estar congregados alrededor de Cristo, con aquellos que invocan al Señor de corazón limpio (2 Timoteo 2:22), es la manera de reunirse que corresponde a lo que es la Iglesia y que subsiste cuando los creyentes están dispersos. Ahí, Jesús es el Centro y el único Jefe; ahí, su palabra es creída y obedecida, y ahí también su Espíritu tiene libertad para obrar. Entonces, para el desarrollo de las reuniones, lo que quiera el Espíritu —quien es soberano— dar, será para bendición de aquellos que estén así reunidos. Quizá será sin apariencia pero con la conciencia de la unidad del cuerpo de Cristo.3

Las iglesias que se reúnen en el nombre del Señor pueden y deben reconocerse como tales. El Espíritu Santo sabrá ponerlas en mutua relación. Primero, para que juntos den testimonio a la unidad de la Iglesia. Luego para que se beneficien de los dones, del gozo y de la comunión del Espíritu (2 Corintios 13:14; Filipenses 2:1) y para que sean solícitas “en guardar la unidad del Espíritu” (Efesios 4:3). Cristo será glorificado. Entendemos que tales congregaciones no son independientes unas de otras puesto que hay un solo cuerpo.

2) Los dones espirituales

“El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:10-13).

a) La finalidad de los dones

En el Nuevo Testamento, encontramos varias veces la palabra: “don” para señalar los dones del Espíritu.4 Esta expresión es la traducción de la palabra griega “charisma” (que en español dio origen al término: “carisma”). Procedente de la misma raíz que “charis” (que significa: “gracia”). El origen del don es un fruto de la gracia divina. Es una aptitud, una capacidad que el Señor da por medio de su Espíritu. Los dones son diferentes, pero cada creyente ha recibido al menos uno.

Un don natural no es suficiente para cumplir la obra de Dios porque las cosas espirituales se explican con palabras espirituales. Pablo escribió: “Las cosas que nos han sido dadas gratuitamente por Dios. Las cuales cosas también hablamos, no con palabras que enseña la sabiduría humana, sino que enseña el Espíritu Santo, explicando cosas espirituales con palabras espirituales” (1 Corintios 2:12-13; V.M.). Un don natural puede ser útil, pero también un obstáculo. Pablo escribió a los corintios: “Lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1:27-29).

Si, por ejemplo, en una reunión cristiana alguien no obrase por el Espíritu, por muy brillante o atractiva que fuese su predicación, ésta no edificará, puesto que ella no proporciona lo que viene de Cristo.

Es el Señor Jesús quien da los dones y es su Espíritu quien distribuye sus actividades. El Señor no atribuye un don a un creyente como señal de que este último es creyente o que ha recibido el Espíritu. Lo da para edificación de la Iglesia (12:7; 14:12). Los dones no son dados para nuestro uso personal, sino para el bien de los demás, “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:12). “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros” (1 Pedro 4:10).5

b) La diversidad de los dones

“Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho” (1 Corintios 12:4-7).

Pablo explica lo que son los dones a partir de la imagen del cuerpo humano y sus miembros. El cuerpo es único, pero tiene varios miembros. Son diferentes pero todos indispensables, puesto que cada uno de ellos desempeña una función que completa la de los otros. Del mismo modo, la Iglesia es el cuerpo de Cristo, y cada creyente es uno de sus miembros. Cada uno ha recibido el propio don correspondiente a su función en la Iglesia de Dios.

El Nuevo Testamento contiene varias listas de dones espirituales (1 Corintios 12:8-10; Romanos 12:6-8; 1 Pedro 4:11; Efesios 4:11). Éstas no son estrictamente idénticas de una epístola a la otra; no son pues absolutas sino que guardan relación con la enseñanza de cada epístola.

Podemos agrupar los diferentes dones en tres familias: los dones de palabra, los dones de servicio y los dones de señales. Los dones de palabra abarcan el apostolado, la profecía, el conocimiento, la sabiduría, la enseñanza, la exhortación y la evangelización. Estos dones son complementarios. Por ejemplo, si el maestro da el sentido de la Escritura, el profeta hace resaltar su actualidad. Los dones de servicio incluyen especialmente la ayuda espiritual, la distribución de ayudas materiales, la fe, el discernimiento. Por último los dones de señales abarcan el don de sanidad, el de lenguas,6 y el de interpretación de lenguas.

La diversidad de dones testifica de la riqueza de la gracia de Dios. Los dones no deben estar en competencia puesto que es el mismo Espíritu quien los distribuye. Sirven para tender a “la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios” (Efesios 4:13). Su variedad recalca la belleza de la unidad de la Iglesia.

c) El ejercicio de los dones espirituales

“No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio. Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos” (1 Timoteo 4:14-15).

¿Cómo discernir el don que hemos recibido? Esta pregunta se relaciona con la de la dirección por el Espíritu, que ya hemos mencionado. Recordemos que el don ha sido dado para cumplir el servicio que el Señor espera de nosotros. Si buscamos, por la oración y la lectura de su Palabra, el servicio que el Señor quiere para nosotros, él nos lo mostrará. Y nos dará lo que es necesario para ese servicio. También nos hará conscientes de nuestra responsabilidad para con él y de nuestra pequeñez (Lucas 17:10; 1 Corintios 9:16).

La presencia de un don no es forzosamente una señal de gran espiritualidad. A los corintios no les faltaba ningún don espiritual, pero todavía eran carnales. Sin embargo, esto no quiere decir que podamos despreciar los dones —sería despreciar al Señor que los da—, ni ser negligentes para ejercer su don (Mateo 25:14-30). Recibamos la exhortación dirigida a Arquipo: “Mira que cumplas el ministerio que recibiste en el Señor” (Colosenses 4:17).

Somos exhortados a procurar dones espirituales pensando en la edificación de la Iglesia (1 Corintios 14:12). Es Cristo quien da por medio de su Espíritu, pero debemos procurar los dones del Espíritu, no descuidarlos, y también avivarlos (2 Timoteo 1:6).

Para verdaderamente edificar, el ejercicio de un don debe ser el fruto de una real comunión con el Señor Jesús. Este don es entonces la expresión de la vida de Jesús en el creyente, la manifestación de su amor; si no es así no será de ningún provecho (1 Corintios 13:1-3). El mayor aporte del Espíritu, es “el amor de Dios… derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5). Los dones cesarán, pero el amor permanecerá por la eternidad. El amor está particularmente enlazado con el Espíritu. Pablo apela al amor del Espíritu para exhortar a los cristianos de Roma a orar por él (Romanos 15:30).

3) La acción del Espíritu en las reuniones de iglesia

“Todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Corintios 12:11).

Por importante que fuere la cuestión de los dones del Espíritu Santo, ella no debe hacernos perder de vista que el Espíritu es Dios. Reparte como él quiere. Dependemos de él.

El Señor Jesús está en medio de los suyos reunidos a su nombre.7 Ahí está por su Espíritu. No sólo el Espíritu mora en cada creyente, sino que también mora en la Iglesia. Su presencia en la Iglesia caracteriza la época cristiana. Por eso debe guiarnos, inspirar toda nuestra vida colectiva.

a) El Espíritu, fuente de toda acción en la iglesia congregada

“Por el Espíritu de Dios damos culto ” (Filipenses 3:3; según el original griego).

“Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1 Pedro 4:11).

«No puede haber actividad según Dios en la Iglesia sin el Espíritu Santo» (A. Gibert). La Iglesia adora y ora a su Señor, como también al Padre, en Espíritu (Filipenses 3:3; Efesios 6:18). Cuando ella está congregada, las oraciones son más que expresiones individuales, ellas son expresiones del conjunto. El culto no es una yuxtaposición de alabanzas personales, sino una armoniosa composición producida por el Espíritu Santo.

Las acciones en la iglesia reunida deben provenir del Espíritu, jamás de nuestra propia iniciativa. Obra por un hermano proponiendo un cántico, por otro orando, por un tercero presentando la Palabra, etc. Su acción siempre es armoniosa, edificante, penetrante. Ella alcanza nuestra conciencia, aviva nuestros corazones, fortalece nuestra fe.

Por el Espíritu, el Señor Jesús edifica su Iglesia. Atribuye dones a sus siervos y los emplea para eso, pero la acción de ellos edificará verdaderamente sólo si es animada por el Espíritu Santo. Una predicación dada por el Espíritu estará impregnada de una vitalidad, de un poder, de un aliento que sobrepasa de lejos todo lo que los hombres pueden hacer. Porque el Espíritu nos pone en contacto con Dios. Sólo él puede explicarnos las cosas espirituales (1 Corintios 2:13; V.M.).

b) La libertad del Espíritu

“No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal” (1 Tesalonicenses 5:19-22).

La presencia del Espíritu en la Iglesia es fuente de libertad, de poder (1 Corintios 14:26, 31). Para llevarla a la práctica, hace falta que sea el Espíritu quien nos anime, que sea libre de obrar en nuestro corazón y en las reuniones. El Espíritu nos hace entrar en la libertad abriéndonos al amor de Dios, conduciéndonos a someternos a Cristo y revistiéndonos de poder. Es verdad tanto en el aspecto personal como colectivo.

Sin embargo, la libertad del Espíritu no significa que podamos decir o hacer en la iglesia todo lo que nos sube al corazón. Para que haya libertad, hace falta que cualquier acción, palabra o pensamiento, emane de Cristo, que es la fuente, y que sea conducido por el Espíritu Santo. En efecto, la libertad que produce el Espíritu resulta de la libertad que él tiene para obrar. Cuando la iglesia está reunida, debemos estar atentos a cómo nos comportamos en presencia de este huésped divino. Y esto no sólo en los hechos externos, sino también en nuestros pensamientos, en nuestros sentimientos.

No vayamos a pensar que lo que apaga al Espíritu concierne sólo a las acciones públicas que no provienen de él. Si nos callamos cuando el Espíritu nos pide orar, lo contristamos. Si tenemos algún resentimiento hacia tal o cual hermano, si murmuramos, si criticamos, podemos incluso apagarlo. El Espíritu Santo ve lo que se pasa en todos nuestros corazones. Cada uno, hermano o hermana, contribuye a la atmósfera de las reuniones, cada uno puede ser una ayuda o un estorbo. Por eso, cada uno debe velar y orar para ser guardado de cualquier acción, actitud, pensamiento, sentimiento que frene la libertad del Espíritu Santo en la iglesia reunida.

c) Señales de la dirección del Espíritu Santo en la iglesia reunida

Sería muy pretencioso querer codificar la acción del Espíritu. Él es Dios. No obstante, por el hecho de emplear canales humanos para obrar, nos da, por medio de la Escritura, cierto número de criterios.

Ya hemos visto algunos puntos respecto a la dirección del Espíritu en el aspecto personal. Igualmente son valederos para la dirección del Espíritu en la iglesia. Lo importante es nuestra actitud interior, que debe estar constituida de disponibilidad, de humildad y de confianza. Lo que debe animarnos en la iglesia es el amor (1 Corintios 13); lo que debe guiarnos es el bien del conjunto. “Hágase todo para edificación” (14:26).

El Espíritu Santo nos dirige llenándonos de los pensamientos de Dios, tal como son revelados en su Palabra escrita. Por eso él obra a menudo por medio de aquellos que se “nutren” de la Escritura. Sin embargo, el conocimiento de la Escritura no basta. Hace falta ser dependiente del Señor para discernir lo que conviene decir, el texto a meditar, etc. Para esa elección, todos los hermanos y hermanas deberían orar y esperar en el Señor a fin de que su Espíritu dirija a aquel o a aquellos que se expresan, como también a aquellos que escuchan. «El Espíritu Santo está en la Iglesia para glorificar a Cristo. ¿No quisiéramos dejarle la libertad de su acción, sin la cual es vano esperar orden y conveniencia, edificación y testimonio, gozo y paz?» (A. Gibert).

En primer lugar, corresponde a cada hermano comprender si el Señor lo llama a intervenir en la iglesia reunida. Cuando ha hablado, corresponde a los hermanos y hermanas examinar y retener lo bueno. Generalmente debe someterse a su apreciación. Pero ¡qué temor debe llenar el corazón de aquellos que deberán mostrar a un hermano que sus palabras no están de acuerdo con la Palabra de Dios! Para discernir si el mensaje produce una verdadera edificación, una edificación que tendrá sus resultados a lo largo del tiempo, debemos sopesarlo según las Escrituras, y no según el efecto que produce en nuestros sentimientos.

 

  • 1En el original, la palabra “ekklesia” traducida por “iglesia” señala el conjunto de todos los creyentes, nacidos de nuevo, sellados con el Espíritu Santo ya conjuntamente, o en una localidad (Mateo 16:18; 18:17; Hechos 5:11; 20:28; 1 Corintios 1:2…).
  • 2La palabra “ekklesia” señalaba al principio al conjunto de aquellos que eran “llamados fuera de”.
  • 3En una ciudad, los cristianos que se congregan como iglesia no son la iglesia local del lugar. No pueden olvidar que muchos de sus hermanos en la fe no se reúnen con ellos. No obstante, son llamados a dar testimonio de la realidad de la Iglesia, casa de Dios, cuerpo y esposa de Cristo, y, sin pretensión, y quizá con mucha debilidad, a vivir y a mostrar lo que ella es.
  • 4Por ejemplo: Romanos 12:6; 1 Corintios 1:7; 12:4; 1 Timoteo 4:14; 2 Timoteo 1:6; 1 Pedro 4:10.
  • 5Aquel que ha recibido un don de Cristo no tiene necesidad de ser «consagrado» u «ordenado»; y ningún hombre tiene el poder de conferir tal don.
  • 6Véase también el anexo.
  • 7«En Mateo 18:20 donde Él promete su presencia en medio de los suyos congregados en su nombre, el Señor no habla del Espíritu. Se trata de su propia autoridad —el Señor—, de su nombre y de su presencia personal. Sin ninguna duda, todo esto es realizado bajo la dirección del Espíritu Santo, pero no somos reunidos en el nombre del Espíritu Santo ni alrededor de él. Si pensáramos sólo en la presencia del Espíritu Santo, perderíamos la verdad de la presencia personal del Señor Jesús en la iglesia. Pero, en cambio, no se puede realizar la verdad de la presencia personal del Señor Jesús como Cabeza, sin tener la presencia y la acción del Espíritu como aquel que administra de parte del Señor, y entonces tenemos todo» (según W. Trotter).