“Ve y lávate... y serás limpio.”
(2 Reyes 5:10, 13)
“El que está lavado... está todo limpio.”
(Juan 13:10)
1. La lepra de Naamán (2 Reyes 5:1)
En este artículo consideraremos la lepra de Naamán y su curación desde la perspectiva del Nuevo Testamento. Su limpieza ofrece una clara ilustración sobre la purificación del pecador de sus pecados. Después de conocer primero brevemente a los personajes de este capítulo de la Biblia, nos ocuparemos de la pregunta: ¿Por qué la lepra es figura del pecado?
Los personajes principales
Realmente, esta conocida historia es una obra maestra del poder narrativo. Se describe aquí a un número de personas de un modo más claro y definido que en la novela más fascinante. Esto no nos sorprende, puesto que es la Palabra de Dios, viva y eficaz. En primer lugar, presentaremos a los personajes principales:
- Naamán, general del ejército sirio: Varón grande y en alta estima tanto delante de su señor como de sus criados (v. 1, 13). Ahora bien, tenía un problema imposible de solucionar: era leproso.
- Una joven de la tierra de Israel: Vivía cautiva en un país extranjero, pero permaneció fiel al Dios de Israel. Tenía gran fe y amaba a sus enemigos (v. 3). Esta joven queda en el anonimato, pero es bastante notable a causa de sus cualidades espirituales.
- El rey de Israel: Su nombre no se menciona tampoco, pero deducimos que era Joram, el hijo del malvado Acab. Estaba caracterizado por la incredulidad, la exasperación y la sospecha (v. 7).
- El profeta Eliseo, el portavoz del Dios viviente: Es el personaje central de este capítulo, y sobresale por su simplicidad y capacidad de decisión hacia los jefes de la tierra y su propio criado Giezi.
- Giezi, el criado del profeta: Destaca un agudo contraste con su señor como consecuencia de su ambición, ignorancia y mundanería. Los motivos más profundos de su corazón son puestos al descubierto, como precisamente más tarde Judas sería puesto en evidencia por el Señor mismo. El capítulo termina como empieza: ¡con un leproso! La lepra de Naamán se le pegaría a Giezi y a su descendencia para siempre (v. 27).
Naamán, general del ejército sirio
Naamán era un hombre muy apreciado y popular. Su nombre también significa «agradabilidad» o «amistad». El respeto que otros tenían por él puede deberse a su carácter de altos principios. Tanto su señor como sus criados parecen haber sido sinceramente comprensivos hacia él (v. 4-5, 13). No obstante, en el primer versículo, el favor del que gozaba estaba relacionado con sus éxitos militares, “porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria”.
Esta última declaración es muy reveladora. Viene a decir, en realidad, ¡el Señor reina! Dios no gobierna solamente a su propio pueblo, sino también a las naciones de la tierra. Y tal es siempre el caso, aunque sus juicios son, con frecuencia insondables y sus caminos inescrutables. Esta es la primera lección que aprendemos aquí.
Dios no es un dios local, un dios de los montes o un dios de la llanura, o de uno de los elementos. Esto es lo que pensaban los gentiles, y también lo que los sirios creían (1 Reyes 20:23). Pero era un error. Dios es el Dios viviente, el Señor de los cielos y de la tierra. Él sostiene el mundo entero en sus manos.
En segundo lugar, Él usa a las naciones, si es necesario, para juzgar a su propio pueblo. Aram (Siria) era una vara de disciplina en los días del malvado Acab y sus sucesores. Y Asiria, el poder mundial que entonces surgía, sería lo mismo en una medida incluso mayor (Isaías 10:5). Aram había estado ya amenazando a Israel por el norte desde los tiempos de Salomón (1 Reyes 11:25). No siempre había guerras continuas entre los dos estados, ya que algunas veces hicieron tratados de paz (compárese el pacto entre Acab y Ben-adad en 20:34). Las relaciones entre Siria e Israel en ese tiempo parecían más una paz armada. El mismo caso ocurría aquí, puesto que el rey de Israel vio ocasión para una nueva guerra en esta carta del rey de Siria (2 Reyes 5:7).
Dios, por lo tanto, usó a este enemigo del norte como la vara de su furor. Aram significa «alto» o «elevado». En Aram vemos una figura del mundo como el adversario fatuo del pueblo de Dios, un enemigo convencido de su propia excelencia y que habla de modo autocomplaciente sobre sus propias posibilidades (véase la actitud de Naamán en el v. 12). Si el pueblo de Dios se encuentra en una mala condición, deberá sufrir la derrota en su confrontación con el mundo. Hoy día, todavía ocurre lo mismo. ¿Somos conscientes de ello?
Suponemos que la victoria de Naamán fue obtenida efectivamente sobre Israel, aunque eso no sea dicho con tantas palabras. Existe una interesante tradición judía que dice que Naamán era el arquero que hirió al rey Acab en la batalla cerca de Ramot en Galaad (1 Reyes 22:34). Otros piensan en una victoria de Aram sobre Asiria. El segundo libro de los Reyes, no obstante, pone de relieve que Eliseo desempeñó un papel importante en las guerras entre Aram e Israel. El profeta apareció incluso en Damasco y se vio involucrado en el nombramiento de Hazael como rey de Siria (2 Reyes 8:7-15). Todo esto pertenecía al plan de Dios para castigar a su pueblo que se había desviado, y llamarlos al arrepentimiento.
Naamán, general del ejército sirio, era por tanto varón grande. Todo el mundo estaba favorablemente dispuesto para él. Hasta había sido un instrumento en las manos de Dios. Diríamos que tenía éxito en todas las cosas. Pero todo era apariencia. Era únicamente el lado externo de su vida. Naamán tenía un problema oculto.
Su lepra
La bella descripción del versículo 1 del capítulo 5 es perjudicada por un grave “pero”. Se dice de modo sorprendente: “pero leproso”. Tenía una enfermedad incurable, y nadie podía ayudarlo. Es posible que la enfermedad estuviese aún en su fase primaria, ya que el versículo 11 habla del “lugar” afectado de su cuerpo.
Pero la enfermedad se extendería insidiosamente y afectaría cada vez más varias partes de su cuerpo. Ésta era una perspectiva terrible. ¿Qué le esperaba en adelante? ¿Cómo podría seguir viviendo con este problema?
¿Qué quiere decir la Biblia con la lepra? Parece ser un término amplio, el cual se aplicaba también a los vestidos y a las casas (Levítico 13-14). Según algunas personas, incluía toda clase de erupciones y enfermedades de la piel. Pero la ley tocante a la lepra misma distingue entre la “plaga de lepra” y el “empeine que brotó” (13:39, 47). Cuando se trata de personas, tendremos que pensar en la lepra de manera específica, como en el caso de Naamán y Giezi, y el de María (Números 12). Vemos otros ejemplos de ello en las vidas de Moisés (Éxodo 4:6), el rey Azarías o Uzías (2 Reyes 15:5; 2 Crónicas 26:16-21).
Sabemos que la enfermedad y la muerte, el dolor y la tristeza, son todas consecuencias del pecado (véase Génesis 3:16-19). La muerte entró en el mundo por el pecado (Romanos 5:12). La relación entre el pecado y la enfermedad es, sin embargo, un asunto muy complicado. Pero referente a la lepra, puede decirse que esta enfermedad ofrece una imagen muy impresionante del pecado y de sus consecuencias mortales, destructivas.
Se pueden mencionar las razones siguientes para apoyar esto:
- La lepra era una enfermedad infecciosa que continuaba extendiéndose con insidia y afectaba al cuerpo entero. Sabemos que no mora el bien en nuestra carne de pecado (Romanos 7:18).
- El leproso era considerado casi muerto. Aarón habló de su hermana: “No quede ahora ella como el que nace muerto, que... tiene ya medio consumida su carne” (Números 12:12). Como pecadores, somos muertos en nuestros delitos y pecados, y ajenos de la vida de Dios (Efesios 2:1; 4:18). Solo Él puede darnos vida (véase 2 Reyes 5:7).
- El leproso era inmundo. Tenía que rasgar sus vestidos como señal de duelo y pregonar: “¡Inmundo! ¡Inmundo!” (Levítico 13:45). De la misma manera, la inmundicia y la infamia del pecado se retienen en nosotros por naturaleza.
- El leproso habitaba fuera del campamento a causa de su inmundicia, lejos del lugar donde el Dios Santo moraba en medio de su pueblo (Levítico 13:46; Números 5:2; 12:14; 2 Reyes 7:3; 2 Crónicas 26:21). De la misma manera vivíamos sin Dios en el mundo, siendo enemigos de Él.
- El leproso no era curado por un médico, sino limpiado en presencia del sacerdote. La ceremonia para la purificación, sobre la base de los sacrificios prescritos (entre ellos la ofrenda por la culpa para hacer expiación por el leproso sanado), prefiguraba la obra de Cristo. Solamente su obra redentora pudo quitar la mancha del pecado. Además, como personas que hemos sido limpiadas por su sangre, hemos de andar en vida nueva por el poder de su resurrección. La unción del Espíritu Santo (el “aceite”) nos permitirá hacerlo así.
Cuando miramos al leproso Naamán, vemos en realidad nuestra propia imagen. Podemos poseer toda clase de talentos; podemos tener éxito; la gente puede apreciarnos. Aun así, en la vida de todos existe un grave “pero”, es decir, el problema del pecado. La «enfermedad del pecado» nos afecta a todos y nos arruina. Nosotros solos no podemos solucionar ese problema mortal que destruye nuestras vidas. Pero lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios (Lucas 18:27).