5. El final de Giezi (2 Reyes 5:20-27)
Después de ver cómo Naamán fue limpiado y de cómo dedicó su vida a Dios, prestaremos atención ahora al final triste de Giezi. Éste es un serio aviso para las personas que profesan ser cristianas.
La ambición de Giezi
El final de este capítulo bíblico forma la contraparte oscura de la historia de la purificación de Naamán. La ambición de Giezi contrastó agudamente con la generosidad de Naamán. Las mentiras del criado acentuaron la sinceridad de su señor aún con más intensidad.
Vemos igualmente aquí que Dios prueba la mente y el corazón (Salmos 7:9; Jeremías 11:20), discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hebreos 4:12). Aclara lo oculto de las tinieblas y manifiesta las intenciones de los corazones (1 Corintios 4:5). Tiene la potestad de dejar al desnudo a los hipócritas, pues él conoce todo. Luego aquí oímos lo que Giezi pensaba y el plan que trazó (2 Reyes 5:20). Pensó que su secreto quedaría oculto. No tomó en cuenta al Dios viviente. ¡Qué fallo de cuentas, qué error pensar que podía abusar de su posición y de la autoridad del varón de Dios sin sus serias consecuencias!
Giezi, llevado por el deseo de riqueza y dinero, fue de pecado en pecado. Es una amarga lista de mentiras, pecado y trampas, de menosprecio a su señor y abuso de su autoridad. En efecto, raíz de todos los males es el amor al dinero (1 Timoteo 6:10). La avaricia no es nada menos que idolatría (Colosenses 3:5). Giezi tuvo incluso la osadía de jurar a Dios que correría tras Naamán y tomaría algo de él: “Vive Jehová...”. ¡Qué falso juramento más descarado! Giezi dio la impresión de ser piadoso, pero pronto fue puesto al descubierto.
El criado del profeta tenía poco respeto por los tratos de su señor. Era incomprensible para él que su señor hubiera ayudado a ese sirio, a ese enemigo de Israel, sin compromiso alguno. Según parece, daba poca importancia al hecho de que con motivo de ello, Naamán había llegado a conocer al Dios de Israel y había aprendido a vivir por gracia. ¡Sería una lástima perder una oportunidad así! ¡Rápidamente corrió tras él para compensar este descuido!
Naamán vio a alguien que corría tras él. Se bajó del carro y dijo preocupado: “¿Va todo bien?” (2 Reyes 5:21). Giezi tenía su mentira a punto. Dos profetas (pobres) habían venido a Eliseo. La cuestión, ahora, era si ellos podían tener un talento de plata y dos vestidos nuevos. Pues claro, contestó Naamán. Estaba contento de poder mostrarle su gratitud al respecto, y le dio el doble de la cantidad de plata que pidió. Con el auxilio de los criados de Naamán, Giezi se llevó todo a la colina cerca de la casa de Eliseo. Allí se despidió de los hombres y escondió el tesoro en lugar seguro (v. 22-24).
Su confrontación con Eliseo
Como si nada hubiera ocurrido, Giezi entró y se puso delante de su señor. Fingió ser un criado fiel. Eliseo hizo una pregunta reveladora: “¿De dónde vienes, Giezi?” (v. 25). Preguntas tan penetrantes son características de las Escrituras. En el libro del Génesis, por ejemplo, encontramos tres preguntas vitales: “¿Dónde estás tú?” “¿Qué has hecho?” “¿De dónde vienes tú, y a dónde vas?” (Génesis 3:9; 4:10; 16:8).
Con una última mentira, Giezi intentó ocultar su engaño: “Tu siervo no ha ido a ninguna parte” (2 Reyes 5:25). Literalmente, dice que no fue por tal ni cual camino. Luego sigue su desenmascaramiento, pues Dios había revelado la verdad a Eliseo. Vio lo que ocurrió: “¿No estaba también allí mi corazón, cuando el hombre volvió de su carro a recibirte?” (v. 26).
Eliseo aún planteó una pregunta indagadora: “¿Es tiempo de tomar plata, y de tomar vestidos, olivares, viñas, ovejas, bueyes, siervos y siervas?” (v. 26). Giezi pensó, en efecto, que ésta era una oportunidad única para edificar una vida para él solo. ¡Pero aun hoy, los creyentes son fácilmente influenciados por la prosperidad material! Si nos servimos de esta pregunta con algo más de libertad, vemos aquí que Giezi no reconoció la naturaleza real de los días en que vivía. No comprendió que era tiempo en el cual el juicio estaba cercano (véase Lucas 12:56), ni entendió que era mejor vivir en vituperio con el varón de Dios que vivir en prosperidad. ¿Y qué hay de nosotros? ¿Nos damos cuenta de que vivimos en los postreros días? ¿Somos entendidos en los tiempos, y sabemos lo que Israel debía hacer? (véase 1 Crónicas 12:32). ¿Deseamos ser fieles siervos del Señor, que aman su venida?
Su castigo
Giezi fue castigado equitativamente con la misma enfermedad de la que se había curado Naamán. Ahora que se había apropiado injustamente de la plata de Naamán, también recibió su enfermedad. Además, fue un castigo colectivo (véase Josué 7:24; Daniel 6:24). La lepra de Naamán se pegaría a él y a su descendencia para siempre (2 Reyes 5:27).
Después Giezi dejó a su señor: “Y salió de delante de él leproso, blanco como la nieve” (v. 27; véase Éxodo 4:6; Números 12:10). Totalmente marcado por la enfermedad, “salió de delante de él”. Era una imposibilidad moral para él permanecer cerca de Eliseo, aunque podía declarársele limpio según la ley con respecto a la lepra (Levítico 13:13). Este severo castigo fue de acuerdo con la gravedad de sus pecados:
- No tomó en cuenta que raíz de todos los males es el amor al dinero.
- Cedió a sus deseos carnales de dinero y riquezas.
- Abusó de la autoridad del varón de Dios ante Naamán.
- Mintió al profeta.
- Manchó la reputación de la misericordia divina delante de un no israelita.
- No mostró una comprensión correcta de los postreros días en que vivía.
¡Pero qué terrible para alguien que había vivido tan cerca de Eliseo tener que salir de delante del profeta de esa manera! No sabemos si lo volvió a ver. Éste es un serio aviso para los cristianos profesantes, para todos los que conocen superficialmente a Cristo, el Varón de Dios, pero que todavía no lo conocen en sus corazones.
El final de Giezi nos hace pensar en lo que Pablo, profeta importante del Nuevo Testamento, escribió a los corintios que profesaban conocer al Señor: “El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. El Señor viene” (1 Corintios 16:22). Tal persona debe sufrir pena de eterna perdición, excluida de la presencia del Señor y de la gloria de su poder (2 Tesalonicenses 1:9).