4. Andar en vida nueva (2 Reyes 5:15-19)
En este cuarto capítulo veremos cómo Naamán, después de haber sido limpiado, tenía el único deseo de servir al Dios de Israel. Ésta es una lección importante para nosotros, pues como cristianos también deseamos servir y adorar al Dios vivo y verdadero.
La nueva vida de gratitud de Naamán
¿Cuál fue la reacción de Naamán a su curación y purificación? Volvió a Eliseo a fin de mostrarle su gratitud (v. 15). A este respecto, él muestra una gran semejanza con el samaritano en Lucas 17, un extranjero que también volvió a Dios para agradecerle la curación de su lepra. Nosotros también deberíamos hacer eso siendo los redimidos del Señor. Deberíamos caer a los pies de nuestro Salvador y darle honra por nuestra salvación.
Después de nuestra conversión, deberíamos igualmente mostrar obediencia. Aquí vemos una figura de ello. No hubo huella alguna de soberbia en Naamán cuando volvió al varón de Dios, él y toda su compañía. No permaneció sentado en su carro, como hizo en su primer encuentro, sino que fue a la casa del profeta. Con humildad, le habló de sí como si fuera criado de Eliseo: “He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Te ruego que recibas algún presente (literalmente: bendición) de tu siervo” (2 Reyes 5:15).
Naamán había llegado a conocer al Dios verdadero, al Dios de Israel, el Creador del cielo y de la tierra. Reconoció que todos los demás dioses eran ídolos, que no tenían poder alguno para salvar (Isaías 45:20). Quería mostrar su gratitud al Dios verdadero, ofreciendo un presente a Eliseo. Lo hizo con buena intención, pero tuvo que aprender que la gracia de Dios es completamente gratuita. Lo mismo se puede decir de nosotros acerca de este principio. No podemos pagar nada por nuestra salvación. La salvación en Cristo es completamente gratuita. La verdadera bendición es exclusivamente de lo alto, y desciende del Padre de las luces.
Ello explica por qué el profeta rechazó la recompensa con determinación. Era un siervo del Dios viviente y no podía aceptar nada por el milagro de la purificación de Naamán. Pese a que este último insistió en que aceptara algo, siguió negándose (2 Reyes 5:16). Este principio también vale para nosotros: “De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8). Es una costumbre perniciosa pensar o suponer que la piedad y el servicio a Dios, son fuente de ganancia (1 Timoteo 6:5). No obstante, Giezi era una persona que había perdido el camino de la verdad, como podremos ver.
Vivir en la presencia de Dios
Pero el corazón de Naamán se mantenía en el lugar correcto. No importaba cómo, él quería servir al Dios de Israel. Aunque no podía pagar nada al profeta por su lavamiento, podía preguntarle algo. Pues Naamán realmente quería empezar una vida nueva. Esto es también verdad para nosotros. Después de haber sido levantados con Cristo a una nueva vida, debemos andar en buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano (Efesios 2:10).
El general del ejército sirio tenía el siguiente deseo: “Te ruego, pues, ¿de esta tierra no se dará a tu siervo la carga de un par de mulas? Porque de aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino a Jehová” (2 Reyes 5:17).
Tenemos aquí una prueba clara de su conversión, un hermoso fruto de la nueva vida que había recibido. Cuando nos convertimos de los ídolos a Dios, a partir de ese instante nuestro deseo fue servir al Dios vivo y verdadero (véase 1 Tesalonicenses 1:9). Debemos servirle según su voluntad revelada, sobre una base que responda a su santidad —tal como Naamán deseó servirle sobre un terreno puro.
Probablemente que de esta carga de tierra hiciera “altar de tierra” para Dios y sacrificó sobre él sus holocaustos y sus ofrendas de paz (véase Éxodo 20:24). Los patriarcas de Israel habían procedido del mismo modo. Con frecuencia hacían altares de tierra, como vemos en el libro del Génesis. El servicio al verdadero Dios va tomando forma en nuestro culto personal, en nuestra conducta privada, pero también en nuestra adoración pública.
¿Tenemos un altar donde invocar el nombre del Señor? Como cristianos sí tenemos un altar, como Hebreos 13:10 nos enseña. Éste no es un altar de tierra, en el sentido pleno de la Palabra, o uno de oro o de bronce, sino un altar en su sentido simbólico. Tenemos un lugar donde nos encontramos con Dios, o a decir verdad, una Persona por la cual nos acercamos. Cristo mismo es el verdadero Centro de nuestro culto y por Él tenemos acceso a Dios y libertad para entrar en el Lugar Santísimo (Hebreos 10:19). ¿Servimos a nuestro Dios mediante gratitud (12:28), particular y colectivamente con los demás? ¿Nos acercamos a él como sacerdotes? ¿Ofrecemos a Dios sacrificio de alabanza, es decir, fruto de nuestros labios que confiesan su nombre? (13:15). ¿Le ofrecemos sacrificios por su gran salvación? ¿Entendemos que solo a él le debemos nuestra purificación?
Vivir sin compromisos mundanos
Aquí vemos algo más. Tal vida en presencia de Dios de cierto traerá dificultades, pues no podemos servir a Dios y al mundo a la vez. La gente que nos rodea insistirá en que hagamos un compromiso. Naamán también tuvo este problema. Al instante se dio cuenta, y se lo mencionó con toda sinceridad a Eliseo (2 Reyes 5:18). Su señor, el rey de Siria, se quedaría probablemente sirviendo a los ídolos. ¿Debería él entrar en el templo del ídolo como el siervo sobre cuyo brazo el rey se apoyaba? (véase 7:2). ¿Lo perdonaría Dios si, como parte de sus obligaciones, fuera a inclinarse ante Rimón1? ***NOTA: 1 Rimón era el dios de los sirios, y el dios asirio del trueno. Era el mismo que Hadad, de quien se deriva el nombre de Ben-adad. A veces, ambos nombres aparecen juntos en el orden Hadad-Rimón (Zacarías 12:11).
No recibió una contestación rebuscada. El profeta simplemente dijo: “Ve en paz” (2 Reyes 5:19). Ello no quiere decir que Eliseo aprobara tal ambigüedad. Era imposible servir a Dios y a Rimón, aunque éste solo resultara de la tradición. Dios no quiere que un creyente se haga partícipe con los ídolos (1 Corintios 10:14-22). Pero Él resolvería esta dificultad a Su tiempo y a su manera. Eliseo estaba convencido de ello, e incluso podía tranquilizar la conciencia de Naamán.
Naamán podía seguir gozoso su camino, como se dice tan maravillosamente del eunuco etíope (Hechos 8:39). Nadie podía quitarle la paz que había hallado. Por eso fue también una respuesta muy acertada. Las personas que acaban de convertirse no deben pugnar con una larga lista de preceptos. Deben aprender a andar por fe. Dios mismo guiará a los suyos por sendas de justicia por amor de su nombre, y ayudará a resolver sus problemas.