La vida matrimonial cristiana es un asunto importante para todos los creyentes que están casados. Dios nos hizo conocer claramente en Su Palabra cuáles son Sus pensamientos acerca de un matrimonio que le es agradable. Estos pensamientos no han cambiado, y no cambian ante los nuevos valores que este mundo proyecta sobre la vida matrimonial. Especialmente en estos días en que la gente del mundo está poniendo todo al revés, tenemos una gran necesidad de recordar los principios divinos sobre el matrimonio, así como de vivir consecuentemente de acuerdo con ellos.
Hay tres pasajes en el Nuevo Testamento que tratan específicamente de estas directrices, a saber: 1 Pedro 3:1-7; Efesios 5:22-33; Colosenses 3:18-20. En estos, Pedro y especialmente Pablo sientan las bases doctrinales para un matrimonio feliz. Las verdades presentadas en estos pasajes se encuentran explicadas bajo la forma de ejemplos prácticos en el Antiguo Testamento. Tenemos uno de estos ejemplos en Génesis 24:61-67 y 25:11. Basándonos en este texto, queremos tratar a continuación siete principios que Dios nos presenta para un matrimonio conforme a sus pensamientos. Cuatro de ellos conciernen al hombre y tres a la mujer.
Antes de empezar, conviene señalar un peligro particular. Los textos de Colosenses 3 y Efesios 5, así como el de 1 Pedro 3, se dirigen a las mujeres y a los hombres de manera separada. Se dice: “vosotras, mujeres” y “vosotros, maridos”. Así que hay exhortaciones especiales para la mujer y para el hombre. Ahora bien, la tendencia de los hombres suele ser escuchar especialmente lo que se dice a la mujer (por ejemplo, que debe someterse) para recordárselo una y otra vez. El mismo peligro se aplica a la inversa con las mujeres. Deberíamos tener cuidado con ese comportamiento.
1. Principios relativos al marido
a) Isaac viene al encuentro de Rebeca (Génesis 24:63)
Volvemos a encontrar este principio en 1 Pedro 3:7, donde dice: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente (o con entendimiento), dando honor a la mujer como a vaso más frágil”. Aquí vemos que es deber de los hombres comprender a sus esposas. Las mujeres piensan y sienten de forma diferente a los hombres, y es deber del marido ser receptivo y comprensivo con su esposa. El vivir con las esposas tiene que ver con todas las áreas del ser humano, es decir, el espíritu, el alma y el cuerpo, y en cada una de ellas el marido debe estar dispuesto a comprender a su esposa.
Este vivir con ellas se basa en las verdades de la Palabra de Dios, pues debe ser “sabiamente”. Un compromiso hecho en detrimento de los pensamientos de Dios no es un vivir con ellas de acuerdo a Dios. Además, los maridos deben vivir con sus esposas con entendimiento, es decir, la situación respectiva y especial en la que se encuentra una pareja debe ser tenida en cuenta y valorada correctamente por el marido. Especialmente en la vida conyugal, puede tener consecuencias fatales si vivimos y actuamos según modelos prefabricados.
Pedro continúa y explica que las mujeres son un “vaso más frágil”. El principio de este mundo según el cual se exige de la pareja al menos tanto como uno da de sí mismo no tiene validez para los matrimonios cristianos. Dios creó a los seres humanos “varón” y “hembra”. La mujer es el recipiente más frágil, y los hombres debemos tenerlo en cuenta. Hay sentimientos típicamente femeninos que a los hombres les cuesta comprender, y hay procesos de pensamiento típicamente masculinos que las mujeres no entienden. Los maridos deben recordar siempre esto en sus relaciones con sus esposas. Para contrarrestar el peligro de que por este motivo las esposas sean tratadas con desprecio, Pedro añade: “dando honor a la mujer”. Solo cuando es así funciona un matrimonio, y esto tiene entonces consecuencias prácticas en el sentido de que las oraciones de los maridos no se ven obstaculizadas.
b) Isaac conduce a Rebeca (Génesis 24:67)
Es a la vez un gran privilegio e igualmente una gran responsabilidad para los hombres guiar a sus esposas; desde el día del matrimonio un hombre debería ser capaz de hacerlo. Para evitar de entrada un malentendido: guiar no significa dominar. Muchos maridos piensan que tienen autoridad para mandar a sus esposas, pero esto nunca es conforme al pensamiento de nuestro Dios.
Antes del matrimonio, el hombre es responsable de sus propios actos; si hace algo mal, las consecuencias de su mala conducta le afectan solo a él. Pero si está casado, su comportamiento tiene inevitablemente consecuencias para su esposa. Cuando nosotros, como maridos, cometemos un error, nuestros cónyuges automáticamente sufren con nosotros. Por lo tanto, podemos llevar a nuestras esposas tanto a la bendición como a la ruina.
Dos ejemplos del Antiguo Testamento, uno positivo y otro negativo, ilustran este principio: Booz era un hombre cuyo comportamiento estaba marcado por la bendición de Dios, por lo que pudo hacer partícipe a Rut de esa bendición; la hizo entrar en ella (Rut 3 y 4). Nabal era un hombre de maldición y tuvo que sufrir las consecuencias de sus malas acciones por cuanto Dios le castigó. Si Dios no hubiera intervenido en gracia, David habría incurrido en una culpa de sangre y Abigail, la esposa de Nabal, probablemente habría perecido con su marido en la destrucción (1 Samuel 25).
c) Isaac ama a Rebeca (Génesis 24:67)
Este principio, tan elemental para un matrimonio piadoso, nos lleva al importante pasaje de Efesios 5:25-33, en el cual se nos exhorta repetidamente a los maridos a amar a nuestras esposas (también Colosenses 3:19). El apóstol Pablo utiliza tres comparaciones para aclararnos la manera en que el hombre debe amar a su esposa. Primero debe amarla “como Cristo amó a la iglesia” (v. 25), segundo “como a sus mismos cuerpos” (v. 28) y tercero “como a sí mismo” (v. 33). Las comparaciones realizadas dejan claro que este amor tiene un carácter muy diferente de lo que la gente de este mundo llama amor.
El versículo 29 nos muestra cómo se expresa el amor: el marido “sustenta y… cuida” a su mujer. Es uno de los requisitos piadosos de un matrimonio que un hombre sea capaz de sustentar a su esposa. Nutrir se refiere tanto a la esfera material como a la espiritual. Quien no pueda nutrir materialmente a su esposa no debe contraer matrimonio. La fidelidad en la esfera profesional debe caracterizar a todo hombre. Pero también en la relación espiritual el marido debe ser capaz de suplir a su esposa. La Palabra de Dios llama a las esposas a preguntar a sus propios maridos cuando algo no les queda claro (1 Corintios 14:35), y es sumamente triste cuando el marido es entonces incapaz de responder a estas preguntas. Quienes apenas empiezan a ocuparse de las cosas espirituales cuando contraen el matrimonio, en realidad están empezando demasiado tarde. Antes del matrimonio es el mejor momento para que un hombre se familiarice con los pensamientos de Dios a fin de estar entonces en la posición adecuada para transmitir el alimento espiritual.
El marido también cuida de su mujer. Esto no significa cuidar de los enfermos o algo similar, sino que el marido cuida de su mujer porque siente placer por ella. El que cuida de su esposa satisface los deseos de su corazón, deseos que son diferentes para cada mujer. También se podría decir así: El que cuida de su mujer le da lo que ella necesita. Le da según sus necesidades (igual que el pueblo de Israel recibió el maná en el desierto). El que cuida de su esposa intenta, si es posible, darle lo que ella desea. Le da según su deseo (como hizo Salomón con la reina de Saba, 1 Reyes 10:13).
El Señor mismo nos llama a los hombres a amar a nuestras esposas. Si se dieran situaciones en las que esto nos resultara difícil porque quizás nuestras esposas no se comportaran tan amorosamente en una cierta ocasión, entonces deberíamos recordar el amor de Cristo por su Iglesia. A pesar de todo nuestro mal comportamiento, Él nos sigue amando con amor y afecto inmutables. Este amor puede ser siempre nuestro ejemplo y motivación.
d) Unidad completa entre el hombre y la mujer
Con su matrimonio, Isaac se consoló después la muerte de su madre (Génesis 24:67), y poco después llegó también la separación de su padre (25:8-11). Esto nos hace pensar en el importante principio —por desgracia, a menudo pasado por alto— de que la unidad en el matrimonio es mayor que la unidad o el vínculo entre parientes consanguíneos, por ejemplo, entre padres e hijos.
Por supuesto, el hijo no deja de ser hijo, y los padres siguen siendo padres a los que el hijo debe amar y honrar. Pero es sumamente importante señalar que el marido está más cerca de su mujer que de sus padres. Lamentablemente, se observa que algunos hombres discuten un problema con sus padres antes que con su propia esposa. Se vuelve aún más complicado cuando uno de los cónyuges se queja con los padres del otro. Tal comportamiento es siempre un peligro para el matrimonio. Ha habido muchos casos en los que los padres han introducido una profunda distancia entre matrimonios jóvenes. Todos los implicados deben permitir que el Señor les dé mucha sabiduría para vivir juntos de la manera correcta.
2. Principios relativos a la esposa
a) Una ayuda para el hombre
En Génesis 24:61 se nos dice que Rebeca “se levantó” para ir a Isaac. Ella va a Isaac y no viceversa. Abraham había dado órdenes explícitas de que Isaac no fuera a la tierra de su parentesco, pero la mujer debía ser llevada a Isaac. El principio es que la mujer se entrega como ayuda al marido y no el marido como ayuda a la mujer (lo que por supuesto no excluye que el marido ayude a su mujer en el hogar si es necesario). Cuando una mujer contrae matrimonio, debe ser consciente de que renuncia a su anterior esfera de responsabilidad y que, en adelante, participará en la tarea de su marido. Se muda con su marido para ayudarle. Va normalmente en contra de los pensamientos de Dios que la esposa siga haciendo su trabajo (porque puede ganar más que el marido) y que él se dedique a ocuparse de las tareas domésticas. Las intenciones de Dios no cambian, aunque esto vaya en contra de la opinión común de muchas personas en el mundo actual.
Cuando Dios creó al hombre, quiso hacer para él una “ayuda idónea” (Génesis 2:18). Dios encomienda a cada mujer la tarea de ser una ayuda para su marido y corresponderle. Esto no tiene nada que ver con que el marido se deje «servir» por su mujer, sino que se trata de una unión ordenada por Dios en la que la mujer está ahí para su marido y lo complementa.
b) Subordinación al hombre
Rebeca se cubrió cuando vio a Isaac (Génesis 24:65). De este modo expresaba su sumisión a Isaac. En la corriente de la creciente igualdad de los sexos, tal vez sea particularmente difícil cumplir con este principio. Pero recordemos que está claramente establecido en el Nuevo Testamento: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor” (Efesios 5:22). “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos” (1 Pedro 3:1; véase también Colosenses 3:18).
Pero tengamos en cuenta dos cosas: en primer lugar, la sumisión no significa que las mujeres sean meras receptoras de órdenes —la relación de sumisión entre marido y mujer es diferente de la que existe entre padres e hijos— y, en segundo lugar, se trata de someterse “como al Señor”. Esta importante expresión establece el marco y asigna el lugar adecuado a ambos. No se trata de que la esposa obedezca los mandatos de su marido, sino de que la sumisión sea una actitud general en la vida, que agrada al Señor.
c) La prioridad dada al marido
Al ponerse el velo (Génesis 14:65), Rebeca no solo mostró su actitud de sumisión, sino que al mismo tiempo dejó ver su devoción por Isaac. Para una mujer, su propio marido debe ocupar el primer lugar entre todos los hombres (aparte del propio Señor, por supuesto). En Tito 2:4-5 el apóstol Pablo instruye a las ancianas para que enseñen a las jóvenes, a saber: “amar a sus maridos y a sus hijos” y a ser “cuidadosas de su casa”. El orden mencionado aquí es notable: primero el marido, segundo los hijos, tercero el hogar. En muchos matrimonios, por desgracia, se encuentra un orden diferente, y las consecuencias son a menudo fatales. Hay mujeres que dan prioridad a sus hijos y descuidan a sus maridos. Para otras, el hogar tiene prioridad. Ambos son correctos e importantes en su lugar, pero solo la observancia del orden divino puede conducir a una convivencia armoniosa en el matrimonio.
Dios ha puesto en la naturaleza de la mujer aferrarse a su marido y amarlo con devoción. En Génesis 3:16 Dios dice a Eva: “tu deseo será para tu marido”. Ahora bien, aquí surge un cierto problema que puede darse en cualquier matrimonio cristiano. El marido nunca podrá satisfacer completamente el deseo de la mujer. Antes de la caída, había perfecta armonía en el deseo mutuo de la mujer y el hombre, del uno por el otro. Sin embargo, desde la caída, el deseo de la mujer de tener a su marido con ella es a menudo mayor que al revés. El hombre tiene que realizar ciertas tareas fuera de su esfera doméstica, por lo que nunca puede satisfacer plenamente el deseo de su mujer de tenerle con ella. Este hecho no está del todo claro para muchas mujeres. Especialmente cuando se trata de asuntos espirituales (por ejemplo, asistir a una reunión o conferencia), la esposa debe aprender a dejar a un lado sus propios deseos y dar libertad a su marido. Sobre esto descansa la bendición de Dios.
Antes de llegar al final, recordemos una vez más lo importante que es el tema del matrimonio cristiano. El matrimonio no es solo la corona de la primera creación, sino también un reflejo de la gran y poderosa verdad: «Cristo y su Iglesia». Estaba desde la eternidad en el pensamiento de Dios dar a su Hijo una esposa, y por toda la eternidad tendremos nuestro lugar con Él y a su lado como la esposa del “Cordero”. De esta verdad, que nos resulta difícil de comprender, nuestros matrimonios ahora, en este tiempo, deberían y podrían ser un testimonio vivo. ¿No vale la pena llevar un matrimonio según los principios de Dios?