El cristiano y la familia /4

La casa cristiana — un testimonio para Dios en el mundo

Un testimonio ante los hombres

¿Hemos pensado alguna vez en el hecho de que podemos ser un testimonio para Dios en este mundo, no solo personalmente, sino también con nuestros hogares y familias? Muchas personas de nuestros días no leen ni conocen la Biblia. Ignoran los principios de Dios sobre el matrimonio y la familia. Por eso son tan importantes los matrimonios verdaderamente cristianos. Al vivir los mandamientos de Dios en el matrimonio y la familia, somos un testimonio para Dios. Los hombres no pueden dejar de ver este testimonio. Pueden poner la Biblia a un lado y pasarla por alto, pero no pueden ignorar nuestro testimonio viviente.

En Mateo 5, el Señor Jesús habla de que somos “la luz del mundo” y “la sal de la tierra” (v. 13-14). ¿Cómo podemos ser la sal de la tierra? Mostrando que en nuestras relaciones terrenales —y esto incluye el matrimonio— respetamos el orden de la creación y los principios de Dios. Pero si vivimos en nuestras familias de acuerdo con las ideas de los hombres de este mundo, entonces la palabra del Señor es cierta: “Pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?” (v. 13). El poder del Evangelio disminuye decisivamente cuando los cristianos dejan de vivir según los pensamientos de Dios en sus relaciones terrenales.

En Génesis 18 y 19, Dios nos muestra a dos familias que vivieron en una época muy similar a la nuestra. Son las familias de Abraham y Lot. La familia de Lot vivía en el mundo, en Sodoma. Cuando Lot quiso dar testimonio del juicio venidero en estas circunstancias, solo se rieron de él. ¿Cuál fue la razón? No había mostrado ninguna diferencia en su comportamiento con las familias de Sodoma.

Fue muy diferente con la familia de Abraham. Se estableció con su casa según la norma de Dios, y por lo tanto su testimonio tuvo poder. Los habitantes incrédulos de la tierra le reconocieron como príncipe de Dios entre ellos (23:6). Muchos en su familia creyeron en Dios. Este fue el resultado de su caminar con Dios.

Pablo habla en 2 Corintios 3 de que somos carta de Cristo. Esta afirmación se aplica principalmente a los creyentes en su conjunto, pero también podemos aplicarla a nuestro tema, pensando en nuestras familias. Somos cartas de Cristo, conocidas y leídas por todos los hombres. Por tanto, no es indiferente cómo organicemos nuestro matrimonio y nuestra vida familiar.

 

Tres principios divinos

Veamos ahora en primer lugar tres grandes principios divinos sobre el matrimonio y la familia, y observemos después con qué actitud de corazón podemos convertirlos en un testimonio para Dios.

1.     La santidad del matrimonio

La principal tarea de todo matrimonio es mantener su santidad y hacerla visible. Para ello leemos en Marcos 10:6-9: “Pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”. Esta declaración del propio Señor Jesús es sumamente importante. Los puntos de vista de este mundo son diferentes y estamos influenciados por ellos. Por eso necesitamos orientarnos siempre en la Biblia.

a)    El origen del matrimonio

El Señor Jesús nos presenta en estos versículos tres puntos esenciales que nos muestran cómo se forma un matrimonio cristiano:

  1. Un hombre deja a sus padres, es decir, se independiza y ya puede mantener a su propia familia. Cualquier otra cosa va en contra de los pensamientos de Dios. Si un hombre aún no es capaz de vivir de forma independiente, Dios no puede aprobar que mantenga relaciones casuales y amistosas con una mujer. La independencia no solo se refiere a la esfera económica/financiera, sino también a la espiritual. El principio de Dios es: Primero cultiva tus campos, “y después edificarás tu casa” (Proverbios 24:27).
  2. El hombre se unirá a su mujer, es decir, contraerá matrimonio con ella. Cuando el Señor une a un hombre y a una mujer, también quiere que se casen. El matrimonio no es un asunto secreto entre dos personas, sino una proclamación pública. El matrimonio público puede ser diferente en las distintas culturas. En nuestros países se celebra ante el registro civil, y por medio de la ceremonia matrimonial civil toma este carácter público. La promesa de matrimonio entre un hombre y una mujer no es todavía un matrimonio. Se trata de dos actos diferentes. En Génesis 24 vemos a Rebeca dando sus votos al siervo Isaac. Pasó bastante tiempo hasta que Isaac la trajo a la tienda de su madre por mujer y el matrimonio se consumó realmente.
  3. Los dos serán una sola carne. Aquí el Señor Jesús habla de la unión sexual del hombre y la mujer en el matrimonio. El deseo el uno por el otro es algo grande que Dios como Creador ha puesto en los seres humanos. Todo lo que Dios ha dado es bueno, incluido el deseo del hombre por la mujer y viceversa. Por lo tanto, no deberíamos pensar poco en ello. Sin embargo, Dios ha reservado su realización exclusivamente para el matrimonio. Tal actitud puede parecer anticuada y pasada de moda a los ojos de nuestros semejantes. Pero como hijos de Dios, también deberíamos ser testigos de Dios en este asunto. Las relaciones sexuales prematrimoniales son un pecado y perjudican mucho el testimonio de Dios.

Por desgracia, Satanás siempre está ahí y, como enemigo de Dios, quiere derribar los principios mencionados. No solo eso, él también intenta cambiar el orden. Pero el camino que nos muestra el Señor Jesús es importante. Resumámoslo de nuevo. Es: 

  1. independencia (económica y espiritual) 
  2. matrimonio 
  3. unión sexual.

b) Adulterio y divorcio

En Hebreos 13:4 se nos recuerda: “Honroso sea en todos el matrimonio”. Esto es lo que Dios valora. Incluso como cristianos, corremos el peligro de faltar el respeto a algo que es muy importante para Dios. El matrimonio es una unión según el espíritu, el alma y el cuerpo. En los tres ámbitos debemos cuidar el matrimonio, y lo hacemos viviendo y actuando según las directrices de Dios.

Luego sigue diciendo: “Y el lecho sin mancilla”. Esto significa que no debe haber adulterio en el matrimonio. Queremos señalar esto con toda seriedad, pero también con todo amor. El adulterio es un pecado espantoso que se condena sistemáticamente en todas partes en la Biblia. Las consecuencias del adulterio son terribles y a menudo duran toda la vida. Por eso queremos estar advertidos.

Que los que están comprometidos se animen a ser una luz para su Señor también en este asunto. Además debemos evitar exteriormente cualquier ­apariencia que pueda arrojar una falsa luz sobre nuestra relación como novios. Es mandato de todos los novios presentar los pensamientos de Dios también en esta relación.

En Marcos 10:9, el Señor Jesús continúa: “Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”. Este versículo —quizá deliberadamente— se malinterpreta a veces. Se dice que un matrimonio que no tuvo lugar “en el Señor” (1 Corintios 7:39) no es un pacto matrimonial hecho “en el cielo”. Por lo tanto, los dos tampoco fueron juntos por Dios. La consecuencia de esto es que en tales casos el divorcio está justificado. Pero este versículo no debe entenderse así. Por supuesto, hay matrimonios —también de cristianos— que no se contrajeron “en el Señor” sino por voluntad propia. Sin embargo, incluso tales matrimonios —cuando son reconocidos pública y oficialmente— son registrados en el cielo. Así, en este sentido, son matrimonios “que Dios juntó”. Este versículo se refiere al principio de que todo matrimonio está unido por Dios, porque Dios ha establecido el matrimonio como una institución. Y este no debe ser separado por el hombre.

En un matrimonio cristiano, el pensamiento del divorcio no debería surgir, y si tristemente aparece a veces, debería ser juzgado. El divorcio es algo abominable a los ojos de Dios1 . Dios ya dijo en el Antiguo Testamento “que él aborrece el repudio” (Malaquías 2:16). ¿Acaso los que sufren en primer lugar no son los hijos? Esta es otra razón por la que no debería surgir el pensamiento del divorcio. Sin embargo, la razón principal es, como se ha dicho, que Dios aborrece el repudio.

En este contexto, no queremos pensar solo en un divorcio oficial, es decir, judicial. No olvidemos que la gente también lo ve cuando nosotros, como esposos cristianos, tomamos caminos separados interiormente y vivimos uno al lado del otro. El matrimonio debe ser una unión y no un alguien al lado del otro o incluso uno contra el otro. Pedro nos insta a los maridos a vivir con nuestras esposas sabiamente (1 Pedro 3:7). Esto tiene un lado exterior, pero también un lado interior. La voluntad de Dios es que permanezcamos juntos interiormente. No debería haber distanciamiento de corazones, como desgraciadamente se observa a menudo y como comprobará el mundo. Si notamos que nos alejamos interiormente, debemos buscar juntos el camino hacia el Señor y pedirle ayuda en la oración. Un matrimonio armonioso es un testimonio brillante para el Señor en este mundo.

  • 1El tema del divorcio y de las segundas bodas se tratará con más detalle en un artículo posterior.