Tratemos ahora acerca de la actitud de corazón con la que podemos vivir los pensamientos divinos sobre el matrimonio y la familia.
El apóstol escribe sobre las mujeres en 1 Pedro 3:3-4: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”. Esta debería ser la actitud del corazón de nuestras mujeres.
El mundo se adorna exteriormente, las mujeres cristianas adornan su ser interior, con un espíritu afable y apacible. Por supuesto, las mujeres son diferentes por naturaleza. Hay mujeres temperamentales, y hay mujeres calmadas y tranquilas. Pero no se trata aquí de disposiciones naturales, sino del espíritu afable y apacible, que solo el Señor Jesús puede hacer surgir como cualidad y virtud divinas, en testimonio para este mundo.
1 Pedro 3:7 se dirige a los maridos: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida”. La frase crucial aquí es “dando honor a la mujer”. Esta debería ser la actitud de corazón de los maridos. Damos honor a nuestras esposas porque son vasos más frágiles, porque son vasos femeninos, porque son coherederas de la vida eterna. Pero lo hacemos especialmente porque son nuestras mujeres. Dios nos las ha dado como un don, y por eso les damos honor.
Es de gran felicidad para un matrimonio y una familia cristianos cuando marido y mujer viven los principios de Dios con esta actitud de corazón, y al mismo tiempo es un poderoso testimonio para Él en este mundo.
Sobre la relación entre padres e hijos leemos en Génesis 22: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas... Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo... E iban juntos” (v. 2, 7-8). Vemos la actitud correcta del corazón de los padres en Abraham. Amaba a su hijo. Los hijos necesitan ver y sentir que sus padres les aman, y sin condiciones. La gente de este mundo también lo percibirá. Apreciamos la actitud correcta del corazón de los hijos en Isaac. Su comportamiento se caracteriza por la confianza. Los hijos deben confiar en sus padres. Este sentimiento es la base de una relación feliz entre ambos.
En el mundo, y desgraciadamente también en el cristianismo, se habla de problemas familiares y generacionales. Sin duda, estos problemas existen. Pero no tiene por qué ser así. Incluso en nuestros días, lo que leemos en la historia de Abraham aún puede hacerse realidad: “E iban juntos”. ¡Qué felicidad para los hijos cuando tienen padres que les acompañan en su camino, y qué alegría para los padres cuando hay armonía y acuerdo con los hijos! Esta feliz unión no tiene por qué terminar ni siquiera cuando ellos se independizan y forman su propio hogar. A través de una vida familiar moldeada por los principios de Dios, apoyamos el Evangelio más de lo que podríamos pensar. Por supuesto que las palabras son importantes. Pero si no están respaldadas y confirmadas por nuestro comportamiento, de poco sirven. Dios nos da una oportunidad única en nuestras familias de ser testigos para Él en este mundo. ¿No queremos aprovechar esta oportunidad?