Jueces
“En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía.”
(Jueces 21:25)
Este libro presenta un triste contraste con el de Josué. Trata de un período de la historia de Israel en el cual varios jueces sucedieron a Josué como gobernadores del país. Su tema principal es el fracaso de Israel en tomar posesión de toda la tierra prometida. En efecto, la indiferencia y la debilidad de los israelitas les impidieron expulsar a los enemigos de Dios fuera del país, de modo que aquellos enemigos a menudo sometían a Israel. Repetidas veces, por su desobediencia a Dios, fueron vencidos por sus enemigos. No obstante, después de cada derrota, Dios, en su maravillosa misericordia, les dio un nuevo juez, un libertador.
Este libro nos recuerda las epístolas del Nuevo Testamento tales como Gálatas y 1 Corintios, escritas debido a la necesidad de seria reprobación y corrección. Aunque, en cierto grado, podamos disfrutar de la verdad pura de la Palabra viva de Dios, los creyentes, en su mayoría, no tomaron posesión de las arras de su herencia: este gran país de los lugares celestiales con sus innumerables bendiciones. La falta de fe, de energía espiritual, de genuino amor por Cristo, nos ha dejado demasiado indiferentes a la preciosa plenitud de las posesiones que realmente nos pertenecen.
El último versículo del libro de Jueces, citado arriba, enfatiza la desagradecida independencia de Israel en aquellos días, haciendo cada uno lo que bien le parecía. También hoy, el espíritu de un creyente no sujeto a Dios y a la debida autoridad será un estorbo para su prosperidad espiritual.
Rut
“Respondió Rut: No me ruegues que te deje, y me aparte de ti;
porque a dondequiera que tú fueres, iré yo,
y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.”
(Rut 1:16)
El nombre Rut puede significar «satisfecha» o «belleza», dos palabras que parecen muy apropiadas para esta creyente. Este libro es refrescante, escrito durante la época de los jueces en Israel. Hace pensar en una joya que resplandece sobre un fondo muy oscuro.
Noemí, su marido y sus dos hijos habían salido de Israel, el lugar donde Dios quería que habitasen. Después de cierto tiempo, Noemí se encuentra sola en Moab, privada de su marido y de sus dos hijos que mueren. Entonces, decide volver a su país, a Belén. Es una figura de la nación de Israel fuera de su tierra, desolada y sin esperanza.
Rut, su nuera, es una moabita, y a estos moabitas les está prohibido entrar en la congregación de Israel “ni hasta la décima generación” (Deuteronomio 23:3). Rut es también una imagen de los judíos, quienes ocupan el mismo lugar degradado que los gentiles, los cuales no son el pueblo de Dios. Pero, en ella vemos una fe renovada, preciosa y humilde en el Dios de Israel. Así pues, si en Noemí vemos el estado desolado y sin esperanza de Israel, en Rut descubrimos la fe viviente del remanente piadoso de Israel.
Booz («en él hay fortaleza»), varón poderoso y rico, es una figura del Señor Jesús. Por gracia, anima y cuida de Rut, de manera que, finalmente, debido a que es un «pariente–redentor», ella es traída a la feliz bendición de la comunidad de Israel por el matrimonio con él. Noemí también comparte el gozo y la bendición que resultan de esta unión.
1 Samuel
“Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura,
porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre;
pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.”
(1 Samuel 16:7)
Samuel es el primero de los profetas enviados por Dios debido al grave fracaso del sacerdocio. Los sacerdotes se sucedían, pero no los profetas; estos últimos eran llamados personalmente por Dios. En cuanto a Samuel, Israel no supo apreciar correctamente los cuidados fieles que Él les daba. Israel pide un rey. Dios les concede su solicitud, y les da la clase de rey que desean, Saúl, quien de hombros arriba sobrepasa a cualquiera del pueblo. Éste, comienza bien su reinado, pero pronto desobedece a Dios. Por el hecho de que rechaza la Palabra de Dios, Dios lo rechaza también a él, para que ya no sea rey sobre Israel (15:26).
En el capítulo 16, Samuel unge a David como rey. Pero David no ocupa el trono, porque Dios permite a Saúl conservarlo por algún tiempo. Saúl se vuelve con fiereza contra David, determinado a matarle. En esto, David es una figura de Cristo, aunque, ungido como el rey de Dios, fue rechazado. El Señor Jesús espera pacientemente el momento en el cual Dios mismo ordenará los eventos que lo llevarán a su elevación sobre el trono.
Todavía hoy, Dios permite a los gobiernos humanos que dominen. Pero su propósito es que Cristo, a quien sólo puede darle plena confianza, ocupe muy pronto el lugar de autoridad soberana en el mundo. El libro finaliza con la triste historia de la muerte de Saúl y sus hijos. Dios no tolera que el hombre en la carne subsista.
2 Samuel
“El Dios de Israel ha dicho, me habló la Roca de Israel:
Habrá un justo que gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios.”
(2 Samuel 23:3)
Este libro describe el reinado de David. Elevado solamente al trono de Judá al comienzo, reinó en Hebrón por siete años y medio; luego también sobre las otras tribus de Israel por treinta y tres años más. Es una figura de Cristo por el hecho de que somete gradualmente a todas las naciones alrededor de Israel por medio de conquistas. Esto se ve particularmente en los primeros diez capítulos.
Sin embargo, desde el capítulo 11 en adelante vemos un contraste triste y sorprendente, pues el mismo rey David fracasa por completo en representar a Cristo. Así somos enfrentados a las dolorosas lecciones de sus actos contrarios a los benditos principios del reinado del Señor Jesucristo. Las consecuencias de las acciones de David nos recuerdan seriamente que Dios, en su fidelidad y verdad, no puede ignorar la desobediencia de los suyos.
Absalón, hijo de David, con su dureza y su odio hacia su padre, llega a ser una triste figura del anticristo. Su apariencia y personalidad son atractivas, y sus palabras melosas. No obstante, Dios protege a David, y Absalón llega a un final humillante. En cuanto al reino de David, no recobra su vigor de los primeros días.
David, es verdad, es un verdadero creyente y amado por Dios. No obstante, nos enseña claramente que al hombre, incluso al más capacitado, no se le puede confiar un lugar de prominencia y autoridad sobre los otros hombres. ¡Qué útil es este libro para advertir a los cristianos que puedan querer ocupar un lugar de autoridad en el gobierno de este mundo!
1 Reyes
“Ninguna palabra de todas sus promesas
que expresó por Moisés su siervo, ha faltado.”
(1 Reyes 8:56)
El primer libro de los Reyes introduce el reinado de Salomón en Israel. Prefigura el glorioso reinado del Señor Jesucristo durante el milenio, que estará caracterizado por la paz y la prosperidad, no por sus poderosas conquistas. La riqueza y gloria de Salomón no han tenido similares en la historia. Dios le concedió el honor de construir el templo, un edificio de maravillosa magnificencia, el centro de la adoración y de la unidad de Israel. Dios nunca autorizó, y nunca autorizará, la construcción de ningún otro templo que no esté en la misma ubicación.
Sin embargo, Salomón fracasó tristemente en la responsabilidad que acompañaba tal honor. Aunque era creyente, su vida personal degeneró profundamente por matrimonios profanos y otros desenfrenos, contrarios a su dignidad real. A su muerte, el reino de Israel fue cruelmente dividido en dos, rebelándose diez tribus contra Judá y Benjamín. Esta escisión nunca fue sanada ni lo será hasta que el Señor Jesús reine sobre Israel.
Luego, el libro relata en gran parte la historia de la sucesión de reyes que gobernaron sobre Israel, las diez tribus, en Samaria. Su reino pasó de familia en familia a través de muchas conspiraciones y rebeliones. Por supuesto, esto era totalmente contrario a la voluntad de Dios, y ninguno de estos reyes parece haber sido creyente. También son mencionados los reyes de Judá (la línea de David), pero con muchos menos detalles. El profeta Elías aparece en el capítulo 17, un testigo severo contra la maldad de Israel. Otros profetas también nos indican que el gobierno de los reyes de Israel fue un fracaso.
2 Reyes
“Los hijos de Israel hicieron secretamente cosas no rectas contra Jehová su Dios,
edificándose lugares altos en todas sus ciudades.”
(2 Reyes 17:9)
Este libro continúa la historia de los dos reinos separados. El profeta Eliseo sustituye a Elías como testigo de Dios, a la vez de verdad y gracia. También otros profetas dieron testimonio y sufrieron por su fidelidad. Los dos libros de los Reyes dan especial prominencia al ministerio de los profetas, en contraste con los libros de Crónicas los cuales nos presentan más a menudo a los sacerdotes y los levitas.
Reitero, no se encuentra a ningún rey creyente en Israel (las diez tribus), a pesar de la gracia manifestada por el profeta Eliseo. El aumento de la maldad en Israel provoca la invasión del territorio por el rey de Asiria, y la deportación de los habitantes del reino de Israel. Desde esa época, se pierden de vista las diez tribus. Dios solo sabe dónde encontrarlas, y las traerá a su tierra en días venideros.
Judá permanece en el país por algún tiempo más. Los reinados de dos reyes piadosos, Ezequías y Josías, presentan un hermoso contraste con la tendencia general decadente. Desgraciadamente, ambos reinos terminaron con el fracaso de lo que es confiado al hombre; y Judá fue llevado cautivo por los babilonios.
Este libro nos da una seria amonestación. Recalca la justicia y la verdad en el gobierno, mostrando que un lugar de absoluto sometimiento conviene más al hombre que uno de prominencia y autoridad. El curso de la historia ha demostrado que al hombre, incluso piadoso, no se le puede confiar la responsabilidad del gobierno. ¡Cuánto todo esto hace anhelar la venida del único verdadero y fiel Rey, el Señor de gloria!