Nahum
“Jehová es tardo para la ira y grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable.
Jehová marcha en la tempestad y el torbellino, y las nubes son el polvo de sus pies.”
(Nahum 1:3)
Nahum («consuelo») es una vigorosa profecía del juicio de Nínive, la capital de Asiria, la cual representa al Rey del Norte en un día venidero. Mientras que Egipto representa para nosotros el mundo en su complaciente independencia de Dios, Asiria indica la iracunda oposición a Él.
De hecho, esta profecía se refiere a la crueldad de Asiria cuando su rey Senaquerib (el “destruidor”; 2:1) invadió Israel. Se cumplió parcialmente cuando Nínive fue destruida. También considera el juicio divino sobre el Rey del Norte en los últimos días. Nótese que a la decidida rapacidad de este enemigo, Dios le opone el inflexible rigor de su juicio.
Los primeros versículos del libro describen la indignación y la ardiente ira de Dios. A esto sigue, en el versículo 7, un maravilloso consuelo: “Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en él confían”. Él es tardo para la ira, perfecto y tranquilo en el examen de las situaciones, porque no desea condenar. Pero juzgará el mal, por medio de una tempestad o de un torbellino: aquí se verá la sabiduría de Su “marcha” (1:3).
Aprendamos bien de este profeta lo que caracteriza la fuerza de Dios: un terror cuando obra con ira contra sus adversarios, pero una bendición cuando protege a los suyos.
Habacuc
“Se levantó, y midió la tierra; miró, e hizo temblar las gentes; los montes antiguos fueron desmenuzados, los collados antiguos se humillaron. Sus caminos son eternos.”
(Habacuc 3:6)
Habacuc («ardiente abrazo») es una profecía que trata particularmente del profundo ejercicio y dolor de un israelita piadoso al considerar la vergüenza y degradación de su propia nación, el cautiverio por “los caldeos, nación cruel y presurosa”. Este despectivo enemigo —el Imperio babilónico— es el retrato exacto del mundo en su corrupción y confusión religiosa, es decir, en su grosero mal uso de las bendiciones de Dios. No es sorprendente que un israelita piadoso en cautividad se vea profundamente apenado por semejante tipo de maldad. Hoy en día, ¿no ha esclavizado el mismo terrible enemigo a la iglesia profesante?
No obstante, estas penas hacen que el profeta «abrace ardientemente» las promesas de Dios. Lo conducen a una confianza plena en el poder y la gracia soberana de Dios. Reconoce que Dios mide la tierra y, por lo tanto, todo lo que hay en ella: las naciones que Él humillará dolorosamente; “los montes antiguos” (las más altas autoridades) que Él dispersará, aunque el hombre piense que son eternas; “los collados” (las autoridades de menor rango) se inclinarán ante Él (3:6). Puesto que Dios hará eso, cualquiera fuere la destitución y desolación de Israel, el profeta puede decir verdaderamente: “Con todo, yo me alegraré en Jehová” (3:18).
Este libro puede ayudar a aquellos que, enfrentados al mal y a difíciles condiciones, se afligen delante de Dios.
Sofonías
“Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos.”
(Sofonías 3:17)
Sofonías («Dios ha escondido») profetizó en los días de Josías, un rey piadoso cuya fe y energía habían producido un notable avivamiento en Israel, pero sólo en apariencia. Este libro no toma nota de este avivamiento. Comienza con una espontánea declaración del arrollador juicio de Dios, quien quitará todo de sobre la tierra. El aparente avivamiento escondía la verdadera condición del corazón de la nación, el cual no había cambiado. La evidencia de esta situación apareció después de la muerte de Josías. Poco importaba la apariencia de las mejoras, Dios había decretado que su juicio se aplicaría de forma general, y en particular sobre Judá y Jerusalén.
Sin embargo, el libro trata de forma hermosa los efectos de estos juicios de Dios, en el hecho de que producirán grandes bendiciones en un día venidero. Dios hará una alabanza y un nombre a su pueblo en medio de todas las naciones donde estaba cubierto de vergüenza. Él, el rey de Israel, estará en medio de Jerusalén, otrora ciudad culpable. Salvará y se regocijará en ella; descansará en su amor. Su larga obra para con ella habrá terminado y la tristeza de su corazón a causa de su pueblo se volverá un canto exultante.
El hecho de poner atención a esta profecía seguramente nos preservará del tan difundido error de sostener que los actuales avivamientos podrían impedir el juicio de Dios sobre la cristiandad. ¡No es el caso! La venida del Señor es inminente.
Hageo
“Así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra,
el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones,
y vendrá el Deseado de todas las naciones;
y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos.”
(Hageo 2:6-7)
Hageo («festivo») fue escrito después del regreso del cautiverio de los judíos a Jerusalén. Su tema es el templo, destruido en el pasado, pero del cual los cimientos fueron reconstruidos en una escala más pequeña.
Insiste ante el pueblo acerca de la vergüenza de la negligencia de ellos respecto a la casa de Dios y su reconstrucción. Les urge a que mediten bien sobre sus caminos (1:5, 7). Este fiel profeta busca despertarlos y sacarlos de su egoísmo en que vivían en “artesonadas” casas mientras que la casa de Dios era descuidada. Porque muy pronto el Señor “hará temblar los cielos y la tierra... y vendrá el Deseado de todas las naciones” (2:6-7), es decir, Cristo, el gran Mesías, por quien la casa de Dios será llena de gloria.
El libro de Hageo propone cuatro mensajes distintos:
- El primero corresponde al capítulo 1 y presenta graves reproches. Felizmente, éstos produjeron buenos efectos en los líderes y en el pueblo, al ser movidos a construir la casa de Dios.
- El segundo mensaje (2:1-9) presenta un estímulo refrescante en su preciosa visión profética de Cristo.
- El tercer mensaje (2:10-19) insiste acerca de la pureza y separación apropiadas para la casa de Dios, y urge a considerarla con seriedad.
- El cuarto mensaje (2:20-23) proféticamente presenta el derrumbamiento de todos los reinos opresores, y la bendición establecida en la persona del Siervo de Jehová, el Mesías, representado por Zorobabel, gobernante de Israel.
Seguramente, este libro debería estimularnos con respecto a los intereses de Dios en su “casa espiritual” (1 Pedro 2:5), la Iglesia de Dios.
Zacarías
“En aquel día yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán despedazados, bien que todas las naciones de la tierra se juntarán contra ella.”
(Zacarías 12:3)
Zacarías («Dios se acordó») escribe en la misma época que Hageo, pero trata con la ciudad de Jerusalén. Recuerda al pueblo el disgusto de Dios con sus padres que se tradujo en castigos y servidumbre: una evidente advertencia de lo que la ciudad aún sufriría si ellos obraran como “sus padres” (Zacarías 1:4).
La profecía continúa mostrando de qué manera los ojos de Dios toman nota tanto de la culpa de Jerusalén como de la culpa de aquellas naciones que se encargan de dispersar a Judá (véase 1:21). Jerusalén es el centro terrenal de Dios, y Él no tolerará la orgullosa intervención de los hombres para atacarla, o para protegerla con condescendencia. Dios tratará con ella y la purificará: el propio Mesías, a quien traspasaron, aparecerá en la ciudad y producirá un profundo arrepentimiento que ninguna otra cosa podría producir (12:9-14). Entonces Él saldrá y peleará, y Judá peleará con Él contra sus enemigos opresores. Y Jerusalén será el gran centro de toda la tierra. Las naciones harán juramento de lealtad a ella, la ciudad del gran Rey (capítulo 14).
Que este libro haga recordar a nuestros corazones que, hoy en día, el centro de Dios para su Iglesia no está en la tierra, sino en el cielo. Verdaderamente, es la bendita persona del Señor resucitado. Dios no tolerará ningún rival, ni nada que sustituya este Centro glorioso.
Malaquías
“Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero;
y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoriadelante de él para los
que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre.”
(Malaquías 3:16)
Malaquías («mi mensajero») nos muestra la miserable condición de complacencia propia, de los judíos que habían regresado del cautiverio. Su energía se había deteriorado rápidamente hasta llegar a un estado de insensible indiferencia a la reivindicación de Dios, buscando sólo sus propios intereses.
Las palabras de Dios se parecen a un solemne alegato, en el cual Él condena el grosero desprecio de ellos por diferentes cosas en relación con Él. Pero, ¡he aquí que responden con descaro y desafío, como si estuviesen enteramente sin culpa! Éstas son las últimas palabras que Dios dirige a Israel hasta que, cuatrocientos años más tarde, envíe a Juan el Bautista. Israel, rehusando escuchar a Dios, deberá cosechar los amargos resultados de su arrogante opción.
No obstante, ¡cuán precioso es ver a aquellos que en su corazón “temían a Jehová”!; sin duda, eran unos cuantos de entre el remanente que había regresado a Judá. Sus nombres no son citados, porque para ellos lo precioso era el nombre del Señor. Hablaban a menudo unos a otros acerca de las cosas de Dios, y esto era un deleite para Su corazón. Dios nos asegura que no serán olvidados, sino que, a propósito de ellos, “fue escrito libro de memorial delante de él” (3:16).
Este último libro del Antiguo Testamento revela, de manera apropiada a nuestro tiempo, el interés que Dios atribuye a los pensamientos y motivos del corazón, y no meramente a las acciones. Y a ellos se les promete que “nacerá el Sol de justicia” (4:2): Cristo vendrá con poder y gran gloria.