Oseas
“Vuelve, oh Israel, a Jehová tu Dios; porque por tu pecado has caído.
Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle:
Quita toda iniquidad, y acepta el bien, y te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios.”
(Oseas 14:1-2)
Oseas (que significa «Salvación») es igualmente una profecía dada durante los reinados de varios reyes de Judá, que finaliza con Ezequías. Su primer capítulo es un breve repaso de los tratos de Dios con Judá e Israel (Israel es llamado también “Efraín” en este libro, porque fue esta tribu la que condujo a Israel a la rebelión). Dios señala la sucesiva infidelidad de cada uno, y el hecho de que ellos habían sido reducidos al mismo nivel que los gentiles: “No pueblo mío” (1:9, nota). Sin embargo, demuestra Su soberana gracia al restaurarlos como “hijos del Dios viviente”. Tanto Judá como Israel serán reunidos otra vez bajo un Jefe.
El relato del libro concierne sobre todo a Israel (o Efraín). Consiste en una vigorosa y mordaz exposición de la degradada corrupción de las diez tribus. Judá solamente es mencionada incidentalmente.
El último capítulo, sin embargo, muestra maravillosamente a Dios como el recurso y el remedio para la arruinada condición de Efraín. De hecho, se reconoce a Dios en la bendita persona de su Hijo, aunque de manera velada y no tan claramente como en el Nuevo Testamento. El capítulo también llama tiernamente a Efraín a regresar al Señor Dios, y este llamamiento produce preciosos resultados.
Cuán necesario es este libro, no solamente para advertir a un corazón que se aleja de Dios, sino para mostrar cómo volver a Él.
Joel
“Jehová dará su orden delante de su ejército; porque muy grande es su campamento;
fuerte es el que ejecuta su orden; porque grande es el día de Jehová,
y muy terrible; ¿quién podrá soportarlo?”
(Joel 2:11)
Joel («Jehová es Dios») no da ninguna indicación de la época de su profecía. El tema es “el día de Jehová” (1:15) con sus grandes y espantosos juicios. Una devastadora invasión de insectos había provocado el hambre en Israel, y Joel utiliza esto como una ilustración patente de la invasión de Israel en los últimos días por el Rey del norte y sus ejércitos. Aunque orgullosos, fieros e impíos, esos ejércitos son, a pesar de todo, el medio empleado por Dios para castigar a su pueblo Israel. Cubrirán la tierra como una multitud de insectos parásitos, pero al final forzarán a Israel a doblar las rodillas ante Dios. Y cuando Israel haya confesado su pecado, el Señor mismo juzgará severamente a estas naciones gentiles, y liberará a los afligidos de Judá e Israel.
Los prodigios y maravillas mencionados (2:30-31) ocurrirán antes de que venga el día de Jehová. Se trata de los primeros tres años y medio de la “semana” de Daniel, antes de la “gran tribulación” que comienza en la mitad de esta semana de siete años. El derramamiento del Espíritu de Dios, mencionado en los versículos anteriores (v. 28-29) ocurre “después”, es decir, en la época de bendición del milenio. La cita que hace Pedro a este respecto (Hechos 2:18-21) no sugiere que esto se cumpliera plenamente en aquel tiempo; hace simplemente una aplicación para la presente época.
El libro de Joel ilustra la solemne advertencia de que aquellos que siembran vientos, recogen tempestades.
Amós
“En aquel día yo levantaré el tabernáculo caído de David,
y cerraré sus portillos y levantaré sus ruinas, y lo edificaré como en el tiempo pasado.”
(Amós 9:11)
Amós (que significa «carga» o «cargador») recibió esta profecía en los días de Uzías, quien reinó en Judá en el tiempo que Jeroboam II reinaba en Israel, y “dos años antes del terremoto”, que evidentemente dejó una gran impresión. Probablemente, la profecía precedió al terremoto, de modo que esto le dio una seria importancia a ésta.
Este libro es impresionante por su ordenada y deliberada condenación del mal —especialmente en Israel—, y por los resultantes juicios moderados de Dios. El mal se expresa de manera objetiva y según un contexto judicial, más bien que en ardiente ira. El castigo de Dios se legitima según la culpabilidad del pueblo.
En primer lugar, varias naciones son convocadas para el juicio: los sirios, los filisteos, Tiro, Amón, Moab, y Edom. Pero si Dios debe juzgar en justicia a las naciones, entonces Judá e Israel también deben ser traídas ante Su trono, y el juicio debe ser rendido con justicia e imparcialidad. Como todas las demás profecías, la de Amós finaliza con la victoria de Dios sobre el mal, y con la restauración de Judá e Israel mediante el poder y la gracia de Dios.
Es un excelente libro para mostrarnos que Dios juzga tan serena y decididamente nuestros propios caminos como el camino de otros. No obstante, se deleita en restaurarnos cuando volvemos a Él.
Abdías
“Si te remontares como águila, y aunque entre las estrellas pusieres tu nido,
de ahí te derribaré, dice Jehová.”
(Abdías 4)
Abdías («siervo de Dios») escribe el libro más corto del Antiguo Testamento. Profetiza enteramente contra Edom, es decir la familia de Esaú, el hermano de Jacob. Su odio y violencia contra Israel eran el terrible resultado del orgullo y la justicia propia. No podía soportar que Dios bendijera a su hermano.
Notemos que Dios no solamente toma en cuenta su flagrante maldad externa, sino los motivos secretos del corazón: “¡Cómo fueron escudriñadas las cosas de Esaú! Sus tesoros escondidos fueron buscados” (v. 6). El profeta denuncia seriamente su malévolo deleite en el sufrimiento de Israel, y en el hecho de sacar ventaja de las desgracias de Israel para fortalecerse a sí mismo. El resultado de todo esto es el terrible juicio de Dios.
El nombre de Edom podría ser una deformación del de Adán. La carne caracteriza pues a esta nación, y “los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:8). La carne puede manifestarse de varias formas que agradan a los sentidos naturales y que interesan a las mentes racionalistas de los hombres. Actualmente, el fuerte movimiento humanista ofrece un marcado ejemplo de esta pretensión orgullosa, pero vacía, de la carne. El aterrador juicio de Dios caerá contra tal pretensión, mientras que el pueblo de Dios será liberado.
El libro de Abdías nos lleva a que juzguemos muy seriamente nuestros caminos y los secretos pensamientos y sentimientos de nuestros corazones.
Jonás
“Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová,
y mi oración llegó hasta ti en tu santo templo.”
(Jonás 2:7)
Jonás (que significa «paloma») es, ante todo, la historia personal de este profeta, en un momento de su vida, cuando Dios lo envía a profetizar contra Nínive, la capital de Asiria. Este libro no nos muestra el pensamiento secreto del corazón de un incrédulo, sino más bien el de un siervo escogido por Dios. Para nuestro beneficio, el profeta debe exponer fielmente todo lo que vivió en esta experiencia, a pesar de la humillación que eso debió costarle.
Cuando recibe un mensaje de Dios, al principio huye rehusando la responsabilidad de entregarlo. Pero Dios ejerce su disciplina echándolo al mar y preparando un gran pez para que se lo tragase, lo que tiene como resultado humillar su alma y hacer que clame a Dios desde el vientre del pez. Dios manda al pez, y éste vomita a Jonás en tierra. Después de esta traumática experiencia, Jonás se somete y va a Nínive a proclamar lo que Dios le dice. Sin embargo, se atribuye el mérito del mensaje y piensa más en su reputación como profeta que en los derechos de Dios a mostrar misericordia a una ciudad arrepentida.
¿No hay en esto una lección para nosotros, de no buscar ninguna gloria o lugar de honor en el desempeño de un servicio para el Señor? Antes nos conviene obedecer por amor a Él y por amor a las almas de los demás.
Notemos también que Jonás registra el hecho de que Dios se queda con la última palabra respecto a él. El relato de toda su penosa experiencia es consignado con estilo explícito e indica claramente que al final su alma se vio realmente beneficiada por todo eso.
Miqueas
“Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid,
y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob;
y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas;
porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová.”
(Miqueas 4:2)
Miqueas («¿quién es como Dios?») muestra al Señor viniendo a juzgar, no sólo a Israel, sino a todas las naciones. La condición de Judá e Israel es como una indicación del estado de todos los “pueblos” de la “tierra, y cuanto hay en ella” (1:2). Así pues, si Dios, en Amós, debe juzgar a Israel una vez que Él haya empezado a juzgar a las naciones, en Miqueas, Él debe juzgar a las naciones si Israel debe ser juzgado. Porque Israel no es sino una muestra de toda la humanidad: la prueba de su culpabilidad es la prueba de la culpabilidad del mundo ante Dios (compárese con Romanos 3:19). Dios puede, pues, ejecutar solo este juicio, y es infinitamente capaz de hacerlo.
Luego, también vemos que Dios solo posee el remedio, quien perdona la iniquidad porque se deleita en misericordia. Hace que su pueblo vuelva a él, y echa en lo profundo del mar todos sus pecados (7:19). La bendición de Israel significará gran bendición para las naciones, las que se deleitarán en el monte de Jehová en Jerusalén.
El capítulo 5 contiene la gran profecía de la venida del Mesías, el Protector de su pueblo, cuando el asirio de los últimos días los ataque.
El libro muestra de manera admirable que, cuando todo se derrumba por completo, Dios es la Roca eterna: “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia” (7:18).