Enseñanza práctica de las parábolas /1

Mateo 13 – Marcos 4 – Lucas 8 – Lucas 13

Las parábolas son caras a nuestros corazones porque ellas son las enseñanzas directas del Señor Jesús, tales como el Espíritu Santo nos las quiso conservar.

En las líneas siguientes no hallaremos interpretaciones doctrinales o proféticas; hemos tratado de extraer de esta mina —tan inagotable como las insondables riquezas de su divino Autor— las enseñanzas prácticas que se desprenden de ella para nuestra vida diaria.

A través de las edades, la voz del humilde y divino Sembrador de Galilea nos repite: “Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace… puso el fundamento sobre la roca” (Lucas 6:47-48). ¡Quiera Dios, en su gracia, que la “casa” de nuestra vida esté edificada sobre esta misma peña y no en otro lugar!

División del tema

  • Siembra y siega
  • La salvación
  • Andar y testimonio
  • El servicio
  • El retorno del Señor
  • El amor del Padre y del Hijo

 

Introducción

¿Por qué elegir las parábolas como tema de meditación para nosotros? Sin duda, a causa de la enseñanza que nos reportan, pero, ante todo, para que por su medio podamos oír la voz misma del Señor.

A orillas del mar de Galilea, o en la casa de Capernaúm, por el camino o en Jerusalén, Aquél a quien el mundo menospreciaba y al que su pueblo rechazó, deseaba entrañablemente enseñar a las muchedumbres y presentarles la Palabra “conforme a lo que podían oír” (Marcos 4:33). Sabía adaptar su enseñanza al auditorio que le rodeaba, sacando de la vida cotidiana narraciones que, bajo una forma parabólica, encerraban una o varias aplicaciones.

En privado lo interpretaba todo a sus discípulos. Estas interpretaciones no nos han sido transmitidas, salvo en uno o dos casos (el del sembrador, el de la cizaña, etc.). Ahora tenemos el Espíritu Santo para que nos conduzca a toda verdad y nos haga sacar de las parábolas interpretaciones aun mucho más ricas y profundas de lo que los discípulos podían entender en vida del Señor (Juan 16:12-13). Por otra parte, contienen los principios que más tarde serán desarrollados y precisados en las epístolas. Por ejemplo: “El sembrador salió a sembrar…” (Marcos 4:3) — “Sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Timoteo 1:10).

Y su Autor vive para siempre. Aquel que está sentado a la diestra de la majestad en las alturas, es el mismo que ayer, durante los días de su carne, cual sembrador esparcía a lo largo del camino las semillas de la Palabra de Dios.

Como toda la Biblia, las parábolas encierran una triple interpretación: histórica, moral y profética, las que corresponden a la naturaleza misma de Aquel que se intitula el Alfa y la Omega, Aquel que es, que era y que viene. Ellas fueron históricamente pronunciadas en diversas circunstancias; tuvieron un efecto dado en su momento, y las cosas que narran, muy bien habrían podido tener lugar realmente. Varías de estas parábolas tienen un marcado alcance profético, el que puede aplicarse ya sea a los cristianos actuales, ya sea al futuro remanente judío. Pero en ellas también hallamos una enseñanza moral y práctica de la mayor importancia para nuestra vida diaria. Es ésta la que ante todo tendremos en cuenta, permaneciendo conscientes de que esta enseñanza nos presenta sólo un lado de la verdad tan rica que su divino Autor nos quiso dar.

Recomendamos particularmente a nuestros lectores que relean en su Biblia, antes de cada párrafo, el texto íntegro de la parábola a la que él se refiere. Sólo la Palabra de Dios —y no las explicaciones que se relacionan con ella— es la simiente divina que trae la vida al corazón.

¡Cuán dulce es tu Palabra fiel
A nuestro paladar!
Más que la refinada miel
Cual fluye del panal.

Y mina de riqueza es
Que no se agotará,
Hasta, oh Jesús, cuando a tus pies
La Iglesia adorará.

 

Imagen
Cuadro sinóptico de las parabolas

Siembra y siega

La semilla es la palabra de Dios.”
(Lucas 8:11)

La vida

La ley decía: “Haz esto, y vivirás”. Pero el hombre es incapaz de hacer; ante los ojos de Dios está muerto (Efesios 2). Por esta razón el divino Sembrador salió a sembrar. Él trae la Palabra de vida, la única que regenera (1 Pedro 1:23), que hace nacer (Santiago 1:18), que produce el nuevo nacimiento (Juan 3) y que nos comunica la naturaleza divina (2 Pedro 1:4).

1. La siembra

a) El sembrador (Mateo 13; Marcos 4; Lucas 8)

Al salir de “la casa” (Israel, tal como Dios lo había constituido bajo la ley) Jesús se sienta junto al “mar” (figura de la humanidad entera); Él quiere ofrecer algo enteramente nuevo a la muchedumbre.

Esta simiente va a caer en cuatro terrenos distintos:

El camino: el corazón endurecido por la costumbre y la distracción, tal como ocurre con un lugar por el que se pasa y repasa continuamente.

El pedregal: el corazón duro que no ha sido cambiado y no tiene sino apariencia de vida, en el cual la semilla no echará raíces.

Los espinos: el corazón no limpiado, en el cual la maleza, al crecer, ahogará la buena semilla.

La buena tierra: el corazón trabajado por Dios, en el cual, si hay fruto, no se deberá a la bondad del terreno sino solamente a causa de la semilla.

¿Quién es el sembrador? En su interpretación, el Señor no lo precisa, como en cambio lo hará con la parábola de la cizaña (Mateo 13:37). Ante todo, el sembrador representa a Cristo; pero nos habla también de sus discípulos (Hebreos 2:3-4) y de todos los creyentes, a quienes Él concede el favor de que se le unan en ese precioso servicio, para que, por diversos medios, se propague el Evangelio (2 Corintios 9:10); en fin, el sembrador prefigura el futuro remanente de Israel, el cual, a su vez, anunciará por doquier el Evangelio del reino.

¿Cuáles son los obstáculos que impiden que la Palabra de Dios lleve fruto? Las aves, que representan al diablo, siempre en pugna contra Cristo; los pedregales, figura de la carne que codicia contra el Espíritu (Gálatas 5:17); los espinos, símbolo del mundo — “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15).

Las aves

“En seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones”. Acción rápida del malo, quien aprovecha el endurecimiento del corazón para borrar toda huella de la Palabra oída. ¿Cómo se endureció el corazón? ¿No es especialmente el caso de hijos de cristianos, quienes acostumbran oír la Palabra sin prestarle atención? “Hoy… si oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 4:7), (lo que tiene lugar cada vez un poco más).

El pedregal

El camino es duro en su superficie. El pedregal, en cambio —aun cuando un poco de tierra se hubiera mezclado con él (sentimientos o interés religioso)—, es duro interiormente: es el corazón natural, la carne. “No tiene raíz en sí”, declara el Señor. La Palabra fue recibida “con gozo”; hay entusiasmo, una influencia, un ambiente favorable, pero no es sino una apariencia superficial, precaria; “es de corta duración”. La prueba manifiesta a cada uno (Santiago 1:12), pero no todos son manifestados fieles. Sale el sol de la persecución (Mateo 13:21; Marcos 4:17) o el de la prueba (Lucas 8:13) y los que no habían recibido más que una influencia, luego tropiezan (Mateo y Marcos) y se apartan (Lucas).

¿No son casos demasiado frecuentes entre nosotros? Tal confesó con gozo que pertenecía al Señor; tal era activo, ardiente; luego sobrevinieron dificultades, algunas tribulaciones, el oprobio… y la piedad se desvaneció como el rocío de la mañana.

Los espinos

Allí el terreno es mejor que entre el pedregal; pudo ser trabajado y, tal vez por algún tiempo, hizo alentar algunas esperanzas, pero está sobrecargado. ¿De qué? De un solo trazo la parábola contesta: “espinos”, lo que es interpretado por el Señor Jesús de cuatro maneras diferentes: los afanes, el engaño de las riquezas, las codicias de otras cosas, los placeres de la vida. Estas trampas parecen darse de a pares; aquel que está muy preocupado por las cosas de la vida (¿qué comeremos? ¿qué beberemos? ¿con qué nos vestiremos?) corre el mismo riesgo que aquel que se deja encandilar por la abundancia de sus riquezas; igualmente, aquel que codicia lo que no posee está tan expuesto como el que se deja “ahogar por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida”; en los unos como en los otros, entrando estas cosas, “ahogan la palabra” (Lucas 8:14; Marcos 4:19).

Las aves han sido ligeras para arrebatar la Palabra sembrada; en el pedregal, las pocas raíces y los tallos demasiado tempranos se secaron en cuanto salió el sol; pero los espinos actúan lentamente. La plantita no desaparece en un día. Se entabla una lucha larga, lenta, inexorable; si algo no interviene para arrancar la mala hierba, la joven espiga debilitada, marchita, falta de aire y de luz, muere ahogada.

¿No existe allí un peligro muy particular para nosotros? En un primer sentido de la parábola, los que han sido sembrados entre los espinos representan posiblemente a personas carentes de la vida de Dios, aunque se esfuerzan por aparentar poseerla; pero, prácticamente, ¿no nos amenazan a todos los “espinos”? No hasta el punto de hacernos perder la salvación que hemos hallado por la fe en el Señor Jesús, pero sí aletargándonos e impidiéndonos llevar fruto. ¿No son precisamente los afanes, o los placeres, o las codicias las que lenta y progresivamente se infiltran en el corazón, quitándole el gusto por la Palabra y por las reuniones alrededor del Señor, y las que nos alejan poco a poco de Él?

¿Qué hacer, entonces? La Palabra es “como martillo que quebranta la piedra” (Jeremías 23:29) y, en el caso del pedregal, será la única que podrá actuar, desmenuzando el terreno, haciendo trizas el «yo». Es ella también cual “fuego” que puede quemar, enjuiciar según Dios todo lo que ahoga a la buena simiente, “echando toda vuestra ansiedad (afán) sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7). “No proveáis para los deseos de la carne” (Romanos 13:14).

Todos aquellos que están sembrados “en buena tierra” son los que “oyen” la Palabra y, agrega Mateo, la “entienden” (esto es la fe). Marcos añade: la “reciben” (esto es la sumisión). Lucas particulariza: la “retienen” (lo que es prueba de obediencia constante).

No nos imaginemos que esta parábola es dirigida solamente a los inconversos. Jesús declara expresamente: “Cuando alguno oye la palabra” (Mateo 13:19). Estas advertencias se aplican, pues, a cada uno, cada vez que uno oye la Palabra o la lee. Prestemos atención a la conclusión del Señor: “Mirad lo que oís” (Marcos 4:24) y “Mirad, pues, cómo oís” (Lucas 8:18). Sí, tengamos cuidado.

b) La cizaña (Mateo 13:24-30, 36-43)

El Señor mismo dio la interpretación profética de esta parábola. Nos limitaremos, pues, a buscar su aplicación práctica.

En Levítico 19:19 leemos: “Tu campo no sembrarás con mezcla de semillas”. He aquí un campo bien sembrado, pero, mientras duermen los hombres, el enemigo viene, siembra la cizaña entre el trigo y se va. En la parábola del sembrador, el enemigo arrebató la Palabra; aquí, viene a sembrar el grano malo.

Cuando despiertan los hombres, en el campo no se nota nada. Los tiernos brotes de trigo crecen y se desarrollan y “cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña”.

Uno ha leído tal o cual libro o presenciado tal o cual espectáculo. No parece haber resultado ningún mal, salvo, tal vez, el molesto sentimiento del tiempo desperdiciado; pero más tarde la cizaña brotará. Tal error fue oído, uno cree haberlo advertido y suprimido; más tarde, sin embargo, reaparece. Hay padres que inculcan a sus hijos el temor debido al Señor y les enseñan la Palabra; aquéllos la leen y frecuentan las reuniones; pero, a cierta edad, en sus espíritus brota toda clase de razonamientos, de dudas y de codicias diversas. «¿De dónde proviene esto?» preguntan los padres. «¿No hemos enseñado a nuestros hijos?» Por supuesto, pero, en un momento o en otro, el enemigo alcanzó a sembrar cizaña. No se notaba al principio; transcurrieron semanas, meses, años tal vez, pero ahora el resultado funesto de su trabajo se manifiesta: ¡cosecha comprometida, savia desperdiciada, suelo agotado!

¿Qué sucederá cuando llegue la siega? La cizaña será quemada. Como la madera, el heno, la hojarasca de 1 Corintios 3:12.

Es, pues, con razón que repetimos: ¡Tengamos cuidado!

2. El crecimiento

a) El crecimiento normal (Marcos 4:26-29)

Una breve parábola sigue a la del sembrador, la que tiene por objeto mostrar que el crecimiento es el fruto natural de la vida: “De suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga”. No es requerido ningún esfuerzo ni tampoco el despliegue de energía humana para llevar fruto a cualquier precio. Es necesario dejar que la vida obre. Pero, para desarrollarse, la semilla tuvo que germinar y echar raíces y los obstáculos —pedregal, espinos— tuvieron que ser eliminados. Se trata de echar sus raíces junto a la corriente (Salmo 1; Jeremías 17:8) y dejar que la luz de lo alto alumbre el alma. El fruto no se produce en un día. El crecimiento es lento y progresivo. Para llegar a la madurez se necesita perseverancia (Lucas 8:15).

En 2 Timoteo 2:6, el labrador “trabajó” primero; en Santiago 5:7 él “espera” el precioso fruto de la tierra; y, si pensamos en el divino Labrador, Isaías 53:11 agrega: “verá” el fruto de la aflicción de su alma.

b) El crecimiento anormal

El grano de mostaza (Mateo 13:31-32; Marcos 4:31-32; Lucas 13:19)

Una planta de pequeño tallo, apenas un arbusto, “ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas”. Aparte de su alcance profético en cuanto al desarrollo de la cristiandad en el mundo, ¿esta parábola no contiene una advertencia para nosotros, para que no queramos elevarnos, dominar, colocarnos por encima de los demás, hacernos árbol grande? (Lucas 13). Como las aves en las ramas, el enemigo pronto se introducirá, trayendo funestos resultados en la vida de aquel que ha querido elevarse por encima de sus hermanos.

La levadura (Mateo 13:33; Lucas 13:20-21)

En la oblación de ofrenda vegetal no debía haber nada de levadura. La flor de harina nos habla ante todo de Cristo; la levadura que la mujer tomó y escondió, son las falsas doctrinas o enseñanzas erróneas concernientes a Su persona; en otro lugar, la levadura es figura del mal moral (1 Corintios 5:6), como también doctrinal (Gálatas 5:9). Produce esa hinchazón interior de la carne, del «yo», que conduce a la hipocresía (la levadura de los fariseos) o a la corrupción, peligro aun mayor porque se extiende rápidamente a “toda la masa”.

3. El fruto

“Cada árbol se conoce por su fruto”, nos dice Lucas 6:44. ¿De qué naturaleza es el fruto que llevamos?

En sus parábolas, el Señor insiste en que el Padre busca frutos.

En la de los labradores (Mateo 21:33-41; Marcos 12:1-9; Lucas 20:9-16), el dueño envía a sus siervos para recibir el fruto de la viña, pero no obtiene nada. Envía incluso a su hijo, pero no recoge ni una uva siquiera. ¿No ha producido fruto la viña? Al contrario, pero los labradores lo guardaron para ellos.

¿No hacemos a menudo lo mismo? ¿Cuántas cosas hemos recibido del Señor? ¿Para qué y para quién empleamos todas esas ventajas? ¿Para Él o para nosotros mismos? La Palabra es terminante: Cristo “por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Corintios 5:15). Somos llamados a presentarnos nosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y nuestros miembros como instrumentos de justicia (Romanos 6:13). ¿Lo hacemos? ¿O bien todo nuestro trabajo, nuestros miembros, nuestras mismas personas están reservados para nuestro solo y egoísta uso?

En la parábola de la higuera estéril (Lucas 13:6-9), el dueño viene a buscar fruto, pero no lo halla. Aquí, el viñador no ha guardado el fruto para sí mismo, sino que el árbol es el que no ha producido nada. Pacientemente, el dueño ha venido tres años seguidos sin resultados: “¿Para qué inutiliza… la tierra?” La higuera hubiera sido cortada de no interceder por ella el viñador, figura del Señor Jesús, quien cuidará del árbol para tratar de hacerle producir algún fruto. ¿Estamos seguros, en cuanto a nosotros mismos, de utilizar útilmente la tierra?

La parábola del sembrador nos recordó que no todos producen frutos en la misma medida, sino el uno treinta, otro sesenta y otro cien. En Juan 15, el Señor muestra que el Padre quita el pámpano que no lleva fruto. De haber fruto, el Padre limpia el pámpano para que lleve más fruto. Si permanecemos en Cristo habrá mucho fruto y el Padre será glorificado.

En la parábola de los labradores, el Hijo es el enviado del Padre; en la de la higuera estéril, Él es el Intercesor; aquí es la fuente misma de todo fruto, la vid verdadera; pero siempre es el Padre quien busca fruto y quien, si lo hay, es glorificado.

El fruto se nota mayormente en lo que uno es (Gálatas 5:22), en la actitud, el carácter, la personalidad. El servicio se traduce en los actos, en lo que uno hace. Pero ambos van juntos y no pueden ser separados: “llevando fruto en toda buena obra” (Colosenses 1:10). Lo que hacemos, cuenta, pero más aun cómo lo hacemos. La actividad, o la pretendida actividad, para el Señor, de alguien que no llevara fruto, cuya conducta desmintiera esa actividad, constituiría un mal testimonio, hasta una trampa. Por el contrario, aun en la inacción obligada (enfermedad o cárcel), cuando no quedara sino solamente el servicio de la oración —y eventualmente el de la correspondencia— la semilla que ha criado raíces en el corazón, ¿no podrá llevar su fruto al céntuplo?

4. La siega

a) Manifestación del fruto producido

Numerosas parábolas muestran que el día de la siega pondrá en evidencia si ha habido fruto, de qué clase y en qué cantidad. Gálatas 6:7-9 resume toda la enseñanza: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará… a su tiempo segaremos, si no desmayamos”. En la luz de ese día será manifestado si hemos sembrado para nuestra propia carne, segando así la corrupción, o para el Espíritu, recibiendo del Espíritu la vida eterna. Ya en la tierra a veces se discierne la naturaleza del fruto producido, pero ¡cuán penetrante será la luz que pondrá todo en evidencia en el día del tribunal de Cristo! En otro lugar leemos: “El que siembra escasamente, también segará escasamente” (2 Corintios 9:6).

b) Almas salvadas

En varias parábolas, la siega corresponde al recogimiento de los escogidos. En Juan 4:35-36, hablando a sus discípulos, el Señor dice: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega”. Generalmente, Dios emplea varios instrumentos para llevar un alma hacia Él. Son muchos los que tuvieron que sembrar en el corazón de un joven hasta traerlo al Salvador. Y aquel a quien Dios emplee en el momento decisivo en que el alma se entregue, no será nada más que el último eslabón de una larga cadena; cual una balanza, uno de cuyos platillos lleva el alma que ha de subir a Dios, y el otro las sucesivas tarjetas de visita con el mensaje de quienes Dios se sirvió para hablarle. Una de ellas será decisiva para inclinar el platillo, pero jamás lo habría logrado sin todas aquellas que le precedieron.

Pero los obreros del Señor no son nada más que los instrumentos o mensajeros. Fue imprescindible que Él, el verdadero grano de trigo, cayese en tierra y muriera para luego llevar mucho fruto (Juan 12:24).

El Salmo 126:5-6 ilustra perfectamente este doble cuadro. Los que siembran están colocados paralelamente con Aquel que va llevando la preciosa semilla. Aquéllos siembran con lágrimas y Él va llorando. Es imposible trabajar en la obra del Señor y esparcir la divina semilla sin encontrar, como el Señor mismo, muchas lágrimas en los surcos del campo. Pero si los siervos participan de las lágrimas, tienen también, como su Señor, una porción en la siega y en el regocijo. De Él solo, sin embargo, está escrito: “Volverá… trayendo sus gavillas”; a ninguno de sus siervos le pertenecen; sólo a Él; por ellas murió; son el fruto de la aflicción de su alma que le reportará eterna satisfacción.

Oh cuando Tú veas a los que has redimido,
Cual fruto ya en sazón de tu muerte en la cruz,
Con infinito amor, del todo complacido,
Gozarás en tenerlos por siempre en tu luz.