El amor del Padre y del Hijo
1. El amor del Padre
En las parábolas no encontramos más que algunos rasgos de él, cual pequeñas ventanas en un océano sin límites.
a) El amor del Padre hacia su Hijo
En Mateo 22:2, un rey hizo fiesta de bodas a “su hijo”. A menudo leemos esta parábola pensando en los convidados, en sus excusas; vemos a los invitados, más y más numerosos, entrar en la sala de bodas; consideramos a los siervos perseverando en sus tareas; pero Dios quiere, en primer lugar, llamar nuestra atención sobre su Hijo. Para Él busca una mujer (Génesis 24); a Él le corresponde toda la gloria.
En Marcos 12:6, después del reiterado rechazo de los siervos, el señor de la viña, “teniendo aún un hijo suyo, amado, lo envió también a ellos”. Jehová dijo a Abraham en Génesis 22: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas”. Cuatro veces, en el evangelio según Juan, se repite que el Padre ama al Hijo: desde antes de la fundación del mundo; durante su vida en la tierra; cuando pone su vida y cuando le entrega todas las cosas en su mano.
b) El amor del Padre hacia el pecador
La parábola del hijo pródigo, en Lucas 15:11-32, constituye un cuadro maravilloso. Es el amor que recibe: que acoge, el perfecto amor que hecha fuera el temor (1 Juan 4:18). Nada habría sido más normal que, después de la mala conducta del hijo, el padre —pese al sincero deseo de acogerlo bien— lo hubiera dejado venir temblando a golpear a la puerta. Pero el corazón de Dios no es así: “Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó”.
Dar vestidos al pródigo cubierto de harapos y ofrecerle una buena comida para festejar su regreso hubiera podido ser suficiente. Pero el padre saca el mejor vestido; no se contenta con decirle: come y hártate, sino que convida a todos: “Comamos y hagamos fiesta”; hace que el hijo se siente a su propia mesa, y toda la casa debe regocijarse porque aquel que era muerto ha revivido.
“El Padre mismo os ama” (Juan 16:27).
2. El amor del Hijo
a) El tesoro y la perla (Mateo 13:44-46)
Estas dos parábolas, la del tesoro y la de la perla, no nos presentan, como se ha dicho a veces, al pecador que encuentra el tesoro de la salvación o que descubre en Jesús la perla de gran precio. En efecto, el pecador no es exhortado a vender todo lo que tiene para comprar la salvación; la gracia es ofrecida gratuitamente a quien la acepta.
En cambio, estos dos relatos nos presentan al Señor Jesús mismo, quien, sabiendo qué tesoro iba a extraer de este mundo, dio todo para adquirirlo. Él “va”. Esta expresión ¿no nos recuerda tal vez al macho cabrío de Azazel (palabra que significa el macho cabrío que se va) cargado con los pecados de Israel? (Levítico 16:21-22). En el momento en que desenmascara a Judas, el Señor Jesús dice: “El Hijo del Hombre va” (Mateo 26:24). “Vende todo lo que tiene” (Mateo 13:44). Pensemos en todo lo que el Señor dejó: se despojó a sí mismo; como hombre, se humilló y renunció a todos sus derechos como Mesías, a toda la consideración que le era debida de parte de los hombres y basta a la simpatía de sus discípulos; se entregó todo a Él. Del campo (el mundo) extrae ese tesoro, compuesto por todos sus rescatados, joyas preciosas adquiridas una a una y cuyo conjunto forma el tesoro (Gálatas 2:20; Efesios 5:2; 1 Pedro 1:19). Es también ese mercader que busca buenas perlas y, habiendo hallado una perla preciosa, por ella vende todo lo que tiene, y la compra. Esta perla nos habla de su esposa, la Iglesia, por la cual se entregó a sí mismo (Efesios 5:25).
b) El samaritano (Lucas 10:30-37)
¿Por qué, en esta parábola, el Señor Jesús quiso describirse como un samaritano? ¿Acaso no era él también un hombre despreciado (Juan 8:48), abominado de las naciones? (Isaías 49:7). “Iba de camino”, por gracia perfecta descendía del lugar de bendición (Jerusalén) hacia el de la maldición y la muerte (Jericó). Movido a misericordia, se acerca (véase Lucas 15:20), venda las heridas, pone al herido en su cabalgadura y lo lleva al mesón; cuida de él y provee luego para todas sus necesidades mientras dure su ausencia.
¿Quién este amor sondear nos diera?:
De Dios el Hijo, el Creador,
Para el perdido, en esta tierra
Siervo fiel fue y buen Pastor.
c) El buen pastor (Lucas 15:4-7)
En esta parábola contemplamos el amor que busca hasta que encuentra el objeto de su búsqueda, el amor que pone a su oveja sobre sus hombros. Fue tras ella cuando estuvo perdida; pero, en Juan 10, va delante de las que le siguen, bella imagen del amor que conduce. Cinco veces, en este último capítulo, se repite que él pone su vida por las ovejas.
d) El grano de trigo (Juan 12:24)
El samaritano hizo su camino; el pastor buscó hasta que encontró; pero el grano debe morir.
De Dios Cordero santo y fiel,
Dejaste las glorias divinas
Por una corona de espinas,
Rescatando a tu amada grey.
3. El gozo del Salvador
En Lucas 15, siete veces se hace mención del gozo. Gozo del pastor que ha encontrado a su oveja, gozo que quiere compartir con sus amigos, gozo que repercute hasta el cielo por un pecador que se arrepiente. Gozo de la mujer cuando es encontrada la dracma; gozo delante de los ángeles de Dios; y, en fin, gozo del padre y de toda la casa cuando aquel que era muerto vuelve a la vida.
En Mateo 13:44, “gozoso por ello”, aquel que ha hallado el tesoro va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo.
En Hebreos 12:2, el “gozo puesto delante de él” le llevó a sufrir la cruz y menospreciar el oprobio.
En Juan 15:11, Jesús, quien guardó los mandamientos del Padre y permaneció en Él, quiere hacer partícipes a sus discípulos de este gozo que resulta de la obediencia. Unidos al Señor, ellos tendrán el gozo de llevar fruto: “mí gozo… vuestro gozo”.
Hay gozo del segador en Juan 4:36: “para que el que siembra goce juntamente con el que siega”.
Por último, en Mateo 25 se ve el gozo del señor, en el cual entran los que le han servido fielmente.
4. Amó mucho
A tu amor, mi amor responda,
¡Oh Dios, Tú que siempre me amas!
Una última parábola requerirá nuestra atención. En Lucas 7:41-50, el Señor habla de dos deudores; a uno le fueron perdonados quinientos denarios; al otro, cincuenta. “Pues, ¿cuál de ellos le amará más?” ¿No será aquel a quien perdonó más? No podemos medir cuál es exactamente la deuda que ha sido remitida a tal o cual de nuestros hermanos; pero podemos apreciar, más o menos, la que nos ha sido perdonada a nosotros mismos. Cuando el hijo pródigo pidió su parte de los bienes en la casa de su padre, era tan culpable y su corazón tan desviado como cuando apacentaba los cerdos, sólo que en este último caso era más miserable. Nosotros podemos haber sido preservados de muchos errores, gracias al cerco alrededor (véase Job 1:10) con el que hemos sido rodeados desde nuestra infancia; pero el corazón natural es el mismo y la responsabilidad tanto más grande cuanto mayores han sido los privilegios dados. Cuánto importa que seamos conscientes del inmenso perdón que nos ha sido otorgado y apreciar la gracia infinita de la cual somos objeto cada uno de nosotros. No fue el amor que la mujer profesó al Señor el que la salvó; Jesús le dice: “Tu fe te ha salvado”. Pero su amor era la prueba de su fe: “Porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama”.
Hemos visto en las parábolas que Dios espera alguna evidencia de la fe, una manifestación de la vida, algún fruto. ¿Hay fruto más elevado, más real, que el amor por el Señor? “Nosotros le amamos a él, porque él nos amo primero” (1 Juan 4:19).
Conclusión
Las parábolas no son sólo historias, relatos o alegorías. Hemos podido descubrir algo de sus riquezas, de la variedad de sus enseñanzas, exhortaciones y estímulos que ellas nos proporcionan. Pero, por encima de todo, ellas nos revelan a Aquel que las refirió. Él caminó aquí con humildad, en medio del desprecio, manifestando por todas partes el amor de Dios, la gracia y la verdad. Él es el mismo hoy en el cielo, el mismo Hombre que, recorriendo los caminos de Galilea, enseñaba a las muchedumbres y a los discípulos. Él está siempre vivo, accesible, lleno de gracia.
“Creced en la gracia” dice el apóstol —esta gracia que nos es revelada por tantas parábolas— “y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18). Conocerle a Él es la parte más elevada para el creyente y, como lo ha dicho el Señor mismo: “Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).
¿De qué incienso la fragancia
Pura, a Ti subiera en loor?
El nardo de nuestra alabanza,
Jesús, ¿no es tu mismo amor?
“Y les dijo: ¿No sabéis esta parábola?
¿Cómo, pues, entenderéis todas las parábolas?”
(Marcos 4:13)