El retorno del Señor
“Vendrá el Señor” (Mateo 24:50)
Las parábolas emplean numerosas expresiones para hablar del retorno del Señor: vuestro Señor viene; el Hijo del hombre viene; su Señor vendrá; aquí viene el Esposo; entró el Rey; El que te convidó vendrá; el regreso del Samaritano, y otras más.
En el Antiguo Testamento, los creyentes esperaban la mañana, la luz, la mañana sin nubes, el Sol de justicia. Nosotros no esperamos un acontecimiento; una Persona es el objeto de nuestra esperanza; una Persona conocida, amada, seguida.
En las parábolas no hay ninguna marcada diferencia entre el retorno del Señor para llevar a los suyos y su aparición gloriosa para establecer el reino. Ciertas parábolas están más en relación con uno u otro de estos acontecimientos, pero varias se aplican tanto a uno como a otro. Recordemos el ejemplo de dos cadenas de montañas paralelas que, a la distancia, parecen formar sólo una, pero que, de cerca (Juan 16:12-13), se distinguen claramente.
1. Su ausencia
En muchas parábolas el Señor está ausente.
En la del crecimiento (Marcos 4:26-29), Él está lejos hasta la siega; durante su ausencia, pues, es cuestión de llevar fruto.
En la parábola de las bodas (Mateo 22:1-14), el rey no aparece antes de que los convidados estén reunidos. Durante todo el tiempo en que los siervos van y vienen y reúnen a los que deben participar de las bodas, el rey está ausente. Lo mismo sucede en la parábola de los convidados (Lucas 14:8-14). Durante su ausencia, es necesario tomar el lugar de humildad, invitar a las bodas y, cada uno por sí mismo, responder a la invitación.
En el relato de Lucas 10:30-37, después de haber llevado al herido al mesón, el samaritano se va; pero volverá pronto, pues no ha dejado más que dos denarios para atender a las necesidades de su protegido. En ausencia del Señor ¿no deben los suyos cuidar de los heridos y, conducidos por el Espíritu Santo (el divino mesonero), ocuparse con los que están en el mesón? En Marcos 13:34, el hombre que se va lejos deja su casa al cuidado de sus siervos y a cada uno su obra. Mientras está lejos importa, como en Lucas 12, velar y alimentar a los de su casa.
En la parábola de las diez vírgenes, el Esposo aún no ha venido. Mientras se lo espera, es necesario velar y mantener la lámpara encendida, estar preparado para su retorno. En fin, en la parábola de los talentos, es después de mucho tiempo que el señor vuelve para arreglar cuentas con sus siervos. En su ausencia, era preciso negociar lo que había confiado.
2. Su retorno
El momento no está todavía fijado, pero en diversas parábolas el Señor repite que puede volver en cualquier momento: “No sabéis cuándo vendrá el señor de la casa; si al anochecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o a la mañana” (Marcos 13:35). En Lucas 12:38 él podría venir “a la segunda vigilia, y aunque… a la tercera vigilia”. En cualquier caso, llegará de repente, a la hora que no piensan. Y, como no sabemos el día ni la hora, nuestra actitud, según lo requiere el Señor en su última enseñanza, debe ser la de velar (Marcos 13:37). Es una espera constante la de aquel que sabe que el Señor puede aparecer tal vez hoy. No vino en la tarde, cuando los primeros discípulos lo esperaban y, sin embargo, el apóstol Pablo escribía: “Nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado” hasta la venida del Señor (1 Tesalonicenses 4:17); no vino a medianoche, cuando, durante muchos siglos, casi se había perdido de vista su regreso, salvo como Rey y sobre todo como Juez; no vino al canto del gallo, cuando, hace más de un siglo y medio, el clamor de medianoche (Mateo 25:6) recordó a muchos creyentes que el Señor vendría primero a llevar consigo a sus rescatados antes de establecer su reino, verdad que se ha difundido mucho desde entonces. ¿Cuándo vendrá, pues, si no es a la mañana? Tal momento está muy próximo, como lo demuestra en particular el comienzo del retorno de Israel a su país.
Puede venir a cualquier hora para el juicio (aspecto de la verdad enfocado en nuestras parábolas) o para llevar a los suyos. De noche, cuando dos estén en una cama y uno sea tomado y el otro dejado; de mañana, cuando dos mujeres estén moliendo en un molino y la una sea tomada y la otra dejada; o durante el día, cuando dos hombres estén en el campo y uno sea tomado y el otro dejado.
En la parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13), el Señor recuerda la importancia vital de estar preparado. Las prudentes tenían aceite en sus lámparas; aquellas a quienes les faltaba, no eran solamente imprevisoras, sino insensatas. En efecto, qué locura es rechazar el Evangelio para encontrarse un día delante de una puerta cerrada, donde, por más que se suplique: “¡Señor, señor, ábrenos!”, Él responderá: “De cierto os digo, que no os conozco”.
Mientras las diez vírgenes esperaban al esposo, no se notaba ninguna diferencia entre ellas. Todas habían salido, todas tenían una lámpara, todas dormían. En el momento de su llegada se vio la diferencia. ¡Demasiado tarde para ir a comprar aceite! El retorno del Señor se producirá en un instante, en un abrir y cerrar de ojos; ya no habrá tiempo para convertirse.
Para aquellos que no estén preparados, no vendrá como Salvador o Esposo, sino como ladrón en la noche, como está repetido siete veces en el Nuevo Testamento (Mateo 24:43; Lucas 12:39; 1 Tesalonicenses 5:2, 4; 2 Pedro 3:10; Apocalipsis 3:3; 16:15).
3. El juicio
Las parábolas presentan tres clases de juicios: el juicio discriminatorio, que separará los salvos de los perdidos, hasta entonces confundidos en la profesión cristiana o la judía; el juicio distributivo, que dará recompensas a aquellos que hayan sido fieles; y el juicio retributivo, que dará a cada uno según sus obras.
a) El juicio discriminatorio
En siete parábolas de Mateo, aquellos que, hasta el retorno del Señor, estaban mezclados, sin que a menudo se pueda distinguir claramente quién tiene la vida y quién no la tiene, son entonces definitivamente separados. En la parábola de la cizaña, el trigo es recogido “en mi granero”, mientras que la cizaña es quemada. En la de la red echada en el mar, los buenos peces son recogidos en cestas y los malos son echados fuera.
En las bodas, a la entrada del rey, aquel que no tenía vestido de bodas es echado en las tinieblas de afuera, mientras que los otros gozan, con el rey, de la comunión y de la alegría de la fiesta.
En Mateo 24, el siervo fiel es puesto sobre todos los bienes del señor; el malo, que pretendía ser un siervo, es castigado duramente1 y su parte puesta con los hipócritas.
Las vírgenes prudentes acompañan al Esposo a las bodas; las insensatas quedan para siempre ante una puerta cerrada. Aquellos que han hecho fructificar sus talentos entran en el gozo de su señor, mientras que el siervo inútil es echado en las tinieblas de afuera.
En fin, las ovejas heredan el reino y la vida eterna, mientras que los cabritos son echadas al fuego eterno.
b) El juicio distributivo
Hemos considerado ya la cuestión de las recompensas: el siervo fiel entra en el gozo de su señor; el que respondió a la responsabilidad confiada, recibe la autoridad sobre varias ciudades. Sólo la apreciación del señor es la que fija la recompensa, y no lo es la duración o la calidad aparente del servicio.
c) El juicio retributivo
Alcanza a aquellos que están todavía en sus pecados y han conservado el peso de ellos. Aquellos que han creído en el Señor Jesús, que han sido lavados con su sangre, no vienen a condenación (Juan 5:24): “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6).
En Mateo 22:7, la ciudad de los convidados que han rehusado la invitación del rey y han perseguido a sus siervos, es quemada; en Lucas 13:9, la higuera definitivamente estéril es cortada; en Mateo 21:41, los labradores que han guardado para ellos el fruto de la viña y han dado muerte al hijo que les fue enviado, perecen a su vez.
“He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12). Delante del gran trono blanco, cuando los hombres sean juzgados según sus obras, cada uno recibirá la retribución que merezca su conducta (Mateo 11:22-24).
- 1N. del T.: En griego = «cortado en dos».