Enseñanza práctica de las parábolas /4

Mateo 20 – Mateo 25 – Lucas 11 – Lucas 12 – Lucas 14 – Lucas 16 – Lucas 17 – Lucas 18

El servicio

A cada uno su obra.”
(Marcos 13:34)

1. La diversidad de servicios

Encontramos en las parábolas varias clases de siervos: sembrador, mensajero, mayordomo, portero, segador, viñador, labrador, mesonero y aun muchos más.

Vemos que el servicio se ejerce en todo lugar: en la casa, en los campos, en la granja, junto al rebaño, en la ciudad y a lo largo de los caminos, en la viña, al borde de la carretera y en el mesón.

Los beneficiarios son tan variados como numerosos: viajeros, pobres, cojos, ciegos, servidores de la casa, enfermos, prisioneros y, en fin, todos los hombres.

Y este servicio se ejerce en todo tiempo, de día y de noche, en la primera como en la undécima hora, en la primera vela como en la cuarta.

¡A cada uno su obra! Discernir qué trabajo quiere confiarnos el Señor y no simplemente imitar el de otro. Acordarnos siempre de que, si bien hay diversidad de servicios, servimos todos al mismo Señor.

2. ¿Qué parte cumplimos?

a) Los dos hijos (Mateo 21:28-31)

Cuando el padre envió a sus hijos a la viña, el uno dijo: No quiero; y el otro: Sí, voy. Pero el primero, pensando en su padre, arrepentido, fue. El segundo, no pensando más que en sí mismo, en su comodidad, se dejó distraer y, ocupado por mil otras cosas, no fue.

Es éste un sencillo ejemplo de lo que nos ocurre a menudo: el Señor nos ha hecho sentir la necesidad de escribir a un amigo, de hacer una visita, pero se deja para mañana, o para la semana siguiente, y ¡la carta jamás es escrita o la visita no se hace! Lo que interesa, dijo el Señor, es hacer la voluntad del Padre (v. 31) y no tener solamente la intención.

b) Los talentos (Mateo 25:14-30)

Un hombre yéndose lejos llama a sus siervos y les entrega sus bienes. Observemos que esta parábola no se dirige a aquellos que todavía están en sus pecados; a los tales, es necesario que el Señor les perdone la deuda (Mateo 18:27). No es cuestión de servir al Señor antes de pertenecerle, de haber nacido de nuevo, de saber que todos sus pecados son borrados por Su sangre. “Y les entregó sus bienes”. Esto es el lado positivo de su obra por nosotros; no solamente la deuda es pagada, pero también las riquezas son confiadas. Los siervos son entonces conscientes de la gracia que los ha perdonado todos los pecados y los ha enriquecido abundantemente. Pueden negociar tales bienes con confianza en un Señor cuyo carácter conocen y al que aman. (Sin duda el tercer siervo no poseía la vida de Dios, sino que hacía solamente profesión de siervo; es la enseñanza que se deduce de la segunda parte de la parábola. Pero esto no quita nada al hecho fundamental de que los talentos son confiados a los propios siervos del señor).

Según su sabio discernimiento, el señor entrega cinco, dos o un talento, “a cada uno conforme a su capacidad”. En la parábola, el número de los talentos parece definitivo, pero sabemos que, en la práctica, el creyente que es fiel en lo muy poco ganará para sí un grado honroso (1 Timoteo 3:13); también somos exhortados a “procurar los dones espirituales” (1 Corintios 14:l). Después de haber cumplido fielmente lo que el Señor ha puesto ante nosotros, desearemos que, en su gracia, nos confíe más. Lo importante es ser, durante la ausencia del señor, fiel a lo que se ha recibido.

Esta ausencia es larga; es necesaria la perseverancia, la paciencia y la fidelidad. Una vez que negocian los talentos, los siervos adquieren entonces otro tanto: “el que saciare, él también será saciado” (Proverbios 11:25). En Lucas 19:11-27, donde cada uno recibe una mina, se tiene más en vista la responsabilidad de cada creyente, quien debe hacer valer lo que por igual todos han recibido: fuerzas, tiempo, Biblia, etc. Los resultados varían y de ellos depende la recompensa. En Mateo se trata sobre todo de la fidelidad; la recompensa es la misma para todos aquellos que han sido fieles, cualquiera haya sido el don recibido originariamente.

A su vuelta, el señor “arregla cuentas” con sus siervos. Ante el tribunal de Cristo todo será manifiesto “para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios 5:10).

El tercer siervo, en apariencia, no ha cometido pecado de gravedad; no ha estado con el mundo, no se ha embriagado, no ha golpeado a sus consiervos, como el de Lucas 12. ¿Cuál es su crimen?: ¡no ha hecho nada! Es un perezoso, pero también un siervo malo: como no conoce a su señor ni tiene confianza en él e incluso le desprecia, ha escondido bajo tierra el don que le había sido confiado. Tal como la higuera estéril: “¿Para qué inutiliza también la tierra?”

Los siervos fieles reciben la suprema recompensa: «Habiendo conocido el carácter de su señor y habiéndole amado, entran en su gozo» (J.N.D.).

3. La decisión de servir

a) El llamamiento de Dios

En las parábolas, sólo el señor es quien confía dones, manda velar, asigna la obra, pone sobre su casa y envía a la viña. Es de desear que, como el joven Isaías después de haber sido limpiado de su impureza, podamos nosotros oír la voz que pregunta: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” y contestar: “Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6:8).

Nuestra parte es la de estar interiormente a disposición del Señor para lo que Él quiera confiarnos y después saber discernir cuál es su pensamiento a nuestro respecto.

b) El costo (Lucas 14:25-30)

Alistarse a la ligera en la compañía del Señor, y sobre todo en su servicio, lleva al fracaso. En la parábola de la torre, Jesús muestra que antes de edificar es necesario sentarse y calcular los gastos. No ciertamente para desanimarse y renunciar a seguirle o a servirle, sino para considerar antes, en su luz, y los renunciamientos (v. 26, 33) y las dificultades (v. 27) que el camino o el servicio implicarán. Una vez “perfectos y completos en todo lo que Dios quiere” (Colosenses 4:12) se podrá partir confiándose a Él; las dificultades que se encuentren, los reveses, las decepciones, los pesares de corazón, las lágrimas inevitables, serán entonces recibidas de sus manos como tantos medios de prueba y educación que nos harán recurrir a Él. Si se ha ido a la ligera, uno se desalentará o bien adoptará una actitud legalista, contraria a todo fruto.

En la pequeña parábola del arado (Lucas 9:62), el Señor muestra la importancia de no mirar hacia atrás después de haberse alistado a su servicio. Mirar hacia atrás, es permitir que consideraciones secundarias tomen el primer lugar (v. 59-61) y volver de corazón a lo que se había creído abandonado.

Renunciar a edificar la torre después de haber puesto el cimiento, mirar hacia atrás después de haber puesto su mano en el arado, desacredita el testimonio cristiano y desanima a otros. Tal siervo partió lejos (o cerca) para dedicarse a la obra del Señor sin estar preparado, sin siquiera haber sido enviado; cuando, al fin de uno o dos años, se da cuenta de su error, ciertamente hará mejor en volver al hogar que quedar como un peso muerto o una traba en ese lugar, pero ello no quitará nada del hecho de que su fracaso no habrá sido para la gloria del Señor. Jeremías 23:21-22 confirma que la decisión de partir sin haber sido enviado (Romanos 10:15) y la de hablar sin haber estado primeramente en el secreto del Señor es causa de un servicio sin poder y sin fruto.

Cuánto importa, pues, examinar las cosas cuidadosamente a Sus pies y, ante todo, servir humildemente, con sencillez, en la esfera en la que somos puestos, en las pequeñas cosas que Él nos confía; entonces, cosas mayores podrán ser puestas en nuestras manos, si tal es Su voluntad.

Conmovido de compasión al ver las multitudes dispersas y sin pastor, Jesús dice a sus discípulos: “Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe (empuje) obreros a su mies” (Mateo 9:36-38). Enviarles solamente no sería suficiente; ¡hay en ellos tanta resistencia que vencer! Es necesario impulsarles. Así de grande es el deseo del Señor de ver mayor número de obreros en su mies. Por un lado tenemos el precio: la necesidad de depositar en Él nuestros afectos, de confiarle nuestra senda, de entregarle nuestras posesiones; y, por el otro, el llamamiento del Señor y el amor de su corazón que nos incita a amar a los suyos, a amar a las almas perdidas. «El amor por Jesús es el resorte de todo servicio; yo no conozco otro» ha dicho un fiel servidor (J.N.D.).

4. ¿Cómo servir?

a) Las ovejas y los cabritos (Mateo 25:31-46)

Esta parábola nos muestra al Señor como Juez de las naciones, al comienzo del reino milenial. Contiene, para nosotros, una sencilla enseñanza práctica: el primer servicio que está al alcance de todos, hermano o hermana, ¿no es pensar en aquellos que padecen necesidades? “Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis”. Es la lección de Santiago 2:16. Hay también enfermos que visitar o cuidar, presos a quienes ir a ver, según el deseo del Señor. Hay forasteros, esos jóvenes que están en nuestra ciudad —tal vez por sus estudios o aprendizaje— a los que debemos invitar, atraer, animar. “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (v. 40).

b) Invitación a las bodas (Mateo 22:1-10; Lucas 14:16-24)

Tres veces en Mateo unos “siervos” y tres veces en Lucas un “siervo” formulan la invitación para la gran cena. ¡Todo está preparado, venid! En la cruz, Cristo lo ha cumplido todo. Su obra es perfecta. Aceptad la invitación de su gracia. Éste es el trabajo del evangelista; no está limitado a aquellos a los cuales el Señor ha pedido que consagren todo su tiempo a difundir la Palabra. La evangelización no se improvisa. No basta con convocar a una reunión y repartir invitaciones; los siervos son exhortados a “traer” a los pobres, los mancos, los cojos, los ciegos. Éstos no podrían venir jamás por sí mismos; es necesario conducirlos, ayudarlos, transportarlos. Invitar de improviso a personas a escuchar la Palabra justo el día de la reunión de evangelización, no tendrá mucho efecto. Es preciso frecuentarles con anterioridad, ganar su confianza con el fin de poder invitarles en el momento oportuno; después de la reunión, convendrá estimularles mostrándoles la vida divina en acción.

Es éste un maravilloso trabajo de la gracia que el Señor mismo comenzó, acerca del cual el profeta podía decir en su visión: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas...!” (Isaías 52:7). Más tarde, cuando el apóstol señale la necesidad de difundir el Evangelio (“¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído?”) citará el mismo versículo, diciendo “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz...!” (Romanos 10:15).

En Mateo son varios los siervos del rey que transmiten su invitación, figura de aquellos a quienes el Señor envía; en Lucas 14 un solo siervo actúa. ¿No se trata aquí más bien del Espíritu Santo, el único que puede “convencer” a entrar (Juan 16:8) y obrar en los corazones? Ningún siervo verá aceptada su invitación si el divino Siervo no ha obrado en la conciencia y en el corazón.

c) Sobre Su casa (Lucas 12:42-48; Mateo 24:45)

El señor no sólo envía siervos para invitar a los de afuera. Él pone sobre su casa mayordomos fieles y prudentes, con el fin de dar a los suyos el alimento a tiempo. No todos tienen el mismo servicio ni nadie puede imitar el de otro. Hay un “tiempo” para nutrir al pueblo de Dios, como así también una ración apropiada. Es necesario que uno se alimente a sí mismo para tener acumulado en el corazón un “tesoro” (Mateo 13:52), a fin de poder sacar de él lo que las almas necesitan, “cosas nuevas y cosas viejas”, es decir, las riquezas insondables tanto del Nuevo como del Antiguo Testamento.

d) El mayordomo (Lucas 16:1-13)

El alimento espiritual no es lo que está en consideración aquí, como en Lucas 12, sino los bienes materiales, de los cuales el Señor, en una medida más o menos grande, ha confiado la administración a los suyos. Los bienes pertenecen al amo; el mayordomo no tiene más que la gerencia, y debe, pues, administrarlos para él. El hombre rico de Lucas 12:16 llenaba sus graneros; el de Lucas 16:19 no pensaba más que en vestirse con esplendidez y hacer banquete cada día; el hijo pródigo desperdició los bienes del padre (Lucas 15:13); el mayordomo infiel se valió de ellos para favorecer a otros (con una segunda intención). En cuanto a nosotros, hemos de emplear, en la dependencia del Señor —y no a escondidas, como en la parábola— lo que Él nos confió. “Las riquezas injustas”, “lo muy poco”, “lo ajeno”, todo ello representa los bienes materiales que nos son confiados. “Lo más”, “lo verdadero”, “lo que es vuestro” nos habla de los bienes espirituales que son la parte bendita de todo creyente en Cristo. Pero la administración de los bienes materiales, de “las riquezas injustas”, requiere fidelidad: “El que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto”. Si un hijo de Dios no ha sido fiel en la administración material, por pequeña que sea la que le ha sido confiada, ¿lo será en el dominio espiritual? (véase 1 Timoteo 6:17-19).

e) La oración

Es un servicio oculto, pero de cuánta importancia, que está puesto en evidencia en el evangelio según Lucas por tres parábolas que enfocan sus diversas facetas. Lucas es el evangelio de la oración; en él encontramos al Señor siete veces en oración, y en otras siete ocasiones pronuncia acciones de gracias o algunas palabras de oración.

Los tres amigos (Lucas 11:5-8)

El primero ve llegar a su casa a un viajero amigo, al cual no tiene nada que ponerle delante. ¿Qué hacer sino dirigirse al tercero, el cual tiene grandes recursos? Es ésta una oración sencilla, breve, como todas las que la Palabra da como ejemplo (Mateo 6:7), pero es solícita: “Amigo, préstame tres panes”. La respuesta, a pesar de la hora inoportuna, no podría dejar de corresponder al pedido.

¿No nos acontece a menudo que nos sentimos como vacíos y sin recursos delante de un alma a quien una palabra del Señor, una expresión de aliento, haría tanto bien? ¿O delante de un grupo de niños a los cuales debemos hablar? ¿Qué hacer sino recurrir al Amigo fiel, cuyos recursos son infinitos? Él jamás duerme; está siempre listo para contestar a aquellos que se dirigen a Él.

El juez injusto (Lucas 18:1-8)

¿Cuándo orar? “Siempre, y no desmayar”, responde el Señor. El amigo intercede por las necesidades de su compañero; pero aquí la viuda ora por ella misma: “Hazme justicia de mí adversario”. A menudo ¿no tenemos que dirigir al Señor oraciones semejantes a ésa para ser librados del poder de Satanás y sus asechanzas? Oraciones que deben elevarse sin desmayo, pues Dios no siempre responde inmediatamente. Prueba la fe y ejercita la paciencia. La prueba de Job fue prolongada, pues la meta perseguida por Dios debía ser alcanzada y su corazón puesto al descubierto. Dios es paciente antes de intervenir, porque primeramente desea llevar el alma al estado requerido para que ella goce de lo concedido.

El fariseo y el publicano (Lucas 18:9-14)

¿Cómo orar? En esta parábola, que sigue a la de la viuda, el Señor muestra cuáles son los obstáculos que encuentra la oración: el orgullo, la satisfacción de sí mismo, así como la falta de perdón en Marcos 11:25-26. El publicano, humilde, consciente de su miseria, puede volver a su casa con la seguridad de haber sido oído.

Nuestra actitud en la oración y su objetivo son factores esenciales. El hijo pródigo dice: “Dame la parte de los bienes que me corresponde” (Lucas 15:12). Esto nos recuerda lo que dice Santiago 4:3: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Lucas 11:3) enseña Jesús a sus discípulos; no una provisión que suprima toda dependencia de Él, mas la necesaria para el día, como el maná en el desierto, a fin de que a la mañana siguiente seamos llevados nuevamente a sus pies.

5. La recompensa

Moisés “tenía puesta la mirada en el galardón” (Hebreos 11:26). “Te será recompensado en la resurrección de los justos”, dice el Señor en Lucas 14:14. Sin embargo, la recompensa no es algo que se deba, sino un estímulo dado al siervo, estímulo que la fe aprecia.

Los obreros en la viña (Mateo 20:1-16)

La recompensa no es proporcional a la aparente importancia del servicio; es dada según lo que el señor estima (v. 15). En efecto, todo servicio es una gracia, un privilegio que nos es acordado y que no confiere ningún derecho. “Teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que hemos recibido, no desmayamos”, dice el apóstol (2 Corintios 4:l). Consciente de la gracia que ha hecho de él un ministro del Evangelio, no se desanima en el camino, pero tampoco busca ningún mérito.

El siervo vuelto del campo (Lucas 17:7-10)

Durante toda la jornada, el siervo estuvo arando el campo, tal como el evangelista que va a difundir la Palabra de Dios, o estuvo ocupado en apacentar el ganado, tal como el pastor que cuida las ovejas del Señor. ¿Qué acontecerá al fin de la jornada? ¿Le dirá el amo: siéntate a la mesa? ¿No le dirá más bien: prepárame la cena y después de esto, come y bebe tú? Tal es el razonamiento normal de un amo terrenal. ¿Cuál es la actitud debida en un siervo? “Cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos”. Nada más natural que cumplir fielmente el servicio confiado; no hay motivo de gloria en ello, ni de ello se deriva mérito alguno. Ciertamente, no tenemos que servir al Señor para ser salvos, sino “porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10).

Pero el pensamiento del Señor difiere enteramente de aquel del amo terrenal. Debemos considerarnos como siervos que no han hecho más que lo que les ha sido ordenado (¿lo hemos hecho realmente?); pero, cuando a su regreso el Señor hallare a sus siervos velando, “se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles” (Lucas 12:37). En la tierra, le conocieron en medio de ellos como el que sirve, y así le encontrarán en la gloria: amor eterno de Aquel cuya oreja fue horadada (Éxodo 21) a fin de ser siervo para siempre. Entonces se cumplirá la palabra que constituye la recompensa más grande: “Entra en el gozo de tu señor”, por haber guardado Dios el corazón en una humildad real: “Sobre poco has sido fiel” (Mateo 25:21, 23).