10. La nueva creación
“Nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva” (2 Pedro 3:13). La nueva creación, suprema esperanza de todos los rescatados, es el último punto al que nos conduce el Evangelio. Ella pronto se verá concretada en el cielo; pero nosotros ya tenemos el privilegio de formar parte de ella espiritualmente.
Dios introduce la nueva creación porque ella responde a su propia naturaleza. Teníamos necesidad de ser perdonados, justificados, restaurados respecto de todos los estragos causados por el pecado, pero difícilmente podemos decir que teníamos necesidad de ser “creados en Cristo Jesús” (Efesios 2:10). Este maravilloso acontecimiento se inserta en el plan de Dios para satisfacer su corazón.
“He aquí que voy a crear (que creo) a Jerusalén, que sea un regocijo, y su pueblo, un gozo” (Isaías 65:18, V.M.)
Como ocurre con otros aspectos del Evangelio, descubrimos algunos fulgores de la nueva creación en el Antiguo Testamento. Hay profecías que anuncian esta verdad, sólo revelada plenamente en el Nuevo Testamento. Así, leemos: “He aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra” (Isaías 65:17; véase también 65:18; 66:22). Sin embargo, al examinar el contexto vemos que este pasaje apenas roza las visiones de Apocalipsis 21:1-5. El profeta habla sobre todo de la gloria de Jerusalén y de las nuevas condiciones que prevalecerán en el período milenario, cuando la muerte todavía sea posible, mientras que el Apocalipsis describe las escenas del estado eterno, cuando la muerte habrá desaparecido para siempre. En el Antiguo Testamento, la nueva creación es presentada de manera limitada, en relación con la tierra, lo que convenía a esa época en la cual el gobierno de Dios concernía principalmente a las cosas materiales.
“Si alguno está en Cristo, nueva creación es”
La primera mención de la nueva creación en el Nuevo Testamento es categórica: cada uno de aquellos que están “en Cristo” es una “nueva creación” (2 Corintios 5:17, traducción literal del texto original griego). No una nueva criatura, sino una nueva creación. El estilo del apóstol es muy vigoroso. Él prescinde completamente del verbo ser y con gozo exclama textualmente: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva creación”. Nuestra posición en Cristo no implica nada menos que eso.
La epístola a los Romanos presenta claramente la posición del creyente en Cristo Jesús, colocado más allá de toda condenación. No obstante, no podemos comprender verdaderamente esta posición sin introducir la nueva creación. Estamos en él porque somos creados en él. “Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús” (Efesios 2:10). La vieja creación era obra de Dios. Ella fue creada por el Hijo, pero no creada en él. El pecado pudo introducirse en ella, pero jamás entrará en la nueva, porque ella recibe de Cristo su vida y su naturaleza.
El final de 2 Corintios 5 muestra que existe una estrecha relación entre la reconciliación y la nueva creación (véase también Efesios 2:15-16). La reconciliación consiste en que todas las cosas se vuelvan en armonía con Dios. Esto sólo es posible por medio de una nueva creación que extraiga todo de Dios, una creación en Cristo. Sin embargo, ésta no puede ser establecida más que sobre una base justa, después de haber sido juzgado el pecado que marcó a la vieja creación. La nueva creación, como la reconciliación, tiene su origen en el amor de Dios y se funda en su justicia.
Así como la reconciliación es la obra de Cristo por nosotros, la nueva creación es la obra de Dios en nosotros, como lo muestra 2 Corintios 5 y Efesios 2. Todos estábamos espiritualmente muertos, es la misma comprobación (2 Corintios 5:14; Efesios 2:1). Dios nos dio una vida nueva y nos estableció en Cristo; tal es la obra de Dios en nosotros: “somos hechura suya”. La nueva creación tiene como fundamento la resurrección de Cristo. Dios obra maravillosamente en los creyentes, quienes serán un eterno testimonio de su justicia (2 Corintios 5:21) y de “las abundantes riquezas de su gracia” (Efesios 2:7).
“He aquí todas cosas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17)
La nueva creación no es un «remiendo» de la vieja. Las cosas viejas desaparecen y hacen lugar a las nuevas, las que son enteramente de Dios. Esto es verdad incluso respecto de Cristo. Él se humilló una vez en las circunstancias de la vieja creación, estando entre nosotros “según la carne” (Romanos 9:5). Al término de su vida perfectamente santa, murió como bajo la sentencia que condenaba a la vieja creación, “el justo por los injustos” (1 Pedro 3:18). Luego, él puso los fundamentos de la nueva creación en sí mismo, resucitado de entre los muertos. Así tomó un carácter nuevo y celestial.
Para nosotros también todas las cosas son hechas nuevas. Ante todo hemos recibido una vida de naturaleza diferente. La vida del hombre natural se basa en el egoísmo, pues él vive para sí mismo. Fundamentalmente, nuestra vida de creyente tiene por centro a Cristo: no vivimos más para nosotros mismos, sino para él, estando constreñidos por su amor (2 Corintios 5:14-15).
Después, esta vida nueva conduce a nuevas relaciones. Para comprender esto, comparemos a los discípulos en los evangelios y en los Hechos. Entre estas dos situaciones, el Señor sopló en ellos el Espíritu Santo, operación de la nueva creación (Juan 20:22) y el Espíritu Santo mismo vino a la Iglesia. En los evangelios, los discípulos conocen al Señor “según la carne”; en los Hechos, lo conocen según el Espíritu. Desde luego, había habido un cambio en la condición del Señor, pero es preciso notar el gran cambio producido en la condición de los discípulos. En efecto, el apóstol declara: “a nadie conocemos según la carne” (2 Corintios 5:16). Sin embargo, sus relaciones habituales no habían cambiado, pues el único cambio se veía en ellos mismos. Como somos una nueva creación en Cristo, conocemos a cada uno de una nueva manera. Por decirlo así, observamos a todo hombre y a todas las cosas con ojos de la nueva creación.
“El nuevo hombre, creado según Dios”
Somos “creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10). Éste es el aspecto práctico de la nueva creación. Como somos creados en Cristo Jesús, tenemos capacidad para hacer buenas obras según Dios. Estas buenas obras fueron hechas por Cristo en el más alto grado, pero nosotros también las podemos hacer. Para nosotros, Dios las preparó de antemano. Si permanecemos dependientes, debemos andar en estas buenas obras, es decir, dejarnos dirigir hacia ellas y hacerlas por la fe.
Si nos hemos despojado del viejo hombre, hemos sido renovados y nos hemos vestido del “nuevo hombre, creado según Dios” (Efesios 4:21-24; véase también Colosenses 3:10). Estas operaciones han sido efectuadas en nosotros una vez para siempre. Antes de esto, pertenecíamos al orden del viejo hombre y llevábamos sus corrompidos caracteres. Ahora pertenecemos al orden del nuevo hombre y llevamos sus caracteres: santidad, justicia y verdad.
El nuevo hombre forma parte de la nueva creación; es “creado según Dios”. Aunque somos exhortados a vestirnos de él, esto no concierne solamente a lo exterior de las cosas sino también a lo profundo de nuestro ser, particularmente al espíritu de nuestro entendimiento. Revestidos de estos caracteres de la nueva creación, debemos comportarnos de una manera consecuente. Hay cosas que debemos repudiar completamente: la ira, la maldad, las injurias. Hay otras que conviene cultivar: la bondad, la humildad, la mansedumbre y, por encima de todo, el “amor, que es el vínculo perfecto” (Colosenses 3:14).
“Ni la circuncisión... ni la incircuncisión, sino una nueva creación”
La epístola a los Gálatas insiste en la posición de los creyentes, refiriéndose para ello a su unidad en Cristo: “todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”, “ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación” (Gálatas 3:28; 6:15). Las ordenanzas legales están hoy día fuera de lugar, pues se dirigen al hombre natural, considerado erróneamente como capaz de agradar a Dios. Las diferencias de origen entre creyentes también desaparecen, pues, siendo creados en Cristo, todo lo extraen de él. Él es “el principio, el primogénito de entre los muertos” (Colosenses 1:18). Cristo entró en el cielo con su humanidad resucitada. Ahora estamos resucitados en él; como participamos de su vida, todos juntos somos con él de uno solo (Hebreos 2:11).
La Iglesia misma es un resultado de la nueva creación. Por medio del Evangelio, Cristo llama a judíos y a hombres de las naciones y crea “en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre” (Efesios 2:15). La Iglesia es el cuerpo de Cristo; en ella, él es expresado corporalmente. Podemos, pues, considerar como nueva creación en Cristo Jesús tanto a los creyentes individualmente como también a la Iglesia entera.
“Un cielo nuevo y una tierra nueva”
La consumación de la nueva creación tendrá lugar en el estado eterno (Apocalipsis 21:1-8). Entonces “no habrá muerte, ni... llanto, ni clamor, ni dolor”. El pecado, el sufrimiento y la muerte no existirán más en la nueva creación. Todo el mal se encontrará bajo el juicio de Dios, en su lugar designado, por siempre separado y alejado de los rescatados.
En la tierra actual las naciones existen como resultado de la dispersión de los hombres de Babel a causa del juicio de Dios. Por eso, ellas desaparecerán y Dios volverá a su designio inicial: morará con los hombres. Ahí él morará, como el Dios de ellos, en santa libertad, porque también allí morará la justicia (2 Pedro 3:13). Durante el milenio, la justicia no morará con los hombres, sino que reinará solamente durante el tiempo que su supremacía sea impugnada. Después del último enfrentamiento, al final del milenio (Apocalipsis 20:8-10), ella morará en un reposo que nunca más será turbado.
De modo que las naciones no existirán más en la nueva tierra. No obstante, subsistirá una diferencia entre los hombres que estén en los cielos y los que estén en la tierra. La Iglesia conservará siempre un lugar de bendición particular. Representada por medio de la ciudad santa —la nueva Jerusalén—, es vista mientras desciende del cielo, de Dios. Ella, celestial en su origen, establece una relación entre el cielo y la tierra. Será el “tabernáculo de Dios” (21:3); en ella, al parecer, Dios morará con los hombres.
La primera creación dura solamente un tiempo. La nueva creación es permanente, tan estable como Cristo, y posee los caracteres de él en todo sentido, pues él es la fuente de la cual ella procede. Moralmente, ella es “según Dios”; todas las cosas son nuevas y, además, “todo... proviene de Dios” (2 Corintios 5:18). Incluso las cosas inanimadas tendrán una perfección divina. Todo será permanente e inalterable. Entonces llevaremos “la imagen del celestial” (1 Corintios 15:49). Esto será algo maravilloso: todo nuestro ser será hecho semejante al del Señor. Nada más podrá turbar la felicidad de los rescatados; todos los enemigos habrán sido vencidos y todo estará en una perfecta armonía. Dios será “todo en todos” (15:28).
Pregunta
Cuando hablamos de la nueva creación, ¿tenemos razón de dar al término “creado” el mismo sentido literal que aquel que atribuimos a la creación en Génesis 1?
Creemos que es preciso dar el mismo sentido a la palabra “crear” para las dos creaciones. La dificultad que tenemos para comprender esto proviene del hecho de que la obra de Dios como nueva creación no ha tocado hasta ahora ninguna de las cosas materiales que nos rodean.
Actualmente, el trabajo de la nueva creación es espiritual: somos renovados en el espíritu de nuestro entendimiento. Nuestros cuerpos todavía no están involucrados. Probablemente por esta razón la Escritura habla de la renovación “en el espíritu de vuestra mente” (Efesios 4:23), pues el entendimiento no puede estar completamente disociado del cerebro, el cual forma parte de nuestro cuerpo. Cuando estemos en nuestros cuerpos glorificados y moremos en los nuevos cielos y en la nueva tierra, veremos que ningún término menor que “creación” podía convenir para la nueva creación. Hoy sacamos provecho de ello para nuestros espíritus. Es Dios quien lo dice, y podemos creerle con felicidad.
Conclusión
Al llegar al final de nuestro estudio sobre los diferentes aspectos de la salvación, podemos comprender mejor por qué la Palabra de Dios habla de “una salvación tan grande” (Hebreos 2:3).
“Una salvación tan grande” primeramente es necesaria para responder a la completa perdición a la que el pecado nos había llevado. Culpables, condenados, esclavos, perdidos, corrompidos, caídos, muertos en cuanto a Dios, sin fuerza, perteneciendo a una creación mancillada y limitada en el tiempo, son otros tantos aspectos de los estragos causados por el pecado. Pero Dios responde a ello por medio de “su grande misericordia” y “las riquezas de su gracia” (1 Pedro 1:3 y Efesios 1:7 y 2:7).
Es “una salvación tan grande” porque se basa en una obra divina realizada para nosotros y que prosigue a través de un trabajo divino en nosotros. El Señor cumplió una obra perfecta, única, independiente del hombre pero en favor de aquellos que creen. Esta obra de la cruz nos confiere una bendita posición ante Dios. Él nos ve en Cristo perdonados, justificados, rescatados, reconciliados y santificados. Seguidamente es necesaria una intervención divina interior en cada uno de nosotros para que nuestra condición moral y nuestra conducta sean igualmente transformadas. Así, somos hechos libres, renovados en nuestros pensamientos y prácticamente separados del mal. Somos poseedores de la naturaleza divina, de la vida de Cristo y del Espíritu Santo. Formamos parte de la nueva creación.
Es “una salvación tan grande” porque concierne a todas las etapas de nuestra vida: el pasado, el presente y el futuro. En el momento de nuestra conversión fuimos salvados una vez para siempre; es un hecho pasado con consecuencias eternas. Sin embargo, como hay peligros que nos amenazan cada día, el Señor nos proporciona una salvación presente para librarnos del mal y hacernos gozar de su comunión. Finalmente, esperamos una liberación futura. Sólo seremos perfectamente salvos en la gloria. Ésta será la redención final que comprenderá todo nuestro ser. La reconciliación tendrá entonces su pleno efecto y la nueva creación alcanzará su pleno desarrollo.
Es “una salvación tan grande” porque a las bendiciones individuales —objeto de este escrito— el Señor añade bendiciones colectivas. Somos salvados uno a uno, pero somos bendecidos todos juntos, ya que estamos unidos a Cristo para formar la Iglesia, el cuerpo de Cristo, la Esposa, un reino de sacerdotes, una familia que pronto será reunida en la Casa del Padre.
Es “una salvación tan grande” porque, finalmente —razón suprema—, tiene su fuente en lo infinito del amor de Dios. ¡Qué gloriosa obra ha sido hecha para salvarnos! Dios envía a su único Hijo para que sea el Salvador del mundo. El Hijo pone su vida por los hombres, como sacrificio a Dios. El Padre es glorificado; lo resucita, le da la gloria y lo constituye Sumo Sacerdote para nosotros. El Espíritu de gracia (Hebreos 10:29) viene a formar la Iglesia, mora en ella y revela las glorias del Hijo. De modo que la verdadera grandeza de nuestra salvación resulta del trabajo divino que la llevó a cabo. ¿Qué fuente habría podido ser más elevada que el amor de Dios? ¿Qué medio más profundo que el sacrificio de Jesucristo? ¿Qué autor más grande que el amado Hijo del Padre, nuestro maravilloso Salvador?