Alimento y desarrollo de la nueva naturaleza
En el capítulo anterior hemos visto que un cristiano es aquel que ha nacido de nuevo y que recibió la nueva naturaleza, una divina y santa naturaleza de Dios. Este es el “nuevo hombre” del que se habla en Colosenses 3:10, y que ha sido puesto en el cristiano. Esta nueva naturaleza debe ser alimentada y desarrollada, si el cristiano desea crecer y ser fuerte. El apóstol Pedro nos exhorta a crecer y desarrollarnos. Nos dice que debemos desear, “como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada” de la Palabra, “para que por ella crezcamos para salvación”. Y, una vez más, nos dice: “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (1 Pedro 2:2; 2 Pedro 3:18.).
1) El alimento
Notemos que “la leche espiritual no adulterada” es el alimento que hará que el recién nacido en Cristo crezca. La Palabra de Dios es el único alimento de la nueva naturaleza. El Señor Jesucristo es el tema de la Palabra y él es el pan de vida para el nuevo hombre. “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida: el que a mí viene, nunca tendrá hambre... Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre” (Juan 6:35, 51).
Por lo tanto, el cristiano debe alimentarse de Cristo en las Escrituras todos los días o de lo contrario no crecerá fuerte ni se desarrollará. El Señor dijo: “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí” (v. 57). Como Jesús vivió en la diaria dependencia del Padre, nosotros también debemos alimentarnos diariamente de Cristo en sincera dependencia para el sustento y desarrollo de la vida divina dentro de nosotros. La nueva naturaleza solo puede ser nutrida y sostenida por una alimentación diaria de Cristo en las Escrituras.
La nueva naturaleza anhela la Palabra de Dios como alimento, y no hay nada en todo el mundo que pueda alimentarla y fortalecerla aparte de esta Palabra. Cualquier otra cosa es alimento para el hombre natural y sostiene nuestra vieja naturaleza pecaminosa.
Al igual que los hijos de Israel en Éxodo 16, tenemos que recoger y comer el maná fresco todos los días, si queremos ser cristianos sanos y fuertes. Dios dijo a Israel que Él los alimentó con el maná cada día “para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre” (Deuteronomio 8:3). También tenemos que aprender esta lección de que como cristianos no podemos vivir solo por el alimento material; tenemos que apropiarnos del alimento espiritual para nuestras almas y vivir por las palabras que provienen de Dios y que se encuentran en la Santa Biblia. Así que leamos la Palabra cada día, meditemos y asimilemos lo que leemos.
2) Respirar el aire de la oración
Un niño recién nacido necesita del aire para mantener su vida, así como el recién nacido en Cristo necesita respirar el aire de la oración para el sostenimiento de la vida espiritual. La oración es el aliento de la vida espiritual e indica la presencia de la vida divina. La oración es la expresión de la dependencia de Dios, que es un instinto innato y característico de la naturaleza divina del cristiano. La oración, entonces, es el flujo natural y la expresión de nuestra nueva naturaleza y es necesaria para su crecimiento y desarrollo.
La oración nos lleva ante la presencia de Dios y promueve la comunión con Él. Sin la comunión con Dios, la vida espiritual no se puede sostener ni renovar. “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas” (Isaías 40:31). Cuando leemos la Biblia, Dios nos habla y cuando oramos le hablamos a Él. Ambos son necesarios para la comunión, el crecimiento y el desarrollo de la nueva naturaleza.
El Salmista dijo: “Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré” (Salmos 55:17). Daniel “se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios” (Daniel 6:10). Así que nosotros debemos hacerlo si queremos ser cristianos saludables; no empezar el día sin antes leer la Biblia y orar a Dios. Si no lo hacemos, pronto seremos cristianos derrotados y desnutridos. Además de tiempos regulares de oración cada día, los creyentes somos exhortados a ser “constantes en la oración” y “orar sin cesar” (Romanos 12:12; 1 Tesalonicenses 5:17). La actitud dependiente en la oración debe caracterizar siempre al hijo de Dios.
3) Andar en el Espíritu
Hemos notado anteriormente que el Espíritu Santo de Dios mora en el cristiano; es el poder de la vida cristiana y la fortaleza de la nueva naturaleza: “fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Efesios 3:16). Esta Persona divina que mora en el creyente pondrá en acción los deseos e instintos de la nueva naturaleza. Nos guiará y nos hará madurar en todos nuestros asuntos si le permitimos controlar nuestras vidas y ser nuestro guía. Por esto se nos exhorta a “andar en el Espíritu” y ser “guiados por el Espíritu” (Gálatas 5:16, 18). Esto implica la sumisión y la obediencia del corazón a la Palabra de Dios y a las indicaciones del Espíritu Santo dentro de nosotros. Este es un elemento esencial de la nueva vida, ya que hacer lo contrario dará como resultado una derrota y un fracaso en el camino cristiano.
El Espíritu Santo alentará al creyente en los deseos y las actividades de la nueva naturaleza. Su obra especial es guiarnos a toda verdad tomando las cosas de Cristo, el pan de vida y la Palabra viva, para hacérnoslas saber a nosotros (Juan 16:13-15). También nos enseña a orar: “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu”, “orando en el Espíritu Santo” (Efesios 6:18; Judas 20). Por lo tanto tenemos que andar en el Espíritu, si deseamos que nuestra nueva naturaleza sea alimentada y desarrollada. Si un creyente desobedece al Espíritu Santo y a la Palabra de Dios, el Espíritu Santo es contristado, apagado y no tiene plena libertad para promover los deseos de la nueva naturaleza (Efesios 4:30). Él solo puede convencer a uno que ha pecado, conducirlo al juicio propio y a la confesión del pecado. Andar en el poder del Espíritu sin afligirlo, es entonces de vital importancia para la vida cristiana.
4) La comunión con los cristianos
“Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros” (1 Juan 1:7). La comunión y el compañerismo con otros cristianos también son vitales para el alimento y el desarrollo de la vida divina. La nueva naturaleza desea la comunión y el compañerismo con Dios y con los creyentes. Los contactos con los hermanos en la fe estimulan la nueva naturaleza y fortalecen los deseos divinos. “Mejores son dos que uno… porque si cayeren, el uno levantará a su compañero” (Eclesiastés 4:9-10). Si uno es débil en la fe y propenso a caer, la compañía de cristianos más fuertes lo levantará y lo fortalecerá. “Hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo” (Proverbios 27:17). Esto es especialmente cierto con el compañerismo cristiano.
Se nos dice en Hebreos 10:24-25: “Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos”. Al asociarnos con otros cristianos nos animamos mutuamente al amor y las buenas obras, y al asistir a las reuniones cristianas nuestras almas se alimentan y se edifican juntas en la fe. Cuando dos o tres se congregan en el nombre del Señor Jesucristo, Él está allí en medio de ellos (Mateo 18:20), y se obtienen bendiciones especiales que fortalecen y desarrollan la nueva naturaleza. Por tanto, la comunión en la luz con otros cristianos es un aspecto vital para la vida cristiana.
5) El ejercicio de la nueva naturaleza
Así como el ejercicio y la actividad física son necesarios para el crecimiento y desarrollo del cuerpo físico, también es importante ejercitarse en la vida espiritual. Cuando ejercemos y usamos nuestros miembros físicos, estos crecen, se desarrollan y se fortalecen. Lo mismo sucede también en las cosas espirituales; a medida que nos ejercitamos en los deseos y las actividades de la nueva naturaleza, crecemos, nos desarrollamos y nos fortalecemos en el Señor.
Al joven Timoteo se le dijo: “Desecha las fábulas profanas y de viejas” que solo alimentan a la vieja naturaleza pecaminosa. “Ejercítate para la piedad” (1 Timoteo 4:7). El cristiano necesita participar en ejercicios espirituales diarios para preservar un estado del alma sano. Debe entrenar cada uno de sus miembros para la piedad. Los ojos, los oídos, la mente, la lengua, el corazón, las manos y los pies deben dirigirse hacia el camino de la piedad y ejercitarse en ella diariamente.
El cristiano debe practicar el ver, el oír, el pensar, el hablar, el sentir y el trabajar para el Señor cada día. Cuanto más lo practiquemos, más naturales serán tales actividades y más fuerte seremos en estos ejercicios espirituales de la nueva naturaleza. Nuestros ojos y oídos deben estar listos para cumplir algún servicio para el Señor y para aprovechar alguna oportunidad de ser testigo para Él. El corazón necesita ser entrenado en la compasión por las almas perdidas y por el pueblo de Dios, teniendo el deseo de servir a Dios y a los hombres. La mente y la lengua deben ser ejercitadas con el hablar del Señor, y nuestras manos y nuestros pies entrenados en actividades por amor de Cristo. Así, la nueva naturaleza se desarrolla por medio de los ejercicios espirituales.