7. Sirviendo al Señor
Cuando el Señor llamó a Simón y a Andrés, dijo: “Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (Marcos 1:17). Así vemos que el Señor los había llamado para convertirse en obreros suyos y a pescar almas de hombres. Servir al Señor, ser sus “pescadores”, debía ser su oficio en adelante.
Justo antes de que el Señor fuera a la cruz, dijo a sus discípulos: El Hijo del hombre “es como el hombre que yéndose lejos, dejó su casa, y dio autoridad a sus siervos, y a cada uno su obra, y al portero mandó que velase” (Marcos 13:34). Con esto, el Señor señaló que volvería al cielo y dejaría sus intereses aquí en manos de los suyos. Él espera que cada uno de sus siervos estén ocupados con su propio trabajo para su Maestro, mientras esperan su regreso.
Después de que Cristo resucitó de los muertos, dijo a los discípulos: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21), e “id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Estuvo aquí trabajando en el mundo como el siervo de Dios, desde la mañana hasta la noche atendiendo a los hombres necesitados. El Padre le había enviado “no... para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Y como el Padre lo había enviado al mundo, ahora él enviaría a los suyos al mundo para servirlo a él y a los hombres necesitados.
De estas Escrituras podemos deducir que servir al Señor es un aspecto esencial y vital en la vida cristiana, (aspecto) al que cada creyente está llamado de una u otra manera. Vivir para el Señor y servirle debe ser la principal ocupación y la vocación del cristiano. No somos salvos simplemente para estar seguros que entraremos en el cielo y estaremos en paz aquí abajo. El Señor nos ha salvado y nos dejó aquí en este mundo para estar ocupados y trabajar para él, para ser sus testigos, luminares y representantes en esta escena donde fue expulsado y crucificado.
Nuestro Salvador quiere que seamos como sus propias manos, pies, corazón y labios en este mundo. Desea que llevemos sus mensajes y realicemos su comisión, con el propósito de hacer el bien como él lo hizo cuando estuvo aquí abajo. Quiere que su amor fluya hacia la pobre humanidad que sufre, a través de nuestros corazones; quiere hablar a hombres, mujeres y niños por medio de nuestras vidas y nuestros labios. ¡Qué privilegio es este! Ni siquiera a los arcángeles se les confía el servicio que se nos concede a nosotros por maravillosa gracia. Que podamos apreciar tal oportunidad y privilegio, y seamos hallados sirviendo al Señor quien nos compró con su sangre preciosa. Que nos demos cuenta de que no somos nuestros, sino que estamos llamados a glorificar a Dios en nuestro cuerpo (1 Corintios 6:19-20).
De los nuevos convertidos en Tesalónica, la Palabra dice que “se convirtieron de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo” (1 Tesalonicenses 1:9-10). Una de las tres grandes cosas que los caracterizó fue “el trabajo de su amor” para el Señor, sirviendo al Dios vivo y verdadero por quien también habían dejado atrás a sus ídolos. Que esto nos caracterice a nosotros también hoy, quienes nos hemos “convertido de los ídolos a Dios”, y que sea una realidad en cada lector de estas líneas.
¿Qué debo hacer?
Algunas veces los creyentes formulan la pregunta: «¿Qué puedo hacer para el Señor?» y sin embargo añaden que no tienen mucha habilidad, ni tiempo, ni dinero con los que puedan servir al Señor. A fin de ser de alguna ayuda en este tema, primero es bueno preguntar al Señor qué servicio podemos hacer para él. Cuando Saulo de Tarso fue detenido por Cristo en el camino a Damasco y se encontró cara a cara con Jesús, a quien perseguía, dijo de inmediato: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). Esta es una buena pregunta que cada creyente debería presentar al Señor individualmente. El Señor respondió a Saulo con instrucciones explícitas que lo llevaron a una plena liberación y salvación en Cristo y al conocimiento del servicio particular que le asignó su nuevo Señor. Luego leemos que “en seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios” (v. 20). De inmediato se encontró ocupado por su Señor y testificando de Él.
En cuanto a lo que uno puede hacer por el Señor, es útil leer Colosenses 3:23-24, un pasaje que fue escrito probablemente para aquellos que eran siervos del más bajo nivel, quizás esclavos: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres… porque a Cristo el Señor servís”. Por tanto, aprendemos que podemos hacer nuestro trabajo cotidiano cualquiera que sea como para el Señor, y de este modo servirle. Entonces, sea lo que sea aquello que hagamos, debemos hacerlo de corazón como para el Señor y glorificarlo en ello. “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas” (Eclesiastés 9:10), es otra palabra útil y alentadora para guiarnos en el servicio al Señor. De María, el Señor dijo: “Esta ha hecho lo que podía” (Marcos 14:8). Esto es todo lo que espera de cada uno de nosotros. Si tenemos un corazón dispuesto a servir al Señor y deseoso de hacer lo que él nos ordene, sin importar que sea pequeño o común, pronto encontraremos lo que podemos hacer para Él y las almas preciosas.
Cuando Moisés puso excusas para no hacer lo que el Señor le dijo que hiciera, Dios le dijo: “¿Qué es eso que tienes en tu mano?” (Éxodo 4:2). Tenía una vara y fue un objeto que Dios usó con gran poder. Es así como el Señor usará aquello que tengamos a la mano, por muy poco que sea, no obstante, debemos entregarlo a él y él lo bendecirá y nos dará aún más a medida que lo usemos para él.
Hay una multitud de diversas cosas que se pueden hacer para servir al Señor. Cada creyente puede hacer algo por su Señor, algo por lo cual está especialmente preparado como miembro del cuerpo de Cristo. Al estar en comunión con el Señor, le mostrará el trabajo que quiere confiarle y le fortalecerá para ello, le usará para su gloria y para bendecir a las almas preciosas.
Lo importante en el servicio al Señor no es en sí lo que estamos haciendo, sino más bien hacer lo que nos pide para él, y no para el hombre o para alabanza propia.
Recompensas
En su gracia, para alentarnos en medio de las pruebas y los sufrimientos que acompañan el servicio para el Señor, él promete recompensarnos por todo lo que hacemos para él. Incluso un vaso de agua dado en su nombre recibe recompensa (Marcos 9:41), también varias coronas para los que le sirven aquí (véase 1 Tesalonicenses 2:19; 2 Timoteo 4:7-8; 1 Pedro 5:4; Apocalipsis 2:10). Una de las últimas promesas del Señor es: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12).
El siervo fiel será asociado con él en su reinado cuando venga para reinar. Esto lo vemos en Mateo 25:21: “Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. ¡Precioso estímulo en verdad! Que podamos ser motivados a prestar un servicio más fiel y diligente para nuestro digno Señor y Salvador en el poco tiempo que queda antes de su venida, y así manifestar en nuestras vidas este aspecto esencial y vital de la vida cristiana.
8. “Aguardando la esperanza bienaventurada”
La esperanza bienaventurada del cristiano se expresa en muchos pasajes del Nuevo Testamento. Los versículos en Tito 2:13 y 14 nos dicen: “Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros”. En 1 Timoteo 1:1, el Señor Jesucristo mismo es la esperanza del creyente. Justo antes de que el Señor fuera a la cruz, dijo a sus discípulos: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:2-3). Su venida otra vez para tomar a sí mismo a los suyos, la verdadera Iglesia, la cual es su novia, y llevarla a la casa del Padre en lo alto, es la esperanza bienaventurada del cristiano. Aguardar “la esperanza bienaventurada” es un elemento esencial de la vida cristiana y una parte que debe caracterizar a cada creyente verdadero.
Los cristianos en Tesalónica manifestaban tres características que el apóstol Pablo enumera en la epístola que les dirige. Escribió: “Acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo”. Luego menciona de “cómo os convertisteis de los ídolos a Dios”, lo cual indica lo que fue la obra de su fe; “para servir al Dios vivo y verdadero”, que señala el trabajo de su amor, y “esperar de los cielos a su Hijo”, con que expresa su constancia en la esperanza (1 Tesalonicenses 1:3, 9-10). Aquí tenemos un conjunto maravilloso compuesto por la fe, el amor y la esperanza, elementos que están unidos entre sí en 1 Corintios 13:13, y en otras partes de las Escrituras.
Deseamos ocuparnos en este capítulo de esta tercera característica, la esperanza. Esta esperanza que tenían los cristianos de Tesalónica se expresó en su espera práctica de la venida de Jesús, el Hijo de Dios desde el cielo. El tema de la segunda venida del Señor Jesucristo se destaca en las dos epístolas de Pablo a la iglesia de Tesalónica. En cada capítulo de ambas epístolas se hace mención de esta, lo que muestra el lugar tan prominente que tenía esta esperanza bienaventurada en el corazón del apóstol, y asimismo el lugar que debería tener también en los afectos de cada cristiano.
Viniendo por sus santos y con sus santos
Un estudio cuidadoso de los varios pasajes que hablan de la segunda venida de Cristo, revelará que su venida será en dos partes. Primero, vendrá por su novia, la verdadera Iglesia compuesta por los verdaderos creyentes lavados por su sangre, para tomarlos a la casa de su Padre. Luego, vendrá con todos sus santos a la tierra y reinará como Rey de reyes y Señor de señores. La Escritura anteriormente citada en Juan 14 sin duda alguna habla de la venida de Cristo con el propósito de tomar a sí mismo los suyos, para que puedan estar con él en el lugar preparado en la casa del Padre.
1 Tesalonicenses 4:14-17 también establece claramente la venida del Señor por sus santos como un evento separado de su venida con los suyos a la tierra para reinar. “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”. Aquí leemos que los muertos en Cristo serán resucitados, y que juntamente con los vivos que habrán creído en la muerte y resurrección de Jesús serán arrebatados para recibir al Señor en el aire y estar para siempre con Él. Este pasaje de las Escrituras presenta al Señor viniendo por sus santos, los creyentes del Antiguo y Nuevo Testamento, y como el Esposo que viene por su esposa. Mateo 25:1-10 también presenta este aspecto de su venida y entrada con las vírgenes prudentes que estaban preparadas para salir a recibirle.
La aparición del Señor, o su manifestación como Hijo del hombre con poder y gran gloria, y su venida a la tierra en juicio con sus santos se establece definitivamente en las siguientes Escrituras: Mateo 24:30; 25:31-46; 1 Tesalonicenses 3:13; 5:2-3; 2 Tesalonicenses 1:7-10; 2:8; 1 Timoteo 6:14-15; Apocalipsis 1:7; 19:11-21 y otros pasajes. Mezclar estas Escrituras con los textos que hemos dado anteriormente en referencia a la venida del Señor por sus santos, y designarlos a todos como si describieran el mismo evento, crea una gran confusión y resulta de una lectura equivocada de cosas que son claramente distintas. El Señor le dijo una vez a cierto intérprete de la ley: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?” (Lucas 10:26).
La Biblia no enseña un único e indivisible retorno de Cristo al final del período de la tribulación, lo cual algunos están enseñando y por lo cual siguen contendiendo hoy. Estamos persuadidos de que las Escrituras enseñan la venida de Cristo por su Iglesia antes del período de tribulación que comienza en Apocalipsis 6, el arrebatamiento secreto de los santos primero, y luego su venida a la tierra con poder y gran gloria con sus santos al final de la gran tribulación como se puede ver en Apocalipsis 19.
Los afectos de la Esposa
Hemos declarado que el Señor vendrá por su esposa, la verdadera Iglesia. Deseamos ampliar esta relación de esposo y esposa y ver cómo se hace hincapié en nuestro tema “aguardando la esperanza bienaventurada” de la venida del Señor como algo esencial en la vida cristiana. En primer lugar, podemos afirmar que Efesios 5:23-32 nos presenta claramente a Cristo y su Iglesia en la relación bendecida y más íntima de marido y mujer. En Apocalipsis 19:7-9 leemos acerca de las bodas del Cordero en el cielo y en el capítulo 21 tenemos una descripción de la novia como la esposa del Cordero, “dispuesta como una esposa ataviada para su marido” (v. 2). Por lo tanto, la relación terrenal más alta e íntima se usa como sombra del vínculo que existe entre el corazón de Cristo y el cristiano. El Cantar de los cantares describe en figura está relación tan profunda.
El apóstol Pablo escribió a los corintios que él los había desposado o comprometido con un solo esposo, para presentarlos “como una virgen pura a Cristo” (2 Corintios 11:2). Por lo tanto, cada cristiano verdadero está comprometido con Cristo y debe manifestar afectos y anhelos por él, así como el corazón de cada joven comprometida se manifiesta en deseos afectuosos por su amado. Su corazón no está satisfecho con la maravillosa comunicación y dones de su amor, o con sus visitas, sino que espera con interés el día de la unión o el matrimonio, momento en el que ella lo tendrá y estará con él para toda la vida. Si esto es cierto en la esfera terrenal del amor, ¡cuánto más debería ser una realidad para nosotros que hemos aceptado el amor celestial y divino del mayor Amor de todos, nuestro Señor Jesucristo!
La naturaleza divina dentro del creyente desea cariñosamente al Señor mismo, y anhela su pronta venida a tomarnos a sí mismo para que podamos estar siempre con Él en la gloria. El Espíritu de Dios que mora en nosotros siempre busca desarrollar estos afectos y anhelos de una novia para su Amado. “El Espíritu y la Esposa dicen: Ven” y la respuesta a la promesa del Señor: “Ciertamente vengo en breve” debería ser “sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:17, 20).
Esperando y velando
En Lucas 12:35-37 tenemos las palabras del Señor mismo en cuanto a la actitud que él desea que tengamos en nuestro corazón con relación a su venida. “Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas; y vosotros sed semejantes a hombres que aguardan a que su señor regrese de las bodas, para que cuando llegue y llame, le abran en seguida. Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando”. Desea que nuestros lomos estén ceñidos en preparación para el servicio para Sí mismo, nuestras lámparas brillando ardientemente en testimonio para él, y nuestros corazones realmente esperando y velando por su regreso en sincera y afectuosa expectativa de su venida por nosotros. Se alegrará su corazón al encontrar a sus seres amados así, buscándole y deseándole en su venida. Mientras esperamos y anhelamos que venga nuestro Esposo, debemos estar trabajando y testificando para él. Las dos cosas van unidas. “Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así” (v. 43).
Que seamos caracterizados por este aspecto tan esencial y vital de la vida cristiana, el de “aguardar la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 3:13), y a la vez, manifestar todos los demás aspectos esenciales de la fe cristiana que han sido tratados en estos estudios.