4. El mundo y la separación de él
El mundo del que se hablará en este capítulo no es nuestro mundo material o creado, sino el orden y sistema mundial que Satanás ha construido en esta tierra material.
En el idioma griego en el que se escribió originalmente el Nuevo Testamento, hay tres palabras diferentes que se traducen en la Biblia Reina-Valera como “mundo”. Son 1) “aion” que significa «una edad, tiempo, dispensación», 2) “kosmos”, que significa «orden, forma, moda, disposición», 3) “oikoumene” que significa «la tierra habitable o tierra». La mayoría de los versículos en nuestra Biblia traducidos como mundo corresponden al “kosmos” griego y hacen referencia al orden y sistema mundial que el hombre bajo Satanás ha construido sobre la tierra. Es de este sistema mundial del cual el cristiano está llamado a caminar en separación.
Satanás, su príncipe y dios
En Juan 12:31 y 14:30, el Señor habló de Satanás como “el príncipe de este mundo” (kosmos) y en Efesios 2:2 se nos dice que “anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia”. La corriente y el orden del sistema mundial del que estamos rodeados se orienta conforme a Satanás, el cual es su gobernador y el príncipe de la potestad maligna del aire, que opera en los no salvos.
2 Corintios 4:4 habla de Satanás como “el dios de este siglo” o «mundo» (aion), y en Gálatas 1:4 leemos sobre “el presente siglo malo” o «edad» (aion). Debido a que Satanás es su príncipe y dios, y ha construido su gran sistema y ordena su corriente, se identifica como malo el mundo o siglo en el que vivimos. “El mundo entero está bajo el maligno”, nos dice el apóstol Juan (1 Juan 5:19).
El carácter del sistema del mundo
En 1 Juan 2:15-17 se nos dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo (kosmos). Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.
Aquí tenemos claramente establecido el carácter de todo lo que hay en el mundo que Satanás ha construido. Cada cosa en este sistema apela a uno u otro de los tres deseos de la naturaleza mala del hombre caído: los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida. Cuando Satanás tentó a Eva y a Cristo, apeló a estos tres deseos en sus tentaciones (véase Génesis 3:6; Mateo 4:1-10). Eva respondió y pecó, pero Satanás no encontró en Cristo respuesta a sus tentaciones, porque no había en el Señor naturaleza pecaminosa. Las cosas en el sistema del mundo no son de Dios nuestro Padre, y pasarán. Estas malas tendencias apelan a nuestra naturaleza malvada, la cual consideramos en el capítulo precedente en el cual vimos que debemos considerarnos muertos con Cristo y por lo tanto, en nuestra condición de redimidos, caminar apartados del mundo malo de Satanás y de todo su atractivo a fin de tener una vida cristiana feliz y victoriosa.
Las cosas del sistema de este mundo, con las que Satanás procura ocuparnos, son temporales, y con el paso del tiempo se acabarán. “Enfermó, cayó el mundo” (Isaías 24:4), “pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17). La nueva naturaleza no ama el mundo malo de Satanás; ama a Dios el Padre y busca agradarle. Dado que el mundo no es del Padre, sino de Satanás, el cristiano, quien recibió una naturaleza divina, no desea caminar tras las cosas de este mundo malo y no puede ser feliz en tener alguna comunión con él, por lo tanto, el apóstol dice: “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (v. 15). Un verdadero cristiano no se caracteriza por el amor al mundo.
El mundo crucificó a Cristo
Cuando el Señor Jesús vino al mundo que había creado, el mundo (kosmos) no lo conoció (Juan 1:10). Más tarde, judíos y gentiles, religiosos y no religiosos, se unieron, lo rechazaron y le crucificaron. El título que fue puesto en Su cruz fue escrito en hebreo, griego y latín, las lenguas del mundo religioso, el mundo erudito y el mundo político de ese tiempo. Así, el mundo entero se unió para rechazar a su Creador y crucificarlo.
Al hablar de la sabiduría de Dios en 1 Corintios 2:7-8, el apóstol dice: “La que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria”. Así se habla de los príncipes de este mundo, como ignorantes de la persona de Cristo, de la sabiduría de Dios y como aquellos que le crucificaron.
En Juan 15:18-25, el Señor habla del mundo que le aborreció a Él mismo, a su Padre y a los suyos sin causa. Esta actitud del mundo hacia Cristo y hacia Dios sigue siendo la misma. Nunca se ha arrepentido del terrible crimen de crucificar a Cristo y por eso este sistema del mundo está manchado con la sangre del Hijo amado de Dios. El cristiano que ama al Señor debe entonces caminar en completa separación del mundo, si quiere ser fiel a su Salvador, el cual fue rechazado.
La cruz nos aparta del mundo
En tanto que el mundo le dio a Cristo la cruz del rechazo y la muerte por la crucifixión, ¿cómo puede el cristiano amar o permanecer unido a este sistema mundial malo que tiene a Satanás como su dios y príncipe y que odia a Cristo, a su Padre y a su pueblo? La amistad del mundo es enemistad contra Dios, tal como Santiago 4:4 nos dice: “Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”. El apóstol Pablo dijo: “En la cruz de nuestro Señor Jesucristo… el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14). La cruz de Cristo debe permanecer como una barrera infranqueable e inamovible entre el mundo y el cristiano, como aquello que lo aparta de este para siempre.
El cristiano no es del mundo
En Juan 15:19 el Señor nos dice, “Porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece”. El Señor nos ha elegido fuera de este mundo, y al salvar nuestras almas, “nos ha librado de la potestad de las tinieblas”, del reino de Satanás quien gobierna este mundo malo, “y trasladado al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13). “Nuestra ciudadanía está en los cielos” (Filipenses 3:20). El cristiano pertenece a un mundo y reino diferentes del cual Cristo es el centro y contorno, por lo tanto, el cristiano no pertenece al presente siglo malo.
El cristiano está en el mundo pero no pertenece a él. Es como un barco en el agua. El barco está hecho para flotar en el agua y es útil en su interior, pero si el agua entra en el barco, pronto la embarcación se hundirá. Es así con el cristiano; debe ser útil para el Señor y las almas preciosas del mundo, pero el mundo en el que se encuentra no debe entrar en su corazón de modo que se convierta en parte de él; si lo hace, naufragará en cuanto a la fe (1 Timoteo 1:19).
Entonces el Señor oró como se ve en Juan 17:15-16: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”. El deseo y la oración del Señor por los suyos es que sean guardados del mal que caracteriza este mundo, que verdadera y prácticamente no sean del mundo. Entonces, guardémonos “sin mancha del mundo” (Santiago 1:27) en respuesta al deseo y la oración de nuestro Señor.
Un pueblo apartado
El Señor, por lo tanto, desea que su pueblo permanezca apartado para Sí mismo y se aleje de este mundo malo que lo crucificó y que lo aborrece a Él y a su Padre. Este es el camino en que andará la nueva naturaleza del creyente y en que el Espíritu Santo nos guiará. Este es un aspecto esencial de la vida cristiana y ningún hijo de Dios puede prosperar en su alma o realmente disfrutar de Cristo y su herencia celestial, si no está caminando en una separación práctica del espíritu y la corriente del presente siglo malo.
El pueblo de Dios en toda la Biblia, en cada época, fue llamado a ser un pueblo apartado para el Señor. Las siguientes Escrituras enfatizan esto: Éxodo 33:16; Levítico 20:24; Esdras 10:11; Nehemías 9:2. “Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos” (Levítico 20:26), este es un ejemplo típico de la exhortación de Dios a su pueblo de antaño, exhortación que es igual para nosotros hoy, que andemos apartados del mundo y de aquellos que no le pertenecen.
Sin yugo desigual con los incrédulos
Si uno anda apartado prácticamente del mundo, no se puede unir en yugo desigual con aquellos que no son creyentes y que por lo tanto, forman parte del sistema impuesto por Satanás. 2 Corintios 6:14 nos da instrucciones definitivas sobre esto: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” Cuando dos seres están unidos en yugo, deben avanzar en la misma dirección y trabajar juntos como si fuesen uno solo. Pero, ¿cómo puede un cristiano caminar junto a un incrédulo? Son tan diferentes como la luz y la oscuridad. Estar unido en estas condiciones es estar en un yugo desigual e infeliz. Por lo tanto, cualquier yugo en los negocios comerciales, unión de tipo religiosa o matrimonial de cristianos con incrédulos es un yugo desigual con el mundo y debe ser rechazado, pues es muy nocivo y perjudicial para la vida y el testimonio cristiano. Muchos creyentes no han prestado atención a las instrucciones anteriores y han descubierto con gran dolor cómo tales yugos desiguales les han traído sufrimiento y los han estorbado gravemente en su vida cristiana.
Vigile sus compañerismos
Aquello que conduce a un yugo desigual con el mundo, es el primer paso de la unión con el mundo y con los inconversos. Por lo tanto, es muy importante que los cristianos tengan mucho cuidado con quién tienen compañerismo. El salmista dijo: “Compañero soy yo de todos los que te temen y guardan tus mandamientos” (Salmo 119:63). Haga del Señor Jesús su principal compañero y a todos aquellos que lo aman, le temen y cumplen Su Palabra sus amigos y compañeros. Nos afecta la compañía que mantenemos. “No os engañéis; las malas compañías corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15:33, V.M.). “El que anda con sabios, sabio será; mas el que se junta con necios será quebrantado” (Proverbios 13:20). Si un creyente tiene compañía con aquellos que son del mundo y ama su mal camino, pronto tendrá una mente mundana y se verá mezclado él mismo con el sistema del mundo.
Habiendo considerado lo que se ha presentado, confiamos en que el lector verá que la separación de este presente y malo sistema del mundo en todos los sentidos es un aspecto vital en la vida cristiana y que no se puede gozar de la vida en abundancia en Cristo si la amistad del mundo es practicada. La separación del mundo debe ser el resultado natural de la comunión con Cristo, de andar en el Espíritu y en la nueva naturaleza. La devoción al Salvador y el disfrute de Él mismo son la fuente y el poder para la separación del mundo. Ojalá conozcamos más de esto en el poder de la nueva vida.
5. La adoración en espíritu y en verdad
El apóstol Pablo describe en Filipenses 3:3 tres características del pueblo cristiano. Allí leemos: “Nosotros somos la verdadera circuncisión, los cuales adoramos a Dios en espíritu, y nos gloriamos en Cristo Jesús, y no ponemos confianza alguna en la carne” (V.M.). Por lo tanto, adorar a Dios en el Espíritu y gloriarse en Cristo Jesús es una característica real y esencial de la vida cristiana. Esta vida es de Dios y se gloria en Él como su fuente de vida y de toda bendición. En la presentación de la posición y de las bendiciones del cristiano, como se lee en Romanos 5:1-11, lo que se da como el peldaño más alto en la escalera, por así decirlo, es “que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (v. 11). Esta gloria se expresa naturalmente en adoración y alabanza a Aquel que es reconocido como el Dador y la Fuente de todo su gloria y de sus bendiciones.
¿Qué es la adoración?
La adoración es la respuesta agradecida, alegre y desbordante del corazón hacia Dios cuando se llena con el profundo sentido de las bendiciones que le han sido otorgadas. Le está dando el honor, la adoración, la alabanza y la acción de gracias que le corresponde por lo que es en Sí mismo y por lo que ha hecho y hace por nosotros. Las alabanzas, las acciones de gracias y la mención de los atributos de Dios y de sus actos, con la actitud de exaltación de Él, es lo que constituye la adoración.
El significado de la palabra griega para adoración (pros-kuneo), la cual se usa en la mayor parte del Nuevo Testamento, es: «hacer reverencia u homenaje por postración, inclinarse en adoración».
En Juan 4:24 se nos dice que “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”. Como Dios es Espíritu, la adoración espiritual es todo lo que Él acepta. Él debe ser adorado “en espíritu y en verdad”. La adoración espiritual contrasta con las formas y ceremonias religiosas de las que es capaz el hombre no regenerado. Estas no son esa adoración espiritual que Dios está buscando. La verdadera adoración cristiana es la expresión de la vida nueva, interior y divina que se realiza en la energía y el poder del Espíritu Santo, y se manifiesta en expresiones de alabanza, adoración y acciones de gracias. Esto deja de lado todas las fórmulas humanas que imponen ceremonias y rituales practicados por la voluntad y la iniciativa del hombre religioso pero no regenerado.
El Padre busca adoradores
“Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4:23). Dios es conocido como Padre por sus hijos y adorado como tal en espíritu y en verdad. Se ha dado a conocer como un Padre que busca y adopta hijos que le adoren. En su propio amor redentor Dios ha salido en busca de adoradores, buscándolos bajo el suave o dulce nombre de “Padre”, colocándolos en una posición de cercanía y libertad delante de Sí mismo como hijos de su amor. Este es el lugar bendito al que el cristiano es llevado, y desde el cual ahora nuestro amado Padre busca la adoración de los que son Sus hijos comprados por sangre. Démosle entonces libremente y diariamente la alabanza, las acciones de gracias y la adoración debida a su Nombre y que Él espera de sus hijos.
Cultivar el espíritu de alabanza
El salmista nos dice: “Bueno es alabarte, oh Jehová, y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo; anunciar por la mañana tu misericordia, y tu fidelidad cada noche” (Salmos 92:1-2). El apóstol, escribiendo a los creyentes hebreos, dice: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre… porque de tales sacrificios se agrada Dios” (Hebreos 13:15-16). Así también el apóstol Pedro escribe: “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2:5).
Estas Escrituras, y muchas otras, nos hablan del espíritu de alabanza y adoración que debe caracterizar diariamente al cristiano. Cultivemos, pues, este espíritu de acción de gracias y adoración, que es la expresión propia de la naturaleza divina y una característica esencial de la vida cristiana.
¿Dónde están los nueve?
El Señor hizo esta pregunta al único leproso, de los diez que fueron sanados, quien regresó a Él y cayó a Sus pies para darle las gracias cuando descubrió que estaba limpio de su lepra. “Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?” (Lucas 17:17-18). Esto nos muestra cómo el Señor apreció la adoración de este leproso al que limpió y cuán profundamente sintió la ingratitud de los otros nueve. ¡No seamos como los nueve, sino como el que adoró a su Salvador!
“Haced esto en memoria de mí”
En relación con dar al Señor la alabanza y la adoración que Él busca y que le corresponde, existe una petición especial que Él nos ha dejado y que consiste en que lo recordemos a Él en Su muerte por nosotros, al comer el pan y beber la copa de la Cena del Señor. “Tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lucas 22:19-20). “Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11:26).
Por lo tanto, es el deseo del Señor que tomemos parte de la Cena en recuerdo de Sí mismo y de su muerte expiatoria por nosotros, para alabarlo y adorarlo como nuestro Salvador, Redentor y Señor. Este es un elemento fundamental en la vida cristiana que el creyente no puede descuidar si desea complacer a su Salvador y prosperar en su alma. ¿Querido joven creyente, está obedeciendo al Señor en esta petición especial recordándolo como lo estableció?