3. Noé y su familia
La maldad y la violencia de los hombres eran grandes en los días de Noé. Por eso Dios decidió destruir a toda la humanidad mediante un diluvio. Sin embargo, no lo hizo sin primero advertirles seriamente. Con paciencia y amor les dio aún ciento veinte años más para que se arrepintieran y se convirtieran. El apóstol Pedro habla de la paciencia de Dios que esperaba en los días de Noé (1 Pedro 3:20). Desgraciadamente nada cambió.
Noé mostró en su conducta una gran diferencia con sus contemporáneos. Era un hombre justo e irreprochable. Caminaba con Dios, como lo había hecho Enoc antes de él. Halló gracia en los ojos de Dios. Sin embargo, la oferta de la gracia de Dios no se dirigía sólo a Noé. También estaba destinada a “su casa” —a su esposa y a sus hijos—. Muchas veces encontramos en la Biblia la expresión “tú y tu casa”. Dios no quiere salvar solamente a individuos, sino a familias. En el tiempo de Abraham, cuando Dios hizo caer el juicio sobre Sodoma, Él decidió salvar a Lot. Los ángeles, que vinieron para destruir a Sodoma, preguntaron a Lot: “¿Tienes aquí alguno más?” (Génesis 19:12). Hasta nombraron primeramente a los yernos. Lot los buscó para llevarlos consigo. Desgraciadamente ellos se rehusaron a ir; no se dejaron salvar, y murieron. Pero Dios había querido que toda la familia de Lot saliese de Sodoma.
Dios indicó a Noé cómo hacer un arca para que sobreviva toda su familia. Cuando el arca se terminó de construir, Dios dijo: “Entra tú y toda tu casa en el arca” (Génesis 7:1). Y Noé entró en el arca con su esposa, sus hijos y las esposas de sus hijos. Así se salvaron todos. Los hijos y las nueras eran todos adultos, de unos cien años de edad. ¡Qué diferente actitud de la que tuvieron los yernos de Lot!
En Hechos 16 leemos lo que ocurrió con el carcelero de Filipos. En desesperante angustia clamó: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” La respuesta fue: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (v. 30-31).
Para Noé y los suyos, el arca era el único medio que los podía salvar; para el carcelero y su casa, era la fe en Jesucristo. “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). ¡Qué gracia cuando familias enteras se gozan en la salvación de Dios por la fe en Jesucristo!
Los hijos de Noé no fueron salvos por la fe de su padre, sino por el hecho de que, en obediencia a la palabra de Dios, entraron ellos mismos en el arca. Es un gran privilegio tener padres creyentes y conocer el Evangelio desde la juventud. Pero que nadie piense que uno puede ser salvo en virtud del ejemplo y la enseñanza de los padres creyentes. La salvación no se hereda, sino que se obtiene sólo por la fe personal en Jesucristo.
En 2 Pedro 2:5, leemos que Noé fue un “pregonero de justicia”. El versículo 14 de la epístola de Judas enseña que Enoc profetizó, y Pedro dice que Noé predicó. Ambos patriarcas tuvieron una vida que agradaba a Dios, con un testimonio público, y una predicación pública. Así Pablo podía animar a los creyentes a hacer lo que habían visto en él y oído de él (Filipenses 4:9). Nosotros también deberíamos tener un mismo testimonio.
Después del diluvio, Dios hizo un pacto con Noé y sus descendientes. La señal era el arco en las nubes (Génesis 9:12-17). El hombre puede poner su mirada en este arco y encontrar consuelo, cuando aparecen las nubes negras. Todos conocemos en la vida estas nubes amenazadoras que tanto nos asustan: enfermedades, penas, problemas de toda clase. Pero, en medio de estas nubes, podemos contemplar el arco que nos habla de una esperanza viva: Cristo, el fundamento de todas las promesas de Dios. No solamente nosotros miramos este arco, sino que Dios nos asegura que Él mismo lo ve y no olvida sus promesas.
“Edificó Noé un altar a Jehová, y tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia, y ofreció holocausto en el altar” (8:20). Aquí se menciona por primera vez un altar. Todas las ofrendas que encontramos en Génesis eran holocaustos. En el Levítico se mencionan otros sacrificios que muestran, en figura la riqueza y los aspectos variados del sacrificio de Jesucristo. El Nuevo Testamento lo explica, en especial en la epístola a los Hebreos.
Cuando Dios percibió el olor grato que subió del altar, dijo en su corazón: “No volveré más a maldecir la tierra” (8:21). Esto no significaba que Noé y los suyos habían cambiado en el arca y que eran mejores hombres. Eran todavía los mismos, como lo muestra claramente el versículo 21. Sino que Dios, desde entonces, decidió manifestar su gracia, en virtud del sacrificio que Noé ofreció y que Dios aceptó con agrado.
Como todos los sacrificios, éste dirige nuestros pensamientos hacia el sacrificio que Jesucristo ofreció en el Gólgota. “Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Efesios 5:2). Dios fue satisfecho, y glorificado. La muerte de Cristo fue primeramente para glorificar a Dios. No obstante, fue ofrecido también por nosotros. Sólo en virtud de este sacrificio, Dios “nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:6). Después de nuestra conversión, no hemos llegado a ser mejores, en contraste con los incrédulos, que las ocho personas que entraron en el arca.
Pienso en esta familia de Noé, salva y bendecida por gracia. Estaban alrededor de su altar, un «altar familiar», quiero llamarlo. ¿Conocemos también un altar semejante en nuestras familias? Claro que no es un altar en el sentido literal, sino que mi pregunta es: Nosotros padres e hijos, ¿apartamos un tiempo para sentarnos juntos alrededor de la Palabra de Dios a fin de recibir consuelo y enseñanza? ¿Agradecemos juntos las bendiciones que recibimos de Él? ¿Oramos los unos con los otros, y los unos por los otros? Si tenemos esta buena costumbre, habrá preciosos resultados. Como esposos, nos estimaremos y nos amaremos más. Seremos un ejemplo para nuestros hijos, y haremos que aprendan a amarse y a cuidarse mutuamente. Si los quehaceres de la vida diaria —el trabajo, la carrera, los estudios— nos llevan a descuidar el servicio para Dios, los malos resultados no se dejarán esperar. ¿No será ésa la razón por la cual nuestra vida familiar manifiesta tan poco el carácter de una familia cristiana?
Génesis 9:18-28 continúa la historia de Noé y su familia. La situación en este hogar tan bendecido fue totalmente diferente de lo que hubiéramos esperado. El padre, en lugar de ser un modelo, cayó en pecado. Por falta de dominio propio, se embriagó. ¿Pueden los padres, que tan mal ejemplo dan a sus hijos, esperar de ellos respeto y reverencia? El hijo de Noé relató a sus hermanos lo que había visto, al parecer con cierto desprecio.
Sin embargo, la Palabra de Dios no enseña que los hijos deban honrar a sus padres sólo cuando lo merecen, sino siempre. Dios ha dado a los padres una autoridad que los hijos tienen que respetar, aun cuando ello les resulte difícil.
Por eso, Cam fue castigado, y este castigo recayó sobre Canaán su hijo. Sem y Jafet se entristecieron por el comportamiento de su padre. El amor cubre todas las cosas. Mostraron amor y respeto, y fueron recompensados por la bendición que les dio su padre.
Preguntas de la 3ª parte:
- ¿Cómo era el comportamiento de los hombres en los días de Noé y en qué sentido Noé constituyó una excepción a ello?
- ¿Cómo tenía que construir el arca, y qué significado tenía? ¿Quiénes entraron con Noé en el arca, y qué nos muestra esto?
- ¿Qué nos muestra que los hombres no eran mejores después del diluvio, y que sólo en virtud de un sacrificio podían encontrar gracia en los ojos de Dios? ¿Qué nos muestra Efesios 5:2 en cuanto a esto?
- ¿Cómo podemos nosotros edificar un «altar familiar» con nuestra familia?