7. Jacob y su familia
Dios se manifestó como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Podemos entender que Dios se llame a sí mismo el Dios de Abraham, porque este patriarca andaba con Dios por la fe. Aquel a quien Dios reveló sus propósitos, lo llamó su amigo (Santiago 2:23). La expresión “el Dios de Isaac” tampoco nos extraña. Pero el hecho de que no se avergonzó de llamarse el Dios de Jacob es muy maravilloso. En esto vemos su gracia infinita. Qué grato recordar que nosotros también tenemos en nuestra vida al Dios de Jacob como ayudador (Salmo 146:5).
Lo primero que la Biblia nos narra respecto de Jacob se refiere al hecho de que engañó a su padre ciego (Génesis 27:1-29). Lo último que se nos dice de él fue que por la fe bendijo a sus hijos (Génesis 49; Hebreos 11:21). Entre estos dos hitos tuvo lugar la historia de su larga vida y la de su familia, una historia en la cual lo vemos caer y levantarse sucesivamente.
Estas experiencias comprobaron las palabras del Salmo 99:8: “Les fuiste un Dios perdonador, y retribuidor de sus obras”. Es una lección importante para nosotros y para nuestras familias. Cuando confesamos nuestros pecados, podemos contar con el perdón de Dios en gracia. Sin embargo, en su justicia y en sus caminos gubernamentales, nos hace llevar las consecuencias de nuestros pecados.
El hecho de que Jacob dejara su casa, era el resultado de una engañosa conspiración. No obstante, Dios se le apareció en un sueño en Bet-el y le dio ricas promesas. Jacob prometió que al volver allá le ofrecería un sacrificio (Génesis 28:10-22).
En el capítulo 29, leemos que Jacob —el engañador— fue también engañado por su tío Labán, otro embustero. Éste le había prometido a su hija Raquel, por la cual tenía que trabajar para él siete años. Sin embargo, cuando estos años se cumplieron, Labán le dio a Lea. Por cierto, recibió también a Raquel, a quien amaba, pero por otros siete años de trabajo. La situación de estas dos hermanas, que tenían que convivir con el mismo esposo, era trágica.
Se nos narra la terrible discordia que resultó en su casa. Cuando, mucho tiempo después, se toleró la poligamia en Israel, esta clase de matrimonio se prohibió (Levítico 18:18). Además, las dos esposas, celosas la una de la otra, dieron a Jacob también cada una a su sierva. Así Jacob llegó a tener sus doce hijos y su hija Dina.
Aunque habían pasado muchos años, temía encontrar a Esaú. Otra vez se mostró calculador y astuto para que este encuentro saliera bien. Cuando se quedó solo cerca del arroyo, en la noche, Dios se le apareció en la forma de un ángel.
En otros pasajes del Antiguo Testamento se habla del Ángel de Jehová o de Dios. Quizás Jacob llegó a entender sólo durante la lucha con quién se estaba enfrentando. Allí el engañador Jacob fue quebrantado. Más tarde, el profeta Oseas dijo: “Venció al ángel, y prevaleció; lloró, y le rogó” (12:4). Jacob pidió: “No te dejaré, si no me bendices”. Su oración fue contestada: Dios cambió su nombre Jacob —suplantador— por Israel —vencedor de Dios— (Génesis 32:22-32). Bienaventurado es todo cristiano que, por gracia de Dios, pasa por “Peniel”.
Antes, el capítulo 30 relata muchos acontecimientos en la vida del hogar de Jacob, y particularmente los engaños recíprocos entre Jacob y su tío. Cuando los hijos de Labán también tomaron una actitud enemiga contra Jacob, Dios le mandó que volviera a la tierra de su parentela.
Al huir y engañar a su tío, y mientras Raquel robó los dioses de su padre, Jacob se ganó la ira de Labán. Éste lo persiguió, y después de sus acusaciones mutuas, hicieron un pacto de paz (cap. 31). El capítulo 33 presenta la superficial reconciliación entre Jacob y Esaú, y la continuación de su viaje a Siquem, pasando por Sucot.
En el capítulo 34, Dina, la hija de Jacob, fue deshonrada por Siquem. Luego, sus hermanos Simeón y Leví se vengaron con mentira y con violencia. Jacob juzgó la acción de sus hijos y volvió a hablar de esto de manera más clara al pronunciar sus palabras proféticas en el capítulo 49:5-7.
En el capítulo 35, Dios le mandó que dejara esta región y que se quedase en Bet-el, donde algunos años atrás, cuando huía de su hermano Esaú, Dios se le apareció en sueños. Jacob había llamado este lugar Bet-el (casa de Dios), diciendo: “¡Cuán terrible es este lugar!” (28:10-19). Entretanto, Dios había cumplido todas sus promesas y lo había traído de vuelta a su país, sano y salvo. Pero hasta ahí, Jacob no había cumplido su voto a Dios. En este momento, Dios mismo tenía que hacérselo recordar. Dijo a Jacob que construyera un altar al Dios que le había aparecido allí. Entendemos su miedo de volver a este terrible lugar. El mal estado moral de su familia lo había detenido.
Por eso, antes de salir, mandó que todos en su hogar y en su casa quitaran todo lo que tenía que ver con la idolatría. No leemos que Dios le mandó que hiciera esto. Parece que él mismo sintió que a la casa de Dios pertenece la santidad. Le obedecieron, y Jacob escondió todos esos dioses ajenos debajo de una encina que estaba junto a Siquem. En Hechos 19:19 leemos algo parecido. Idólatras convertidos, que antes practicaban la magia, trajeron sus libros y los quemaron delante de todos. Esto era más radical que lo que hizo Jacob, quien dejaba la posibilidad de ir a buscarlos otra vez. Los magos de Hechos 19, al quemar sus libros, hicieron un sacrificio financiero de 50.000 piezas de plata. ¿No hubiera sido mejor venderlos y utilizar este precio para hacer bien? Quien se pregunta esto no tiene noción de la gravedad de este mal. Los que practicaban la magia negra lo sabían, y también sus víctimas.
No pensemos que estas prácticas pertenecen pasado. En África, he podido darme cuenta bastante bien de esta brujería: Cuando tales personas se convierten a Cristo, estos poderes son rechazados. Sin embargo, tiene que ser una verdadera conversión de los ídolos a Dios. El Señor Jesús dijo en cuanto a esto: “Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación” (Mateo 12:43-45).
Estas prácticas existen no solamente en África, sino también en el mundo occidental. Más de diez millones de personas practican el espiritismo. La mística oriental y el ocultismo progresan de manera espantosa. De esto resulta el abuso de las drogas, los juegos de magia, la consulta de los horóscopos, las prácticas de yoga, etc. Es el espíritu que opera en los hijos de desobediencia (Efesios 2:2), el que aumentará en fuerza y seducción.
Llamo la atención en cuanto a la costumbre de mirar la televisión, y la publicidad que ella hace de esas prácticas arriba mencionadas. Este medio expone particularmente a la juventud a toda clase de violencia. Ha llegado a ser la plataforma donde la envidia, las peleas y el homicidio se convierten en un favorito de la diversión.
Los padres son culpables cuando se exponen a sí mismos y a sus hijos a estas influencias. Éstas impiden que se mantenga un ambiente cristiano en el hogar. En vez de ello, este ambiente puede fomentarse cantando y haciendo música juntos. La Biblia nos anima a cantar “con himnos y cánticos espirituales” (Efesios 5:19). Los presos en Filipos oyeron tan atentamente los cantos de Pablo y Silas que ni siquiera huyeron cuando las puertas de la cárcel se abrieron. El rey Saúl se calmaba con la música de David, y el profeta Eliseo fue estimulado para ejercer su ministerio por los sones de un instrumento (Hechos 16:25-28; 1 Samuel 16:23; 2 Reyes 3:15). Hemos experimentado toda la importancia de la música y el canto en nuestra familia. Recuerdo que conocí a una persona que me dijo: «¿Es usted el padre de la numerosa familia que atribuye tanta importancia al canto y a la música? Cuando visité a sus vecinos, les oímos en el jardín con gozo». Ahora, otra vez solos como al principio, con mi esposa recordamos esos tiempos con alegría, y también nuestros hijos.
Veamos aún los últimos años de la vida de Jacob en Egipto. En Hebreos 13:7, los creyentes son exhortados a acordarse de sus conductores. Tienen que considerar el resultado de su conducta e imitar su fe. «Todo lo que termina bien es bueno», dice el refrán. La vida de Jacob terminó para la gloria de Dios. La disciplina de Dios, necesaria debido a sus errores, produjo en él “fruto apacible de justicia” (Hebreos 12:11).
Génesis 47:7-10 relata su encuentro con Faraón. Éste le preguntó: “¿Cuántos son los días de los años de tu vida? Y Jacob respondió a Faraón: Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación”. El rey más poderoso de ese tiempo reconoció que Jacob era superior, y se dejó bendecir por él. “Tu benignidad me ha engrandecido” dice el salmo 18:35. Vemos ilustrada en la vida de Jacob la verdad de estas palabras de David.
Jacob vivió en Egipto diecisiete años (Génesis 47:28). Cuando sentía que su fin se acercaba, bendijo a sus hijos. Primero se le acercó José con sus dos hijos, Efraín y Manasés. José recibió una bendición doble, ya que sus dos hijos fueron contados como hijos de Jacob y llegaron a ser dos tribus.
En ese tiempo, la primogenitura tenía gran importancia. Esaú la menospreció y la vendió por un guisado de lentejas y, por consecuencia, perdió la bendición que fue dada a Jacob. Rubén perdió esta bendición por su pecaminosa vida, y su moribundo padre tuvo que recordarle su pecado (véase Génesis 49:3-4; 1 Crónicas 5:1). Jacob puso a Efraín, el menor, por encima de Manasés, el primogénito. No era un capricho, sino un acto de fe, como nos enseña Hebreos 11:21.
Por la fe también, Jacob predijo el futuro a las doce tribus. Su fe en las promesas de Dios en cuanto al porvenir se ve claramente en su último deseo: Quería ser sepultado con sus padres en el país prometido.
La historia de Jacob fue muy agitada. Su vida empezó con el engaño; se caracterizó por caídas y restauraciones, pecados y confesiones. Sin embargo, al final de su vida, su fe brilló de la manera más gloriosa. Como sacerdote y profeta “encogió sus pies en la cama, y expiró” (Génesis 49:33). Lo honraron con un entierro digno de un príncipe. Con el salmista decimos: “Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en Jehová su Dios” (Salmo 146:5).
Preguntas de la 7ª parte
- ¿En qué aspecto de la vida de Jacob vemos los malos resultados de la poligamia?
- ¿Era verdadera la reconciliación entre Esaú y Jacob? ¿Qué nos enseña el Señor Jesús en cuanto a la ira y al perdón entre cristianos? (véase Mateo 5:21-26; 18:15-17)
- Compárese Génesis 35:4 con Hechos 19:19. ¿Qué podemos aprender de esto?
- ¿Qué influencias del ocultismo amenazan nuestras familias hoy en día?
- ¿Cómo terminó la vida de Jacob?