El hogar según el plan de Dios /4

Génesis 11 – Génesis 25

4. Abraham y su familia

Abram fue llamado a salir de su tierra, de su parentela y de la casa de su padre, para ir a una tierra que Dios le mostraría (Génesis 12:1). En este pasaje encontramos tres círculos de personas, cada vez más pequeños. Por cierto que este llamado incluía a la propia familia de Abraham. Aquí también hallamos la idea de “tú y tu casa”. Parece que su sobrino Lot, probablemente soltero, fue incluido en este llamado. Génesis 11:31-32 sigue históricamente a Génesis 12:1.

Al principio, Abram dejó su tierra y su parentela, pero no la casa de su padre, Taré. Éste también salió; aún era el patriarca del grupo familiar, pero no llegó sino sólo hasta Harán, donde murió. A partir de ahí, Dios hizo que Abram quedase libre. Así, siguió su camino con los suyos, según la Palabra de Dios.

Los historiadores tienen la tendencia de pasar por alto las faltas y los lados malos de las personas célebres. La Biblia no procede así. Génesis 12 nos muestra una página triste de la vida de Abram y Sarai. Para proteger su propia persona, Abram propuso a su esposa ocultar el hecho de que eran casados y hacerse pasar por hermanos. Eso era una media verdad, pero, como casi siempre ocurre, en realidad se trataba de una mentira. La astucia tuvo éxito, pero este creyente, por su vergonzosa actitud, fue reprendido por un incrédulo.

Dios hizo al hombre diferente de la mujer. Tienen distintas cualidades, tareas y dominios de responsabilidades. Dios espera del hombre que actúe como cabeza de la familia, que ame a su esposa, que la cuide y la proteja. De la mujer espera que acepte a este jefe, y que se sujete a él. Referente a esto, Sarai es puesta como ejemplo para otras mujeres (1 Pedro 3:6).

El móvil que impulsó a Abram no era el amor por su esposa. No cumplió con su deber de protector para con ella. Actuó con egoísmo. Era capaz de dejar su esposa sufriera, con tal que a él le fuera bien.

Los hombres pueden ser tremendamente egoístas, al exigir que sus esposas hagan lo que a ellos les parece debido, sin preocuparse de las consecuencias que ellas podrían sufrir a causa de su manera de obrar. Esto no es otra cosa que el amor propio. Tal actitud daña cualquier matrimonio.

En este caso, podemos quedar sorprendidos de la abnegación de Sarai que aceptó su destino y se conformó con la proposición de su esposo a fin de salvarlo. Más tarde, Abraham volvió a cometer el mismo error que demostraba cuán arraigada estaba en su corazón esta pecaminosa actitud. En Génesis 20 leemos que partió a la tierra del Neguev y habitó en Gerar, corriendo así el mismo peligro. De nuevo, negaron ser esposos e insistieron en que eran hermanos. En consecuencia, el rey Abimelec mandó a tomar a Sara. Gracias a la intervención de Dios, la unión de Abraham y Sara fue preservada. Mediante un sueño, Abimelec recibió la revelación de la verdadera relación de ambos. Se disculpó de su conducta, cuando hizo observar que habían declarado que eran hermanos. En este sueño, Dios le dijo: “Yo también sé que con integridad de tu corazón has hecho esto; y yo también te detuve de pecar contra mí, y así no te permití que la tocases. Ahora, pues, devuelve la mujer a su marido; porque es profeta” (v. 6-7). Abimelec obedeció. Sin embargo, al día siguiente, llamó a Abraham y le reprochó su proceder para con él. Este rey pagano le hizo esta penetrante pregunta: “¿Qué pensabas, para que hicieses esto?” (v. 10).

“Abraham respondió: Porque dije para mí: Ciertamente no hay temor de Dios en este lugar, y me matarán por causa de mi mujer. Y a la verdad también es mi hermana, hija de mi padre, mas no hija de mi madre, y la tomé por mujer. Y cuando Dios me hizo salir errante de la casa de mi padre, yo le dije: Esta es la merced que tú harás conmigo, que en todos los lugares adonde lleguemos, digas de mí: Mi hermano es” (v. 11-13). Esta confesión revela que Abraham había decidido en su corazón cometer este pecado, desde hacía años, cuando salió de Harán. Allá estaba la raíz de este mal.

Abraham todavía no había alcanzado el nivel de fe que evidenció más tarde. Mediante toda clase de experiencias, descritas en estos capítulos, su fe creció y se fortaleció. Las promesas de Dios se repitieron y se hicieron progresivamente más precisas. Primero, Dios habló de su descendencia (12:7); luego, de su propio hijo (15:7); y, finalmente, afirmó que este hijo nacería de su mujer Sara (18:10). Después de esto, la fe de Abraham fue suficientemente fuerte para que Dios pudiera probarlo de una manera que nunca había conocido hombre alguno.

En Génesis 22:1-3 leemos: “Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré. Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar que Dios le dijo”.

Pienso que jamás hubo creyente con un problema tal como el de Abraham. Por un lado, estaba la promesa de que Isaac iba a ser un pueblo grande, y, por el otro, el mandato de sacrificar a este hijo. ¿Cómo podía solucionar esta contradicción? Hebreos 11:19 nos da la respuesta: Creyó que Dios era poderoso para levantarlo aun de entre los muertos. Aquí resplandece una fe que supera ampliamente todo lo que podamos imaginar. En esto, Abraham es un ejemplo para todos los creyentes de todos los tiempos.

Consideremos ahora lo que está escrito en cuanto a Sara. Debe de haber sido una mujer muy atractiva. Su hermosura era tal que, en esas tierras paganas, otros hombres se la habría podido arrebatar a su esposo. El Antiguo Testamento no nos da ninguna información sobre su vida de fe. El hecho de ser estéril era para ella una tristeza difícil de aceptar. Encontramos varias veces esta pena en hogares descritos en la Biblia. Hoy, muchas mujeres también padecen lo mismo. En la dependencia del Señor —quien puede no conceder hijos, pero también aceptar las oraciones de los suyos (1 Samuel 1:5; Génesis 25:21)—, es posible recibir una ayuda médica eficaz en numerosos casos. La causa de esterilidad no siempre depende de la mujer. Unas veces, una intervención quirúrgica en el hombre puede dar resultados positivos. Otras veces, adoptar un niño puede ser una solución, aunque no siempre se eviten inconvenientes. A menudo he visto que parejas sin hijos realizaban un servicio tal para el Señor que jamás lo habría podido cumplir un matrimonio con hijos.

Sin embargo, tenemos que advertir contra métodos antimorales, es decir, pecaminosos. Por ejemplo, una mujer cuyo esposo es estéril, que se deja practicar una inseminación artificial por un donador, con o sin el consentimiento de su marido, o, en algunos países donde la poligamia es permitida, a veces se recurre a esta última solución, cuando la esposa es estéril. Pero, bajo el gobierno de Dios, este mal casi con seguridad ocasionará consecuencias desgraciadas.

Tal fue la proposición que Sara hizo a su esposo (Génesis 16). Puede que ella conociera la promesa de Génesis 15:4, pero los dos ignoraban aún que este hijo habría de nacer de Sara (18:10). Esto puede ser un justificativo para ella, pero no un motivo para aprobar esta solución.

En 1 Pedro 3:5-6, Sara es puesta de ejemplo para las mujeres creyentes, a causa de su sujeción a Abraham. Si esto da motivo a alguno a pensar que ella era una mujer de limitada iniciativa, servil y de poco carácter, se equivoca. Dios dio a Eva a Adán a fin de que fuera una ayuda idónea para él. Ella vivía en el mismo nivel que él, y lo mismo se puede decir de Sara y Abraham. ¿Qué ayuda recibe un hombre de su esposa si todo lo que ella sabe hacer es decir «sí», cada vez que su esposo propone algo?

Sin embargo, la solución que Sara propuso a Abraham no fue de ayuda para él. Habría sido mejor que no la hubiera escuchado. En Génesis 30 leemos que Raquel hizo lo mismo. En ambos casos, el hijo de la sierva debía ser contado como hijo de la señora. Estas proposiciones no provinieron de la fe, sino que evidenciaron, al contrario, una falta de confianza en Dios.

El nacimiento de Ismael, hijo de la sierva egipcia Agar, fue motivo de mucha tristeza. Luego, cuando Sara se sintió ofendida por el comportamiento de su sierva, hizo reproches a su esposo injustamente. No obstante, él le dio toda libertad para maltratar a su sierva; y así lo hizo.

En ese entonces Abraham tenía ochenta y cinco años, y no era tan anciano como en Génesis 18, cuando tenía cien años y Sara noventa años. Abraham creyó la promesa divina, pero Sara mostró claramente su incredulidad.

En Génesis leemos algo muy especial en cuanto a Sara. Dos veces tomó la iniciativa de dar un consejo a su esposo, sin que él se lo pidiera. Ya hemos visto que el primer consejo era malo, porque provino de la incredulidad. El segundo se encuentra en Génesis 21:10: “Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo”. Este consejo fue mal recibido por Abraham; le “pareció grave en gran manera”. Pero se equivocó. Dios le dijo: “En todo lo que te dijere Sara, oye su voz” (v. 12). Ella pareció tener mejor entendimiento en este asunto que su esposo.

Aprovechemos para recordar a los maridos creyentes la importancia que pueden tener para ellos los consejos y las opiniones de su esposa.

 


 

Preguntas de la 4ª parte

  1. ¿Cómo llamó Dios a Abram, y de qué manera lo guió a la obediencia? ¿De qué manera actúa Dios hoy en día con sus hijos?
  2. ¿En qué circunstancias muestra Abram su mala actitud en cuanto a su esposa? ¿Por qué lo hizo?
  3. ¿En qué pasaje leemos más sobre el problema de ser estéril?
  4. ¿Cuándo vemos que la fe de Sara faltara?
  5. ¿En qué sentido Sara es un ejemplo para las mujeres creyentes?
  6. ¿Cuáles fueron los resultados del matrimonio con Agar?
  7. ¿Qué buen consejo dio Sara a su esposo, y qué mal consejo?
  8. Busque otros ejemplos en la Biblia, en los cuales la esposa tiene una buena o mala influencia sobre su esposo.