18. Aquila y Priscila
Los nombres de estos esposos creyentes se mencionan seis veces en el libro de los Hechos y en las epístolas de Pablo. Es digno de observarse que, a pesar de ser algo muy inhabitual en aquel tiempo, el nombre de la esposa es citado algunas veces en primer lugar. El contexto nos ayuda a comprender porqué. Volveremos a verlo al examinar los diferentes pasajes. Esto nos muestra una vez más el lugar honorable que la Escritura asigna a la mujer y a su servicio en la familia y en la iglesia.
La primera vez que se hace mención de ellos es en Hechos 18. Cuando Pablo vino a Corinto, durante su segundo viaje, “halló a un judío llamado Aquila, natural del Ponto, recién venido de Italia con Priscila su mujer, por cuando Claudio había mandado que todos los judíos saliesen de Roma”. Pablo fue a casa de ellos. Por el hecho de ser del mismo oficio —hacer tiendas—, residió y trabajó con ellos. Se sabe por los historiógrafos que una rebelión había provocado esta expulsión de los judíos. Después que fueron expulsados de Roma y dispersados entre los pueblos, las autoridades en los diferentes países no dejaron de hallar ocasiones para perseguir a los judíos. El antisemitismo es todavía un fenómeno muy frecuente.
Aquila y Priscila habían encontrado refugio en la gran ciudad de Corinto, pudiente colonia romana, para comenzar una nueva existencia. Probablemente, todavía no eran cristianos. Al igual que cualquier judío piadoso, frecuentaban la sinagoga de allí, como las había en la mayor parte de las ciudades importantes.
Aunque Pablo había sido llamado como apóstol de las naciones, siempre comenzaba por visitar la sinagoga para anunciar el Evangelio. Posiblemente conoció a esta pareja de esta manera, y fue luego a casa de ellos. Residió allí un año y medio, y él mismo trabajó con ellos para subvenir a sus propias necesidades. Más tarde, en una epístola, llamó a Aquila y Priscila sus “colaboradores” (Romanos 16:3), en relación con su colaboración, no en la esfera profesional, sino en la del Evangelio.
Con certitud, ese hogar ha sido abundantemente recompensado por su hospitalidad. No alojaron a un ángel sin saberlo (Hebreos 13:2), sino que recibieron conscientemente a un siervo del Señor, lo que fue para ellos una gran bendición. No sólo se convirtieron y creyeron en el Señor Jesucristo, sino que participaron eficazmente de la difusión del Evangelio. A causa de esto, se granjeó la ira de los judíos, quienes rechazaron a Pablo y sus discursos, y lo llevaron al tribunal del procónsul romano. En una visión de noche, Pablo fue animado por el mismo Señor a no callarse, sino a continuar anunciando el Evangelio. Como los judíos rehusaban escucharlo y blasfemaban, se reunió con los judíos creyentes y los corintios convertidos en casa de Justo, manifiestamente una gran casa, junto a la sinagoga. Así es cómo, de estos dos grupos, se formó la iglesia.
Diez y ocho meses más tarde, Pablo se fue de Corinto con destino a Éfeso. Aquila y Priscila viajaron con él. De Éfeso, Pablo continuó su viaje, mientras que la pareja se quedó allí. En esta ciudad, frecuentaron otra vez la sinagoga. Aparentemente, la separación entre el judaísmo y el cristianismo se llevó a cabo de manera progresiva. En Éfeso, encontraron a un judío que tenía un nombre griego, Apolos, natural de Alejandría. Como predicador itinerante, probablemente estaba de viaje hacia Acaya, donde además se encontraba Corinto. Era habitual que los extranjeros estuviesen autorizados para hablar en la sinagoga, a condición que fueran judíos. A veces, incluso se les invitaba (Hechos 13:15).
Apolos aprovechó esta ocasión para hablar en la sinagoga de Éfeso a los que allí se encontraban. Sin duda alguna, Aquila y Priscila apreciaron mucho lo que decía. No sólo era un elocuente orador que entusiasmaba a su auditorio, sino además un doctor instruido en las Escrituras (Hechos 18:24-25). No obstante, la pareja sentía que algo faltaba a sus discursos. No era el Evangelio completo predicado por Pablo, que tenía a Cristo crucificado y resucitado como centro. Apolos había oído hablar sólo de la predicación de Juan el Bautista y del bautismo del arrepentimiento hasta que Cristo bautizara con el Espíritu Santo. Cuando Aquila y Priscila se dieron cuenta de ello, no se apartaron de él con espíritu crítico, sino que lo invitaron a su casa para tener una conversación con él. “Le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios” (18:26). Algunos manuscritos antiguos recientemente descubiertos, confirman el orden de los nombres “Priscila y Aquila” en este versículo. La expresión “el camino” se encuentra varias veces en el libro de los Hechos y es otra manera de designar “el Evangelio”.
Un predicador se tomó la libertad de decir un día que para una mujer era más importante estudiar su libro de cocina que la Biblia. Claro que no estoy de acuerdo con esta declaración, y espero que mis lectores tampoco lo estén. Esto no significa que, para una mujer, el arte culinario no tenga importancia. He apreciado la habilidad de mi mujer en este ámbito, y ¡bien que lo disfruté! Sin embargo, no hay ninguna medida de comparación con el conocimiento de la Biblia, tan necesaria para dirigir el camino de la mujer y para ser un sustento para su marido. Si es madre, también podrá ser un ejemplo para sus hijos y capaz de instruirlos en la Palabra.
Priscila seguramente debió de haber sido una excelente ama de casa, hospitalaria, y, por tal motivo, muchos habrán guardado de ella un agradecido recuerdo. Pero, junto con su esposo, ella estaba también en condiciones de explicar más exactamente el camino de Dios a Apolos. Ya hemos hablado en los precedentes capítulos de los pasajes de la Escritura que tratan del hecho de que la mujer no está autorizada a enseñar en la iglesia. Lo que hizo Priscila no estaba en contradicción con este precepto, puesto que se trataba de una conversación en el hogar. Y Apolos, por notable que fuese, era bastante humilde para escuchar con agradecimiento lo que le exponía aquella pareja de artesanos, simples pero que tenían más conocimiento que él. Queriendo pasar a Acaya, los hermanos lo animaron y escribieron una “carta de recomendación” a los discípulos para que lo recibiesen. Aquila y Priscila debieron de haberse gozado mucho de esto. Se habían convertido en Corinto, y conocían la situación local. Apolos fue muy útil a los creyentes de esa ciudad, porque “con gran vehemencia refutaba públicamente a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo” (v. 27-28). Aquila y Priscila tomaron parte en ese servicio y en la bendición que resultó. ¡Qué estimulante ejemplo para todas las parejas creyentes!
Mientras que estas circunstancias se desarrollaban en Corinto, Pablo volvió a Éfeso, durante su tercer viaje. De ahí escribió la primera epístola a los Corintios. También transmitió saludos de las iglesias de Asia que habían sido formadas por su servicio, y particularmente los saludos de Aquila y Priscila con la iglesia que se reunía en su casa (1 Corintios 16:19).
En Éfeso, cuando Pablo tuvo que separarse de la sinagoga, exactamente como en Corinto, se reunía en la escuela de Tiranno. Como la iglesia crecía, parece que ese edificio no era suficiente para todos. Entonces también se reunían en las casas. Aquila y Priscila también pusieron su hogar a disposición para esas reuniones. De la misma manera había ocurrido en Jerusalén y en otros lugares. No obstante, todas esas reuniones en las casas formaban un todo: la iglesia en Éfeso. Aquí vemos nuevamente la hospitalidad y el afecto fraternal de ese hogar.
Volvemos a encontrar sus nombres en Romanos 16:3-5: “Saludad a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús, que expusieron su vida por mí; a los cuales no sólo yo doy gracias, sino también todas las iglesias de los gentiles. Saludad también a la iglesia de su casa”. Con toda evidencia, la situación en Roma había cambiado, de manera que podían vivir de nuevo allí.
Pablo todavía no había ido a Roma cuando escribió esta epístola, pero sabía que allí había creyentes. Esperaba poder visitarlos, como lo vemos al principio de la epístola. También sabía que esa pareja había continuado su servicio de evangelización y, como en Éfeso, había puesto a disposición su casa para las reuniones de los creyentes.
Años más tarde, Pablo escribió su segunda epístola a Timoteo, quien trabajaba en Éfeso en aquel tiempo. Aparentemente, Aquila y Priscila se habían mudado de nuevo, puesto que Pablo pidió que Timoteo los saludara, como también a otros, de su parte. No se nos da ningún detalle en esta epístola que tenga que ver con ellos; sin duda eran suficientemente conocidos. Además, en el Nuevo Testamento no encontramos ninguna pareja, de quienes nos sea relatado tanto bien como de esas dos personas. ¡Sigamos su ejemplo!
Según lo que sabemos, Aquila y Priscila no tuvieron hijos. Ciertamente superaron esta decepción de buena manera. Con toda su energía y abnegación, ellos mismos y todo lo que poseían, lo pusieron a disposición del Señor y de su servicio. Las parejas sin hijos tienen todavía hoy esta posibilidad, y conozco a varias que siguen este ejemplo. Así la tristeza es transformada en bendición para sí mismos y para otros.
También hay creyentes que jamás se han casado o que han perdido a su cónyuge. Están solos en la vida y a menudo sienten dolorosamente la soledad. Sin embargo, el Señor tiene potestad para llenar ese vacío y hacerles la vida fértil y gozosa. Recordemos a Pablo, este hombre solitario, y a todas las satisfacciones de la vida a las cuales ha debido renunciar voluntariamente. Y no obstante, a causa de eso mismo, ¡cuánto más ha sido de bendición a otros! Pensemos en Ana, la profetisa, quien había conocido la felicidad del matrimonio durante siete años, y que después se quedó viuda y solitaria. No mostraba languidez ni incapacidad para obrar a causa de su pena, sino que servía a Dios noche y día, y cuando a los ochenta y cuatro años pudo ver el cumplimiento de la promesa de Dios en el templo, “daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén” (Lucas 2:36-38). Acordémonos de Dorcas, que estaba sola pero de quien la vida estaba llena de buenas obras y limosnas que hacía para con las viudas necesitadas (Hechos 9:36-43). Pensemos en las hijas solteras de Felipe, de las cuales la vida estaba llena del servicio de la profecía, que consistía en hablar a otros “para edificación, exhortación y consolación” (Hechos 21:9; 1 Corintios 14:3).
Podría continuar todavía. El creyente no debe dejarse abatir ni afligir por las decepciones de la vida. Dios siempre abre nuevos senderos donde hay mil posibilidades de ser activos para otros.
Todos nosotros, casados o no, con o sin hijos, sentimos que el versículo 58 de 1 Corintios 15 concierne a todos los creyentes, sea cual fuere su situación particular: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”.
Preguntas de la parte 18:
- ¿Por qué Aquila y Priscila apoyaron a Pablo?
- ¿Qué recibió Apolos de esta pareja?
- ¿Cómo esta pareja fue de bendición para varias iglesias?
- ¿Qué enseña la Biblia en cuento a la hospitalidad?
- ¿De qué modo las personas solteras o sin hijos pueden ser de bendición?