El gobierno confiado al hombre
Con relación al gobierno confiado al hombre en la tierra en el curso del tiempo, podemos observar las siguientes etapas:
- En un sentido, fue confiado a Adán (aunque en ese momento fuese el único hombre en el mundo). En efecto, Dios le dijo: “Llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:28).
- De manera más formal, el gobierno fue confiado a Noé, después del diluvio, cuando Dios instituyó la pena de muerte para el homicida (Génesis 9:2-6).
- Un verdadero gobierno de origen divino fue establecido cuando Dios instituyó su trono en Israel, con David y Salomón, aunque esto fuese sobre una limitada parte de la tierra (compárese 1 Crónicas 28:5 con 29:23, citados antes). Pero esta situación se terminó cuando Judá fue deportado a Babilonia.
- En ese momento, Dios instituyó un gobierno universal de la tierra, y lo ha confiado a los gentiles o naciones. Esto es precisamente lo que señala el comienzo de los tiempos de los gentiles. Las palabras que Daniel dirige a Nabucodonosor cuando le interpretó su primer sueño recuerdan a aquellas que le fueron dichas a Adán: “Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad. Y dondequiera que habitan hijos de hombres, bestias del campo y aves del cielo, él los ha entregado en tu mano, y te ha dado el dominio sobre todo” (Daniel 2:37-38). No obstante, lo mismo que Adán, Noé o Salomón, los soberanos de las naciones no pudieron desempeñar fielmente su cargo.
- Es la razón por la cual el primer hombre, sea quien fuere, tiene que ser reemplazado por el segundo hombre. Y allí donde el primero habrá manifestado sólo infidelidad y ruina, el segundo cumplirá perfectamente todos los designios de Dios. De él habla el Salmo 8: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies: Ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar” (v. 4-8). Estas palabras, también, recuerdan lo que fue dicho a Adán.
El remanente judío al comienzo del cristianismo
Los profetas del Antiguo Testamento nos hablan del remanente de Israel, el cual desempeñará un importante papel en los últimos días (Isaías 4:2-4; 10:20-23; 11:11-12; Sofonías 3:12-13…). Éstos son los sobrevivientes o los escapados de la espada (Isaías 4:2; Jeremías 31:2). En un tiempo en el cual la gran multitud de Israel se habrá apartado de Dios y será el objeto de su juicio, éstos son aquellos a los cuales Dios habrá tocado el corazón y a quienes habrá traído al arrepentimiento. Dios los reconocerá como su pueblo, y después de las tribulaciones, entrarán en las bendiciones del Milenio.
Al principio, la Iglesia cristiana estaba compuesta sólo de creyentes judíos. Ahora bien, la Escritura los considera como el remanente judío en ese momento. Más tarde, creyentes de entre los gentiles fueron traídos a la fe, de manera que el remanente judío se fusionó en la Iglesia.
En Hechos 2, el apóstol Pedro termina su primera predicación a los judíos que lo escuchaban, diciéndoles: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados” (v. 38). Recibirían entonces “el don del Espíritu Santo”, porque añade, “para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos” (alusión a las promesas hechas a Israel), “y para todos los que están lejos” (alusión a los gentiles que debían participar de las bendiciones de Israel) (v. 39). Pedro continúa diciéndoles: “Sed salvos de esta perversa generación” (v. 40). El juicio divino estaba suspendido sobre la nación judía; y fue ejecutado por medio de la destrucción de Jerusalén en el año 70.
No hay duda de que, en todo el tiempo del cristianismo, los que creen en el Señor Jesús son añadidos a la Iglesia, pero este versículo 47 nos presenta este hecho en relación con los que constituían el remanente de Israel en ese momento.
El apóstol Pedro dirige sus epístolas a los creyentes judíos que estaban en “la dispersión”. (Había judíos dispersos en toda la tierra desde la deportación a Babilonia, y algunos de ellos habían recibido el Evangelio.) Pedro les dice: “Vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1 Pedro 2:10). Es una evidente alusión a la profecía de Oseas. A causa de sus pecados, Israel cayó bajo la sentencia “Lo-ruhama” y “Lo-ammi” (no compadecida y no pueblo mío) (Oseas 1:6-9). Pero este oráculo también anunciaba la restauración: “En el lugar en donde les fue dicho: Vosotros no sois pueblo mío, les será dicho: Sois hijos del Dios viviente” (1:10) y “tendré misericordia de Lo-ruhama; y diré a Lo-ammi: Tú eres pueblo mío, y él dirá: Dios mío” (2:23). Pedro aplica pues a los judíos creyentes de su época las profecías que conciernen al remanente judío de los últimos tiempos.
El apóstol Pablo hace lo mismo. A la pregunta: “¿Ha desechado Dios a su pueblo?” (Romanos 11:1), él da una respuesta detallada en ese mismo capítulo. Por una parte, en un día futuro, “vendrá de Sion el Libertador” y “apartará de Jacob la impiedad”, “porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (v. 26, 29). Y, por otra parte, en los días en los cuales Pablo escribía, los judíos que, individualmente, aceptaban el Evangelio se beneficiaban de las bendiciones espirituales que el Mesías había de traer. Éstos, pues, constituían el remanente de Israel. “Así también aun en este tiempo —dice el apóstol— ha quedado un remanente escogido por gracia” (v. 5).
Así pues, podemos admirar la sabiduría de Dios quien enlazó maravillosamente el cumplimiento de sus anteriores promesas acerca de los fieles en Israel con la introducción de esta nueva entidad que era la Iglesia cristiana.
Sin embargo, los judíos que habían creído en Jesús tuvieron mucha dificultad para liberarse del judaísmo. Se apegaban con razón a las promesas del Antiguo Testamento, pero equivocadamente a las ordenanzas y a las ceremonias levíticas. Los vemos que todavía van al templo de Jerusalén (Hechos 2:46; 3:1; 5:42). Estaban todos “celosos por la ley”, vivían observando “las costumbres”, circuncidaban a sus hijos, e incluso ofrecían sacrificios (Hechos 21:20-26). Aparentemente su mayor dificultad consistía en renunciar a la idea de diferencia entre su raza y todas las demás. Ahora bien, el cristianismo borraba esta diferencia (Hechos 10 y 11; Gálatas 3:28; Colosenses 3:11). La paciente gracia de Dios soportó un tiempo esta mezcla de cristianismo y judaísmo, mientras que sólo se limitase a esta situación y no fuese enseñado como doctrina.1 Mediante su exhortación a salir a Cristo “fuera del campamento”, la epístola a los Hebreos insta a los israelitas a abandonar resueltamente el campamento judío, el sistema religioso que tenía su centro en Jerusalén (Hebreos 13:13).
Israel puesto de lado
La Palabra nos lo muestra bajo dos aspectos:
- Ante todo, a nivel del gobierno de la tierra, Israel es puesto de lado mientras perdure el período denominado “los tiempos de los gentiles”. A partir de la deportación de Babilonia, no hay más realeza en Israel.
- No obstante, desde el principio de ese tiempo hasta la venida de Cristo como hombre a la tierra, las relaciones de Dios con su pueblo no estaban completamente rotas. Después de los setenta años de cautividad en Babilonia, Dios trajo a un remanente de Judá a su país. Produjo un notable despertar espiritual que está descrito en los libros de Esdras y Nehemías. Luego, gracia suprema, envió a su Hijo. El Mesías se presentó a Israel para ser recibido, si ese pueblo lo quisiere. Durante todo este período, Israel bien se hallaba en una posición de sujeción a los gentiles, pero a pesar del decreto de “Lo-ammi”, Dios todavía se ocupaba de él. La larga prueba del hombre que debía ser efectuada con Israel todavía no había terminado.
Finalmente, después del rechazo del Hijo de Dios, seguido del rechazo del testimonio del Espíritu Santo en los primeros días del cristianismo, Israel fue completamente puesto de lado. Pablo y Bernabé dicen a los judíos de Antioquía de Pisidia: “A vosotros a la verdad era necesario que se os hablase primero la palabra de Dios; mas puesto que la desecháis, y no os juzgáis dignos de la vida eterna, he aquí, nos volvemos a los gentiles” (Hechos 13:46).
En Romanos 11, el apóstol explica: “Por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para pro-vocarles a celos” (v. 11). “Ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles” (v. 25), es decir hasta que hayan entrado en las bendiciones del cristianismo todos los creyentes de entre los gentiles (naciones). Durante el período de la Iglesia, Israel es puesto de lado como pueblo de manera total. Individualmente, algunas almas pueden ser salvas, pero para todos los que han sido “bautizados en Cristo... no hay judío ni griego” (Gálatas 3:27-28). Y Pablo, dirigiéndose a los gentiles, añade: “Si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (v. 29). Juan el Bautista lo había dicho: “Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras” (Lucas 3:8).
Los primeros tiempos de la Iglesia
La lectura del libro de los Hechos y de las epístolas nos hace ver que al principio de la historia de la Iglesia, muchas cosas eran muy diferentes de lo que vemos hoy.
La presencia de los apóstoles confería a ese tiempo un carácter particular. Estaban investidos de autoridad de parte del Señor para mantener el orden en la casa de Dios, y hacían señales características de la misión que les pertenecía (2 Corintios 12:12; 13:10). Mediante sus manos, los enfermos eran curados, los muertos eran resucitados (Hechos 2:43; 5:12; 9:32-43; 19:12; 20:12). Ahora los apóstoles ya no están, y el Señor no les dio sucesores.
Además, el Nuevo Testamento todavía no estaba escrito, y lo iba siendo sólo poco a poco. En consecuencia, los cristianos de entonces estaban menos dotados que nosotros. Pero Dios proveía a lo que les faltaba mediante revelaciones, no sólo por medio de los apóstoles, sino, parece ser, por medio de simples creyentes (1 Corintios 14:26, 30).
En cuanto al estado práctico, en cambio, vemos iglesias en un estado infinitamente mejor que el de hoy. Andaban en el temor del Señor, ponían en práctica la unidad, la paz y la comunión, y prosperaban por la acción del Espíritu Santo (Hechos 2:42; 4:32; 5:12; 9:31). ¡Que Dios haga arder en nosotros el deseo de seguir su ejemplo!
Pero si bien no cabe duda de que el estado moral y espiritual de estos creyentes es de desear, se suscita la cuestión de saber si también debemos desear el desarrollo de poderes milagrosos que los caracterizaba: sanidades, revelaciones, lenguas, etc. Encontramos un elemento de respuesta en este hecho notable: numerosas veces en las Escrituras, cuando Dios introduce una nueva situación, lo hace de manera gloriosa.
- Cuando concluyó la construcción del tabernáculo, Dios puso el sello de su aprobación sobre lo que se había hecho, por medio de una excepcional manifestación de su presencia: “La gloria de Jehová llenó el tabernáculo”, de manera que el mismo Moisés no podía entrar en el interior (Éxodo 40:34).
- Cuando Aarón y sus hijos fueron establecidos en sus funciones sacerdotales, “la gloria de Jehová se apareció a todo el pueblo. Y salió fuego de delante de Jehová, y consumió el holocausto con las grosuras sobre el altar; y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus rostros” (Levítico 9:23-24). Esto no volvió a producirse, hasta que un nuevo santuario de Jehová fuese inaugurado.
- En efecto, cuando Salomón hubo terminado el templo de Jehová en Jerusalén, Dios testimonió explícitamente que él había puesto “la memoria de su nombre” (Éxodo 20:24). “Descendió fuego de los cielos, y consumió el holocausto y las víctimas; y la gloria de Jehová llenó la casa. Y no podían entrar los sacerdotes en la casa de Jehová… Cuando vieron todos los hijos de Israel descender el fuego… se postraron sobre sus rostros en el pavimento” (2 Crónicas 7:1-3).
- Bajo otro aspecto, podemos ver de qué manera fueron inauguradas las conquistas del país de Canaán por los israelitas. La primera conquista, la de Jericó, está señalada de manera absolutamente excepcional: “Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días” (Hebreos 11:30; compárese con Josué 6). En el momento de las siguientes conquistas, Dios todavía condujo a su pueblo a la victoria, pero no de manera que pusiera su gran poder en tanta evidencia. Si primero hacía falta establecer de manera indubitable que Dios estaba en medio de su pueblo y combatía por él, se necesitaba también que los hijos de Israel “conociesen la guerra” (Jueces 3:2).
- Cuando el Señor Jesús se presentó como el Mesías de Israel, dio públicamente las pruebas de su gloria personal. Según las profecías del Antiguo Testamento, debía ser manifestado como el Dios que perdona las iniquidades y que sana las enfermedades (Salmo 103:3), como Aquel que sacia de pan a sus pobres (Salmo 132:15). En efecto, lo vemos sanar a una multitud de enfermos y alimentar una muchedumbre. Pero no hizo más que dos repartos milagrosos de pan. Y cuando los hombres lo buscan con el único propósito de comer, rehúsa satisfacerlos (Juan 6:26).
- De la misma manera, la gloriosa dispensación de la Iglesia fue inaugurada con un extraordinario despliegue de poder. Dios puso así su sello sobre la nueva situación que introducían la elevación de Cristo en la gloria y el descenso del Espíritu Santo a la tierra. Este testimonio divino fue dado una vez al principio.
El poder de Dios, es verdad, siempre es el mismo. Y Dios es soberano para intervenir como él quiere y cuando quiere. Pero pretender que las señales características del principio de esta dispensación se manifiesten a todo lo largo de ella, no está en armonía con la enseñanza general de las Escrituras.
- 1Esta diferencia es importante. El mismo Pablo circuncidó a Timoteo “por causa de los judíos que había en aquellos lugares” (Hechos 16:3). A los judíos, se hizo “como judío, para ganar a los judíos; a los que estaban sujetos a la ley... como sujeto a la ley, para ganar a los que estaban sujetos a la ley” (1 Corintios 9:20). Pero cuando aparecen algunos que exigen que los cristianos sean circuncidados y que guarden la ley, les resiste con gran energía, diciendo que ellos “quieren pervertir el evangelio de Cristo” (Gálatas 1:7; 2:4; 5:2-4, 12). Véase también Hechos 15.