El Espíritu Santo
“Otro Consolador”
(Juan 14:16)
- Permítame preguntarle cómo trata usted a este Divino huésped. Ahora hablo con reverencia de la presencia de Dios. ¿Cuántas veces piensa usted a lo largo del día que su cuerpo es templo del Espíritu Santo? Si el soberano del país en el que residimos viniese a habitar bajo nuestro techo por algunos días, ciertamente que su presencia absorbería todos nuestros pensamientos. ¿Hacemos lo mismo con el Espíritu Santo que mora en nosotros? No pensamos en esto muy a menudo; pero lo recordamos si hacemos todas las cosas en vista de agradar al Señor.
- La presencia efectiva del Espíritu Santo sacrifica el egoísmo y nos libera de la ocupación en nosotros mismos, en el camino que recorremos, pues nos llena de un solo objeto: Jesús.
- Ahí donde la vida en la carne termina, empieza la del Espíritu; y prácticamente en la medida que la carne se considera muerta, tenemos poder para manifestar la vida del Espíritu.
- Poseer el Espíritu Santo es una cosa, estar lleno del Espíritu Santo es otra. Cuando Él es la única fuente de mis pensamientos, estoy lleno del Espíritu Santo (Efesios 5:18). Si Él posee mi corazón, tengo poder para hacer callar lo que no viene de Dios, para guardar mi alma del mal y para dirigirme en todas las actividades de mi vida y de mi conducta.
- Muchas veces necesito reprensión, pero la carne no puede corregir a la carne; y ésta no se someterá a la carne de otro. Sin embargo, si verdaderamente ando en el poder del Espíritu, tendré la autoridad de Dios según mi medida, y Satanás deberá ceder al Espíritu.
- Si alguien habla en la iglesia y habitualmente su acción no edifica, creo que hace falta pararlo. Nunca he podido comprender que la Iglesia de Dios pueda ser el único lugar en el cual la carne tenga la libertad de obrar sin ser reprimida; es una locura pensar que así debe ser. Deseo que la más plena libertad le sea dada al Espíritu, pero ninguna a la carne.
- El Espíritu rebosa como “ríos de agua viva” del alma en la cual mora (Juan 7:38), y su abundancia fluye hacia todo lo que le rodea, ya sea una tierra fértil o una árida arena; pero, sea como fuere, el propio carácter del Espíritu en su naturaleza y su poder consisten en brotar sin cesar.
- Deberíamos ser capaces de confundir a todos los enemigos, no por la sabiduría, la inteligencia o el conocimiento humanos, sino por el poder del Espíritu. Aunque otros no crean en la Palabra de Dios, no dejaré la espada del Espíritu porque otros piensen que ésta no cortará. Yo sé que ella es más cortante que toda espada de dos filos (Hebreos 4:12), por eso la utilizo.
- Cuando una persona no está llena del Espíritu de Dios, que da poder a la verdad en su corazón y claridad a su visión moral, el poder seductor del enemigo lo engañará. Tan insumisa como sea respecto a la verdad, ella ama lo maravilloso, pero le falta el santo discernimiento, porque desconoce la santidad y el carácter de Dios. No posee la estabilidad de un corazón que tiene el conocimiento de Dios como tesoro, que sabe que todo lo tiene en Él y que no necesita otras maravillas.