Pepitas de oro /7

La humildad

La humildad

“Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.”
(Mateo 11:29)

  • De todos los males que nos hostigan, el orgullo es el mayor, y es aquel de entre todos nuestros enemigos que más lentamente muere y con la mayor dificultad. Dios aborrece el orgullo más que ninguna otra cosa, porque éste da al hombre el lugar que pertenece a Aquel que está en el cielo, exaltado por encima de todo. El orgullo impide la comunión con Dios y acarrea castigo al hombre, porque: “Dios resiste a los soberbios” (1 Pedro 5:5).
     
  • “Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente” (Salmo 84:6). El valle de lágrimas es un lugar de lágrimas y de humillación, pero, al mismo tiempo, un lugar de bendición. Para algunos de nosotros, este valle puede ser la pérdida de algo muy querido por nuestro corazón, o bien de aquello que se opone a nuestra propia voluntad, algo que nos humilla, pero que, con todo, es un lugar de bendición. Las cosas penosas restauran más nuestras almas que aquellas que son agradables. La confortación y la bendición llegan por medio de lo que nos ha afligido, humillado y despojado.
     
  • El más pequeño y humilde será el más bendecido, y en abundancia.
     
  • A menudo, el creyente que busca el gozo, no puede encontrarlo; el gozo terrenal no puede ni limpiarlo ni bendecirlo. Y para bendecir, Dios debe purificar. Cuando, despojados de nosotros mismos, buscamos a Dios, encontramos la felicidad.
     
  • ¿Olvidaré alguna vez la humillación de Cristo? Nunca, jamás, durante toda la eternidad, el recuerdo de su humillación en la tierra se borrará de mi memoria. Mientras que la contemplación de Cristo en la gloria llena el alma de fuerza para procurar unírsele, el pan que descendió del cielo la nutre. Estas cosas producen un espíritu que piensa en cualquier otro objeto y no en sí mismo. Conozca a este Cristo, viva de Él, y usted será transformado a su imagen para manifestar Su gracia, Su mansedumbre y Su belleza moral. Que el Señor nos permita estar suficientemente ocupados en Aquel que estaba tan lleno de amor y humildad, de manera que manifestemos esas virtudes.
     
  • La verdadera humildad consiste no sólo en pensar mal de nosotros mismos, sino en no pensar en esto en absoluto. Soy demasiado malo para merecer que se acuerden de mí. Lo que necesito, es olvidarme de mí mismo para mirar a Dios quien es digno de todos mis pensamientos.
     
  • La única verdadera humildad, así como el poder y la bendición, consiste en olvidarme de mí mismo en la presencia de Dios y en el gozo de la claridad de su faz.
     
  • Quiera el Señor que nos sintamos tan quebrantados que podamos encontrar al Único que jamás lo está.
     
  • Ignoramos cómo ser débiles y ésta es justamente nuestra debilidad, porque “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:10).
     
  • El espíritu humilde no vive de sus propios pensamientos; recibe los pensamientos de Dios.
     
  • “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). ¿Cuál era ese sentir? El de humillarse siempre. Cuanto más se humillaba, más le despreciaban. Descendió sin cesar hasta que le fue imposible poder descender más, hasta el polvo de la muerte. ¿Nos basta hacer lo mismo? ¿Nos basta tener este mismo sentir que hubo en Cristo Jesús? ¿Nos basta siempre dejarnos despreciar hasta lo sumo?
     
  • Que el Señor sea con nosotros y nos guarde cerca de Él en humildad y en el servicio, recibiendo mucho más de Él que lo que podamos emplear para Él.