El amor de Dios
“Dios es amor.”
(1 Juan 4:8)
- Las cosas más profundas son las más sencillas. Hablo del perfecto amor de Dios.
- Cuando hemos llegado a conocer verdaderamente a Dios, lo hemos hecho como al Dios de amor. Entonces, sabiendo que todo proviene de Él, aunque estemos en un desierto —en cualquier lugar o circunstancia en la cual nos encontremos— todo lo interpretamos a través de su amor.
- Sólo hay una esfera en la cual Dios no puede satisfacerse a sí mismo: es la de su amor. Su amor precisa de otros seres aparte de Él para hacerlos felices.
- La ley dice: “Amad” (Amós 5:15; Zacarías 8:19). Pero el Evangelio, Cristo mismo, dice: “De tal manera amó Dios” (Juan 3:16).
- Ninguna creación, nada de lo que jamás fue visto en este mundo, podría ser lo que fue la cruz. La creación pone de manifiesto el poder de Dios, pero ella no podría hacer resplandecer, como la cruz, su amor y su verdad. Por lo tanto, la cruz permanecerá durante la eternidad como el lugar maravilloso y bendito en el cual aprendemos lo que en ningún otro sitio puede ser aprendido: todo lo que es Dios.
- En el corazón del hombre hay tanto egoísmo que el amor de Dios es para él un enigma aún más incomprensible que su santidad. Nadie comprendió al Señor Jesús, porque Él manifestaba a Dios.
- El Espíritu Santo nos hace sentir el amor del Padre. Nos lleva a la libertad mostrándonos, no que somos insignificantes, sino cuán grande es Dios.
- ¿Dónde puede la fe conocer, en su mayor intensidad, el pecado del hombre y su odio contra Dios? En la cruz. Pero, al mismo tiempo, ella ve, en su mayor extensión, el triunfo del amor de Dios y de su misericordia para con el hombre. La lanza del soldado romano que abrió el costado de Jesús no hizo más que manifestar lo que hablaba de amor y de misericordia.
- Es verdaderamente una dolorosa prueba, cuando Dios retira de la escena de este mundo a un ser querido, quien es parte de nosotros mismos. Sin embargo, ¡qué diferencia, cuando podemos ver el amor del Señor! Esta consolación lo transforma todo. El amor de Dios, que descendió al lugar de la muerte, ha iluminado todas las tinieblas con sus más preciosos rayos; y esas tinieblas sirven sólo para comprobar cuán precioso es tener tal luz.
- Es necesario que Cristo sea todo para nosotros, de lo contrario pronto nos desanimaremos. Si Cristo no es nuestro único objeto, y si el amor del Padre no es el aire que respiramos para la vida de nuestras almas, no caminamos por el buen camino.
- “El Señor al que ama, disciplina” (Hebreos 12:6). La Palabra saca dos conclusiones de esta verdad: 1) La disciplina nunca tendrá lugar sin que yo haya dado la causa; 2) ella jamás se ejercerá sin el amor de Dios. Por eso, no debo despreciarla, pues hay un motivo en mí para que el Dios de santidad y de amor obre de esa manera. Además, no debo perder ánimo, porque es su amor el que me golpea. El Padre corrige al hijo que ama.