A los padres de mis nietos /3

Génesis 5:21-22

Enoc

Mientras que Lamec es séptimo desde Adán en la línea de Caín, Enoc lo es desde Adán en la línea de Set (Judas 14). ¿Por qué en una epístola tan corta como la de Judas el Espíritu Santo se toma la molestia de precisar el número de las generaciones desde Adán hasta Enoc? A pesar de ser breve, el comentario de la vida de Enoc trae consuelo a los padres cristianos de hoy. En Génesis 5:21-22 leemos: “Vivió Enoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas”. Notemos que no dice que Enoc caminó con Dios durante los sesenta y cinco años que precedieron al nacimiento de Matusalén. ¿Podemos deducir de esto que este niñito ejerció influencia en Enoc?

A veces se nota el egoísmo de los jóvenes cristianos, casados o no. El «yo» y los intereses personales ocupan un gran lugar en sus pensamientos. «¿Qué me gustaría? ¡No tengo ganas de hacer esto!» Demasiado a menudo oímos estas expresiones que fueron también las nuestras. Pero a medida que nacen hijos, somos sometidos a otra escuela: el bebé está agitado y no quiere dormir, mamá lo ha cuidado todo el día; entonces, llegada la noche, el padre toma el relevo, tomando al niño en sus brazos después del cansancio de un trabajo cotidiano agobiador. ¡Felices los padres que, en esos momentos, saben remitirse al Señor mientras intentan hacer dormir a su hijo! Esas vigilias representarán para ellos momentos de comunión estrecha con su mejor y más querido Amigo. La casa silenciosa, dormida, se volverá un lugar calmo y propicio para el recogimiento ante el Señor. Si sucede que su hijo desciende hasta el borde del río frío y oscuro (es decir la muerte), este pequeño ser se volverá para usted más precioso que usted mismo, y usted aprenderá una de las lecciones más grandes que esta vida puede enseñarnos: la de clamar con toda sinceridad: “Hágase tu voluntad” (Mateo 6:10).

Podríamos escribir un libro sobre las benditas experiencias que hacemos con nuestros hijos, que sólo los padres pueden conocer. Cierto, son también los únicos que pueden comprender realmente el sentido de la historia de Enoc, como si ella hubiese sido escrita especialmente para nosotros los padres. Tomando este ejemplo, consideremos que nuestros hijos representan una fuerza que nos empuja a caminar con Dios. En esta preciosa compañía sacaremos fuerzas y consuelo para el camino.

El niñito, que suscitó la fidelidad de su padre Enoc, debió de observarlo en su marcha día tras día, y escucharlo pronunciar esas profecías solemnes del juicio venidero que Judas nos trasmitió siglos más tarde. Su nombre, Matusalén, significa «a su muerte será enviado». Seguramente tuvo esperanzas y ambiciones muy diferentes de las que prevalecían entre sus primos, los hijos de Lamec.

Durante trescientos años, Matusalén fue testigo de la conducta consecuente de su padre, hasta que éste último “desapareció, porque le llevó Dios” (Génesis 5:24); Dios lo llevó sin que viera la muerte, como nos lo enseña Hebreos 11:5. Luego, Matusalén vio nacer a su hijo Lamec que vivió 777 años (muy distinto del hombre del último libro de la Biblia cuyo número es el 666; Apocalipsis 13:18), y murió, pero su padre sobrevivió aún cinco años después de él. Durante seiscientos años observó a su nieto Noé («consuelo») construyendo el arca para salvar a su familia; escuchó el anuncio solemne del juicio que caería sobre la tierra, pero que sería ejecutado sólo después de su muerte. Los novecientos sesenta y nueve años de este hombre, que alcanzó la edad más avanzada jamás conocida, son como una voz poderosa, que clama a los oídos de aquellos que quieren oír. Les hablan de la longanimidad y de la paciencia de Dios, diciéndoles que el juicio es “su extraña obra... su extraña operación” (Isaías 28:21); pero proclama con igual precisión la certidumbre del juicio venidero.

¡Qué contraste entre las casas de esos dos patriarcas! Los dos pertenecen a la séptima generación desde Adán; uno respirando el aire de la tierra, el otro la atmósfera del cielo; uno culpable de homicidio, mientras que el otro no vio la muerte.

Nosotros que somos padres, no podemos sino desear una vida parecida a la de Enoc, cuyo ejemplo debemos poner ante nuestros hijos. Únicamente un modelo semejante podrá alejarlos del mundo con más seguridad.