Hijos únicos
En el evangelio según Lucas, podemos considerar un grupo especial de familias. Esta expresión “Hijo unigénito”, que emplea el apóstol Juan, el discípulo a quien Jesús amaba, es muy bien conocida. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16); “gloria como del unigénito del Padre” (Juan 1:14); “el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre” (Juan 1:18). Juan emplea ese término cinco veces con respecto al Señor, una de las cuales lo hace en su primera epístola (véase también Juan 3:18; 1 Juan 4:9). Pero Lucas, quien compuso sus escritos antes que Juan, utiliza esa misma palabra para tres familias, como si hubiera querido darnos a conocer el profundo significado del término antes que el Espíritu nos hable del Hijo unigénito del Padre.
1) La viuda de Naín
Lucas era médico, y se interesaba naturalmente en todos los detalles de las enfermedades y de los sufrimientos que se presentaban. En el capítulo 7:11-15 de su evangelio, nos relata el encuentro del Señor con un cortejo fúnebre que salía de la ciudad de Naín. El muerto era un joven, hijo único de una madre viuda. Cuando Jesús la vio, tuvo compasión de ella y le dijo: “No llores”. “Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate. Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre.” ¡Qué simpatía, qué comprensión, qué gracia de parte del Señor! ¡Qué bien conocía el corazón de esta madre y compartía su pena! No comprometió al joven a que lo siguiera, sino que lo dio a su madre para que fuese su sostén y su consuelo. “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8). No cambia, y hoy encontramos su simpatía y su amor como en otro tiempo a la puerta de Naín.
2) Jairo
En Lucas 8:41-56, leemos el encantador relato de Jairo, principal de la sinagoga, cuya hija única de unos doce años de edad, se estaba muriendo. Jairo fue a suplicar al Señor que vaya a su casa para sanarla, pero en el camino, Jesús fue retrasado, y antes de alcanzar la morada del principal de la sinagoga, un mensajero llegó y anunció la muerte de la niña. “Y lloraban todos y hacían lamentación por ella. Pero él dijo: No lloréis; no está muerta, sino que duerme. Y se burlaban de él, sabiendo que estaba muerta. Mas él, tomándola de la mano, clamó diciendo: Muchacha, levántate” (Marcos 5:41 recuerda los términos que empleó el Señor: “Talita cumi”). “Entonces su espíritu volvió, e inmediatamente se levantó; y él mandó que se le diese de comer. Y sus padres estaban atónitos; pero Jesús les mandó que a nadie dijesen lo que había sucedido.”
Otra vez se manifestó la tierna y conmovedora simpatía del Señor, y recordemos nuevamente que él es el mismo hoy. ¿Ha sufrido usted la pérdida de un hijo? No está perdido, el Señor lo devolverá, por cierto que no como devolvió la hija a Jairo, sino de una manera mejor. Después de la muerte de sus siete hijos y sus tres hijas, y de la pérdida de todos sus bienes, Job recuperó el doble de lo que poseía antes, pero tuvo la misma cantidad de hijos que antes de la prueba, pues los primeros no estaban perdidos, solamente habían precedido a su padre. ¡Qué consuelo saber que el Señor se ocupa de todos nuestros hijos! Él los rescató con su sangre, los ama tiernamente y quiere tenerlos a su lado para siempre.
3) El hijo endemoniado
En Lucas 9:38, encontramos la historia de un padre que, trastornado, trajo a su hijo poseído por un espíritu inmundo a los discípulos del Señor; pero éstos no habían podido echarlo. En su angustia, el padre clamó al Señor: “Maestro, te ruego que veas a mi hijo, pues es el único que tengo”. El Espíritu no utilizó por casualidad el término “único” en este relato y en los dos precedentes: probablemente desea preparar nuestros corazones para discernir mejor lo que representaba para Dios el don de su Hijo único, ofrecido por usted y por mí. Sepamos comprender esta enseñanza aunque sea en parte, pues no la entenderemos nunca por completo. Los tres casos presentados anteriormente dan una idea de lo que costó al Padre el rescate de miserables pecadores perdidos como nosotros. Aquí, en su angustia, este hombre tenía falta de fe, pero Jesús reprendió al espíritu inmundo el cual salió, y devolvió al muchacho a su padre.
Notemos que en las tres situaciones expuestas, el Señor devolvió los hijos a sus padres sin obligarlos a que lo siguiesen.
Jesús sabe, comprende y toma cuidado de nosotros mejor que nadie. Él representa mucho más que el ser más querido y cercano de nosotros. Si nuestros hijos nos ocasionan preocupaciones, acordémonos siempre que la simpatía del Señor es tan real hoy como lo era cuando estaba en esta tierra. Tanto en la enfermedad como en la salud, en la vida como en la muerte, lo mejor que podemos hacer es poner a nuestros hijos en las manos del Señor.