A los padres de mis nietos /4

Génesis 13 – Génesis 14 – Génesis 18 – Génesis 19 – Génesis 20

Lot

La historia de Lot es triste pero muy instructiva. En el momento de la contienda entre los pastores de Abraham y los de Lot, Abraham propuso separarse para no mostrar al amorreo que vivía en el país el triste espectáculo de una disputa entre hijos de Dios. Con un espíritu de conciliación, el mayor de los dos, Abraham, invitó a su sobrino a elegir la región donde le gustaría vivir. Con egoísmo, Lot optó por las llanuras irrigadas de Sodoma. ¡Cuántas veces ponemos a nuestras familias en contacto con el mal, considerando únicamente ilusorios provechos materiales!

Para Lot, la pobreza hubiese sido más provechosa que la riqueza de las fértiles praderas de Sodoma. Conocemos la historia: Lot miró primeramente la llanura de riego, luego puso sus tiendas hasta Sodoma, después habitó en la ciudad, y por último lo encontramos “sentado a la puerta” (Génesis 13:10-13; 19:1). Por cierto, el “justo Lot… afligía cada día su alma justa” cuando vivía en este lugar innoble (2 Pedro 2:8). Quizás se dejó persuadir por su mujer y su familia para ir a vivir a Sodoma, a pesar de las cosas que lo preocupaban diariamente; quizás consideraba las ventajas humanas que sacarían sus hijos en un lugar tan favorecido. Sea lo que fuere, sus hijas iban a casarse con hombres de Sodoma y se establecieron allí. No olvidemos la causa primera de esas desdichadas uniones: la rápida y egoísta elección de Lot, quien tendría que haber esperado la decisión de su tío, como lo exigía la cortesía.

Pero para mí, la parte más triste de este relato se encuentra en Génesis 19:14: “Salió Lot y habló a sus yernos, los que habían de tomar sus hijas, y les dijo: Levantaos, salid de este lugar; porque Jehová va a destruir esta ciudad. Mas pareció a sus yernos como que se burlaba”. Leamos ese pasaje atentamente; si comprendo bien, a causa de una amarga experiencia personal, Lot, a pesar de su alma afligida, tenía la costumbre de bromear; tal vez era espiritual, pero siempre estaba listo para reír, sino sus yernos no hubieran tomado como una burla la advertencia desesperada de su suegro. Consideremos bien los hechos: la costumbre de bromear le costó a Lot la vida de sus yernos; perecieron en el momento de la destrucción de la ciudad a causa de lo que podría ser estimado como una «broma inocente». El pasaje de Eclesiastés 10:1 lo ilustra bien: “Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable”. Muy diferentes son los ungüentos del Cantar de los Cantares 1:3 y el perfume agradable que llena la casa donde estaba sentado el Señor y sus discípulos (Juan 12:3); sería muy triste si este olor hubiese sido destruido por algunas “moscas muertas”.

No nos asombremos si el Nuevo Testamento exhorta seriamente a aquellos que ejercitan una autoridad en la iglesia a ser sobrios y serios (1 Timoteo 3:2, 8, 11, V.M.; Tito 1:8; 2:2), y nos pone en guardia contra toda palabra deshonesta o necedad que no conviene (Efesios 5:4). ¡Cuántos remordimientos nos asaltarían si algunos de nuestros parientes cercanos pasaran la eternidad en el lago de fuego a causa de una broma!

Desgraciadamente la historia de Lot no se termina aquí. Aún nos deja una solemne advertencia: Echando una mirada hacia atrás, su mujer mostró donde había dejado su corazón; “se volvió estatua de sal” (Génesis 19:26). Habiendo escapado de Sodoma, sus propias hijas embriagaron a su padre durante dos noches sucesivas (lo que ciertamente no era inhabitual en él) y, para eterna vergüenza de él y de ellas, fueron entonces las madres de los moabitas y de los amonitas: dos de entre los más encarnizados pueblos enemigos de Israel.

Tal es el fruto que llevó un hombre “justo” al fin de su camino, a causa de la mirada de deseo que había dirigido sobre las llanuras bien regadas de este mundo.