Timoteo
Hablemos, para terminar, de la más encantadora familia del Nuevo Testamento: la abuela Loida, la madre Eunice y el joven Timoteo. El apóstol Pablo da testimonio de la fe sincera de la madre y de la abuela (2 Timoteo 1:5); luego, en el capitulo 3:15, agrega: “Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús”.
¡Qué herencia para un hijo, el conocer las Santas Escrituras! Si dejamos algo a nuestros hijos en cuanto a las riquezas terrestres, instruyámoslos desde la niñez en el conocimiento de la Palabra de Dios; así, les habremos dado un tesoro más grande y precioso que todos los bienes de este mundo. La abuela Loida y la madre Eunice tenían ambas una fe viviente. Podemos estar seguros de que instruyeron a Timoteo desde niño en “las Sagradas Escrituras”; en efecto, su padre era griego.
¿Qué resultado podemos evidenciar? Leamos las dos epístolas a Timoteo. Nada puede comparárseles en toda la literatura de este mundo. Tímido por naturaleza, pronto a derramar lágrimas, muy joven todavía, Timoteo era sin embargo aquel en quien el apóstol podía apoyarse más que en ningún otro. ¿Por qué? Porque las Escrituras llenaban su corazón y tenía una fe sincera.
Todos podemos seguir este ejemplo; abuelos, padres, busquemos imitar a Loida y a Eunice con todas nuestras fuerzas y con la sabiduría que viene de lo alto. Contemos con Aquel que puede transformar el hombre interior, lo que la Biblia llama: “nacer de nuevo”; y la fe sincera y el conocimiento de la Palabra llevarán y guardarán a nuestros jóvenes en el camino que deben recorrer.