La familia de Nazaret
Nos llama la atención ver el pequeño número de familias mencionadas en el Nuevo Testamento; sin embargo, la que nos ocupa es única, pues no hubo jamás otro niño semejante a Aquel que nació en un pesebre en Belén porque no había lugar para él en el mesón.
Quisiéramos detenernos un poco en esta casa de Nazaret, pero la sabiduría de Dios tendió un velo sobre los años de la niñez del Señor. Entrevemos a Jesús a la edad de doce años, cuando dice a su madre y a José: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lucas 2:49). Los “negocios” de su Padre, tal era la atmósfera en la cual vivió; no obstante, el Señor de gloria volvió con sus padres a la humilde casa “y estaba sujeto a ellos”.
Jesús fue “criado” en Nazaret (Lucas 4:16), en la casa del carpintero. El Espíritu utiliza casi el mismo vocablo griego cuando se trata de nuestros hijos (trepho y ektrepho) en Efesios 6:4: “criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Consideremos un momento la educación de este niño sin par: nunca desobediente, irritado, mohíno, grosero, obstinado ni mentiroso. Tenía cuatro hermanos: Jacobo, José, Judas y Simón, y también hermanas (Marcos 6:3). En este último versículo es llamado “el carpintero”, de lo que podemos deducir que trabajó con su padre en su taller. Quizás José estaba muerto en esa época, pues se habla de Jesús como del “hijo de María”, y no se hace ninguna alusión a José.
Al principio de su ministerio, sus hermanos no creían en él, y sin duda, en la bella historia de Génesis 37, los celos de esos hombres tan diferentes de José, su hermano menor, constituían una imagen de la actitud de los hermanos incrédulos del Señor. Sin duda la vida del niño Jesús no siempre fue fácil; más tarde, su hermano más próximo a él en edad, Jacobo, fue uno de sus siervos más fieles. Jacobo no fue el único de los cuatro en seguir al Señor, pues 1 Corintios 9:5 nombra “los hermanos del Señor” al mismo tiempo que a Cefas. Esto nos lleva a creer que todos los miembros de la familia de Nazaret se convirtieron en fieles discípulos del Señor Jesucristo.
La epístola de Santiago fue escrita probablemente por el hermano de Jesús. El autor se nombra a sí mismo: “siervo de Dios y del Señor Jesucristo”. Une a Dios y al Señor Jesucristo, probando su fe completa en la divinidad de Cristo; lo confiesa de todo su corazón como Señor, y se reconoce como su siervo. Un siervo es comprado por una suma de dinero y Jacobo o Santiago, el hermano del Señor, se declara abiertamente como tal desde las primeras palabras de su carta.
¿Podríamos suponer, sin adelantarnos demasiado, que esos años de niñez influyeron en Santiago atrayéndolo a Aquel que era su hermano y Señor? A la luz de 1 Pedro 3:1 podemos pensarlo. Se dice hablando de los maridos incrédulos: “que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas”. El término “conducta” se repite muchas veces en las epístolas de Pedro, y Santiago emplea la misma palabra (3:13). ¿Pensaba en la conducta, en la manera de vivir de Aquel a quien había podido observar durante su niñez, su juventud y hasta su edad adulta? La madre de Jesús guardaba todas esas palabras en su corazón y Santiago debió de haber hecho lo mismo.