A los padres de mis nietos /6

Caleb

Caleb

¡Qué ejemplos refrescantes ofrecen Caleb y su hija Acsa! Caleb fue enviado con Josué y otros diez hombres para reconocer la tierra prometida. Los diez presentaron un informe desfavorable del país, mientras que Josué y Caleb, por el contrario, empujaron a Israel a avanzar y a tomar posesión de Canaán inmediatamente: “Más podremos nosotros que ellos”, dijeron los dos hombres (Números 13:30). Israel rehusó escucharlos y debió volver al desierto por cuarenta años más, y lo mismo sucedió con Caleb a pesar de que su corazón haya quedado en Canaán. Durante esos cuarenta años, cada vez que el campamento era levantado sobre esas inmensas y salvajes extensiones de arena, frente a las coloradas y desnudas montañas que erguían sus picos hacia el cielo, imagino a la pequeña Acsa sentándose con sus hermanos (1 Crónicas 4:15) junto a su padre, ella sobre las rodillas y con sus brazos alrededor del cuello de ese hombre fuerte, escuchando las historias cautivantes que podía contarles, historias auténticas de gigantes que había visto con sus propios ojos, viviendo en ciudades rodeadas de murallas altas. Caleb mencionaba también los productos que la tierra les proveía, un racimo de uva que debió ser transportado sobre una vara por dos hombres; y para terminar, seguramente debía de decir a los niños que un día su pueblo, con la ayuda de Dios, sería capaz de vencer a esos gigantes, y el país pertenecería a Israel. La historia preferida de Acsa era quizás la de Hebrón. Abraham, después de separarse de su sobrino Lot quien fue a habitar en las llanuras de Sodoma, levantó su tienda en Hebrón y edificó un altar. Compró allí un campo y la cueva de Macpela para sepultar a Sara (Génesis 23), donde él mismo fue también enterrado por Isaac e Ismael. Isaac y Rebeca reposaron en ese lugar al igual que Lea, y más tarde fue depositado el cuerpo de Jacob traído de Egipto. Quizás también les habló de José, el hijo amado de Jacob, terminando su relato con estas palabras: «Hebrón, el lugar más querido de nuestros corazones de todo Canaán, es nuestra herencia y nos pertenece». Y les recordaba las palabras de Moisés: “Todo lugar que pisare la planta de vuestro pie será vuestro... para ti, y para tus hijos en herencia perpetua, por cuanto cumpliste siguiendo a Jehová mi Dios” (Deuteronomio 11:24; Josué 14:9). Los ojos de Acsa se iluminaban al escuchar esos maravillosos relatos que le enseñaban a amar el país de la promesa, sus colinas y sus valles, sus frutos y sus pastos. Durante nuestra infancia aprendemos a amar las cosas de Dios.

¡Qué poco sabemos apreciar el valor de esas veladas con nuestros hijos sobre las rodillas o a nuestros pies, o aun cuando están en la cama y piden: «Cuéntanos una historia»! Más tarde, daríamos todos los bienes que poseemos para volver a esos instantes benditos. Jóvenes padres, es ahora el momento de enseñar a sus hijos a amar la patria celestial hacia la cual avanzamos. Cuando los corazones son jóvenes, los afectos permanecen ardientes y entusiastas. Aun después de un día fatigante de trabajo, no pierdan la oportunidad de enseñarles, pues vale más que todo el oro del mundo.

Caleb no tenía únicamente a su hija delante de él; su sobrino Otoniel, aún joven, fue profundamente tocado por las palabras de su tío. Aprendió a amar a su joven prima Acsa, al mismo tiempo que los campos de Canaán. Después de entrar en la tierra prometida, su tío le dijo: “Al que atacare a Quiriat-sefer, y la tomare, yo le daré mi hija Acsa por mujer. Y la tomó Otoniel, hijo de Cenaz hermano de Caleb; y él le dio su hija Acsa por mujer” (Josué 15:16-17).

Otoniel y Acsa debían ser animados por un mismo espíritu en lo que concernía al país de Canaán, pues la joven empujó a su marido a pedir tierras a su padre. No necesitó insistir, pues Caleb amaba a su hija y sentía mucho gozo al ver que ella tenía el mismo amor que él por el país de Canaán. Debió de regocijarse viéndola bajar de su asno y venir hacia él. Sabía que deseaba algo, y le preguntó: “¿Qué tienes? Y ella respondió: Concédeme un don; puesto que me has dado tierra del Neguev, dame también fuentes de aguas. Él entonces le dio las fuentes de arriba, y las de abajo” (Josué 15:18-19). ¿Piensan que Caleb se ofendió ante el atrevimiento de este pedido? Le hubiera podido responder: «Ya te he dado tierra del Neguev, ¿no es suficiente? ¿por qué te he de dar más?» No; Acsa era una hija según su corazón, deseaba fuentes de Canaán y le dio el doble de lo que pedía. El Señor actúa de la misma manera con nosotros: “Y aun también te he dado las cosas que no pediste” (1 Reyes 3:13).

El corazón del anciano tío debió de regocijarse al ver en su sobrino un hombre digno de su hija amada, pero no es todo. A medida que pasaron los años, Israel se alejó cada vez más de Dios, la ira divina se acrecentó contra el pueblo, y los israelitas fueron entregados en manos de sus enemigos. Pero cuando el pueblo clamó a Jehová, Dios les dio un salvador, el primer juez, en la persona de Otoniel, hijo de Cenaz, hermano de Caleb (Jueces 3:9). Me gusta pensar que Otoniel y Acsa estaban preparados para esta noble tarea por las historias que el anciano Caleb les había relatado sobre el país que no habían visto pero que amaban.

¡Señor, ayúdanos a ganar el corazón de nuestros hijos!

Dios dijo de Caleb: “Mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión” (Números 14:24). Y Caleb dijo de sí mismo: “Yo cumplí siguiendo a Jehová mi Dios” (Josué 14:8). El nombre de Caleb significa «perro»; un buen perro sigue a su amo en todo lugar y muestra una gran fidelidad hacia él. El espíritu de Caleb influenció seguramente a su hija, pero la piedad no se hereda, y es muy triste ver a Nabal, hombre duro y malo, en la descendencia de Caleb (1 Samuel 25:3).