El ABC del cristiano /12

Imitar y servir

Las buenas obras

“Que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras” (Tito 3:8).

Un error con graves consecuencias

Una gran parte del cristianismo enseña que el hombre debe contribuir con sus obras para obtener de Dios su justificación. Se dice que son necesarias para ser cada vez más justo (!) ante Dios. Se proclama que las buenas obras son el medio para ganar la salvación eterna. La obra de Jesús en la cruz, segun piensan, dio al hombre esta posibilidad.

Este error, cargado de consecuencias, ha echado raíces en muchos corazones humanos. Encuentra un lugar especial en la tendencia natural del corazón a adquirir su propia justicia. «Así tengo la oportunidad de mejorar como persona y llegar a ser más santo por mis buenas obras». Esto es lo que piensa mucha gente.

Pero desconocen varias cosas:

  • Primeramente, el hombre debe participar “de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4) para poder hacer obras que Dios pueda aprobar.
  • Solo por medio de la fe, y no por obras, el creyente en Jesucristo deja su condición de pecador ante Dios para ser una persona justa, habiendo sido hecho perfecto en Cristo.
  • El verdadero crecimiento consiste en conocer más y más la maravillosa salvación que Dios nos ha dado en Cristo, y en dejar que desarolle sus efectos en nuestra vida.
  • El hombre nunca podrá mejorar su naturaleza pecaminosa, la “carne”, ni perfeccionarla. 

Sin embargo, ¡cuántas personas se consumen en su interior preocupándose por la salvación de sus almas, llevándolas a una incesante actividad buscando la justificación por sus obras! Se imponen una disciplina rigurosa, practican obras de amor al prójimo, se dedican al cuidado de los enfermos y dan sus bienes a los pobres. Hasta su celo nos confunde a veces.

Un descanso

Por otro lado, hay cristianos mejor instruidos. Saben por la Palabra de Dios que el Evangelio declara al hombre muerto en sus delitos y pecados, incapaz de hacer el bien (véase Efesios 2:1, 5). Saben que no han sido salvados por obras de justicia (véase Tito 3:5), sino “por gracia... por medio de la fe” (Efesios 2:8). Son conscientes de su perfecta posición en Cristo y confían en la obra plenamente eficaz de Jesucristo en la cruz.

Lamentablemente, desaparece a veces la motivacion para realizar buenas obras. Y como resultado, algunos de ellos se toman un descanso, mostrando poco interés y aplicación por cualquier actividad que vaya más allá de los límites de sus propios intereses.

¿Qué son las “buenas obras”?

Una obra es el fruto de una actividad o de un trabajo. La Escritura habla de “obras muertas” (Hebreos 6:1), “obras infructuosas de las tinieblas” (Efesios 5:11), “obras de la carne” (Gálatas 5:19), “malas obras” (Colosenses 1:21), pero también de “buenas obras” (Efesios 2:10), según sean fruto de una actividad de la “carne” o de una actividad “en el Espíritu” (Gálatas 5:16-26). Las buenas obras son las que se hacen para la gloria de Dios y del Señor. Pueden ser para el bien de los hijos de Dios o el de los hombres en general (1 Corintios 10:31; Mateo 26:10; Hechos 9:36, 39: Tito 3:1, 8, 14).

¿Y los creyentes no tienen motivos para hacer tales obras?

Ciertamente los tienen. ¿Cuáles son entonces?

  1. “Somos hechura suya (de Dios), creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Efesios 2:10).
  2. “Nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para... purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:13-14). (En la epístola a Tito, como en las dirigidas a Timoteo, se habla mucho de “buenas obras” en el verdadero sentido de la Palabra).
  3. Según las enseñanzas de la epístola de Santiago, la fe viva y salvadora debe manifestarse con obras: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras?... Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2:14, 17).
  4. En la primera epístola de Juan leemos además que la vida eterna estaba con el Padre, y nos fue manifestada en la persona de su Hijo. Por la fe poseemos esta vida que viene de Dios. Ahora bien, la vida implica actividad. Por tanto, esta vida divina debe manifestarse mediante sentimientos y obras que correspondan a la naturaleza de Dios.
  5. Dios nos ha dado espíritu de “poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).

¿Podemos mostrarnos indiferentes ante esto? ¿Puede alguien permitirse el lujo de quedarse de brazos cruzados cuando hay “buenas obras” por hacer? Si es así, algo anda mal en el corazón. ¿Estará endurecido “por el engaño del pecado” (Hebreos 2:13)?

Un creyente que vive en comunión con Dios no puede aspirar a otra cosa que a vivir para Su gloria, ya que le debe toda su felicidad. A partir de entonces, las obras que realice ya no serán para su propia salvación o gloria, sino para Dios y sus intereses.

Un joven cristiano había sufrido una gran decepción, y el desánimo se había apoderado de él. Toda su vida parecía ahora carecer de sentido. Después de pasar unos días en este estado, le vino como un rayo el siguiente pensamiento: «¡Puedes hacer algo para Dios!» Esto le infundió valor y celo, y fue entonces cuando verdaderamente tomó conciencia del sentido de su vida.

¿Qué obras debo hacer?

Esta es la primordial pregunta a la que solo el Señor puede responder. Consultémosle siempre en constante dependencia: “¿Qué haré, Señor?” (Hechos 22:10).

A este respecto, nos gustaría llamar la atención sobre los siguientes puntos:

1.     Mi vida de cada día

Todo lo que hagamos, tanto en el ámbito laboral como en el cotidiano, como por ejemplo «comer y beber», estamos llamados a hacerlo “de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Colosenses 3:23), a lo largo de toda nuestra vida. El Señor “que ve en lo secreto” (Mateo 6:4) observará esto cuidadosamente y será glorificado.

Un granjero cepillaba con esmero su caballo. Un transeúnte le preguntó: «¿No es suficiente? Brilla como un espejo». — «Es porque deseo hacerlo por mi Salvador», fue la respuesta. — ¿No crees que esta modesta obra fue motivo de gozo para el corazón del Señor, a diferencia de las obras que los hombres admiran?

2.     Obras preparadas

De Efesios 2:10, citado anteriormente, se desprende también que Dios preparó de antemano “buenas obras... para que anduviésemos en ellas”. Conviene prestar atención a estas palabras. Hacer otras obras implicaría independencia y voluntad propia, y por tanto serían malas obras.

Así, varios siervos de Dios fueron preparados y apartados por él “desde el vientre de su madre” para un servicio particular: Sansón (Jueces 13), Isaías (Isaías 49:1), Jeremías (Jeremías 1:5), Juan el Bautista (Lucas 1:15), Pablo (Gálatas 1:15). Del mismo modo, vemos muy claramente que hombres como José, Moisés, David y otros fueron formados desde su juventud para una misión particular. Aunque no nos podamos comparar con estos notables siervos de Dios, muchos obreros del Señor pueden, sin embargo, reconocer claramente en su vida —incluso para un modesto servicio— las señales de una preparación por parte de Dios.

Oportunidades preparadas: Dios también prepara de antemano la “oportunidad” (Gálatas 6:10). Pensemos en José de Arimatea, el “hombre rico” que tenía un sepulcro nuevo labrado en la peña (Mateo 27:57, 60). Cuando este “discípulo... secretamente” (Juan 19:38) vio a Jesús morir en la cruz, vino y entró “osadamente” (Marcos 15:43) a Pilato, pidió el cuerpo de Jesús (Lucas 23:52) y lo puso en el sepulcro. El poderoso motivo para hacerlo era el amor al Señor. Pero, ¿por qué lo puso en “su” (Mateo 27:60) sepulcro? “Por causa de la preparación de la pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca” (Juan 19:42). Su piedad y la de su compañero Nicodemo los guió a cumplir los mandamientos de Dios. ¡Qué asombro debió sentir José de Arimatea cuando encontró en las Escrituras las palabras pronunciadas mucho antes: “Mas con los ricos fue en su muerte” (Isaías 53:9)!

Mantengamos constantemente los ojos abiertos para discernir las “obras... (preparadas) de antemano”. A menudo, ¡una oportunidad dada por Él y bien aprovechada (véase Efesios 5:16) por nosotros, tiene consecuencias para nuestro camino a largo plazo!

3.     Preparación para las “buenas obras”

Los jóvenes deben tener en cuenta que esta etapa de su vida es un tiempo de preparación para el servicio posterior, ya sea en secreto o en público. Para ello, la mejor formación es el estudio cuidadoso de la Palabra de Dios, en dependencia y oración: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).

Por ejemplo, muchos se han arrepentido de que su escaso conocimiento en idiomas fuera un obstáculo para el servicio. «¡Ah, si hubiera aprovechado mejor mi tiempo en este y otros ámbitos!», suspiran más de uno.

4.     Las oraciones

El apóstol escribió a Timoteo: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres” (1 Timoteo 2:1). ¿Qué hacemos “ante todo”, ante cualquier otra actividad, ante cualquier otro trabajo? ¿Oramos?

Nuestras oraciones son la medida de nuestra dependencia de Dios. Son obras de fe extremadamente útiles, y conducen a otras acciones. Llevan nuestras vidas a la presencia de Dios y traen su bendición sobre nosotros y varios más. Por lo tanto, ¡pasemos mucho tiempo en oración!

5.     Interés por los hombres

Todos los hombres deben ser objeto de nuestra oración, de nuestras peticiones. “Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:3-4). ¡Qué vasto campo de actividad se abre ante nuestros ojos! Si ponemos en práctica esta exhortación, nuestro interés por las personas se hará más profundo, empezando por las que están cerca, y extendiéndose a las que están en tierras lejanas y de las que oímos hablar en los informes sobre la labor misionera. ¿No aprovecharemos entonces con gusto las oportunidades para difundir el Evangelio y la verdad, y ayudar a la distribución de folletos y tratados? ¡Esforcémonos en ser los primeros en ocuparnos “en buenas obras” (Tito 3:8)!

Nuestro servicio y los requisitos para ejercerlo

En la primera epístola a los Tesalonicenses se nos habla de tres cosas que caracterizaban a estos recién convertidos:

  • se habían convertido “de los ídolos a Dios”;
  • “para servir al Dios vivo y verdadero”;
  • “y esperar de los cielos a su Hijo” (1 Tesalonicenses 1:9-10).

Cada uno de nosotros debería examinarse a sí mismo para ver si podemos decir lo mismo. De faltarnos alguna de estas tres cosas, nuestra vida cristiana es deficiente. O bien nuestro crecimiento espiritual no ha sido normal desde el principio, o se ha interrumpido en algún momento.

Cuando éramos inconversos, también teníamos nuestros ídolos. Puede que no fueran de madera o de piedra, pero se asentaron en nuestros corazones y ocuparon el lugar que le corresponde a Dios. Nuestros afectos, nuestras vidas, nuestro tiempo y nuestras fuerzas le pertenecen. Para uno, era el deporte, el coche, el placer de viajar. Para otro, una persona cualquiera, los amigos, el socializar. Para un tercero, su profesión, el arte, la ciencia. Y en medio de todo esto estaba el imponente «yo», el ídolo principal al que rendíamos homenaje cada día.

Cuando la Palabra de Dios llegó a nuestros corazones, cuando su luz iluminó nuestra conciencia y vimos nuestras vidas, cuando entendimos el Evangelio y fuimos atraídos hacia Jesucristo, se produjo nuestra conversión.

Pero fijémonos en que los tesalonicenses, cuando se convirtieron, se apartaron de los ídolos y se volvieron a Dios. Si no rompemos claramente con todas las personas y cosas que ocupaban el lugar de Dios en nuestros corazones, seguiremos siendo infantes espirituales, atrofiados en nuestro desarrollo y necesitados de leche, incapaces de servir a Dios hasta que no eliminemos nuestros ídolos de manera radical. No seamos como los que, al convertirse, dejan el mundo «al por mayor» pero, con el tiempo, lo vuelven a adoptar «al detalle o por menor».

Si el Espíritu Santo, a través de este pasaje de la Palabra, pone el dedo en la llaga de su cristianismo, ¡no se aparte! Su paz, su alegría, su salud interior están en juego. ¡Haga como Jacob, que antes de subir a Bet-el, la casa de Dios, para servirle allí, actuó con determinación y enterró para siempre los dioses ajenos que había tolerado en su casa durante tanto tiempo (Génesis 35:1-5)! ¿O quiere comprometer su vida actual, frustrar su recompensa en el tribunal de Cristo y privar a Dios de lo que le corresponde?

Preparación para el servicio

Pablo y Silas, los dos mensajeros del Evangelio, no habían permanecido mucho más de tres semanas en Tesalónica a causa de las violentas persecuciones. Pero los jóvenes creyentes de aquella ciudad, todavía inexpertos en muchos aspectos, ya habían empezado a servir al Dios vivo y verdadero. Como muertos en Cristo, ya no tenían nada que ver con sus vidas pasadas; y como resucitados con Cristo, estaban muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús (véase Romanos 6:8-11). Ahora podían vivir para Dios las veinticuatro horas del día. Ya sea que comieran, bebieran o hicieran otra cosa, todo lo podían hacer para la gloria de Dios (véase 1 Corintios 10:31). “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Colosenses 3:17). Con sus corazones llenos del amor de Dios y de su Salvador, estos nuevos conversos no necesitaban ninguna exhortación especial sobre este tema. Se habían convertido en imitadores del apóstol, en ejemplo a todos los de Macedonia y de Acaya, y en enérgicos testigos. La Palabra del Señor y su fe en Dios se extendieron en todo lugar (1 Tesalonicenses 1:6-8). Y esto ocurrió en los primeros meses de su vida cristiana, cuando aún eran jóvenes en la fe. ¡Cómo nos anima esto, pero también cómo nos avergüenza!

Así, la vida y el servicio a Dios pueden comenzar “desde el primer día” (compárese con Filipenses 1:5). Pero, por otra parte, podemos constatar que todos, y más aún aquel al que el Señor ha llamado para una misión en particular, deben ser preparados por él para ese servicio. Nuestra actividad exterior debe corresponder al grado de nuestra madurez interior.

Para ilustrar esto, consideremos dos etapas en la vida de Josué.

Israel había pecado contra el primer mandamiento y danzaba alrededor del becerro de oro. Entonces Moisés levantó el tabernáculo de reunión lejos, fuera del campamento; luego la columna de nube, que atestiguaba la presencia de Dios, descendió sobre él. Desde entonces, cualquiera que buscaba a Dios salía a este tabernáculo fuera del campamento. “Pero el joven Josué... nunca se apartaba de en medio del tabernáculo” (Éxodo 33:7-11). Moisés tenía que entrar y salir del campamento para atender al pueblo. Este fue el ministerio de un experimentado siervo de Dios. Josué, en cambio, comprendió que, como joven, era mejor mantenerse apartado en el tabernáculo, en el secreto del Todopoderoso, hasta que llegara el momento de realizar su servicio. De la misma manera, es sumamente importante para todos nosotros que, separados de todo mal, estemos frecuentemente en la cercanía y la presencia de Dios. Entonces entraremos en la comunión de sus pensamientos. Allí, contemplando su amor por las almas perdidas, recibiremos siempre un nuevo impulso para difundir el Evangelio. Allí también nos prepararemos poco a poco para un servicio bueno y eficaz entre su pueblo.

En la historia de Josué hay otra enseñanza para la realización de todo servicio (Josué 1:1-9). Después de la muerte de Moisés, Josué condujo al pueblo de Israel a la tierra prometida. ¡Qué grande y seria debió parecerle esta misión! Pero Dios le aseguró: “Como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé” (v. 5). Y añadió: “Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley... Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (v. 7-8). La Palabra de Dios es la semilla que puede germinar en el corazón de los hombres, para su conversión. Describe la salvación perfecta en Jesucristo y los resultados inconmensurables de su obra. Representa al Hijo de Dios que, en su humanidad, nos reveló a Dios y dio a conocer el nombre del Padre. Es el alimento del creyente, y arroja luz sobre su camino, así como sobre el camino colectivo de los hijos de Dios. Nos muestra los planes de Dios para el futuro. También es la espada del Espíritu contra el enemigo. La Palabra de Dios es, pues, el fundamento y la esencia de todo servicio cristiano. De ahí la necesidad de amarla desde el principio de nuestro camino en la fe, de leerla con aplicación y oración, de meditarla de día y de noche con el sincero deseo de ser hacedor de ella en dependencia y con la fuerza del mismo Señor. Solo quien la conoce, se nutre de ella y transmite sus enseñanzas y tesoros a los demás, es un instrumento que el Señor puede utilizar en su obra.

Un consejo para el servicio

Podemos comparar el servicio a Dios con dos círculos concéntricos. Si se ocupa de servir al hombre, ha empezado por el círculo exterior y nunca llegará al interior. Pero si sirve a Cristo, trabajará desde el círculo interno. Si está a su lado, se encargará en primer lugar de los que están más cerca de Él. Esto es amor. Comienza con el círculo interior y llega hasta el círculo exterior, es decir, todo lo que es de Cristo en la tierra y concierne a sus intereses.

El siervo debe vencer la confianza que tiene en sí mismo

Moisés, enseñado en toda la sabiduría de los egipcios en la corte del faraón, era poderoso en palabras y obras (Hechos 7:22). ¿Fue la conciencia de esto, junto con un profundo amor por su propio pueblo oprimido, lo que le llevó a visitar a su pueblo? Ciertamente, aún no era el momento, y si Moisés se hubiera mantenido ya en aquel tiempo en la humilde dependencia de Dios, ­probablemente no habría matado al egipcio. Solo después de cuarenta años de preparación adicional, cuando Moisés sintió que nunca había sido hombre de fácil palabra, sino que era tardo en el habla y torpe de lengua, Dios pudo utilizarlo para salvar a su pueblo.

Antes de su negación, Pedro pensaba que su amor por el Señor era mayor que el de los demás discípulos, y dijo: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré” (Mateo 26:33). Pero solo después de haber fracasado tan tristemente en el patio del sumo sacerdote, y de haber experimentado la gracia que lo restauró, se le pudieron confiar los corderos y las ovejas del Señor (véase Juan 21:15-23).

Así, todo creyente que desee servir al Señor de manera eficaz y agradable a Él, debe aprender a reconocer que en sí mismo no hay sabiduría, ni fuerza, y que no es mejor que nadie. Debe aprender a sujetar en la muerte de Cristo la carne con sus pretensiones, egoísmo y voluntad propia, para que, en constante dependencia del Señor, pueda ser un mensajero de su gracia, amor y verdad, conduciendo a las almas hacia Él.

¡Que todos nos tomemos seriamente esta exhortación: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre” (1 Corintios 15:58)! Dios puede formar y utilizar como instrumento para la ejecución de sus planes de amor a cualquiera que no ame al mundo, que esté lleno de la Persona de Cristo y esté en todo momento a su disposición. Josué, por ejemplo, que iba a llevar a Israel a la tierra prometida mediante la batalla, fue formado con décadas de antelación, en el conflicto con Amalec, para esta conquista en la que todo dependía de la ayuda de lo alto. También David, el pastor de Israel, fue preparado para su posterior servicio cuando cuidaba “aquellas pocas ovejas” de su padre (1 Samuel 17:28), aunque él mismo no sabía nada de su futuro alto cargo.

Nuestra importante y hermosa tarea mientras vivamos es buscar la gloria del Señor en este mundo, y servir sus intereses en su dependencia. Puede que los hombres lo menosprecien, pero pronto verán cómo se invierten todas las cosas. El Señor dice: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo” (Apocalipsis 22:12).