¿Cómo puedo ser liberado del poder del pecado?
"Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu"
(Gálatas 5:25)
Los jóvenes creyentes en la fe experimentan a menudo mucho gozo en su nuevo camino, pero también tentaciones y dudas. Este texto tiene por meta ayudar, por medio de la Palabra de Dios, a aquellos que empiezan el camino para seguir a Cristo y encuentran el siguiente problema: «Comprendí que mis pecados fueron perdonados por el nombre de Jesús; pero ¿cómo puedo ser liberado ahora del poder del pecado?»
¡Soy aún peor que antes de mi conversión!
Imagínese un hombre enterrado bajo un desmoronamiento. Está muerto. Sobre su pecho hay toda clase de piedras, pequeñas y grandes. No se da cuenta de esto. No le pesan. Está muerto. Pero si su corazón se pusiera a latir de nuevo y volviera a la vida, entonces vería y sentiría las piedras. Vendrían a ser un peso insoportable para él.
Al creyente le sucede más o menos lo mismo. Antes de su conversión usted estaba muerto en sus “delitos y pecados” (Efesios 2:1). Entonces, de ningún modo podía discernir el mal: usted era “tinieblas” (5:8). Había perdido toda sensibilidad moral, era ajeno a la vida de Dios (4:18-19).
Ahora ya no es así. Por la fe en Jesús, el Hijo de Dios, tiene la vida en usted (Juan 5:24). Verdaderamente se da cuenta de su estado delante de Dios, estado en el cual había vivido hasta ahora. Y se pregunta espantado:
¿Cómo puedo salir de este estado?
Por la sangre de Jesús fue lavado de sus pecados. Pero hay siempre nuevos pecados. Usted quiere liberarse del desmoronamiento del cual hablamos antes, y no puede. Hace un paso hacia adelante e inmediatamente retrocede un paso. Desde que quiere seguir a su Salvador y ser semejante a él, le parece que el pecado cobró vida en usted. Ve la ley del pecado en sus miembros, y tiene que hacer lo que aborrece. No me extrañaría que exclame: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:9, 15, 23-24).
Es imposible mejorar el “viejo hombre”
Su lucha bajo el desmoronamiento era necesaria. Todos debemos aprender a reconocer que nuestra vieja naturaleza, el “viejo hombre”, está irremediablemente corrompido. Tenemos que perder toda confianza en nuestras propias fuerzas. Por naturaleza, todos venimos a ser “inútiles” (Romanos 3:12) como los detritos del vertedero: un cántaro quebrado, a nadie puede serle útil; un paraguas desgarrado, nadie lo quiere reparar.
Dios no espera absolutamente ningún esfuerzo por mejorar de nuestra parte. Es él quien, de manera divinamente perfecta, nos sacó de nuestro miserable estado.
¡Por Jesucristo, Dios nos libró de nuestro “viejo hombre”!
Cristo no fue a la cruz sólo a causa de nuestros pecados. No sufrió solamente por lo que hicimos, sino también por lo que somos. Si usted mira a la cruz puede decir: «En la persona de mi Sustituto, encontré el fin de mi viejo hombre». En cuanto a esto usted puede descansar plenamente en las claras afirmaciones de la Palabra de Dios: “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”. “Porque somos sepultados juntamente con él (Cristo) para muerte por el bautismo” (Romanos 6:6, 4). ¡Qué liberación!
Este hecho divinamente grande no cobra valor solamente cuando usted comienza a sentirlo, sino desde el momento que cree que es también por usted que el Señor Jesús cumplió su obra de redención en la cruz. Esto le hace exclamar: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (7:25).
Dios le dio una nueva naturaleza
Usted es “nacido de nuevo”. Esto es debido a su obediencia a la Palabra de Dios y por la acción del Espíritu Santo o, según la expresión del Señor Jesús, es nacido “de agua y del Espíritu” (Juan 3:5). Ahora tiene una nueva naturaleza. Cristo ha venido a ser su vida, pero al mismo tiempo el modelo sobre el cual esta vida en usted va a desarrollarse.
El Espíritu tomó la dirección de su vida
Ahora el Espíritu de Dios habita en usted. Tomó la dirección de su nueva vida, de la cual Jesús es el centro, el objeto y el blanco. El Espíritu desea dirigirlo de noche y de día, en su trabajo y en su tiempo libre, entre sus semejantes y en la soledad. Su meta es despertar y profundizar nuestros afectos hacia el Padre y hacia su Hijo Jesucristo.
Un gobierno opuesto
La Escritura llama nuestra atención sobre el hecho de que tenemos la “carne” en nosotros. Esta palabra no se refiere a una parte de su cuerpo, sino más bien a un poder opuesto que habita en nosotros. La lista aparece en Gálatas 5:19-21: fornicación, inmundicia, orgías, celos, y muchas otras cosas más.
Esta carne quiere dominar sobre su espíritu, tomar su alma y hacer de su cuerpo un siervo dócil. Si lo logra, entonces todo lo que producirá su vida será pecado.
El hecho de que la “carne” esté en usted no debe pesar sobre su conciencia. Esto no es un pecado. Sin embargo, esta carne corrompida no debe influir más en absoluto en nosotros. Y ¿cómo impedir la acción nefasta de esa oposición? La única solución eficaz es seguir el consejo de Dios: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gálatas 5:16).
El andar en el Espíritu
¿Cuál es la naturaleza del Espíritu Santo que habita en mí?
No nos es difícil comprender que el Espíritu Santo, persona divina que habita en nosotros, es perfecto. Es el Espíritu de Dios, y, por ende, posee todos sus caracteres: “Es luz y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). “Es amor” (4:8). Es el “Espíritu de vida” (Romanos 8:2), de verdad (Juan 15:26; 1 Juan 5:6, 8), “de sabiduría” (Efesios 1:17), “de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). El fruto que produce en nuestra vida corresponde igualmente a su naturaleza: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22).
La “carne”,
que estará en mí todo el tiempo que viva en la tierra,
es totalmente opuesta al “Espíritu”,
y su carácter no cambiará jamás
Lo comprendemos fácilmente. Ya hace mucho tiempo suspiramos a causa de la corrupción de nuestra «vieja naturaleza» y no nos extrañamos de que en la Palabra, la “carne” sea totalmente condenada, como tampoco de que sus obras mencionadas allí sean solamente cosas negativas y condenables. Son las que ya hemos enumerado antes: “adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas” (Gálatas 5:19-21).
Puedo andar sólo “por el Espíritu”
o sólo “según la carne”
«Es justamente lo que no entiendo», me dirá tal vez. «Entre los dominios de estos dos enemigos irreconciliables que buscan gobernarme, ¿no hay una zona neutra donde yo pueda seguir mi vida en paz?» La respuesta es simple: o hago la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta, o bien hago mi propia voluntad. Entre la obediencia y la desobediencia no hay un punto medio.
Como Saúl, puedo ofrecer holocaustos y sacrificios a Dios. Pero si no los hago como la Palabra de Dios me manda, esos sacrificios son ante Dios un pecado de desobediencia y de voluntad propia (1 Samuel 13 y 15).
Como Rubén, puedo quedar “entre los rediles, para oir los balidos de los rebaños” (Jueces 5:16), pensando que no hay mal en ello. Sin embargo, si sé que el enemigo está en el país, y que amenaza a muchos con la muerte —y hasta con la muerte eterna—, entonces mi inactividad viene a ser una desobediencia culpable.
Puedo también ir a enterrar a mi padre. Pero si los cuidados hacia mi familia toman la prioridad sobre Jesús en mi vida, entonces este ejercicio, aunque sea motivado por amor, no resulta del “Espíritu” sino de “la carne” (Mateo 8:21-22).
No existe ninguna zona neutra entre el ámbito donde “el Espíritu” actúa en mi vida y el lugar donde la “carne” se pone en evidencia. Si continúo en la búsqueda de esta zona neutra, esto prueba que no entregué completamente mi vida al Señor.
Usted sabe cómo funciona un coche. Avanza o retrocede. No puede hacer otro movimiento. El apóstol Pablo anduvo “por el Espíritu” en toda fidelidad. Por esto proseguía “a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14). Demas, por el contrario, había marchado un tiempo con el apóstol, luego se detuvo y, peor aún, retrocedió, “amando este mundo (Filemón 24; 2 Timoteo 4:10). Usted puede imaginar cuán rápidamente aumentaba el alejamiento de uno respecto del otro. ¡Qué tristeza!
«Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?» (Romanos 6:22), pregunta el apóstol. Sólo el Espíritu Santo debe orientar las decisiones de mi corazón y dirigir mi marcha.
¿Cómo puedo hacer diferencia entre lo que es “del Espíritu”
y lo que es de “la carne”?
¡No es siempre fácil!
El huevo de la hembra del cuco1 se parece al del pájaro del nido en el que lo puso. Una persona inexperta no los puede diferenciar fácilmente. Del mismo modo, a menudo puede parecerle difícil al que no anda desde hace tiempo en el camino de la fe hacer diferencia entre lo que es de la “carne” y lo que es del “Espíritu”, especialmente cuando se trata de algo que se está gestando y que aún no lleva frutos visibles.
Incluso si ese discernimiento es en cierta medida cuestión de experiencia, no obstante es más importante tener un corazón no partido, dirigido hacia Cristo en la gloria, como Pablo (Filipenses 3), y un ojo bueno, como el ciego de nacimiento que Jesús había curado (Juan 9). Hasta un cristiano avanzado, si no mantiene la vigilancia, puede ser confundido por un niño en la fe que posee estas dos cosas. La Palabra de Dios dice: “Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él” (2 Crónicas 16:9). “La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno, también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas” (Lucas 11:34-36).
Dios le dio a Abraham una directiva muy simple: “Anda delante de mí y sé perfecto” (Génesis 17:1). A menudo cosas simples como éstas nos ayudan a ver claramente: «¿Esto me acerca al Señor Jesús, o me aleja de él? ¿Me es útil tal cosa en su servicio?»
¿Cuál debe ser mi meta?
¿Siembro “para el Espíritu” o “para la carne”?
(Romanos 13:14; Gálatas 6:8).
Más de un creyente, y sobre todo entre los jóvenes, tiene a menudo la impresión de que ha realizado un gran esfuerzo para vencer el deseo de la carne y decir «no» al mundo y al pecado.
Pero la pregunta más apropiada es: ¿Siembro “para el Espíritu” o “para la carne”? Tanto el bien como el mal implican una preparación. Y tenemos que ser vigilantes respecto a lo que preparamos. Pueden sembrarse malas semillas en lugar de flores, ponerse fertilizantes a las plantas malas en vez de hacerlo a las buenas. ¿Cuáles entonces van a crecer y fortificarse?
La Palabra de Dios es la buena semilla (Lucas 8:11). ¿La propago ricamente en mi corazón por medio de una lectura constante, acompañada por la oración? ¿La medito y vivo de esta Palabra? (Salmo 119:148; Mateo 4:4) ¿Dejo que la Palabra de Cristo more en abundancia en mí? (Colosenses 3:16) ¿Soy un hacedor de la Palabra o un oidor olvidadizo? (Santiago 1:22-25).
El mundo entra tan fácilmente en las familias de los hijos de Dios —aun en aquellas que están alejadas de lugares de placeres carnales y de pecado— bajo la forma de libros o de escritos de toda clase. Muchas cosas que vienen de esta manera son como un «fertilizante» para nuestra carne, y la hacen crecer y desarrollarse. Los deseos resultantes se muestran muy pronto fuertes y exigentes. ¡Cuán difícil es vencer al mundo cuando se lo ha dejado llenar el corazón!
¿Cómo sucedió la caída de David? Al caer la tarde, ¡estaba acostado fuera sin hacer nada! Joab, todos los siervos de David, así como todo Israel, estaban en el fuego de la batalla contra el enemigo; pero el rey, recostado a la sombra, ¡no hacía nada! ¿Necesitamos entonces extrañarnos de los malos pensamientos que cautivaron su corazón y lo condujeron a un horrible pecado? (2 Samuel 11:1-17). Ningún medio es más propicio para el desarrollo de la “carne” que la ociosidad (Proverbios 6:10-11; 1 Timoteo 5:13). Por eso los creyentes de la isla de Creta, expuestos especialmente a ese peligro, debían procurar “ocuparse en buenas obras” (Tito 1:12; 3:8). Escuchemos, nosotros también, esta exhortación, y seamos celosos en “buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano” para cada uno de nosotros (Efesios 2:10).
- 1Nota del E.: Ave que habita especialmente en Europa. Pone sus huevos en los nidos de pájaros.