El ABC del cristiano /13

Salmos 126:5-6

Sembrar con lágrimas

“Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Salmo 126:5-6).

 

¡Qué privilegio nos da el Señor cuando pone en nuestro camino la oportunidad de sembrar! “La semilla es la palabra de Dios” (Lucas 8:11), y es la semilla la que debemos difundir. “Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano” (Eclesiastés 11:6).

Empezar es fácil. Hay ánimos en el camino. El entusiasmo del principio nos hace superar las dificultades y los obstáculos. Pero hay una experiencia que tarde o temprano deben hacer todos aquellos de nosotros que, en el secreto de su corazón, han escuchado el llamamiento del Maestro a sembrar para él. Sacrificaron su tiempo, sus afectos, o incluso su profesión, y experimentaron, al servicio del Señor, que trataban con un Maestro tierno y bueno, que sabía devolver el ciento por uno a todos los que renunciaban a algo por él. El tiempo pasó... y las lágrimas llegaron. Las dificultades, la desilusión, los reproches de personas bien intencionadas que quizá no entendían la verdadera obra del sembrador, la ingratitud o las graves caídas entre aquellos por los que más se había hecho, la fatiga, el cansancio... el desánimo se apoderó del corazón, y el enemigo se aprovechó de ello para intentar apartar definitivamente de la obra del Señor a los que antes habían entrado en ella con alegría.

Pero la Palabra nos dice: ¡“Los que sembraron con lágrimas”! Si nuestro salmo asocia el trabajo de “los que sembraron” con lágrimas, es porque así es en este mundo. ¿Fue diferente para nuestro amado Salvador? No, el siguiente versículo nos recuerda: “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla”. ¡“Llorando”! ¡Cuántas lágrimas en su camino! ¡Cuántas penas, cuánta oposición! Al final del camino ¿no le oímos decir por boca del profeta: “Por demás he trabajado, en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas” (Isaías 49:4)?

¿No es esto un profundo estímulo para nuestras almas? Si hacemos una aplicación práctica de los últimos versículos de este salmo 126 (dejando de lado por el momento su sentido profético), vemos que “los que sembraron” no están solos. Tienen ante sus ojos a quien, mucho antes que ellos, conoció las lágrimas al recorrer los caminos de la tierra como sembrador divino. Es un privilegio sembrar para él; pero ¿no es también un privilegio experimentar las “lágrimas” que él mismo encontró tan a menudo? ¿Debemos desanimarnos si todo parece irse al revés, si todo parece haber sido “en vano y sin provecho”? No, porque en cuanto a él, “mi causa está delante de Jehová, y mi recompensa con mi Dios” (Isaías 49:4). “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción... para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (Hebreos 12:3).

Hay más. La siembra es el presente; la cosecha es el futuro. “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán”. Hay que dar tiempo a la semilla para que germine y crezca. Tal vez algunas espigas vengan ya a alegrar nuestros corazones en la tierra, pero ¿cómo será el día de la gloria cuando todo se manifieste? ¡Qué regocijo cuando el Señor venga y pueda decir: “Bien, buen siervo y fiel...” (Mateo 25:23)! ¡Qué compensación por las lágrimas de la siembra!

Y en este gozo no estaremos solos. Sin duda nuestro gozo será grande, pero ¿cuál será el suyo? “Volverá a venir con regocijo”. Dejó el cielo una primera vez para venir a acabar la obra que el Padre le había dado. En la humildad fue “fuerte y valiente... poderoso en batalla”, venció a la muerte, y para él se alzaron las puertas eternas cuando volvió a la gloria (Salmo 24:7-8). Volverá para llevarse a sus redimidos. Qué alegría será cuando, con todos sus “ejércitos” (v. 10), entre de nuevo en la casa del Padre. Una segunda vez las puertas eternas se abrirán de par en par (v. 9) y el Rey de la gloria entrará para presentarse ante el Padre, diciendo: “He aquí, yo y los hijos que Dios me dio” (Hebreos 2:13). Felicidad infinita, alegría eterna, el día de la alegría de su corazón. Y esta alegría, nosotros que en la tierra habremos compartido las lágrimas con él, también podremos compartirla por la eternidad.

No obstante hay algo que no compartiremos. La siembra, las lágrimas, los cantos de alegría son para nosotros. Pero no las gavillas. Son “sus gavillas”. “Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”. ¿Quién de nosotros diría que el fruto es suyo? Las gavillas no son nuestras; le pertenecen a él. Es el fruto del trabajo de su alma. Es el fruto que el grano de trigo, al caer en la tierra, trajo por su muerte. Pero, ¿no llena nuestro corazón de una alegría mucho más dulce y profunda saber que tendrá aquello por lo que tanto sufrió?

En el día de la cosecha, las lágrimas que hoy son tan dolorosas se olvidarán. Por eso: “No nos cansemos... porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9). Guardemos en nuestro corazón estos preciosos ánimos: las lágrimas, él las conoció; el canto de alegría, lo compartiremos con él; y en cuanto a las gavillas, el fruto de esa semilla sembrada con él y para él en los surcos de la tierra, son suyas. Las adquirió con la sangre de su cruz.