2. El plan de Dios para la creación
El hombre y su mujer
Los capítulos 1 y 2 del Génesis, lejos de ser relatos contradictorios de la creación, son más bien complementarios. Génesis 1 describe la manera en que la creación fue preparada para el hombre, al cual vemos, al final del capítulo, como cabeza y corona de ella. Génesis 2 comienza con la creación del hombre y sigue con las diversas relaciones en que Dios le estableció:
- Su relación con el Creador.
- Su relación con el mundo que le rodea.
- Su relación con las criaturas sobre las cuales debe señorear.
- Su relación con la mujer que le había sido dada como ayuda idónea.
La palabra Adán significa «tierra roja», debido a que fue formado del polvo de la tierra. Eva obtuvo su nombre sólo después de la caída (3:20). Antes de esta última, Adán la llamaba simplemente “Varona” (Isha), porque había sido tomada del varón (Ish) (2:23). Ella era a la vez la compañera idónea de Adán y la madre del género humano (Eva significa «dadora de vida»). La creación del hombre —el acto final de Dios— tuvo lugar el sexto día, una vez dispuesto todo el dominio sobre el cual debía regir.
Dos series de tres días
Los seis días pueden ser divididos en dos series paralelas de tres días.
En el día primero, Dios hizo la luz; mientras que en el cuarto día puso en el firmamento las dos grandes lumbreras para que señoreasen en el día y en la noche.
En el día segundo, un firmamento (literalmente “expansión”) separó las aguas que estaban debajo de la expansión, de las aguas que estaban sobre ella; mientras que en el quinto día, Dios hizo que las aguas produjesen abundancia de seres vivientes, y que las aves volaran en la abierta expansión de los cielos.
En el día tercero se formó lo seco (lo que se denomina tierra); mientras que en el sexto, Dios creó el género humano.
Así, pues, los tres primeros días se refieren a los diferentes dominios o esferas de la creación (los cielos, el mar y la tierra), mientras que los últimos tres días aluden a los habitantes o gobernadores de esos dominios.
Adán y Cristo
El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, recibió el dominio universal. Adán debía representar a Dios en la tierra y señorear sobre todas Sus obras (Salmo 8:6). Este plan divino se cumplirá finalmente en Cristo, el segundo Hombre, el Señor del cielo (1 Corintios 15:27; Efesios 1:22; Hebreos 2:6-8).
Así como en Génesis 1 Dios trabajó para la creación de un mundo sobre el cual el hombre fue establecido como cabeza, así también, desde la caída de ese primer hombre, hoy todavía trabaja (Juan 5:17) con miras al momento en que todas las cosas serán sujetas bajo los pies del segundo Hombre.
Todo esto concluye con el reposo del séptimo día: el reposo sabático del milenio, el cual culminará en la armonía del estado eterno en el que Dios será todo en todos (1 Corintios 15:25-28; Hebreos 4:9-10).
La nueva creación
El relato de la creación proclama la formación de la nueva creación de Dios, de la cual los creyentes son las primicias (2 Corintios 5:17; Efesios 2:10; Colosenses 3:10; Santiago 1:18; 2 Pedro 3:13; Apocalipsis 21:1-7). Se podría trazar una línea desde el final de la primera creación hasta el principio de la nueva, pero esta línea pasa inevitablemente por el Gólgota donde el Salvador exclamó: “Consumado es” (Génesis 2:1-3; Juan 19:28-30). Su obra consumada constituye la base de la nueva creación.
Además del vocablo “acabar” o “consumar”, también encontramos los términos “hacer”, “formar” y “crear” en el relato de la creación. “Crear” es empleado únicamente en relación con la creación de los cielos y la tierra, de la vida animal y del hombre (Génesis 1:1, 21, 27). “Hacer” y “formar” se emplean en relación con la materia ya existente. La creación de la materia, sacada de la nada, está implícita en las palabras de Génesis 1:1 (véase Salmo 33:6, 9; Romanos 4:17; Hebreos 11:3; 2 Pedro 3:5).
Si comparamos Génesis 1:1 con Juan 1:1-3, vemos que entre ambos pasajes existen similitudes y diferencias. El principio de que habla Juan se remonta a la eternidad silenciosa, cuando el tiempo aún no existía. Génesis 1:1 señala el principio del tiempo y la materia. Allí vemos al Verbo eterno en toda su actividad creativa.
Así como la primera creación surgió por la acción del Verbo y del Espíritu Santo, así también la nueva creación tiene su origen de manera similar. Dios creó y formó el mundo por su Palabra (nótese la reiterada expresión “dijo Dios”, que aparece en Génesis 1) y por su Espíritu (Génesis 1:2; Salmo 104:30). Esta obra encuentra también su paralelo en la nueva creación, en la cual el nuevo nacimiento es realizado por el poder purificante y vivificante de la Palabra y del Espíritu de Dios (Juan 3:5; 13:10; 15:3; Santiago 1:18; 1 Pedro 1:23).
Dios se ha ocupado de nosotros desde el momento en que hizo brillar la luz del Evangelio en las tinieblas morales de nuestros corazones (2 Corintios 4:4, 6), a fin de que crezcamos espiritualmente y seamos conformados a la imagen de su Hijo. Tal es la obra divina de la nueva creación (Romanos 8:29; 2 Corintios 3:18). Así actúa Dios con el pueblo que creó para Su gloria (Isaías 43:7; 45:18), y así nos transforma en la imagen de su Hijo, “el postrer Adán”, para que en todo tenga Él la preeminencia (1 Corintios 11:7; 15:48-49; Efesios 4:24; Colosenses 1:18; 3:10).
El misterio de Cristo y la Iglesia
Después de la caída, Adán, como progenitor de la raza, engendró hijos e hijas a su semejanza y conforme a su imagen (Génesis 5:1, 3). Como cabeza y padre de la humanidad, es una figura de Cristo, quien, después de Su resurrección, se convirtió en la Cabeza de una nueva generación de hombres. Adán “es figura del que había de venir”, dice Pablo en Romanos 5:14. Sin embargo, los múltiples contrastes enumerados por el apóstol en Romanos 5:12-21 dejan en claro que Adán, en muchos otros aspectos, es también una figura antagónica de Cristo. Por la transgresión de Adán, el pecado entró en el mundo y, por el pecado, la muerte. El resultado de ello fue la condenación de los pecadores. En cambio, por la obediencia de Cristo hasta la muerte, los que creen en él reciben la abundancia de la gracia y la justificación de vida.
1 Corintios 15 pone de nuevo en contraste a las dos cabezas de familia, esta vez en relación con la resurrección. “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre (Adán), también por un hombre (Cristo) la resurrección de los muertos” (v. 21). Adán fue un ser viviente cuando Dios sopló en su nariz aliento de vida una vez que lo formó del polvo de la tierra. El Cristo resucitado fue hecho espíritu vivificante al soplar aliento de vida —el Espíritu Santo— en sus discípulos (Génesis 2:7; Juan 20:22; 1 Corintios 15:45).
Mientras que los descendientes de Adán son hombres naturales y mortales, los de Cristo, por el contrario, son espirituales e inmortales. Si la creación del primer hombre —el gran milagro de la unión entre la mente y la materia, entre el aliento de vida y el polvo de la tierra— es un misterio incomprensible para nosotros, ¡cuánto más lo es el misterio de la nueva creación, del nuevo nacimiento y de la resurrección de entre los muertos de aquellos que están unidos con el Hombre celestial!
Así como Adán y Eva formaron una pareja, así también existe un vínculo especial que une a Cristo y la Iglesia. Eva era al mismo tiempo la esposa y el cuerpo de Adán, “hueso de sus huesos y carne de su carne” (Génesis 2:20-24). De igual modo, la Iglesia es tanto la Esposa como el Cuerpo de Cristo, el postrer Adán (Efesios 5:23-32). Así como Eva fue sacada del costado de Adán después que un sueño profundo cayera sobre él, así también la Iglesia es el fruto del sueño de la muerte que Cristo padeció, habiendo sido sacada de Su costado traspasado. A Adán y Eva les fue dado el dominio sobre la tierra, así también Cristo reinará con su Esposa durante el milenio.
En Génesis 2:24 encontramos también la institución del matrimonio como el vínculo sagrado y bendito de Dios para la vida en común entre el hombre y la mujer. El Señor se refiere a este pasaje en el Nuevo Testamento (Mateo 19:3-8). Las epístolas del apóstol Pablo nos muestran también que el orden de la creación determina la posición del hombre como cabeza de la mujer (1 Corintios 11:7-12; 14:34-35; 1 Timoteo 2:12-13).
Si bien es cierto que el hombre y la mujer son iguales a los ojos de Dios en lo que respecta a la salvación en Cristo (Gálatas 3:28), no es menos cierto que, en lo que toca a su posición en la creación, son diferentes. La realidad de la salvación no anula la realidad de la creación. Al contrario, ello debería reflejarse en la Iglesia, pues allí hasta los mismos ángeles son espectadores del orden divino (1 Corintios 11:10).